La derrota realista provocó zozobra e
incertidumbre entre la población de Veracruz, emociones que se exacerbaron cuando
se tuvo noticia que Santa Anna había situado su campamento en los barrios
extramuros. El 30, la luz del amanecer mostró un parapeto en la que ondeaba la
misma bandera del día anterior, pero ahora en el médano del Perro, situado a 400 varas al sur de
los baluartes de San Javier, Santa Bárbara y Santa Gertrudis. Este fue
construido durante la noche en el mencionado sitio, en donde excavaron las trincheras
y protegieron su contorno con sacos de arena. Desde aquí, los alzados todo el
día estuvieron hostigando con disparos de fusil a los mencionados baluartes,
mientras que, de estos, no cesaban los cañonazos buscando destruir la barricada.
Por otra parte, a eso de las 10 de la mañana, ocultos entras las casas del
Santo Cristo, una partida rebelde comenzó a disparar contra la batería de San
Fernando, logrando herir al soldado Francisco Ramírez, que se mantuvo agonizando
hasta el 2 de julio en que finalmente falleció. Entre tanto, los insurgentes colocaron
un obús de 7 pulgadas en el parapeto, lanzando la primera granada entre las 9 y
10 de la noche, seguido de otras más, de las cuales tres alcanzaron la plaza. El 1
de julio amaneció con la bandera ondeando en otro médano chico también por la
parte del barrio del Mundo Nuevo, pero ahora frente al baluarte de Santa
Gertrudis. Desde ese punto lanzaron contra la plaza una granada de 7 pulgadas y
varias balas de a 4, así como tiros de fusil todo ese día y el siguiente. A
estos ataques, respondieron el baluarte San José con obús y los baluartes de San
Fernando, Santa Gertrudis y Santa Bárbara, con artillería. Entre tanto, Santa
Anna se encontraba en Boca del Río, conduciendo un cañón de 8 que hizo traer de
Alvarado, además de estar reuniendo tropa de la 3ª y 4ª división de las
milicias del norte. La mañana del 2 llegaron al campamento insurgente 170
infantes, 80 caballos y 16 mulas cargadas con cajones, posiblemente con municiones.
El 3, despuntó el alba con la vista de un nuevo parapeto en un médano contiguo
al del obús, en donde fue colocado un cañón de a 12 pulgadas con el que
hicieron fuego en contra de los baluartes y sus alrededores, obligando a la
gente a buscar refugio en Ulúa y en diversos lugares de la costa. Cada vez que
el cañón era disparado, un vigía situado en lo alto de la torre de la parroquia
daba un toque de campana, lo que incrementaba la alarma general y las
precauciones para cubrirse de los proyectiles.. Esa
mañana continuaron los cañonazos y disparos de fusil enemigos hasta que por la
tarde fue desmantelada la barricada y su boca de fuego por los disparos
combinados de los cañones de 24 de Santa Gertrudis y el de 16 de Santa Bárbara,
hiriendo a tres de los alzados que estaban al servicios del cañón con las esquirlas; mientras que
en la ciudad, murieron dos soldados, una mujer y algunas mulas de carga y
caballos de silla debido al desplome de una pared en el cuartel de caballería. Ya
por la noche del 4, Santa Anna, aprovechando la oscuridad reinante, movió a sus
hombres a la casamata.. El 5
y 6 lo ocuparon los insurgentes para construir una buena cantidad de escalas y preparar
el asalto a la ciudad. Pero no por ello dejaron de hostigar a la plaza haciendo
fuego, aunque de manera más intermitente, desde un fortín situado en el barrio
del Bien Parado que ocuparon en esos mismo días, avivando su fuego contra
la plaza durante la noche y creando alarma en los suburbios y orillas de los
médanos.
