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Por Luis Villanueva
El 2
de marzo de 1821 llegó a la ciudad y puerto de Veracruz la noticia del
pronunciamiento de Iturbide a través del Plan de Iguala, mismo que fue de
inmediato rechazado por los vecinos, conformados principalmente por
peninsulares o mexicanos a favor de España. La desaprobación llevó en que
se expulsara de la ciudad a los partidarios de la independencia, a que se
movilizaran más de seiscientos hombres que se alistaron como efectivos de la
milicia nacional; y finalmente, que desembarcaran los marineros de los barcos mercantes
y de guerra surtos en la bahía, para contribuir en la defensa ante un eventual ataque
insurgente. Con todo este movimiento, pronto fue adquiriendo la ciudad un aspecto combativo
y en pie de guerra. Por otra parte, temiendo por la seguridad del virrey Juan
José Ruiz de Apodaca, conde de Venadito, el mariscal del campo, José
Dávila, envió a México a casi todas las tropas acantonadas en la intendencia de Veracruz. Desafortunadamente,
conforme estas salían de los cuarteles, se iban adhiriendo al mencionado plan.
Así, las fuerzas que partieron de Xalapa rumbo a la capital desertaron al
llegar a Perote, organizándose en la primera fuerza del Ejército Trigarante en
la provincia veracruzana. La defección también se dio con las tropas que
partieron de Veracruz cuando llegaron a la villa de Xalapa; con las milicias de
Paso de Ovejas, Puente del Rey, Nautla y Misantla y con los destacamentos de La
Soledad, Jamapa y Plan del Río que habían partido a la zona de Córdoba-Orizaba
en reemplazo del regimiento de Castilla, que también había sido enviado como
apoyo a la ciudad de México. Bajo estas circunstancias, Dávila abandonó el plan
de auxiliar al Virrey, quedándose los partidarios al gobierno español casi sin tropas
para defenderse de los insurgentes. En consecuencia, la plaza de Veracruz y de San
Juan de Ulúa contaban para su defensa con apenas 200 hombres, 800 milicianos y
por los marineros de los barcos. Entre otras cosas, para Dávila era de suma
importancia defender los bienes de los peninsulares, valuados en 12 millones de
pesos, de los cuales la mayor cantidad estaban invertidos en fincas rurales y
urbanas “…que hacen la subsistencia de
innumerables familias y forman el patrimonio de multiplicadas generaciones.” Tras la toma de Alvarado por
Santa Anna el 25 de abril de ese mismo año, al frente de 600 hombres y un cañón,
se temió que Veracruz fuera atacada en cualquier momento por el insurgente
xalapeño, por lo que a modo de precaución se cerraron todas las puertas de la
ciudad, salvo la de la Merced y se declaró a la ciudad en estado de sitio. Por otra parte, debido a la falta de noticias de
la capital del virreinato y del resto de las provincias a causa del aislamiento en que se encontraba la
ciudad, el 23 de junio el anciano gobernador Dávila tomó una medida política para evitar
caer en la ilegalidad por las acciones que llevaría a cabo en lo inmediato: en
sesión de cabildo ante el Ayuntamiento de Veracruz, asumió el cargo de Capitán
General y Jefe Superior Político de Nueva España en lo que arribaba Juan
O’Donojú.
*****
El 23 de junio, el joven teniente coronel insurgente, Antonio López
de Santa Anna, partió de la villa de Xalapa hacia Veracruz, para acampar el 27
de ese mes .en Santa Fe
(situado a 13 km en línea recta de la ciudad y puerto), junto con las tropas de la
undécima división que comandaba. También se le unieron en ese punto la jarochada
insurgente de a caballo, lideradas por Valentín Guzmán, Crisanto Castro y
Sabino Cruz. Al día siguiente, Santa Anna dio la orden para que una avanzada Trigarante se
situara entre las casas extramuros, al sur de la ciudad de Veracruz, para hostigar
con disparos de fusil a la batería de San Fernando. La respuesta de los
peninsulares fue con algunos disparos de cañón, buscando desalojar a los agresores de aquel sitio, lo que
finalmente sucedió después de un par de horas de intenso intercambio de fuego.
