domingo, 11 de agosto de 2024

La guerra México - EE. UU. La llegada de Juan O'Donojú a Veracruz. Entrega No. 6

 

Por Luis Villanueva

    Tras la derrota del 7 de julio de 1821 en su intento por tomar la realista ciudad de Veracruz, el teniente coronel ahora insurgente, Antonio López de Santa Anna, se replegó al caserío de Santa Fe con lo que quedaban de sus fuerzas. Pero ante su temor de que el mariscal español José Dávila intentara capturar el Puente del Rey o la villa de Xalapa, mandó resguardar el primer punto con una fuerza idónea, para luego dirigirse con el resto de su tropa a Boca del Río y de allí a la villa de Orizaba. Entre tanto, Dávila se dedicó a poner en estado de defensa a la ciudad de Veracruz, haciendo trabajar en ello a los prisioneros capturados durante el ataque de  Santa Anna[1].
    El 16 de julio llegó a Jalapa desde Veracruz el presbítero Pedro Fernández, enviado desde México por Juan Bautista Lobo[2] con algunas cartas de Agustín de Iturbide para Dávila. Fernández había puesto en riesgo su vida al llevar las misivas a la ciudad y puerto, pues a su llegada fue revisado con sumo cuidado en su persona y pertenencias (hasta el forro de la litera en que viajaba le registraron), para ver si llevaba cartas sospechosas. Afortunadamente, la prudencia de Dávila evitó que le sucediera algo serio, teniendo que escoltarlo con tropa hasta la salida de la ciudad después de haber respondido a las cartas. En las misivas, el mariscal respondió al jefe del ejército Trigarante que Veracruz estaba dispuesto a capitular con cualquier otro jefe que no fuera Santa Anna.[3] El desprecio al que había sido su protegido era inocultable. 
    Mientras, estando en Orizaba, el mencionado teniente coronel publicó el 19 de julio una amenazante proclama contra Veracruz, misma que reflejaba su frustración e ira por no haberla podido capturar:

“¡Veracruz! La voz de tu exterminio será desde hoy en adelante el grito de nuestros combatientes al entrar en las batallas: en todas las juntas y senados, el voto de tu ruina se añadirá a todas las deliberaciones. Cartago, de cuya grandeza distas lo mismo que la humilde grama de los excelsos robles, debe ponerte miedo con su memoria. ¡Mejicanos! Cartago nunca ofendió tanto á Roma como Veracruz a Méjico. ¡Sed romanos pues tenéis Escipiones; Dios os protege!” [4] [5]

    Después de permanecer pocos días en Orizaba, Santa Anna se encaminó a Puebla para hablar con Iturbide, quien lo recibió con aprecio y le proporcionó tropas suficientes para poner en estado de sitio la fortaleza de San Carlos, en Perote. Posteriormente, en octubre, el insurgente se dirigió nuevamente a Veracruz, en donde permaneció, intimidante, a la vista de la ciudad, cortando toda la comunicación de la plaza con el exterior.[6] [7]
Antonio López de Santa Anna (1829)
Fuente: Museo Nacional de Historia, INAH

El arribo del brigadier Juan O´Donojú

     A la una y cuarto de la tarde del 30 de julio de 1821, arribaron al puerto de Veracruz 12 buques, entre los que se encontraba el navío Asia, llevando a bordo al Capitán General y Jefe Superior Político[8] de Nueva España, don Juan O´Donojú. Este personaje no desembarcó de inmediato en la ciudad, sino que lo hizo en San Juan de Ulúa el 1 de agosto, permaneciendo allí hasta el 3 de ese mismo mes en que finalmente pasó a la plaza. En ella, fue recibido solemnemente, cantándose  en la parroquia un Te Deum por su llegada. Inmediatamente después juró y tomó posesión de su cargo ante el mariscal José Dávila; esto sin esperar hacer el juramento prescrito en la Constitución ante su antecesor en la ciudad de México, pues le era imposible llegar a causa de los caminos tomados por los insurgentes.[9] [10] [11] Ese mismo día, O’Donojú le escribió al ministro de la Guerra sus impresiones sobre la situación en la Nueva España y Veracruz. De esta última comentó:

