Por Luis Villanueva
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Las tres entregas previas puede encontrarlas en las siguientes ligas:
- La guerra México-EE. UU. La colonización de Texas. Entrega No. 1 - La guerra México-EE. UU. La colonización de Texas. Entrega No. 2 - La guerra México-EE. UU. La colonización de Texas. Entrega No. 3
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Eran
las 10:00 de la noche del 18 de mayo de 1822 en la ciudad de México, cuando el
sargento primero Pío Marcha, del
regimiento de Celaya (un agrupamiento
que se había incorporado al 1° de infantería en el cuartel del convento de San
Hipólito y del cual había sido jefe Iturbide), ordenó con voz firme a sus
soldados armarse con rapidez. Una vez hecho lo anterior, y tras arengarlos, salió
a la calle exclamando: “¡Viva Agustín I!”, grito que fue secundado
por los oficiales y tropa que le rodeaban. Entonces comenzaron a avanzar por las
calles, en donde se les fueron incorporando más soldados y gente de los diferentes
cuarteles y barrios de la ciudad por los que iban pasando, proclamando también
como Emperador a Agustín de Iturbide. Durante su marcha, algunas de las casas
comenzaron a iluminarse y sus balcones a cubrirse de cortinas y personas que,
curiosas, observaban la manifestación, al tiempo que por todas partes se oían disparos
de fusil, cohetes, repiques de campanas y salvas de artillería en la plaza de
Armas. Mientras tanto, en otra parte de la ciudad y como si se tratara de algo
orquestado, un coronel de apellido Rivero, ayudante de Iturbide, entró en el Coliseo Nuevo en el
momento en que se daba una función, y tras hacer saber lo que pasaba, a grandes
voces proclamó e hizo proclamar al público allí reunido, al Almirante
Generalísimo como emperador. Entre tanto, los diputados contarios a
Iturbide, temiendo ser asesinados, vituperados o insultados en medio del
tumulto, se escondieron en los lugares
que consideraron más seguros. Al respecto de lo narrado, se especula que toda
esta parafernalia estaba preparada de antemano, pues los militares secundaron a
Marcha sin más averiguación; además de que, al parecer, grupos de personas esperaron
una indicación para manifestarse y agitar al populacho, obligando a su paso a
los vecinos a iluminar sus hogares; mientras que la gente acomodada, temerosa
de que sus casas fueran saqueadas, se encerró y atrancó sus puertas y ventanas. Todo
esto se dio a raíz de que los partidarios de Iturbide, aprovechando que las
cortes de España declararon nulo e ilegítimo el Tratado de Córdoba y que los
borbones renunciaron a los derechos que les otorgaba el mismo plan, se
impusieron rápidamente a los masones y liberales que promovían,
respectivamente, la república o ser gobernados por un monarca extranjero. Cabe
señalar que desde que se firmó el mencionado tratado, en su tercer artículo
indicaba que, si el rey de España o los miembros de su familia designados
rechazaba la corona mexicana, las Cortes del Imperio podrían designarlo. Punto
en el cual Iturbide manifestó mucho empeño, y por la conducta que mostró posteriormente,
podría pensarse que desde aquel instante vio la posibilidad de ceñirse la
corona él mismo.
Además, contaba con el apoyo del clero y el ejército, pues se había declarado
ortodoxo y partidario de la estratocracia. También se
especula que todo se precipitó cuando el congreso comenzó a deliberar el
reglamento para la regencia, pues estaba por aprobar un artículo en donde se
prohibía que aquellos que lo conformaran pudieran tener mando militar.
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Agustín de Iturbide se encontraba esa
noche del 18 en la casa de Moncada jugando
tresillo en compañía de sus amigos predilectos, entre ellos el general Pedro
Celestino Negrete, cuando el ruido de los cohetes, disparos y gritos del tumulto en la
calle, interrumpieron el entretenimiento. Iturbide se asomó entonces a una de las
ventanas, en donde vio a soldados y al gentío aclamándolo. Comprendiendo lo que
el populacho a gritos pedía, su primera reacción fue la de salir al balcón para
declarar sus intenciones de no aceptar la solicitud, pero al consultarlo con
Negrete, este respondió sin mucho pensar: - Se
considerará vuestro no consentimiento como un insulto, y el pueblo no conoce
límites cuando está irritado. – Con el dorso de su mano movió
ligeramente la cortina para mirar por una de las ventanas. -Debéis hacer
este nuevo sacrificio al bien público; la patria está en peligro: un rato más
de indecisión por vuestra parte bastaría para convertir en gritos de muerte
estas aclamaciones.