Posteriormente, entre las dos y las tres de la tarde, salió de la ciudad toda la tropa
marinera y una compañía de la milicia nacional para incendiar y derrumbar las casas de palma y los edificios de mampostería del barrio extramuros. Esto para prevenir que continuaran sirviendo de parapeto y abrigo a
los alzados, pudiéndose lograr solo en parte y en medio de un constante intercambio
de disparos.
El
28, Santa Anna recibió noticias de que un paisano suyo, el teniente coronel José María
Rincón, había salido por la tarde de la ciudad con 180 hombres tomados de diferentes piquetes de tropas, marina mercante y alguno jinetes, para continuar derrumbando el mencionado barrio. Viendo esto, el teniente coronel insurgente envió a un
grupo hombres a caballo para que cargaran contra los realistas, pero fueron
rechazados por los disparos de fusilería, lo que les permitió continuar con sus
trabajos hasta que empezó a caer la noche y regresaron a la plaza sin mayor
novedad. Al las nueve de la mañana del día 29, Rincón salió nuevamente con la
misma fuerza para continuar con la demolición, distribuyéndola de modo tal que protegieran
tanto a las calles del barrio como a los operarios. Entre tanto, Santa Anna
observaba a la distancia las maniobras de su paisano y sin más demora, ordenó un
ataque con la mayoría de sus fuerzas en columna cerrada, auxiliado por dos
guerrillas a la derecha e izquierda. Momento antes, Rincón recibió
el aviso del teniente de Mallorca, Ramón de Parrés, jefe de la fuerza de la
derecha, que frente de él se encontraba un pequeño número de enemigos, y que si
le autorizaba hacer los movimientos necesarios para atacarlos. Rincón le dio la
autorización, pero empleando para ello solo la tercera parte de la fuerza que
comandaba, instrucción que Parrés siguió, moviendo esa fracción del médano
frente del barrio del Mundo Nuevo donde se encontraba para atacar a
los insurgentes. Cuando empezaba a intercambiar fuegos de fusil con ellos,
recibieron de pronto la cargada del contingente de infantería y caballería enviado
por Santa Anna, mismo que se encontraba oculto en una hondonada, obligándolos a
retroceder desordenadamente hasta donde se encontraba el resto de sus fuerzas, dejando en su desbandada varios muertos y heridos. Rincón,
haciendo gala de sangre fría, concentró al resto de su tropa buscando contener
a los atacantes, a lo que Santa Anna respondió con una nueva cargada con un
segundo grupo de caballería e infantería que lo flanqueó por el camino de
casamata, obligando finalmente al oficial realista a retroceder hasta la puerta
Merced. Durante su repliegue, fue también atacado por otros grupos que buscaban
cortar su retirada, muriendo en la acción ocho de sus hombres, además de cinco
heridos y nueve capturados. Desafortunadamente
para el teniente coronel, durante la batalla no fue posible que intervinieran a su favor los
baluartes y sus cañones, debido a que se encontraban mezcladas ambas fuerzas. Por
la tarde, los rebeldes izaron una bandera blanca, cruzada con aspas verdes y algunos emblemas, en el barrio del Mundo Nuevo.