    “Esta plaza fue sorprendida el 7 de julio, su gobernador ha remitido y por eso no lo hago yo, el diario de las ocurrencias desde que se avistaron los enemigos hasta que fueron rechazados y batidos, pero se conserva sitiada y repitiéndose los ataques, como es muy de temer, habrá de ceder al fin y perderemos con ella el último asilo que nos queda en estas regiones. ¿Y cómo sostenerla sin guarnición, sin dinero, incomunicada, falta de víveres y menesterosa de toda clase de recursos? Yo he apoyado con el capitán general de la isla de Cuba la solicitud de este gobernador y ayuntamiento que le piden 1 000 o 1 500 soldados; podría también Su Majestad dignarse mandar se trasladasen a este punto las tropas de Venezuela, en donde son absolutamente inútiles (como digo al rey por conducto del secretario de la Gobernación) pero sobre ver las grandes dificultades que ofrece uno y otro, entiendo que todo será esforzarse sin fruto y que los socorros llegarán tarde, suponiendo que aun cuando llegasen a tiempo no hay fuerzas contra un vasto imperio decidido por la libertad y que jura sostenerla a toda costa; al mismo precio defenderé yo esta plaza, y para que me auxilie detengo al navío Asia, cuya guarnición y tripulación desembarcaré cuando convenga, e iguales esfuerzos haré por ver si estos hombres pueden reducirse a un deber, pero el recurso de los papeles y de las negociaciones es inútil cuando no hay ejército  que imponga.” [12]

    Luego lanzó una proclama en donde anunciaba, entre otras cosas, su llegada a los habitantes de la Nueva España:

    “¡Pueblos y ejército! Soy solo y sin fuerzas; no puedo causar ninguna hostilidad: si las noticias que os daré; si las reflexiones que os daré presentes, no os satisfacen; si mi gobierno no llenase nuestros deseos de una manera justa, que merezca la aprobación general y que concilie las ventajas recíprocas que se deben estos habitantes y los de Europa; á la menor señal de disgusto, yo mismo os dejaré tranquilamente elegir el jefe que creáis conveniros, concluyendo ahora con indicaros, que soy vuestro amigo y que os es de la mayor conveniencia suspender los proyectos que habéis emprendido, á lo menos hasta que lleguen de la península, los correos que salgan después de mediados de junio anterior. Quizá esta suspensión que solicito, se considerará por algunos faltos de noticias y poseídos de siniestras intensiones, un ardid que me dé tiempo á esperar fuerzas: este temor es infundado: yo respondo que jamás se verifique, ni sea esta la intención del gobierno paternal que actualmente rige. Si sois dóciles y prudentes, aseguráis vuestra felicidad, en la que el mundo todo se halla interesado.” [13]

    También dirigió otra a los ciudadanos de Veracruz, por motivo de su reciente victoria contra los insurgentes:

    “A los dignos militares y heroicos habitantes de Veracruz.= El capitán general y jefe superior político.= Luego que me encargué ayer del mando militar y político de estas provincias, que el rey se dignó poner a mi cuidado, recibí del general gobernador de la plaza el diario de ocurrencias de ésta, desde el 25 del mes anterior hasta la fecha del parte. Al paso que me instruía de los sucesos, se aumentaban mis sentimientos de admiración, debidos a un valor heróico; me dolía de vuestros sufrimientos, y compadecía á los que siendo nuestros hermanos , por un ESTRAVIO DE SU ACALORADA IMAGINACIÓN, quisieron convertirse en nuestros enemigos, hostilizando a su patria, alterando la tranquilidad pública, ocasionando graves males á aquellos á quienes los unió la religión, la naturaleza y la sociedad con relaciones indestructibles, y atrayendo sobre sí la pena de un arrojo inconsiderado, que pagaron los mas de ellos con la muerte y la falta de libertad.”
            “Aunque antes de pisar la tierra ya empecé á oír el feliz écsito de una defensa singular, la falta de representación pública entre vosotros y de datos positivos, contuve mis deseos de apresurarme á manifestaros mis sentimientos; dejaron de ser estas dificultades, y sobre creer un deber, tengo la mayor satisfacción en daros las gracias mas expresivas en nombre de la nación, el rey constitucional y por mi parte, por los distinguidos servicios que hicisteis á la causa pública; la más completa enhorabuena por el dichoso resultado de vuestros trabajos militares y gloriosa victoria: tributándoos al mismo tiempo los elogios de que sois dignos por vuestro valor, por vuestra disciplina, por vuestro amor al orden, a la conservación de vuestros derechos, y á que conserve sin mancha en la historia el nombre español. ¡Ojalá que la espansión que siente mi alma al recordar vuestras virtudes cívicas, no estuviese acibarada por el profundo dolor que me causa la ceguedad de los que sin objeto legítimo, y sin motivo justo se segregaron de nuestra sociedad, y se declararon nuestros enemigos! Su sangre vertida, manchando el suelo en que vieron la primera luz, es un espectáculo horroroso para todo el que no esté desposeido de todos los sentimientos de humanidad: solo resta para nuestro consuelo el que ellos fueron agresores, que no hicisteis sino defenderos, y que tengo esperanzas de que reducidos y desengañados dentro de poco, volveremos á ser todos amigos, sin que quede ni aun memoria de los fatales anteriores acaecimientos.”
            “Diré al gobierno por el primer correo cuán dignos sois de gratitud, y cuánto os debe la patria; recomendaré á todos y á cada uno de vosotros, y sabrá el mundo, que los jefes, guarnición, milicia y vecindario de Veracruz, así como la marina nacional y mercante que se hallaba en su puerto, todos, todos merecen un lugar distinguido entre los buenos, y preferente entre los bravos y bizarros. Veracruz 4 de agosto de 1821.- Juan O´Donojú.” [14]