Tras
escuchar la opinión, Iturbide caviló por un instante, resignándose momentáneamente
a ceder a las circunstancias. Entonces, salió al balcón central de la casa,
provocando una ovación aún mayor: ¡Viva la religión! ¡Viva Agustín I! ¡Viva
SAS! ¡Viva la unión! El sonido de los disparos, el doblar de las
campanas y los estampidos de los cohetes por momentos se incrementaba. En los
balcones de las casas aledañas, la gente se aglomeraba buscando ver al militar.
- Os ruego…– Gritaba, buscando hacerse escuchar en medio del
escándalo. Las tropas y la gente en la calle, lo miraba expectante. -…Que
me concedan un poco de tiempo para decidirme a sus aclamaciones. Mientras
tanto, debemos prestar obediencia al congreso. Pero la gente continuó aclamándolo, por lo
que se vio en la necesidad de salir varias veces más para tratar de
persuadirlos -Agradezco la elección, pero os suplico, soy indigno de tan
grande honor. Mi corazón no me anima a otro deseo que la salud de la patria y
el bien de los conciudadanos. -
Pero nada hizo cambiar el deseo del gentío allí reunido, pues incluso pedían se
verificada la coronación en ese mismo momento. Finalmente, Iturbide logró
diferir las peticiones del pueblo y de los soldados allí reunidos, agradeciendo
nuevamente la proclamación, pero agregando las siguientes palabras: -Les recuerdo que se debe dar cumplimiento a las leyes, a
las obligaciones del ciudadano y a la necesidad de aguardar para momentos de
tranquilidad la decisión del asunto, pues es de pertenencia única y
privativamente al soberano Congreso constituyente, dejándolo en absoluta
libertad.- En este
instante detiene su alocución, como sopesando sus palabras, y continuó con voz
más fuerte: -La nación es la patria, la representan hoy sus diputados,
oigámoslos. No demos un escándalo al mundo, y no temáis errar siguiendo mi
consejo. La ley es la voluntad del pueblo, nada hay sobre ella. Entendedme y
dadme la última prueba de amor, que es cuanto deseo y lo que colma mi ambición.
- Tras estas
palabras, continuaron los regocijos, pero dando pauta a la determinación del
Congreso. Entre salida y salida, el héroe de Iguala
escribió una pequeña proclama, en donde expresaba, palabras más palabras menos,
que tanto el ejército como el pueblo habían tomado partido y que tocaba al
resto del país aprobarlo o no. También recomendaba el respeto a las autoridades
y terminaba con la última de sus ideas expresada líneas arriba. Posteriormente
reunió a los integrantes de la Regencia, a varios generales y a otras personas
de su confianza, y les pidió su opinión sobre lo que debería de hacer. La
regencia fue de la idea que asumiera la voluntad general aceptando la corona,
los jefes del ejército agregaron que si así era la voluntad de todos, que así
convenía. Que él no podía disponer de sí mismo desde que se había entregado a
la patria y que sus privaciones y sufrimientos serían inútiles si se decidía
por la negativa. Tras escuchar lo anterior, Iturbide informó al presidente del
congreso, don Francisco García Cantarines, que también se encontraba presente,
sobre lo que estaba sucediendo. Entre tanto, sus partidarios redactaron una representación a la regencia informando sobre
el particular, comisionando para su presentación al mariscal de campo Anastasio
Bustamante, al brigadier Joaquín Parres y al teniente coronel Luis Cortázar, conde
de San Pedro del Álamo, junto con
otra más para el congreso, en donde le
pedían que considerara este asunto como de importancia y en donde también
manifestaban “…que los regimientos de infantería y caballería del
ejército que se hallaban en la capital, en masa y con absoluta uniformidad,
habían proclamado al generalísimo, emperador de la América mejicana y que este
pronunciamiento había sido recibido con las demostraciones más vivas de alegría
y entusiasmo por el pueblo, reunido todavía en las calles”. Finalmente, a petición de Iturbide, el
presidente convocó a los diputados a una sesión extraordinaria, quedando
agendada para las siete de la mañana del día siguiente. Proclamación de Iturbide el 19 de mayo de 1822
(Acuarela anónima. MNH, INAH
México)
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Al
principio se dudó que asistiera el mínimo de diputados necesarios para formar
el congreso. Sin embargo, pocos fueron los ausentes, y habiéndose reunido alrededor
de noventa, a las 9:00 de la mañana del domingo 19 de mayo comenzó la sesión, recibiendo
por conducto de la regencia la exposición del ejército en donde pedía la