La derrota realista provocó zozobra e
incertidumbre entre la población de Veracruz, emociones que se exacerbaron cuando
se tuvo noticia que Santa Anna había situado su campamento en el mencionado barrio
extramuros. El día 30, la luz del amanecer mostró un parapeto en la que ondeaba
la misma bandera del día anterior, pero ahora en un médano a poca distancia de los
baluartes de Santa Bárbara y Santa Gertrudis. Este fue construido durante la
noche, cuando se excavaron las trincheras y protegieron su contorno con sacos
de arena. Desde aquí, los alzados todo el día estuvieron hostigando con
disparos de fusil a los mencionados baluartes, mientras que, de estos, no
cesaban los cañonazos buscando destruir la barricada. Por otro lado, a eso de
las 10 de la mañana, ocultos entras las casas del Santo Cristo, una partida
rebelde estuvo disparando contra la
batería de San Fernando, logrando herir al soldado Francisco Ramírez, que se
mantuvo agonizando hasta el 2 de julio en que finalmente falleció. Entre tanto,
los insurgentes colocaron un obús de 7 pulgadas en el parapeto, lanzando la
primera granada entre las 9 y 10 de la noche, seguido de otras más, de las
cuales tres alcanzaron la plaza. El 1
de julio amaneció con la bandera ondeando en otro médano chico por la parte del barrio del Mundo Nuevo, frente la
baluarte de Santa Gertrudis. Desde ese punto, lanzaron contra la plaza una granada de 7 pulgadas y varias balas de a 4, así como tiros de fusil todo este
día y el siguiente. A estos ataques, respondieron el baluarte San José con obús y los baluartes de San Fernando, Santa Gertrudis y Santa Bárbara, con artillería. Entre tanto, Santa Anna se encontraba en Boca del Río, conduciendo un cañón de a 8 que hizo traer de Alvarado, además de estar reuniendo tropa de la 3a, y 4a. división de milicias del norte. La mañana del 2 llegaron al campamento insurgente 170 infantes y 80 caballos, además de 16 mulas cargadas con cajones posiblemente de municiones. El 3, despuntó el alba con la vista de un nuevo parapeto en un médano contiguo al del obús, en donde fue colocado un cañón de a 12 pulgadas con el que
hicieron fuego en contra de los baluartes y sus alrededores, obligando a la gente a
buscar refugio en Ulúa y en diversos lugares de la costa. Cada vez que el cañón
era disparado, un vigía situado en lo alto de la torre de la parroquia daba un
toque de campana, lo que incrementaba la alarma general y las precauciones para
cubrirse de los proyectiles.
Esa mañana
continuaron los cañonazos y disparos de fusil enemigos, hasta que por la tarde
fue desmantelada la barricada y su boca de fuego por los disparos combinados de
los cañones de 24 de Santa Gertrudis y el de 16 de Santa Bárbara, hiriendo a
tres de los alzados que estaban al servicios del cañón; mientras que en la
ciudad, murieron dos soldados, una mujer y algunas mulas de carga y caballos de
silla debido al desplome de una pared en el cuartel de caballería. Ya por la
noche del 4, Santa Anna, aprovechando la oscuridad reinante, movió a sus hombres a la
casamata.
El 5 y el 6 lo ocuparon los insurgentes para construir
una buena cantidad de escalas y preparar el asalto a la ciudad. Pero no por ello dejaron de hostigar a la plaza haciendo fuego, aunque de manera más intermitente, desde el fortín situado en el barrio del Bien Parado que ocuparon esos mismo días, avivando el fuego contra la plaza durante la noche y creando alarma en los suburbios y orillas de los médanos.
El
ataque insurgente a la ciudad
Entre las 3:00 y las 3:30 de la madrugada del día 7, un torrencial aguacero caía sobre los
médanos y la costa, formando por doquier corrientes y lagunatos en la arena
saturada por el agua. Constantes relámpagos cruzaban el firmamento, espantando por efímeros instantes la oscuridad reinante en los baluartes y edificios de la ciudad. Estas mismas luces igualmente delineaba los contornos de varios centenares de jarochos
armados y soldados, que a pie o a caballo, avanzaban con dificultad entre el lodo y las
semi derruidas casas de los barrios extramuros. Los hombres, amparados en la
oscuridad y en los constantes truenos que sacudían violentamente el aire, se
fueron aproximando a la amurallada Veracruz sin ser advertidos. Una vez frente
a sus muros, Santa Anna, con cierta celeridad, los movilizó cerca del baluarte
de San José, en la parte SE de la ciudad, en donde escalaron la muralla anexa, sorprendiendo
