viernes, 1 de noviembre de 2024

La guerra México - EE. UU. El mariscal José Dávila se retira a Ulúa. Entrega No. 7

 



Por Luis Villanueva

    El capitán general y jefe superior político de Nueva España[1] don Juan O´Donojú, partió por la puerta Merced hacia Xalapa el 19 de agosto de 1821. Atrás dejaba la amurallada Veracruz, escoltado por un vistoso contingente insurgente encabezado por el teniente coronel Antonio López de Santa Anna, que tenía la orden de acompañarlo todo el trayecto.[2] De Xalapa pasaron a Córdoba, a donde arribaron la mañana del miércoles 23, misma fecha en la que llegó, pero al anochecer, el jefe del Ejército Trigarante, Agustín de Iturbide, en medio de una pertinaz lluvia; sin embargo, esto no impidió que fuera recibido y ovacionado por la población, que incluso, como muestra de afecto, quitó las mulas de su coche para jalarlo ellos mismos hasta la casa donde pasaría la noche. En el trayecto, Iturbide observó por unos minutos la villa espontáneamente iluminada por los vecinos, mismos que a su vez, hacían difícil su avance debido a que se aglomeraban para verlo de cerca. Ya en su alojamiento, el caudillo pasó a ver a O´Donojú, con quien se fundió en un fuerte abrazo en medio de mutuas muestras de una cordial amistad, para enseguida saludar ceremoniosamente a la señora O´Donojú. Todo a la vista de una nutrida concurrencia que los vitoreaba y aplaudía a la luz de las antorchas. Al día siguiente, fiesta de San Bartolomé, ambos jefes oyeron misa en sus respectivos aposentos, saliendo posteriormente Iturbide en compañía de su secretario, José Domínguez Manzo, para encontrarse con el capitán general español en su alojamiento. Una vez reunidos y antes de empezar a tratar asunto alguno, el insurgente le dijo: “Supuesta la buena fe y armonía con la que nos conducimos en este negocio, supongo que será muy fácil cosa que desatemos el nudo sin romperlo.” Comenzaron entonces a deliberar los puntos que llevaría el tratado, y cuando finalmente llegaron a un acuerdo, lo pasaron a sus respectivos secretarios, presentando Domínguez Manzo la minuta, misma que llevó a O´Donojú quien invariablemente la aprobó, tachando únicamente y de propia mano un par de expresiones que lo elogiaban. Con ello, quedaba listo el Tratado de Córdoba[3], terminando de golpe con tres siglos de dominación española. El tratado en esencia era una confirmación del Plan de Iguala[4], pero con una variación importante: además de convocar al trono del imperio mexicano al rey Fernando VII, en caso de no aceptar o renunciar, se invitaría sucesivamente a dos de sus hermanos y a un sobrino; y si ellos tampoco aceptaran, “…el que las cortes designen”. Con esto, Iturbide abría las puertas para que pudiera aspirar al trono, contraviniendo el punto 4 del Plan de Iguala, que a la letra dice: “Fernando VII, y en sus casos los de su dinastía o de otra reinante, serán los emperadores, para hallarnos con un monarca ya hecho y precaver los atentados funestos de la ambición, algo que finalmente sucedió cuando el jefe Trigarante ascendió al trono[5]. O´Donojú, por su parte, no notó o dio la importancia debida al sutil cambio que dejaba fuera del trono a las casas europeas si los mencionados no lo aceptaban, enviando al día siguiente una copia del tratado al mariscal de campo Francisco Novella, que tenía el mando de Nueva España tras la renuncia obligada del virrey Apodaca.[6] [7] [8]

    Ya con el tratado en sus manos, Novella convocó la mañana del 30 a todas las representaciones de la capital a una junta de guerra, para que le aconsejaran como actuar bajo la difícil situación que estaban pasando. En la discusión, el coronel de ingenieros, Juan Sociats, expresó que O’Donojú carecía de un poder especial para firmar capitulación alguna y que no debía aceptarse esa resolución; por el contrario, que tanto él como sus compañeros estaban resueltos a sostener la legítima dependencia de la España hasta perecer, postura que fue secundada por otros militares más. Hubo también posiciones menos radicales, como la del arzobispo Pascual de Liñán, que a título personal expresó que mientras O’Donojú no fuera a México y se examinaran sus facultades, nada se podría hacer por haber firmado esos papeles.[9]