El
ataque insurgente a la ciudad
Entre las 3:00 y 3:30 de la madrugada
del día 7, un torrencial aguacero caía sobre los médanos y la costa, formando
por doquier corrientes y lagunatos en la arena saturada por el agua. Constantes
relámpagos cruzaban el firmamento, espantando por efímeros instantes la
oscuridad reinante en los baluartes y edificios de la ciudad. Estas mismas
luces igualmente delineaba los contornos de varios centenares de jarochos
armados y soldados, que a pie o a caballo, avanzaban con dificultad entre el
lodo y las semi derruidas casas de los barrios extramuros. Los hombres, amparados
en la oscuridad y en los constantes truenos que sacudían violentamente el aire,
se fueron aproximando a la amurallada Veracruz sin ser advertidos. Una vez
frente a sus ennegrecidos muros, Santa Anna, con cierta celeridad, los movilizó
cerca del baluarte de San José, en la parte SE de la ciudad, en donde escalaron
la muralla anexa, sorprendiendo así a la marinería mercante que custodiaba dicho
bastión y que habían abandonado la
guardia para guarecerse de la copiosa lluvia. Los gritos de alarma y los
disparos de fusil de los centinelas no dieron el tiempo para que la guardia
subiera por la escala plana del fortín, pues en ese momento una gran cantidad
de insurgentes se precipitó para tomar por la retaguardia la batería de San
Fernando y abrir la puerta y rastrillo de la Merced, obligando a la defensa realista
a replegarse. Una vez franqueada la entrada, fueron introducidas en la plaza caballería,
la infantería, tres piezas de artillería y un obús, dejando en el lugar una parte de
la columna de granaderos en medio de gritos en pro de la independencia. El
cañón de a 4 fue conducido por la calle de la Condesa y los callejones
transversales hasta colocarlo en la carnicería, con el fin de capturar la
puerta del mar, mientras que el resto de la tropa se dividió en dos grandes
grupos, dirigiéndose uno por la calle de Santo Domingo para llegar a la plaza
de la Constitución y el otro, por el mercado de verduras y los portales de
Miranda para capturar el palacio del gobernador por su costado izquierdo. Entre
tanto, ya con los baluartes y la puerta asegurados, Santa Anna se dirigió con una
fracción de sus fuerzas a la escuela práctica de artillería y al baluarte de
Santiago. Al mismo tiempo, intentaba ingresar a la ciudad el grueso de la
caballería con el parque, apoyándose en las fuerzas que protegían su entrada y buscaban a su vez tomar el cuartel
del Fijo y el baluarte Santa Bárbara. En los cuarteles se defendía el teniente coronel
Rincón con un persistente fuego de fusilería desde las ventanas y exteriores,
apoyado por los fuegos del baluarte de Santiago y el que hacían las lanchas
cañoneras del flanco de Sotavento, mismas que hicieron mucho daño a los
insurgentes. Otro grupo de rebeldes se situó en un punto idóneo para evitar que
la columna liderada por Santa Anna fuera atacada por tropas provenientes del
centro de la ciudad. Posteriormente, este mismo contingente inició su avance
por la calle Real para enseguida dispersarse por
las laterales. Pero para infortunio del coronel xalapeño, sus órdenes no fueron
cumplidas al pie de la letra, pues tras abrir los guerrilleros y parte de los
oficiales algunas tabernas aledañas a la puerta Merced, se embriagaron, dando
al traste con el buen inicio del sorpresivo ataque. Otros más, parapetados en
las esquinas, rompieron las puertas y ventanas de las casas para allanarlas y
robar. Lo anterior en medio de toques de degüello, gritos e improperios contra
los peninsulares, proclamando a viva voz que se les había autorizado el saqueo,
quedando desde la óptica española, la advertencia de lo que sucedería si la
ciudad cayera en manos de esa caterva jarocha. Al mismo tiempo, el grupo
conformado por la caballería e infantería llegaba a la plaza del mercado a
través de los portales de Miranda, dando a su paso toques de clarín y batiendo
las cajas de guerra. Una vez en ese sitio, intercambiaron disparos de fusil con
30 hombres de la guardia de prevención de la milicia nacional, que les hacía
vivo fuego desde los balcones y ventanas del palacio del gobernador; mientras
que otros siete, conformados por asistentes y ordenanzas de Dávila, les
disparaban desde una de las esquinas del mencionado edificio. Debido a ello, esa
avanzada fue incapaz de sostener su posición y tuvo que replegarse, dejando
derramada una gran cantidad de sangre en el pasillo de los portales. Pero esta retirada
no fue fácil, pues la caballería también recibió los disparos de algunos
vecinos desde las azoteas, balcones y ventanas de sus casas. Mientras esto
sucedía, el cañón de a 4 con algo de la caballería, continuaban atacando la