            Las proclamas no fueron del agrado de los españoles, por lo que empezaron a murmurar que el brigadier venía vendido a los americanos. Por otra parte, como O´Donojú no podía abandonar la ciudad sin antes entablar tratos con los alzados, el 5 de agosto invitó a Santa Anna a una entrevista, misma que se verificó en la Alameda, lugar situado a extramuros y en la parte sur de la ciudad. En ella, el jefe superior político le propuso que se les permitiría a los oficiales insurgentes la libre entrada a la plaza y que las patrullas rebeldes podrían aproximarse sin ser molestadas, siempre y cuando respondieran “amistad” al cuestionamiento realista de “quién vive”, como finalmente sucedió. También y después del largo sitio, se llegó al acuerdo de abrir el mercado, lo que permitió la entrada y venta de productos de imperiosa necesidad para la población. Por otra parte, el jefe político le dijo al oficial xalapeño que pretendía un tratado con base en las condiciones señaladas en el Plan de Iguala, cosa que agradó a Santa Anna “por ser lo más adecuada a las circunstancias”, pero se abstuvo de entablar compromisos serios, concretándose a decir que lo mejor era que se entendiera con Iturbide. O´Donojú estuvo de acuerdo y Santa Anna se encargó de comunicárselo a su superior, mientras que el realista enviaba a dos comisionados a la ciudad de Puebla, lugar donde se encontraba el jefe del ejército Trigarante, para proponerle una reunión en el sitio donde él indicara, pero que fuera sano. Esto debido a que en esos días reinaba en Veracruz el vómito negro, enfermedad que se había ensañado con la vida de dos de sus sobrinos carnales, los cuales fallecieron con solo dos horas y media de diferencia, además de siete oficiales de su comitiva y un centenar de soldados y grumetes del Asia. También estuvo a punto de morir otra sobrina suya, a la que tuvo que dejar enferma cuando partió de la ciudad primero a la villa de Jalapa y luego a la de Córdoba, lugar en donde había dispuesto Iturbide que se reunieran. Para ello, este último encargó a Santa Anna la mayor de sus atenciones para con el jefe realista y que le acompañara durante el trayecto. O´Donojú estuvo de acuerdo con trasladarse al mencionado lugar y agradeció que el teniente coronel insurgente fuera quien lo escoltara, diciendo mientras señalaba las fortificaciones: Estoy resuelto, nada temo escoltado por el valiente que asaltó esas murallas”.
*****
        Su salida se verificó la tarde del 19 de agosto por la puerta de la Merced, en donde ya le esperaba Santa Anna con una llamativa escolta de caballería.[15] [16] Antes, O´Donojú hizo circular otra proclama a los veracruzanos, en donde explicaba el motivo de la reunión con Iturbide, reconociendo también que esta idea había sido del desagrado de muchos. Por otra parte, encargó la confianza del pueblo al anciano mariscal José Dávila, pidiéndole en repetidas veces que como prueba de buena voluntad, reembarcara cuatrocientos negros de infantería que habían llegado de la Habana para auxiliar a Veracruz, ante el temor de que Santa Anna atacara nuevamente la ciudad. Desafortunadamente, Dávila estaba siendo influenciado por el recién llegado director de ingenieros, Francisco Lemaur y por Primo de Rivera, comandante del Asia, que desaprobaban todo trato con los insurgentes. Esta influencia se reflejó en las temerarias acciones de Dávila para no rendirse a los alzados y defender la ciudad y su fortaleza, tal y como lo muestra una exposición que hicieron llegar al ayuntamiento los vecinos de la ciudad, y que por su interés se reproduce íntegramente:

“Representación del vecindario de Veracruz 
al Escmo. Ayuntamiento constitucional”

     "Escmo. Sr.- Los que suscribimos el presente ocurso, á nombre, y prestando caución por el estado eclesiástico secular y regular, y por todas las demás gerarquías y clases de que se compone el benemérito vecindario de esta ciudad, y en uso de la acción popular que en derecho nos compete, imploramos respetuosamente la protección de este Escimo. ayuntamiento constitucional, en medio de la consternación y amargura en que nos han puesto las disposiciones que ha adaptado el señor gobernador intendente de esta plaza en orden de su defensa.”
         “Son de tal magnitud y tan perniciosas consecuencias, que si la común notoriedad y el testimonio de personas fidedignas, que han oído de su propia boca no lo afirmasen, las calificaríamos de una paradoja; con tanto mayor fundamento, cuanto que á primera vista son incompatibles con su natural humanidad, justificación y lenidad de su carácter. Sin embargo, los hechos lo confirman, y dan lugar a persuadirse, que desde luego han obrado en su recto ánimo las ideas de algunos espíritus inquietos é inflamados, que no han considerado los estragos que necesariamente seguirse de un plan sobremanera violenta y perjudicial.”
      "Este se reduce en sustancia á haber resuelto resistir cualquiera intimación ó ataque de las tropas independientes hasta el último estremo en que le falten los recursos para sostenerse; que en este caso hará volar los baluartes de Concepción y Santiago, para cuyo efecto ya se está minando, retirándose al castillo con el resto de la guarnición, y desde este punto demoler la ciudad con sus fuegos y los del navío Asia, mientras le duren los víveres que haya acopiado en dicha fortaleza; terminando esta catástrofe horrorosa con prevenir su explosión, incendiando los almacenes de pólvora que hay en ella, haciendo antes dar la veta á los buques que haya en el puerto, mandando echar a pique los menos útiles en el canal para que quede enteramente cerrada, y regresando á Europa después de ocasionar tanto cúmulo de desastres.”
     "No tratamos de inculpar las providencias del gobierno en los asuntos militares, agenos de nuestros conocimientos; pero se nos permitirá entrar en consideración de las que tienen un íntimo enlace y conecsion con los intereses públicos, bajo la solemne protesta de que no intentamos en manera alguna faltar al respeto y decoro que por tantos títulos merece tan digno gefe,  sino esclarecer los particulares de que se trata, en cuanto conduzca á comparar los daños con las ventajas que pueden resultar de llevar á efecto el citado plan.”
     “Asientan los políticos y jurisconsultos, que así como el celo impetuoso y ecsaltado se convierte en tiranía, la entereza y el valor degeneran en temeridad y arrojo si esceden los límites de la moderación y de la prudencia: que los pueblos no se hicieron para las autoridades, sino las autoridades para los pueblos; que éstos no deben ser tratados como una manada de corderos, llevándose á impulsos de cayado, de la honda y de la precipitación hasta el matadero, pues que son unas sociedades de hombres racionales y libres, amparados por las leyes; y que cada funcionario público tiene por ellas marcadas por sus facultades, dirigidas todas á la común tranquilidad, seguridad de las personas y bienes de sus subordinados, sin deber escederse de ellas en lo más mínimo , so pena de incurrir en una severa responsabilidad.”
       “De estos luminosos principios se sigue por ajustada ilación, que si el señor gobernador ha jurado y está a su cargo la defensa de esta plaza, hasta aquel punto que permiten la circunstancias y enseña el arte de la guerra, no está en su arbitrio ni depende de su voluntad ofenderla  arruinaría con el castillo de San Juan de Ulúa, entes de consentir en una honrosa y prudente capitulación que salvaría la vida é intereses de sus habitantes. ¿Qué se diría del general de un ejército que habiendo perdido la batalla, mandase degollar su tropa para que no fuese prisionera de sus enemigos? ¿Qué concepto hará el supremo gobierno de la monarquía, de unos hechos que degradarían altamente á la nación, y que atropellan al soberano congreso en la ocasión misma en que se está discutiendo en él la suerte de las Américas? ¿Qué ocasión no se daría a los independientes para graduar de bárbaro semejante atentado, haciendo renacer un odio implacable contra todo europeo, y exponiendo las vidas de los que se hallan bajo su dominio, si fuera capaz de que hollasen las bases de unión y de fraternidad que han proclamado? ¿Cuáles serían los beneficios que redundarían á la matriz en arrasar esta plaza con el castillo y cargar el puerto?  Y por último, ¿qué tremendos serían los cargos que se hiciesen á quien lo determinara, y á cuantos cooperasen á un intento propio Calígulas y Nerones?”