así a la marinería mercante que custodiaba dicho bastión y que habían abandonado la guardia para guarecerse de la copiosa lluvia. Los gritos de alarma y los disparos de fusil de los centinelas no dieron el tiempo para que la guardia subiera por la escala plana del fortín, pues en ese momento una gran cantidad de insurgentes se precipitó para tomar por la retaguardia la batería de San
Fernando y abrir la puerta y rastrillo de la Merced, obligando a la defensa realista a replegarse. Una vez franqueada la entrada, fueron introducidas en la plaza caballería,
infantería, tres piezas de artillería y un obús,
dejando en el lugar una parte de la columna de granaderos, en medio de gritos
en pro de la independencia. Un cañón de a 4 fue conducido por
la calle de la Condesa y los callejones transversales hasta colocarlo en la
carnicería, con el fin de capturar la puerta del mar, mientras que el resto de
la tropa se dividió en dos grandes grupos, dirigiéndose, uno por la calle de
Santo Domingo hasta llegar a la plaza de la Constitución y el otro, por el mercado de
verduras y los portales de Miranda para capturar el palacio por su costado izquierdo. Entre tanto ya con los baluartes y la puerta asegurados, Santa
Anna se dirigió con una fracción de sus fuerzas a la escuela práctica de
artillería y al baluarte de Santiago; mientras que otra sección se encaminó al
cuartel del Fijo, sitio en donde se defendía el teniente coronel Rincón con un persistente fuego de fusilería desde las ventanas. Un tercer grupo se situó en un punto idóneo para evitar que la columna
liderada por Santa Anna fuera atacada por tropas provenientes del centro de la
ciudad. Posteriormente, este mismo contingente inició su avance por la calle
Real para enseguida dispersarse por las laterales. Sin embargo y para
infortunio del coronel xalapeño, sus órdenes no fueron cumplidas al pie de la
letra, pues tras abrir los guerrilleros y parte de los oficiales algunas tabernas
aledañas a la puerta Merced, se embriagaron, dando al traste con el buen inicio
del sorpresivo ataque. Otros más, parapetados en las esquinas, rompieron las puertas
y ventanas de las casas para allanarlas y robar. Esto en medio de toques de
degüello, gritos e improperios contra los peninsulares, proclamando a viva voz que
se les había autorizado el saqueo, quedando desde la óptica española, la
advertencia de lo que sucedería si la ciudad cayera en manos de esa caterva
jarocha. Entre tanto, otro grupo conformado por la caballería (cargada con el parque) e infantería, pudo llegar
a la plaza del mercado a través de los portales de Miranda, dando a su paso toques
de clarín y batiendo las cajas de guerra. Una vez allí, intercambiaron disparos
de fusil con 30 hombres de la guardia de prevención de la milicia nacional, que les hacía vivo fuego desde los balcones y ventanas del palacio del gobernador; mientras que otros siete, conformados por asistentes y ordenanzas de Dávila, les disparaban desde una de las esquinas del mencionado edificio. Debido a ello, esa avanzada fue incapaz de sostener su posición y tuvo que
replegarse. Su retirada no fue fácil,
pues la caballería también recibió los disparos de algunos vecinos desde las
azoteas, balcones y ventanas de sus casas. Mientras tanto, el cañón de a 4 con algo de la caballería, continuaban atacando la puerta del mar, que era protegida vigorosamente por los dependientes del resguardo, que esperaban la llegada desde la bahía de los piquetes de Marina y Mallorca. Desesperados por no conseguir su objetivo, los alzados colocaron la pieza de artillería en la esquina de la calle de San Agustín frente al café La Sirena, en donde se mantuvo haciendo fuego contra el costado izquierdo del palacio, en apoyo a la caballería e infantería que en ese momento le atacaba desde el portal de Miranda. Para esos instantes, un corneta se
apresuraba a tocar reunión, pero sin conseguir el objetivo pues los insurgentes
estaban muy dispersos. En el bando español, los marineros, milicianos y
artilleros que protegían el baluarte de San José y la batería de San Fernando,
se replegaron al baluarte de Santiago, haciendo los mismo la fuerza que resguardaba el parque de
artillería. Esto último, no sin antes buscar recuperar San José en dos diferentes ocasiones (la segunda a bayoneta), dejando en los intentos cuatro muertos y algunos heridos. Entre tanto, el temor hacía que los marineros y milicia local en
los baluartes de Santa Bárbara, Santa Gertrudis y San Javier, abandonaran sus
posiciones dejando solos a los artilleros, hasta que algunos oficiales
detuvieron la desbandada y los hicieron
volver a sus posiciones.