coronación de Iturbide. Todo lo
anterior en un edificio rodeado por el pueblo que desbordaba las galerías y las
entradas al salón gritando: “¡Viva Agustín I! ¡Viva el emperador y mueran
los traidores! ¡El emperador o la muerte!” Para deliberar, el congreso
pidió a la regencia seguridad, pero esta respondió que “No respondía a la
tranquilidad si no se accedía a la petición pública”. Así, los
discursos de los diputados fueron constantemente interrumpidos por la
impaciencia de la multitud, haciendo complicado mantener el orden que se
requería en tan importante momento. A eso de la una de la tarde, una comisión
fue a ver a Iturbide para solicitarle su presencia en el Congreso para que el
pueblo lo viera, calmara sus ímpetus e hiciera posible la discusión que ya
estaba demorando mucho. Iturbide, en principio vaciló y se negó a asistir,
pensando que su presencia podría ser un obstáculo para la libertad de los
debates y la libre expresión de cada individuo. Pero finalmente, persuadido por
personas de su confianza y por varios oficiales generales que se encontraban
con él, salió de su casa y se subió a su coche. *****
En
la calle, el gentío era tanto que hacía difícil su avance. Durante el trayecto,
los vivas se repetían a la par con las muestras de alegría y gozo. En algún
momento, entre varias personas desengancharon los caballos que tiraban del carro
de General Almirante y empezaron a jalar estos de él. De esta forma, a
la una y media llegó a las puertas del congreso, en donde fue recibido con las
ceremonias a la usanza. Al entrar en el palacio, el pueblo allí reunido se
desbordó en sus expresiones, ocupando las galerías, antesalas e incluso, las
curules de los diputados, con quienes se mezclaron todo tipo de personas.
Iturbide, rebosaba en satisfacción, pues sabía que no habría poder que
impidiera su entronización. La discusión de su nombramiento siguió de inmediato,
pidiendo el presidente García Cantarines al General, calmase el ímpetu de la
gente. Entonces,
este se dirigió a la gente, exhortándola a que se condujese según lo solicitado
por el Congreso, pero con poco o nulo éxito, pues era interrumpido por la
constante insistencia de la gente para su inmediata proclamación como
Emperador. Finalmente, lograda alguna calma, subió a la tribuna el diputado por
Tlaxcala, José Miguel Guridi y Alcocer, un fiel
observador del plan de Iguala y del tratado de Córdoba, cuyo cumplimiento había
promovido con empeño. Él no estaba en contra de lo que estaba sucediendo, pero
deseaba que se hiciera con legalidad, pues los diputados estaban limitados en
sus poderes y, por ende, no podían respaldar la petición hecha por el pueblo y
el ejército. Por ello, solicitaba se esperaran un poco para que las provincias
ampliaran las facultades de sus representantes. Otros
diputados, republicanos, secundaron la moción, pidiendo se suspendiera
cualquier resolución hasta que por lo menos las dos terceras partes de las
provincias hubiesen ampliado los poderes de sus diputados y dada una
instrucción sobre el tipo de gobierno que querían se acogiese; y entre tanto,
Iturbide podría ser nombrado regente único. Existe la idea de que el Almirante
Generalísimo debió de haber aceptado la propuesta, pues en ese
momento se tenía la seguridad de que las provincias harían lo que él les dijere,
con más razón sabiendo que el poder ejecutivo recaería solo en su persona, para
posteriormente subir al trono como un gran acto de voluntad general y no como
resultado de un alboroto promovido por los militares y respaldado por el populacho. Tras
una turbulenta discusión, en donde Iturbide tuvo que intervenir varias veces
para conservar el orden, la propuesta fue desechada, poniéndose entonces a
debate la moción de don Valentín Gómez Farías, misma que era respaldada por
otros 46 diputados. Estos, después de elogiar a General Almirante por su
noble actuar al cumplir con lo estipulado en el tratado de Córdoba, asentaron “que
rotos este y el plan de Iguala por no haber sido aceptados por España, los
diputados estaban autorizados por aquellos mismos tratados a dar su voto para
que Iturbide fuese declarado emperador, confirmando de esta manera la
aclamación del pueblo y del ejército, recompensando debidamente los
extraordinarios méritos y servicios del libertador del Anáhuac, y firmando al
mismo tiempo la paz, la unión y la tranquilidad, que de otra suerte
desaparecerían acaso para siempre; pero este voto que los diputados que lo