Las fuerzas realistas abandonan Veracruz y se refugian en Ulúa

    Con la firma del Tratado de Córdoba se pensó que la guerra llegaría a su fin; sin embargo, los jefes realistas en la capital y en la ciudad de Veracruz se negaron a aceptarlo, pues no reconocieron en el Jefe Político, Juan O’Donojú, la autoridad para firmarlo, como se verá a detalle más adelante. Por otra parte, antes de su salida hacia Córdoba, este personaje notó que sus proclamas provocaron molestia entre los comerciantes españoles, viéndose obligado a aclarar que su viaje hacia aquella villa tenía como fin buscar la paz y seguridad para todos. Bajo esta idea, ordenó al anciano mariscal José Dávila, que no permitiera el desembarco de los 400 hombres enviados desde la Habana para reforzar la plaza de Veracruz, instrucción que el 26 de agosto recalcó al también gobernador una vez firmado el tratado, pero con el agregado de que si ya hubieran arribado, los reembarcara y enviara inmediatamente de vuelta a Cuba con todos los auxilios necesarios (so pena de hacerlo responsable en caso de inobservancia), ya que “…lejos de ser útiles serían perjudicialísimas, porque entre otros males producirían el que se dudase de mi buena fe…”. También le aclaró que si aún no hubieran llegado, se enviara una embarcación para interceptarlos e informarles de su decisión, cosa que al gobernador Dávila no le agradó, por lo que lejos de obedecer, se alió con el subinspector de ingenieros y brigadier, Francisco Lemaur y con el comandante del navío Asia, Primo de Rivera, que igualmente estaban en desacuerdo con la firma del tratado y el reembarque de las tropas de auxilio. “…Y no acabo de comprender…”, expresó O’Donojú a Lemaur en una carta fechada el 7 de septiembre, “…Como a la penetración de vuestras mercedes se han escapado mil razones que justifican mi disposición sobre el reembarco de tropas procedentes de la Habana, y muchas más que convencen, no solo de la necesidad de firmar el convenio de Córdoba, sino que este es justo, equitativo y racional. No tiene igual fuerza las que se alegan para desobedecerme en lo primero y repugnar lo segundo”. El 15 de ese mismo mes, los vecinos de Veracruz hicieron llegar un documento al Ayuntamiento, en donde imploraban protección y exponían la “consternación y amargura en que nos han puesto las disposiciones que ha adaptado el señor gobernador intendente de la plaza en orden a su defensa.”[10] Disposiciones de Dávila, que buscaban resistir a cualquier ataque insurgente hasta donde lo permitiesen los recursos de que disponía. Y una vez consumidos estos, volaría los baluartes de Santiago y de la Concepción antes de retirarse a Ulúa con todo y la guarnición, para desde allí bombardear la ciudad en conjunto con los cañones del Asia. En aquel lugar permanecerían mientras tuvieran bastimentos, y luego incendiarían los almacenes de la pólvora, ordenando previamente a todos los barcos que se hicieran a la vela y abandonaran la rada, echando a pique los menos útiles para cerrar con ellos el canal y regresar a Europa una vez ocasionado todo el desastre. El 18, Lemaur le espetó a O’Donojú, por carta, lo siguiente: “En el caso en que nos hallamos vuestra merced fue aquí reconocido con el carácter de capitán general y jefe superior político de Nueva España y mientras no traspasase notablemente las atribuciones que le correspondían, todos en el ejercicio de ellas, le debemos obediencia…Todos sabemos también que vos no tiene facultades para pactar con ellos [con los insurgentes]…más declara virtualmente en su carta a este gobierno que ningunos poderes ha recibido del gobierno de España con este objeto.” Dávila, en  igual fecha también le escribió rechazando los tratados e increpándole, también, su carencia de autoridad para firmarlos: “Luego vos ha firmado lo que entiende que desaprobará el rey, luego obra vos decidido a desobedecerlo. Y en este caso ¿cuál puede ser su derecho para exigir de los demás obediencia?...Digo vanamente, porque la firma de vos no podrá darle valor sino otra  virtud de poder competente que para esto hubiese recibido del gobierno español: y careciendo vos de tal poder, su firma no supone, ni puede suponer, en consecuencia, otra cosa sino su privada y personal adhesión a los principios declarados de la misma independencia, sin que por consiguiente envuelva ninguna obligación para el gobierno de España, ni para ninguno de sus funcionarios y ciudadanos.” Entonces, el mariscal terminó por desconocer al capitán general, resolución que le hizo saber en muy duros términos a través de una misiva fechada el 4 de octubre: “Desde que vuestra excelencia se arrogó de poderes del gobierno la facultad de concluir dicho tratado, y aunque lo hubiera tenido, la de pretender sin la legítima sanción darle cumplimiento, dejé de reconocer a vuestra excelencia no solo por capitán general, más también por ciudadano español, y además le contemplé reo de los mayores atentados contra su patria, donde es seguro que nunca se presentará vuestra excelencia voluntariamente a justificarlos, ni menos a acusarme, por más que la política de su actual situación lo haga afectar lo contrario…Entre tanto, con las fuerzas que tengo defenderé esta plaza contra vuestra excelencia mismo y contra Iturbide, por el gobierno de España por la parte que pueda y hasta apurar los últimos recursos, que son más de los que sabe vuestra excelencia, sin que me muevan sus amenazas, ni sus poco delicadas ofertas de la protección de Iturbide, que miro con indignación y desprecio y sea esta resolución mía la última que le declaro, y este oficio el último papel con que a los suyos contesto.” Quién sabe si el capitán general y jefe político alcanzaría a leer esta respuesta; y si así lo hizo, cuál sería su sentir, pues cayó enfermo de una “pleuresía mortal” que en pocas horas lo llevó a la tumba, a las cinco y media de la tarde del 8 de octubre.[11]