puerta del mar que era protegida vigorosamente por los dependientes del
resguardo. Desesperados por no conseguir su objetivo, los alzados colocaron la
pieza de artillería en la esquina de la calle de San Agustín, en la esquina del convento frente
al café La Sirena, en donde se mantuvo haciendo fuego contra el costado
izquierdo del palacio, en apoyo a la caballería e infantería que en ese momento
le atacaba desde el portal de Miranda. Para esos instantes, un corneta se
apresuraba a tocar reunión, pero sin conseguir su objetivo pues los insurgentes
estaban muy dispersos. En el bando español, los marineros, milicianos y
artilleros que protegían el baluarte de San José y la batería de San Fernando,
se replegaron al baluarte de Santiago, haciendo los mismo la fuerza que resguardaba el parque de
artillería. Esto último, no sin antes buscar recuperar San José en dos
diferentes ocasiones (la segunda a bayoneta), dejando en los intentos cuatro
muertos y algunos heridos. Para ese momento, el temor hacía que los marineros y
milicia local en los baluartes de Santa Bárbara, Santa Gertrudis y San Javier,
abandonaran sus posiciones dejando solos a los artilleros, hasta que algunos
oficiales detuvieron la desbandada y los
hicieron volver a sus posiciones.
Ataque insurgente a Veracruz.
7 de julio de 1821
Lo inesperado del ataque trastocó
los ánimos de los vecinos y autoridades de la ciudad, pues sabían que la
guarnición apenas era suficiente para la defensa del recinto y de la fortaleza
de Ulúa. Además, muchos de los hombres de
la guardia nacional no se atrevieron a abandonar sus hogares hasta saber a
ciencia cierta qué era lo que sucedía y los que se presentaron ante el gobernador José Dávila, no fueron suficientes
para emprender algo en contra de unos atacantes, cuyo número se ignoraba Durante todo ese tiempo la lluvia
continuaba, dificultando tanto el ataque como la defensa, y así seguiría hasta
las 8 o 9 de la mañana, en que finalmente amainó. En ese lapso, los insurgentes
poco hacían para mantener u ocupar nuevas posiciones, contentándose con
hostigar el palacio y recorrer algunas calles, dando la oportunidad a que de
Ulúa llegaran, aclarando el día, los piquetes de marina y del regimiento de Mallorca procedentes de varios barcos de guerra y mercantes surtos en
la bahía. Estas fuerzas, comandadas por el alférez de fragata Alfonso Tiscar y el teniente coronel graduado Alonso Polledo, recibieron la orden de Dávila de tomar, a como diera lugar, los baluartes de San José y de San Fernando, pues a la postre eran los únicos capturados. Para ello, se dividieron en dos mangas: Tiscar, con un pequeño grupo avanzó por la calle de San Agustín y capturó a golpe de bayoneta el cañón situado en la esquina del convento, haciendo ocho prisioneros. Al mismo tiempo Polledo, auxiliado en la operación por una guerrilla dirigida por el subteniente Juan Rodríguez, desalojaron a paso de ataque y con la bayoneta calada, a los insurgentes que tenían tomada la calle real desde Santo Domingo hasta la puerta Merced, provocando la desbandada de los alzados, que dejaron en su retirada una considerable cantidad de muertos y heridos. Esto
contribuyó a levantar, después de tres horas de intenso combate, el ánimo de los
defensores, quienes con renovados bríos cayeron encima de los rebeldes, obligando a saltar de los baluartes a todos aquellos que allí se encontraran, muriendo por los disparos varios de ellos,
mientras que otros buscaban ocultarse en los recovecos de la ciudad. La desbandada permitió a los realistas cerrar la puerta Merced, coincidiendo el arribo a la batería de San Fernando del regimiento de Mallorca, con la de Tiscar por el callejón de Belén, de cuyo convento liberó a algunos prisioneros, dejando tres muertos en la intentona, y con la 3a. compañía de la milicia nacional de José Antonio Perujo, que llegaba del cuartel del Fijo con 30 milicianos con ese mismo objetivo por órdenes de Rincón. Rápidamente, las fuerzas realistas
recuperaron los baluartes de San José y de San Fernando, por donde también huían muchos
de los atacantes, siendo capturados una buena cantidad de ellos. Fue entonces cuando desde los cuarteles, la escuela práctica de artillería y las lanchas cañoneras en la costa, en conjunto con los cañones de Santiago, abrieron fuego para impedir la retirada de los despavoridos insurgentes, hiriendo o matando a muchos de ellos en su fuga. La caballería, de por sí mermada
en sus múltiples cargadas, así como los remanentes de la infantería rebelde, se dispersaron
rápidamente por la llanura y barrios extramuros con rumbo a Boca del Río, Vergara y otros
sitios, quedando en la llanura caballos muertos y parte del parque.