suscribían aseguraron ser el general de sus provincias, lo daban bajo la
condición precisa e indispensable, de que el generalísimo almirante en el
juramento que habría de prestar como emperador, había de obligarse a obedecer
la constitución, leyes, órdenes y decretos que emanasen del soberano congreso
mexicano”. Con el número de diputados que respaldaban la moción se hubiera
decidido la votación, pues eran más de la mitad de los presentes; no obstante,
se continuó con el debate en torno a los poderes suficientes de los
representantes para hacer la elección del emperador, así como de esperar a las
provincias diesen su opinión. El diputado
por Guadalajara, Antonio José Valdés, creyó necesario se declarase que la
nación quedaba libre de los compromisos que le imponía el plan de Iguala y el
tratado de Córdoba, respaldando la elección, por lo que fue ovacionado y
aplaudido al terminar su discurso. Otros diputados pidieron calma para tratar
la cuestión o que se esperase a hacer la constitución antes de nombrar a un
emperador, y algunos más consideraban necesario esperar a los votos de las
provincias. Finalmente, habiéndose declarado suficientemente discutido el tema
y antes de la votación, Iturbide dirigió la palabra a la gente, pidiéndole que
guardara el orden y el respeto a la soberanía nacional y que, si se le amaba, se
respetase y aceptara respetuosamente el resultado de la votación, cualquiera
que esta fuese, pues en aquella asamblea se encontraba reunida la voluntad de
la nación en la persona de los diputados. Sin embargo, sus palabras fueron
también interrumpidas por el populacho, que no quería otra cosa que su inmediato
nombramiento como emperador. Estando más calmada la gente, los diputados se
fueron acercando a la mesa para sufragar, dando como resultado que por 67 votos
a favor y 15 que votaron por la consulta a las provincias, quedó elegido
Iturbide como emperador. A las
cuatro de la tarde fue publicada la votación, cediendo el presidente del
congreso al emperador, el asiento que le correspondía bajo el solio. Fue
entonces cuando la gente se desbordó en vivas y aclamaciones de júbilo por
largo rato, mientras los diputados hacían el acto de reconocimiento y besaban
la mano de S. M. I., acompañando la gente al primer emperador hasta su casa en
medio de repiques, cohetes, salvas, vivas y jalando nuevamente su coche. A las
cuatro de la tarde llegó a Mocada, en donde continuaron las felicitaciones y
los besa manos. La noticia de lo sucedido se dio a conocer a las provincias a
través de correos extraordinarios, expresando en sus respuestas que aprobaban lo que había sucedido.
Cabe mencionar que con todo y lo afirmado por Iturbide, que “ni un solo
diputado se opuso a mi elevación al trono”, pues “Estos no me
negaron sus sufragios; redujéronse solo a repetir que se consultaran a las
provincias”, la aprobación desde mi perspectiva no fue legal, pues
según el reglamento del Congreso, para que hubiera cuórum y votación, era
necesaria la presencia de ciento un diputados , cuando solo
habían asistido 92. El resto, diputados influyentes marcadamente contrarios al
ahora emperador, no se habían presentado quizá por el temor a ser agredidos por
la gente o porque no había las condiciones para debatir y votar. No
obstante, el mismo Iturbide explica los motivos por los que considera que sí
había cuórum: “Se asegura que no hubo número suficiente de diputados,
para que fuese válida la elección. Noventa y cuatro concurrieron, ciento
sesenta y dos era el total de lo que antes se llamó virreinato de México: al
reino de Guatemala que se agregó después del Imperio, no pudieron asignársele,
porque hicieron las elecciones en unos partidos conforma a la constitución
española, en otro según una convocatoria particular que firmaron: exceptuando
también los que debieron venir por las provincias de San Salvador, con quienes
se contó y no debió contarse, porque habían proclamado un gobierno
independiente de los mexicanos: podían llegar a veinte cuando mas los que
resultan, y así un total de ciento ochenta y dos, cuya mitad es noventa y uno,
asistieron noventa y cuatro, aunque no votaron más que noventa y dos: de lo que
se sigue que con todas las restricciones que se quiera, hubo la mitad y uno más
que exige la constitución de España: añádase que estaba decidido se observase
en este punto la expresada constitución…” En los
siguientes días los diputados, resignados, estuvieron dispuestos a validar y
confirmar lo hecho en la sesión del 19.