    Así, Dávila optó por abandonar Veracruz y hacerse fuerte en San Juan de Ulúa. Decisión que expresó al ministro de la guerra a través de una carta fechada el día 10: “La consideración, sin embargo, del estado de esta plaza, donde no podía mantenerme con la reducida fuerza que me hallaba, que por las deserciones, y sobre todo por las enfermedades, iba disminuyendo diariamente, me hizo detener estas contestaciones, en que ya se declaraba completamente mi resolución, hasta proveer de víveres el castillo, salvando en él todos los enseres de la plaza, municiones y también artillería, si fuese posible, o la inutilizaba para la seguridad sobre todo de las embarcaciones dentro del puerto…y la cortedad de mi fuerza, manifestarán a vuestra excelencia mi forzosa resolución de retirarme al castillo hasta la llegada del refuerzo que debe conducir mi sucesor, quien con él y la posesión del castillo, podrá, sin dificultad, si lo tuviere conveniente, recobrar la ciudad, no siendo ésta una posición mantenible para el enemigo sin aquella fortaleza.” [12]

    El 11, Iturbide envió un ultimátum a Dávila, en donde en principio le reprocha que no hubiera obedecido las órdenes de O´Donojú, para enseguida agregar: “Es pues llegado el momento en que el gobierno independiente despliegue toda su energía; yo no puedo mirar con ánimo sereno la prolongada obstinación de Veracruz. O abraza esta ciudad el sistema generoso que han proclamado los demás pueblos de Nueva España, o vendrá a ser víctima de su pertinaz resistencia…Cuento (y creo que vuestra señoría no lo ignora) con fuerzas superiores para obrar por mar y tierra. Los veracruzanos, si no desisten de su temeraria oposición se verán reducidos dentro de poco a los últimos apuros, y entonces ¡vive Dios! No habrá lugar a honrosos acomodamientos…El señor coronel D. José Manuel Rincón, comandante de las tropas que marchan sobre esa ciudad va enterado de este oficio y lleva instrucciones y conocimientos para entenderse con vuestra señoría”.[13]

*****

    La madrugada del 26, el coronel Manuel Rincón entró en la ciudad de Veracruz solo con un acompañante, siendo recibido con júbilo por los vecinos. El coronel llegaba invitado por el mariscal Dávila y también incentivado por las positivas respuestas que recibió del ayuntamiento y el consulado por su visita. Durante el día, conferenció en un par de ocasiones con el también gobernador, eludiendo este último entrar en materia con el propósito de formalizar un acuerdo para la entrega de la plaza. Algo que el coronel insurgente tenía planeado exigirle en una nueva entrevista fijada para el día siguiente, además de suspender de inmediato la extracción de artillería y municiones de la plaza que venía haciendo desde días atrás. Sin embargo, temprano en la madrugada, un grupo conformado por vecinos, alcaldes y regidores, se presentaron en su casa para informarle que el jefe español había abandonado sigilosamente la ciudad a las doce de la noche del 26. Ante el temor de los desórdenes que pudieran darse en la plaza por quedarse sin la protección española, el cabildo se vio en la necesidad de conferir interinamente el cargo de jefe político y militar de la plaza a Rincón.[14]

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    En las reuniones con Rincón, Dávila hábilmente evitó comprometerse con algún tipo de acuerdo para la entrega de Veracruz; ganando con ello un poco de tiempo para concretar su traslado al castillo, aunque desafortunadamente para el jefe realista, se vio obligado a clavar, “para la seguridad de todas las embarcaciones del puerto”, las bocas de fuego de los baluartes que no pudo llevarse. Por otra parte, desde el momento en que decidió trasladarse a la fortaleza, almacenó allí municiones, enseres y bastimentos; además de llevarse a los soldados enfermos de los hospitales que pudieron desplazarse y 90 mil pesos de las cajas. Una vez conseguido su propósito, el mariscal desalojó sigilosamente la ciudad la noche mencionada junto con 200 hombres de la guarnición, dejando un oficio al ayuntamiento en donde expresaba su recelo y verificaba la adhesión del vecindario a la causa independista. Ya conocida la noticia, el cabildo pidió a Rincón que se presentara en la sala capitular, lugar donde se encontraba reunido, para acordar las medidas de orden y seguridad que debían seguirse, quedando todo esto por escrito en un acta que el oficial enviaría posteriormente a Iturbide.[15] [16] [17]

    Una vez que el coronel organizó las patrullas y guardias con la milicia cívica y tomó las disposiciones necesarias para la tranquilidad de la ciudad, marchó al campamento de Santa Anna, situado a las afueras de la ciudad con una representación del cabildo. Durante el encuentro, que se dio a las dos de la mañana del 27, se habló de la conveniencia de reunir la división del xalapeño con las de Rincón, emplazadas a extramuros, para entrar juntas a la ciudad. Posteriormente, le acompañaron a la sala capitular, en donde se acordó que al día siguiente, a las nueve de la mañana, Santa Anna entraría a la plaza con sus fuerzas[18]. Sucedido esto, el ayuntamiento juraría fidelidad y lealtad al Imperio mexicano ante el jefe político y militar, para después ir ambos líderes al Te Deum que se habría de cantar. Ya con estos acuerdos, Santa Anna envió un comunicado urgente a su división en Santa Fe, para que se aproximaran a la ciudad, como finalmente sucedió a eso de las 11 de la mañana de este día.[19]