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Ataque insurgente a Veracruz.
7 de julio de 1821
Lo inesperado del ataque trastocó
los ánimos de los vecinos y autoridades de la ciudad, pues sabían que la
guarnición apenas era suficiente para la defensa del recinto y de la fortaleza.
Además, muchos de los hombres de la guardia nacional no se atrevieron a
abandonar sus hogares hasta saber a ciencia cierta qué era lo que sucedía y los
que se presentaron ante el gobernador
José Dávila, no fueron suficientes para emprender algo en contra de unos
atacantes, cuyo número se ignoraba. Durante todo ese tiempo la lluvia
continuaba, dificultando tanto el ataque como la defensa, y así seguiría hasta
las 8 o 9 de la mañana, en que finalmente amainó. En ese lapso, los insurgentes
poco hacían para mantener u ocupar nuevas posiciones, contentándose con
hostigar el palacio y recorrer algunas calles, dando la oportunidad a que de
Ulúa llegaran, aclarando el día, los piquetes de marina y del regimiento de Mallorca procedentes de varios barcos de guerra y mercantes surtos en
la bahía. Estas fuerzas, comandadas por el alférez de fragata Alfonso Tiscar y el teniente coronel graduado Alonso Polledo, recibieron la orden de Dávila de tomar, a como diera lugar, los baluartes de San José y de San Fernando, pues a la postre eran los únicos capturados. Para ello, se dividieron en dos mangas: Tiscar, con un pequeño grupo avanzó por la calle de San Agustín y capturó a golpe de bayoneta el cañón situado en la esquina del convento, haciendo ocho prisioneros. Al mismo tiempo Polledo, auxiliado en la operación por una guerrilla dirigida por el subteniente Juan Rodríguez, desalojaron a paso de ataque y con la bayoneta calada, a los insurgentes que tenían tomada la calle real desde Santo Domingo hasta la puerta Merced, provocando la desbandada de los alzados, que dejaron en su retirada una considerable cantidad de muertos y heridos. Esto
contribuyó a levantar, después de tres horas de intenso combate, el ánimo de los
defensores, quienes con renovados bríos cayeron encima de los rebeldes, obligando a saltar de los baluartes a los guerrilleros que allí se encontraran, muriendo por los disparos varios de ellos,
mientras que otros buscaban ocultarse en los recovecos de la ciudad. La desbandada permitió a los realistas cerrar la puerta Merced, coincidiendo el arribo del regimiento de Mallorca a la batería de San Fernando con la de Tiscar por el callejón de Belén, de cuyo convento liberó a algunos prisioneros, dejando tres muertos en la intentona. Y con la 3a. compañía de la milicia nacional de José Antonio Perujo, que llegaba del cuartel del Fijo con 30 milicianos con ese mismo fin por órdenes de Rincón. Rápidamente, las fuerzas realistas
recuperaron los baluartes de San José y de San Fernando, por donde huían muchos
de los atacantes, siendo capturados una buena cantidad de ellos. Entonces, desde los cuarteles y las lanchas cañoneras en la costa, en conjunto con los cañones de Santiago, abrieron fuego para impedir la retirada de los despavoridos insurgentes, hiriendo o matando a muchos de ellos en su intento de fuga. La caballería, de por sí mermada
en sus múltiples cargadas, así como los remanentes de la infantería, se dispersaron
rápidamente por la llanura y barrios extramuros, quedando abandonados los muertos y heridos que no pudieron
alejarse, así como artillería, caballos y parque. Posteriormente, se sacaron de las
casas y conventos a los insurgentes que se habían ocultado y se recogieron y curaron a los heridos en los hospitales militar y de San Sebastián. También juntaron y trasladaron en cuatro carretones a los rebeldes fallecidos, para ser enterrados en un cementerio provisional en la