         “Los edificios que comprenden el circuito de esta ciudad con sus templos y obras de fortificación, están graduados por la parte más corta en veinte millones de pesos; se ignora el costo total que ha tenido el castillo; pero calculándolo, que es nada comparativamente, en otros diez millones, serían treinta los que sin mérito ni utilidad de la nación se sacrificarían en el presupuesto caso; dejando á perecer un número considerable de propietarios, cuyos alimentos y los de sus familias dependen de los arrendamientos. Si son los efectos comerciales, van de doce a quince millones los que hay almacenados. ¿Y sería posible embarcarlos é estraerlos en los instantes más críticos y apurados? ¿No quedarían sepultados entre los escombros y ruinas de las casas? ¿Y en quiénes refluiría este daño enorme? En los negociantes pacíficos de la Península.”
        “No es menos entendible que este pueblo se compone en la mayor parte de gente europea. ¿Y habría razón para que sus mismos compatriotas pongan su ecsistencia en tan inminente peligro, así como también la de los patricios, que son igualmente españoles y acreedores a la protección del gobierno? ¿Qué delito hemos cometido para que se nos sentencie á una muerte tan desastrada? No queremos, porque el derecho natural nos incita a conservar la vida, pues aunque la sacrifiquemos, si necesario fuera el bien de la Iglesia y del Estado, no nos conformaríamos en perderla únicamente por un error o capricho. Los atentados del día 25 de mayo del año pasado, que se atribuyeron al mismo pueblo, como otros diferentes, nadie ignora que no fue él quien los promovió sino unos cuantos sugetos, escitados de un celo acalorado e irreflecsivo, y no hay mérito para que paguen seis mil personas lo que hicieron cuatro o seis.”
     "¿No bastan los trabajos, las vigilias, los peligros y las privaciones que desde principios del anterior Junio han experimentado y sufrido con tanta resignación estos moradores, sino aun se trata de que apuren hasta las heces el cáliz de la tribulación y la amargura? ¡Ah, Sr. Escmo…! Las entrañas se conmueven, y si fueran de bronce, se romperían al contemplar las lágrimas, el espanto y el sobresalto en que yacen sumergidas todas las familias, ansiando cada cual por emigrar de esta ciudad, previendo los males que les amenazan, y escarmentados de los sucesos del 7 de Julio. Así que, los pudientes se van trasladando a Jalapa y otras partes, en que se consideran seguros de una escena infausta y desgraciada, y los campos se van llenando de los pobres que huyen del peligro en que se creen, caminando á pié, cargando con sus hijos tiernos, sin tener más albergue que una choza á la sombra de los árboles, ni más sustento que lo poco que hayan podido llevar consigo, expuestos á ser víctimas, como ya lo están siendo, de la intemperie, de las enfermedades y de la indigencia, y ninguno quedará en la plaza dentro de muy poco tiempo, máxime cuando se advierte cualquier aparato de sitio.”
        “Sean no fundados ó infundados estos temores, lo cierto es, se ha dado sobrada causa para ellos, y para que esté el pueblo sobre ascuas viendo tratar á sus vecinos como si fueran unos traidores; no es cordura abusar de su paciencia y tolerancia, y la humanidad y la justicia reclaman imperiosamente que se nos haga entrar en una segurísima confianza capaz de que se concilie el sosiego público, y de que se eviten los gravísimos perjuicios que solo en el amago de semejantes disposiciones están resintiendo estos habitantes, los cuales en tan afligida situación acuden a V. E.  como á su custodio y representante, suplicándole con los conatos de su corazón, que sin pérdida de momento se sirva interponer su mediación con el señor gobernador intendente, y si necesario fuere, elevar nuestros clamores al Escmo. Sr. Capitán general y gefe superior político D. Juan O-Donojú, á fin de que instruidos del lamentable peligroso estado en que se halla esta plaza y sus moradores, tenga a bien tomar una ejecutiva resolución, que nos ponga a salvo de la trágica suerte que nos espera, tan opuesta a las ideas pacíficas y liberales de S. E.; dando asimismo   cuenta al soberano congreso de la arbitrariedad con que se infringe el código constitucional, y de la violencia y ninguna consideración con que son tratados los ciudadanos españoles.”
    “Por tanto, a V. E. rogamos atentamente se digne acceder á nuestra presente solicitud, como corresponde en justicia.”
        “Veracruz 15 de septiembre de 1821.” [17]