14 de noviembre de 1821. Castillo de San Juan de Ulúa

    El anciano mariscal José Dávila caminó pensativo y con lentitud por un lado de la mesa, como sopesando y puliendo cada palabra y recuerdo que escribiría en las amarillentas hojas, similares a pergaminos, que se encontraban frente a él. Tras un momento más de cavilación, pasó la vista por las frías y carcomidas paredes de su aposento y se sentó en una crujiente silla. Remojó entonces la punta de su pluma en un tintero y empezó a escribir su parte al secretario de guerra: Inició explicando a detalle los motivos que lo llevaron a desalojar Veracruz y refugiarse en Ulúa, entre los que se encontraban la entrega de la capital de Nueva España a Iturbide por O’Donojú, así como su posterior insistencia a que él aceptara el Tratado de Córdoba. También argumentó que la plaza de Veracruz no requería de un gran esfuerzo para ser rendida y que no podía prometer ninguna defensa debido a que su fuerza se reducía a 100 hombres en estado de servicio, resto de la tropa que le enviaron como socorro desde la Habana, pues los demás habían desertado o caído enfermos a causa del mortífero clima y, “…ciertamente su muralla, que no es sino una mala cerca fácilmente accesible por muchos de sus puntos…” También señaló que la milicia cívica, formada principalmente por  los dependientes de los comercios, y que tan dignamente se había comportado en la defensa de la ciudad el pasado 7 de julio, estaba muy reducida y desmoralizada por considerar inútiles sus servicios, al ver su causa comprometida y a O’Donojú unido a Iturbide. Por otra parte, en su texto desmintió y defendió al subinspector de ingenieros Francisco Lemaur y al comandante del Asia, Juan Topete, de haber sido quienes lo convencieron de retirarse al castillo, cuando ambos habían sido buenos consejeros, pero amenazados de muerte en pasquines y anónimos. Luego hizo referencia al encuentro que tuvo con una representación del cabildo pasado el 15 de septiembre; en donde describió que ellos, aunque de forma  respetuosa y moderada, expresaron opiniones que no fueron de su agrado, por lo que “…recordando mis facultades y lo que pedía el honor nacional, reduje al silencio aquellas pretensiones, sin permitir que su discusión pasase adelante, bien para precaver toda exasperación no negué la esperanza de que fueran atendidas”. Igualmente, reconoció que no carecían de fundamento sus argumentos debido a sus duras disposiciones: “…pues se hacían minas en los llamados baluartes, y tenía declarado que los volaría cuando no pudiese prolongar la defensa de la ciudad, y que desde el castillo no permitiría en ella la permanencia de los enemigos aunque de aquí se siguiese en parte su ruina...” Para enseguida aceptar que sus expresiones eran balandronadas encaminadas a disuadir cualquier ataque insurgente y ganar un poco de tiempo: “…más todo esto era puramente ostentable y para imponer al mismo enemigo, obligándole, mientras reunía más fuerza, a que difiriese su ataque, y de esta suerte nos diese el tiempo necesario para los aprestos de la retirada al castillo que era lo que únicamente podía proponerme.”  También admitió que no le fue fácil avituallar y armar a Ulúa, pues careció de manos y medios económicos suficientes para hacerlo, máxime que habían disminuido las entradas de la aduana y que los gastos generados por la llegada de O’Donojú con su oficialidad y todo el personal del navío Asia y de la corbeta Diamante, había dejado a la tesorería exhausta. Con respecto a la tropa Trigarante, no pudo evitar externar su repulsa a la caterva costeña, narrando que también buscaba dilatar algún ataque esperando que llegaran tropas insurgentes regulares de la capital y que fueran estas las que tomaran la plaza “…más bien que las de los llamados jarochos de estas cercanías, milicia irregular, semi bárbara y que no ansiando más que el robo hubieran desolado la ciudad,…” [20]