playa , no corriendo con igual suerte aquellos cuerpos que
quedaron muy esparcidos y lejos de la plaza, debido a que la fatiga de los
pocos milicianos y tropa, le impidió irlos a recoger. *****
Santa Anna
se encontraba en la plazuela del muelle con ochenta de sus hombres, cuando optó
por la retirada debido a lo desordenado de su tropa y a que había quedado
inutilizado el parque a causa de la lluvia, teniendo en el camino que batirse
con dos avanzadas realistas que trataron de cerrarle el paso. El resto de la
fuerza insurgente se replegó hasta la plazuela de Belén, lugar a donde llegó el
coronel xalapeño después de que la mayoría de sus fuerzas habían abandonado la
ciudad. Una vez fuera de la muralla, la tropa que huía hacia Boca del Río,
Vergara y otros sitios, recibió el fuego de los fusiles y de los cañones que
les hicieron desde la escuela práctica de artillería y de los baluartes,
quedando abandonadas en la plaza los tres cañones y el obús; varios caballos,
cajas de parque, las escalas, dos cajas de guerra, dos cornetas, municiones, 50 fusiles y la bandera con sus inscripciones y adorno de cintas. Las pérdidas de
los insurgentes se contabilizaron en alrededor de 300 hombres entre heridos,
muertos y prisioneros,
mientras que en el bando español hubo 21 muertos, 31 heridos y 25 con contusiones leves. Con esta victoria, las fuerza
realistas de Dávila lograron aniquilar el sitio de Santa Anna a Veracruz,
mientras que Agustín de Iturbide calificaba la hazaña como heroica,
adquiriendo Santa Anna la reputación de valiente y arrojado por haber sido de
los últimos en abandonar la plaza.
Contraataque realista en Veracruz.
7 de julio de 1821
*****
Como ninguna fuerza salió tras
los alzados, el teniente coronel Santa Anna reunió lo que quedaba de su maltrecha tropa
en Santa Fe. Pero temiendo que Dávila ordenara tomar el puente del Rey o la
villa de Xalapa, dispuso que aquél fuera puesto en estado de defensa con las
fuerzas disponibles, para luego dirigirse a Orizaba, lugar al que llegó alrededor del 18 de julio. De este último sitio pasó a Puebla, en donde tuvo una entrevista con Iturbide,
quien le proporcionó algunas fuerzas para sitiar Perote. Posteriormente, en
octubre, retornó a las inmediaciones de Veracruz, en donde permaneció a la
vista de la ciudad hasta que las tropas españolas la desocuparon para hacerse
fuertes en Ulúa.
José Dávila señala que Santa Anna “campó en los llanos de Santa Fe la noche del 23 al 24 de junio”
Reportes realizados dos días después del enfrentamiento, señalaban las bajas insurgentes en 119, entre muertos y heridos únicamente. Ortiz Escamilla, op. cit. Íbidem
Bibliografía
- Alamán,
Lucas, “Historia de Méjico: desde los primeros movimientos que prepararon su independencia
en el año de 1808 hasta la época presente. Tomo V”, México, Imprenta de J. M.
Lara, 1852, pp. 176-177
- “Noticias
del reino. Veracruz”, en Gaceta del Gobierno de México, 24 de julio de
1821, pp. 762-763 [2-3]
- Ortiz
Escamilla, Juan, “Las campañas milicianas de Veracruz. Del ‘negro’ al ‘jarocho’:
la construcción de una identidad”, en ULÚA. Revista de Historia, Sociedad y
Cultura, año 4, n. 8, 2006, p. 22-24
- _____,
El teatro de la guerra. Veracruz, 1750-1825, México, Universidad Veracruzana, 2010, p. 164
- _____, “Veracruz. La guerra por la
Independencia de México. 1821-1825. Antología de documentos”, México,
Universidad Veracruzana, 2008, p. 46-47
- Rivera Cambas, Manuel, Historia antigua y moderna de
Jalapa y de las revoluciones del Estado de Veracruz. Tomo II, México,
Imprenta de I. Cumplido, 1869, p. 145-146