*****
Santa
Anna se encontraba en la plazuela del muelle con ochenta de sus hombres, cuando
optó por la retirada debido a lo desordenado de su tropa y a que había quedado
inutilizado el parque a causa de la lluvia, teniendo en el camino que batirse
con dos avanzadas realistas que trataron de cerrarle el paso. El resto de la
fuerza insurgente se replegó hasta la plazuela de Belén, lugar a donde llegó el
coronel xalapeño después de que la mayoría de sus fuerzas habían abandonado la
ciudad.
*****
Una vez consolidada la victoria
realista, se sacaron de las casas y conventos a los insurgentes que se habían
ocultado y recogieron y curaron a los heridos en los hospitales militar de San
Carlos y de San Sebastián. También juntaron y trasladaron en cuatro carretones
a los rebeldes muertos, para ser enterrados en un cementerio provisional en la
playa, no corriendo con igual suerte aquellos cuerpos que quedaron muy
esparcidos y lejos de la plaza debido a que la fatiga de los pocos milicianos y
tropa disponible les impidió irlos a recoger. En la plaza quedando abandonadas los
tres cañones y el obús; 60 caballos, cajas de parque, las escalas, dos cajas de
guerra, dos cornetas, municiones, 50 fusiles y la bandera con sus inscripciones
y adorno de cintas. Las pérdidas de los insurgentes se contabilizaron entre 250
y 300 hombres entre heridos, muertos y prisioneros
Contraataque realista en Veracruz.
7 de julio de 1821
*****
Como ninguna fuerza salió tras
los alzados, el teniente coronel Santa Anna reunió lo que quedaba de su maltrecha tropa
en Santa Fe. Pero temiendo que Dávila ordenara tomar el puente del Rey o la
villa de Xalapa, dispuso que aquél fuera puesto en estado de defensa con las
fuerzas disponibles, para luego dirigirse a Orizaba, lugar al que llegó alrededor del 18 de julio. De este último sitio pasó a Puebla, en donde tuvo una entrevista con Iturbide, quien le abrazó estrechamente frente a otros oficiales, declarando por orden del día militar y heroica la acción de Veracruz. Luego le proporcionó algunas fuerzas para sitiar Perote, misma que capituló después de sesenta días de asedio, el 7 de octubre de 1821. Posteriormente, en ese mismo mes, retornó a las inmediaciones de Veracruz, en donde permaneció a la
vista de la ciudad hasta que las tropas españolas la desocuparon para hacerse
fuertes en Ulúa. *****
En la parroquia de la ciudad, la
solemnidad del Te Deum cantado por el cura vicario resaltaba en el ambiente
enrarecido por el humo de las veladoras y del incienso. En el recinto se encontraban
reunidos jefes, autoridades, corporaciones y mucha gente, dando las gracias al
Creador por el triunfo realista. Mientras que en la calle, los incesantes
tiros, los repiques de campanas y los vivas a la patria, a la Constitución, al
rey Fernando VII y a los defensores, resaltaban la alegría que había en
Veracruz.. Pero la población no estaría del
todo libre de temores y sobresaltos, sobre todo cuando Santa Anna publicó el 19 de julio, una
amenazante proclama contra Veracruz. [Continuará]
José Dávila señala que Santa Anna “campó en los llanos de Santa Fe la noche del 23 al 24 de junio”
Reportes realizados dos días después del enfrentamiento, señalaban las bajas insurgentes en 119, entre muertos y heridos únicamente. Ortiz Escamilla, op. cit. Íbidem