    Exhorto en su redacción, el viejo soldado continuó con su misiva. Ni los gritos de ordenanza o el sonido de los clarines y cajas de guerra en la plaza de Armas de Ulúa lo distraían. Entre tanto, la tinta corría y las hojas pasaban con fluidez conforme las evocaciones y opiniones surgían impetuosas de su nívea pluma. En siguientes líneas, mostró ser aún poseedor de una gran astucia, que solo los años de experiencia pudieron darle. Narró que un subordinado de Santa Anna de nombre Fabio, encargado del mando en Puente del Rey, envió una carta al comandante de las tropas de la Habana, Juan Rodríguez de la Torre, a quien conocía de anterioridad, para convencerlo de unirse a la causa independentista. Rodríguez, fiel a su causa, mostró el escrito al viejo mariscal, quien a su vez, lo hizo del conocimiento y pidió opinión a Lemaur. Este, escribió entonces una respuesta para el insurgente, en donde supuestamente Rodríguez mostraba interés por unirse a los rebeldes, lo que llevó a que se concretara una reunión con el teniente coronel Santa Anna, una vez que este llegara a los alrededores de Veracruz y en presencia de un capitán suyo de apellido Oliva, jefe de un destacamento que se había mantenido a la expectativa cerca de la plaza. Lemaur entonces respondió con una serie de condiciones para la reunión, instruyendo en repetidas ocasiones a Rodríguez de cómo era la personalidad de Santa Anna. El plan consistió en convencerlo de no realizar, por lo pronto, acción militar alguna, con la esperanza de que más adelante pudiera capturar el castillo con todo y la ciudad. Finalmente se dio la entrevista, en donde Rodríguez se ganó la confianza del militar xalapeño, buscando este aprovechar la fuerza y conocimiento del primero dentro de la ciudad. Mientras esto sucedía y conforme Santa Anna se acercaba a Veracruz, Dávila recibió el 12 de octubre un oficio, junto con otro semejante dirigido al ayuntamiento, en donde el jefe insurgente buscaba generar confianza entre los vecinos, perdida a causa de su anterior forma de actuar contra la ciudad, y aunado a la “clase de tropas” que comandaba. Una vez que llegó a los alrededores de la plaza, pidió a Dávila una reunión a través de un emisario, a la que accedió, llevándose a cabo en una de las puertas de la ciudad. Durante la plática, el Trigarante buscó convencerlo con ofrecimientos, a los que el mariscal fingió tener interés pero con sus dudas, pues no había alguna carta o documento de Iturbide que respaldara las propuestas que le hacía. Santa Anna, eufórico, se comprometió a enviar un expreso a al jefe Trigarante para obtener el papel que confirmara sus dichos, y mientras tanto no haría nada contra la ciudad hasta su retorno. Por su parte, Dávila le pidió que en caso de capitular, para conservar el decoro, lo haría con el ayuntamiento en su representación, a lo que Santa Anna también accedió. Esto trajo para el jefe realista una inesperada ventaja, pues la sola mención de la palabra “capitulación” en un pase de revista realizada a la guardia cívica, junto con un documento que hizo circular Santa Anna, les hizo ver lo absurdo que era su promesa de que se evitarían los robos, pues se permitiría la entrada a una tropa que podría aprovecharse de ellos corriendo el riesgo de un asalto. Esto generó que se desconfiara aún más de los Insurgentes y que no cupiera la duda de que se llevarían a cabo saqueos una vez que la plaza fuera entregada, por lo que estuvieron dispuestos a rechazarla aumentando la guardia de los 80 hombres con que se contaba inicialmente a 300. Cuando llegó la respuesta de Iturbide, Dávila ya estaba en Ulúa, pues todas estas argucias le permitieron ganar el tiempo para concretar su traslado, ya que mantuvo a Santa Anna a la expectativa del 12 al 26 de octubre, en que finalmente el mariscal se embarcó al castillo. Y es que de haber sucedido un ataque, no habría podido oponer casi ninguna resistencia, pues aunque tenía montada la artillería de bajo calibre, no contaba con artilleros para operarlos ni podría sacarlos del Asia. Tampoco podría contar con otro auxilio, por estar enferma gran parte de la tropa o haberla perdido. Además, su comandante tenía la orden de hacerse a la vela para asegurar los caudales embarcados ante cualquier contingencia, como finalmente lo hizo cuatro días antes de que lo hiciera el mariscal. El clima fue otro factor que hizo complicado el traslado al castillo, pues un norte que duró varios días impidió barquear en el muelle para trasladar la artillería y otros efectos de guerra de gran peso, lo que finalmente se consiguió en el intervalo de tiempo mencionado. También resaltó en sus líneas la activa acción del administrador de la Aduana, que con su diligencia pudo cobrar deudas y con ese dinero avitualló la fortaleza, pagó sueldos, entre otros gastos, hasta por 80 mil pesos. Señaló también que podría haberse mantenido por más tiempo en la ciudad, de no haber llegado el coronel Rincón comandando las tropas que contra ella enviaba Iturbide. Como el insurgente se adelantó a su gente, Dávila escribió que le otorgó facilidades para entrar solo a la plaza, a sabiendas que esto excitaría la competencia que había entre él y Santa Anna. No estuvo mal en sus apreciaciones, pues las fuerzas de este último estuvieron inclinadas a combatir a las del primero. Y posiblemente así habría sucedido, de no haber sido por la oportuna llegada de una orden de Iturbide a Rincón, para que incluyera a Santa Anna en las operaciones del sitio. Todo esto lo supo el mariscal por el coronel insurgente, a quien aparentando confianza le dijo que estaba a la espera de la carta de Iturbide y que le preocupaba el avance de su división, ofreciendo Rincón que detendría su marcha hasta saber su decisión final. Finalizó su escrito resaltando y recomendando ampliamente a todos aquellos que de una u otra forma, lo apoyaron en esos difíciles momentos.[21]

    Releyó todo su escrito y tras quedar satisfecho con ello, anexó los documentos en su poder que respaldaban sus dichos. Firmó grácilmente el parte y haciendo un rollo con los papeles, se levantó y salió de su aposento a paso lento pero firme. Afuera, la caída de la noche había provocado que se prendieran las primeras teas que iluminaban con su bamboleante llama, la plaza de Armas. Mientras que al poniente, la mortecina luz del anochecer aún permitía adivinar los contornos de las torres y cúpulas de Veracruz.

Don Manuel Rincón,
Jefe político y militar de la plaza de Veracruz
Fuente: México a través de los siglos. Tomo IV.


[1] La Constitución de Cádiz (1812) no permitía el título de Virrey (Título VI, capítulo II, art. 324).

[2] Ver la entrega No. 6: “La llegada de Juan O´Donojú a Veracruz” en este mismo blog.