El juramento como Emperador
A
las dos de la tarde del domingo 21 de mayo de 1822, una comisión de
veinticuatro diputados y dos secretarios, se dirigió a la casa de Iturbide para
informarle que debía ir a las Cortes para hacer el juramento. Previamente, se había
acordado con los ciento seis diputados asistentes a esa sesión, el decreto para
hacer pública la elección, suprimiendo en la minuta cualquier expresión que
diera a notar que el congreso había actuado bajo algún tipo de violencia. Así,
Agustín de Iturbide prestó juramento en los siguientes términos:
“Agustín, por la Divina
Providencia y por nombramiento del congreso de representantes de la nación,
emperador de Méjico, juro por Dios y por los santos evangelios, que defenderé y
conservaré la religión católica, apostólica, romana, sin permitir otra alguna
en el imperio: que guardaré y haré guardar la constitución que formare dicho
congreso, y entre tanto la española en la parte que está vigente, y así mismo
las leyes, órdenes y decretos que ha dado y en lo sucesivo diere el repetido
congreso, no mirando en cuanto hiciere, sino al bien y provecho de la nación:
que no enajenaré, cederé, ni desmembraré parte alguna del imperio: que no
exigiré jamás cantidad alguna de frutos, dinero, ni otra cosa, sino las que
hubiera decretado el congreso: que no tomaré jamás a nadie en sus propiedades,
y que respetaré sobre todo la libertad política de la nació y la personal de
cada individuo, y sí en lo que he jurado o parte de ello, lo contrario hiciere,
no debo ser obedecido, antes aquello en que contraviniere, sea nulo y de ningún
valor. Así Dios me ayude y sea en mi defensa, y si no me lo demande.”
Así,
“quedó, pues, nombrado D. Agustín de Iturbide, primer emperador
constitucional de Méjico, como se nombraban los emperadores de Roma y
Constantinopla en la decadencia de aquellos imperios, por la sublevación de un
ejército o por los gritos de la plebe congregada en el circo, aprobando la
elección de un senado atemorizado o corrompido…”
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El
norteamericano Stephen Austin, que continuaba a la espera de la aprobación para
establecer colonos en Texas, fue un testigo involuntario de todo lo anterior,
narrando en una carta a su hermano cada una de las etapas que llevaron a
Iturbide al trono: “Espero que este sea un evento afortunado para el
país, el Emperador, creo, es un muy buen y grande hombre y tiene mucha de la
felicidad de la nación en el corazón”.
Pero no todo era optimismo, pues también vislumbró los nubarrones en el
horizonte: “…hay algunas nubes oscuras sobre esta parte del país, muchos
están descontentos y decepcionados de la elección de Iturbide y el partido
republicano sigue inquieto, aunque espero no de dificultades, que es algo que
temo mucho,…”
“Solemne
coronasión de Yturbide en la catedral de México, del 21 de julio de 1822”
(Acuarela sobre seda. MNH, Castillo
de Chapultepec)
Pío Marcha fue de los
suboficiales más leales a Iturbide (ver “Noticias sueltas. El veintiocho de
septiembre”, en La Sociedad, 30 de septiembre de 1864, p. 2), por lo que
las acusaciones posteriores de que había sido sobornado por el Generalísimo
no tienen cabida. Marcha estuvo bajo el mando del malogrado Emperador cuando
este fue coronel del regimiento de Celaya en 1820.
Una calle de la ciudad de Veracruz lleva su nombre.
Iturbide narra que sí apoyó esa propuesta porque “me ofrecía una ocasión de buscar un modo evasivo para no aceptar una dignidad que yo renunciaba de todo mi corazón.”
Según Iturbide, 94 diputados estuvieron en la sesión, abandonándola dos sin votar, siendo finalmente aclamado emperador por 77 votos contra 15, haciendo un total de 92 diputados presentes. Pesado, op. cit., p. 31 Algo así como una “constancia de mayoría” en donde los diputados habían actuado (y votado) sin coerción alguna. , aparentemente.
Bibliografía
- “Editorial. La primera piedra”, en “La Reconstrucción”, 12 de octubre de 1872, p. 2
- Eduardo I. Gallo, Hombres ilustres mexicanos. Tomo IV, México, Imprenta de I. Cumplido, 1874, p. 419
- Esaú Márquez Espinosa, Rafael de J. Araujo González y María del Rocío Ortiz Herrera, Estado-Nación en México: Independencia y Revolución. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas: Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, p. 39
- Eugene C. Baker, Annual report of te American Historical Association for the year 1919. Volumen II. The Austin Papers. Part 1, United States, Goverrment Printing Office,1919, p. 518
- “Historia de México”, 1 de enero de 1852, p. 592
- José J. Pesado, El libertador de México D. Agustín de Iturbide. Biografía, México, Imprenta a cargo de M. Rosello, 1872, p. 27-28
- La Gaceta Imperial de México”, 23 de mayo de 1822, p. 315
- Juan Ramírez, Reglamento del Congreso Mexicano, México, Cámara de Diputados. LX Legislatura, p. 56
- Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos. Tomo cuarto. México independiente (1821-1855), Barcelona, España y compañía, editores, 1888, p. 74