[Continuará]


[1] Lucas Alamán, “Historia de Méjico: desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente. Tomo V”, México, Imprenta de J. M. Lara, 1852, pp. 192-193

[2] Una calle de Veracruz lleva su nombre aunque de manera errónea en el apellido: “J. B. Lobos”.

[3] Carlos María Bustamante, “Cuadro Histórico de la revolución mexicana. Tomo V”, México, Imprenta de la calle de los rebeldes número 2, 1840, p. 206

[4] Miguel Lerdo de Tejada, “Apuntes históricos de la heroica ciudad de Veracruz. Tomo II”, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1857, p. 172.

[5] Se piensa que la erudita proclama surgió de la pluma de Carlos María Bustamante.

[6] Ibid., p. 172-173

[7]Alamán, op. cit. p. 268

[8] La Constitución de Cádiz (1812) no permitía el título de Virrey (Título VI, capítulo II, art. 324).

[9] Alamán, op. cit. p. 266

[10] Andrés Cavo, “Los tres siglos de Méjico durante el gobierno español”, Méjico, Imprenta de J. R. Navarro. Editor, 1852, p. 402

[11]Juan Ortiz Escamilla, “Veracruz. La guerra por la Independencia de México. 1821-1825. Antología de documentos”, México, Universidad Veracruzana, 2008, p. 58

[12] Ibid., p. 59

[13]Alamán, op. cit., p. 267-268

[14] Bustamante, op. cit. pp. 222, 223, 224-225

[15] Bustamante, op. cit. p. 226-227

[16] Antonio López de Santa-Anna, “Mi historia militar y política, 1810-1874: Memorias inéditas, México, Librería de la Vda  de de Ch. Bouret, 1905, p. 7

[17] Bustamante, op. cit. p. 238-241

Bibliografía:

  • Alamán, Lucas, “Historia de Méjico: desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente. Tomo V”, México, Imprenta de J. M. Lara, 1852, pp. 192-193
  • Bustamante, Carlos María, “Cuadro Histórico de la revolución mexicana. Tomo V”, México, Imprenta de la calle de los rebeldes número 2, 1840, p. 206
  • Cavo, Andrés, “Los tres siglos de Méjico durante el gobierno español”, Méjico, Imprenta de J. R. Navarro. Editor, 1852, p. 402
  • Lerdo de Tejada, Miguel, “Apuntes históricos de la heroica ciudad de Veracruz. Tomo II”, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1857, p. 172
  • Antonio López de Santa-Anna, “Mi historia militar y política, 1810-1874: Memorias inéditas, México, Librería de la Vda  de de Ch. Bouret, 1905, p. 7
  • Ortiz Escamilla, Juan, “Veracruz. La guerra por la Independencia de México. 1821-1825. Antología de documentos”, México, Universidad Veracruzana, 2008, p. 58