[3] Centenario de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, “Tratados de Córdoba”, Secretaría de Cultura-INEHRM,  https://constitucion1917.gob.mx/work/models/Constitucion1917/Resource/263/1/images/Independencia19_1.pdf (consultado el 10 de octubre de 2024)

[4] Centenario de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, “Plan de Iguala”, Secretaría de Cultura-INEHRM, https://www.diputados.gob.mx/Asesor-Legislativo/docs/7.Constituciones/Documentos/h.pdf (consultado el 10 de octubre de 2024)

[5] Alamán relata que desde la entrada de Iturbide a Puebla (2 de agosto de 1821), tras haber capitulado los realistas, “El pueblo se agolpaba para verlo, y habiéndose alojado en el palacio del obispo, tenía que presentarse frecuentemente en el balcón para satisfacer la curiosidad pública…percibiendo algunas voces de viva Agustín I”. Lucas Alamán, “Historia de Méjico…Tomo V”, p. 256-257

[6] Lucas Alamán, “Historia de Méjico: desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente. Parte segunda. Tomo V”, Méjico, Imprenta de J. M. Lara, 1852, p. 273-274

[7] Vicente Riva Palacio, “México a través de los siglos. Tomo tercero. La guerra de independencia”, Espasa y Compañía, editores, Barcelona, 1888, p. 740-741

[8] Carlos María Bustamante, “Cuadro Histórico de la revolución mexicana. Tomo V”, México, Imprenta de la calle de los rebeldes número 2, 1840, p. 231, 241

[9] Ibid,. p. 241

[10]  El documento completo puede ser consultado en la entrega No, 6 de esta misma serie.

[11] Juan Ortiz Escamilla, “Veracruz. La guerra por la Independencia de México. 1821-1825. Antología de documentos”, México, Universidad Veracruzana, 2008, p. 78, 83-85. 87-88, 91 

[12] Ibid,. p. 90-91

[13] Ortiz, op.cit., p. 92-93

[14] Ibid,. p. 93-94

[15] Bustamante, op.cit., p. 205

[16] Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos. Tomo Tercero. La guerra por la Independencia, México, Ballesca y Compañía | Barcelona, Espasa y compañía, editores, 1888, p. 748

[17] Ortiz, op.cit., p. 93

[18] La división de Rincón lo haría hasta el 28.

[19] Ortiz, op.cit., p. 93, 94

[20] Ortiz, op.cit., p. 103

[21] Ibíd., p. 104-107

Fotografía del encabezado: Plaza de Armas de San Juan de Ulúa. Del acervo particular del autor.

Bibliografía

Alamán, Lucas, “Historia de Méjico: desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente. Parte segunda. Tomo V”, Méjico, Imprenta de J. M. Lara, 1852, p. 273-274

Bustamante, Carlos María, “Cuadro Histórico de la revolución mexicana. Tomo V”, México, Imprenta de la calle de los rebeldes número 2, 1840, p. 231, 241

Centenario de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, “Plan de Iguala”, Secretaría de Cultura-INEHRM, https://www.diputados.gob.mx/Asesor-Legislativo/docs/7.Constituciones/Documentos/h.pdf

Centenario de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, “Tratados de Córdoba”, Secretaría de Cultura-INEHRM,  https://constitucion1917.gob.mx/work/models/Constitucion1917/Resource/263/1/images/Independencia19_1.pdf

Ortiz Escamilla, Juan, “Veracruz. La guerra por la Independencia de México. 1821-1825. Antología de documentos”, México, Universidad Veracruzana, 2008, p. 78, 83-85, 87-88, 91-94, 103-107

Riva Palacio, Vicente, “México a través de los siglos. Tomo tercero. La guerra de independencia”, Espasa y Compañía, editores, Barcelona, 1888, p. 740-741

__________­, Vicente, México a través de los siglos. Tomo Cuarto. México Independiente, Espasa y Compañía, editores, Barcelona, 1888, p.  21

domingo, 11 de agosto de 2024

La guerra México - EE. UU. La llegada de Juan O'Donojú a Veracruz. Entrega No. 6

 

Por Luis Villanueva

    Tras la derrota del 7 de julio de 1821 en su intento por tomar la realista ciudad de Veracruz, el teniente coronel ahora insurgente, Antonio López de Santa Anna, se replegó al caserío de Santa Fe con lo que quedaban de sus fuerzas. Pero ante su temor de que el mariscal español José Dávila intentara capturar el Puente del Rey o la villa de Xalapa, mandó resguardar el primer punto con una fuerza idónea, para luego dirigirse con el resto de su tropa a Boca del Río y de allí a la villa de Orizaba. Entre tanto, Dávila se dedicó a poner en estado de defensa a la ciudad de Veracruz, haciendo trabajar en ello a los prisioneros capturados durante el ataque de  Santa Anna[1].
    El 16 de julio llegó a Jalapa desde Veracruz el presbítero Pedro Fernández, enviado desde México por Juan Bautista Lobo[2] con algunas cartas de Agustín de Iturbide para Dávila. Fernández había puesto en riesgo su vida al llevar las misivas a la ciudad y puerto, pues a su llegada fue revisado con sumo cuidado en su persona y pertenencias (hasta el forro de la litera en que viajaba le registraron), para ver si llevaba cartas sospechosas. Afortunadamente, la prudencia de Dávila evitó que le sucediera algo serio, teniendo que escoltarlo con tropa hasta la salida de la ciudad después de haber respondido a las cartas. En las misivas, el mariscal respondió al jefe del ejército Trigarante que Veracruz estaba dispuesto a capitular con cualquier otro jefe que no fuera Santa Anna.[3] El desprecio al que había sido su protegido era inocultable. 
    Mientras, estando en Orizaba, el mencionado teniente coronel publicó el 19 de julio una amenazante proclama contra Veracruz, misma que reflejaba su frustración e ira por no haberla podido capturar:

“¡Veracruz! La voz de tu exterminio será desde hoy en adelante el grito de nuestros combatientes al entrar en las batallas: en todas las juntas y senados, el voto de tu ruina se añadirá a todas las deliberaciones. Cartago, de cuya grandeza distas lo mismo que la humilde grama de los excelsos robles, debe ponerte miedo con su memoria. ¡Mejicanos! Cartago nunca ofendió tanto á Roma como Veracruz a Méjico. ¡Sed romanos pues tenéis Escipiones; Dios os protege!” [4] [5]

    Después de permanecer pocos días en Orizaba, Santa Anna se encaminó a Puebla para hablar con Iturbide, quien lo recibió con aprecio y le proporcionó tropas suficientes para poner en estado de sitio la fortaleza de San Carlos, en Perote. Posteriormente, en octubre, el insurgente se dirigió nuevamente a Veracruz, en donde permaneció, intimidante, a la vista de la ciudad, cortando toda la comunicación de la plaza con el exterior.[6] [7]
Antonio López de Santa Anna (1829)
Fuente: Museo Nacional de Historia, INAH

El arribo del brigadier Juan O´Donojú

     A la una y cuarto de la tarde del 30 de julio de 1821, arribaron al puerto de Veracruz 12 buques, entre los que se encontraba el navío Asia, llevando a bordo al Capitán General y Jefe Superior Político[8] de Nueva España, don Juan O´Donojú. Este personaje no desembarcó de inmediato en la ciudad, sino que lo hizo en San Juan de Ulúa el 1 de agosto, permaneciendo allí hasta el 3 de ese mismo mes en que finalmente pasó a la plaza. En ella, fue recibido solemnemente, cantándose  en la parroquia un Te Deum por su llegada. Inmediatamente después juró y tomó posesión de su cargo ante el mariscal José Dávila; esto sin esperar hacer el juramento prescrito en la Constitución ante su antecesor en la ciudad de México, pues le era imposible llegar a causa de los caminos tomados por los insurgentes.[9] [10] [11] Ese mismo día, O’Donojú le escribió al ministro de la Guerra sus impresiones sobre la situación en la Nueva España y Veracruz. De esta última comentó:

    “Esta plaza fue sorprendida el 7 de julio, su gobernador ha remitido y por eso no lo hago yo, el diario de las ocurrencias desde que se avistaron los enemigos hasta que fueron rechazados y batidos, pero se conserva sitiada y repitiéndose los ataques, como es muy de temer, habrá de ceder al fin y perderemos con ella el último asilo que nos queda en estas regiones. ¿Y cómo sostenerla sin guarnición, sin dinero, incomunicada, falta de víveres y menesterosa de toda clase de recursos? Yo he apoyado con el capitán general de la isla de Cuba la solicitud de este gobernador y ayuntamiento que le piden 1 000 o 1 500 soldados; podría también Su Majestad dignarse mandar se trasladasen a este punto las tropas de Venezuela, en donde son absolutamente inútiles (como digo al rey por conducto del secretario de la Gobernación) pero sobre ver las grandes dificultades que ofrece uno y otro, entiendo que todo será esforzarse sin fruto y que los socorros llegarán tarde, suponiendo que aun cuando llegasen a tiempo no hay fuerzas contra un vasto imperio decidido por la libertad y que jura sostenerla a toda costa; al mismo precio defenderé yo esta plaza, y para que me auxilie detengo al navío Asia, cuya guarnición y tripulación desembarcaré cuando convenga, e iguales esfuerzos haré por ver si estos hombres pueden reducirse a un deber, pero el recurso de los papeles y de las negociaciones es inútil cuando no hay ejército  que imponga.” [12]

    Luego lanzó una proclama en donde anunciaba, entre otras cosas, su llegada a los habitantes de la Nueva España:

    “¡Pueblos y ejército! Soy solo y sin fuerzas; no puedo causar ninguna hostilidad: si las noticias que os daré; si las reflexiones que os daré presentes, no os satisfacen; si mi gobierno no llenase nuestros deseos de una manera justa, que merezca la aprobación general y que concilie las ventajas recíprocas que se deben estos habitantes y los de Europa; á la menor señal de disgusto, yo mismo os dejaré tranquilamente elegir el jefe que creáis conveniros, concluyendo ahora con indicaros, que soy vuestro amigo y que os es de la mayor conveniencia suspender los proyectos que habéis emprendido, á lo menos hasta que lleguen de la península, los correos que salgan después de mediados de junio anterior. Quizá esta suspensión que solicito, se considerará por algunos faltos de noticias y poseídos de siniestras intensiones, un ardid que me dé tiempo á esperar fuerzas: este temor es infundado: yo respondo que jamás se verifique, ni sea esta la intención del gobierno paternal que actualmente rige. Si sois dóciles y prudentes, aseguráis vuestra felicidad, en la que el mundo todo se halla interesado.” [13]

    También dirigió otra a los ciudadanos de Veracruz, por motivo de su reciente victoria contra los insurgentes:

    “A los dignos militares y heroicos habitantes de Veracruz.= El capitán general y jefe superior político.= Luego que me encargué ayer del mando militar y político de estas provincias, que el rey se dignó poner a mi cuidado, recibí del general gobernador de la plaza el diario de ocurrencias de ésta, desde el 25 del mes anterior hasta la fecha del parte. Al paso que me instruía de los sucesos, se aumentaban mis sentimientos de admiración, debidos a un valor heróico; me dolía de vuestros sufrimientos, y compadecía á los que siendo nuestros hermanos , por un ESTRAVIO DE SU ACALORADA IMAGINACIÓN, quisieron convertirse en nuestros enemigos, hostilizando a su patria, alterando la tranquilidad pública, ocasionando graves males á aquellos á quienes los unió la religión, la naturaleza y la sociedad con relaciones indestructibles, y atrayendo sobre sí la pena de un arrojo inconsiderado, que pagaron los mas de ellos con la muerte y la falta de libertad.”
            “Aunque antes de pisar la tierra ya empecé á oír el feliz écsito de una defensa singular, la falta de representación pública entre vosotros y de datos positivos, contuve mis deseos de apresurarme á manifestaros mis sentimientos; dejaron de ser estas dificultades, y sobre creer un deber, tengo la mayor satisfacción en daros las gracias mas expresivas en nombre de la nación, el rey constitucional y por mi parte, por los distinguidos servicios que hicisteis á la causa pública; la más completa enhorabuena por el dichoso resultado de vuestros trabajos militares y gloriosa victoria: tributándoos al mismo tiempo los elogios de que sois dignos por vuestro valor, por vuestra disciplina, por vuestro amor al orden, a la conservación de vuestros derechos, y á que conserve sin mancha en la historia el nombre español. ¡Ojalá que la espansión que siente mi alma al recordar vuestras virtudes cívicas, no estuviese acibarada por el profundo dolor que me causa la ceguedad de los que sin objeto legítimo, y sin motivo justo se segregaron de nuestra sociedad, y se declararon nuestros enemigos! Su sangre vertida, manchando el suelo en que vieron la primera luz, es un espectáculo horroroso para todo el que no esté desposeido de todos los sentimientos de humanidad: solo resta para nuestro consuelo el que ellos fueron agresores, que no hicisteis sino defenderos, y que tengo esperanzas de que reducidos y desengañados dentro de poco, volveremos á ser todos amigos, sin que quede ni aun memoria de los fatales anteriores acaecimientos.”
            “Diré al gobierno por el primer correo cuán dignos sois de gratitud, y cuánto os debe la patria; recomendaré á todos y á cada uno de vosotros, y sabrá el mundo, que los jefes, guarnición, milicia y vecindario de Veracruz, así como la marina nacional y mercante que se hallaba en su puerto, todos, todos merecen un lugar distinguido entre los buenos, y preferente entre los bravos y bizarros. Veracruz 4 de agosto de 1821.- Juan O´Donojú.” [14]

            Las proclamas no fueron del agrado de los españoles, por lo que empezaron a murmurar que el brigadier venía vendido a los americanos. Por otra parte, como O´Donojú no podía abandonar la ciudad sin antes entablar tratos con los alzados, el 5 de agosto invitó a Santa Anna a una entrevista, misma que se verificó en la Alameda, lugar situado a extramuros y en la parte sur de la ciudad. En ella, el jefe superior político le propuso que se les permitiría a los oficiales insurgentes la libre entrada a la plaza y que las patrullas rebeldes podrían aproximarse sin ser molestadas, siempre y cuando respondieran “amistad” al cuestionamiento realista de “quién vive”, como finalmente sucedió. También y después del largo sitio, se llegó al acuerdo de abrir el mercado, lo que permitió la entrada y venta de productos de imperiosa necesidad para la población. Por otra parte, el jefe político le dijo al oficial xalapeño que pretendía un tratado con base en las condiciones señaladas en el Plan de Iguala, cosa que agradó a Santa Anna “por ser lo más adecuada a las circunstancias”, pero se abstuvo de entablar compromisos serios, concretándose a decir que lo mejor era que se entendiera con Iturbide. O´Donojú estuvo de acuerdo y Santa Anna se encargó de comunicárselo a su superior, mientras que el realista enviaba a dos comisionados a la ciudad de Puebla, lugar donde se encontraba el jefe del ejército Trigarante, para proponerle una reunión en el sitio donde él indicara, pero que fuera sano. Esto debido a que en esos días reinaba en Veracruz el vómito negro, enfermedad que se había ensañado con la vida de dos de sus sobrinos carnales, los cuales fallecieron con solo dos horas y media de diferencia, además de siete oficiales de su comitiva y un centenar de soldados y grumetes del Asia. También estuvo a punto de morir otra sobrina suya, a la que tuvo que dejar enferma cuando partió de la ciudad primero a la villa de Jalapa y luego a la de Córdoba, lugar en donde había dispuesto Iturbide que se reunieran. Para ello, este último encargó a Santa Anna la mayor de sus atenciones para con el jefe realista y que le acompañara durante el trayecto. O´Donojú estuvo de acuerdo con trasladarse al mencionado lugar y agradeció que el teniente coronel insurgente fuera quien lo escoltara, diciendo mientras señalaba las fortificaciones: Estoy resuelto, nada temo escoltado por el valiente que asaltó esas murallas”.
*****
        Su salida se verificó la tarde del 19 de agosto por la puerta de la Merced, en donde ya le esperaba Santa Anna con una llamativa escolta de caballería.[15] [16] Antes, O´Donojú hizo circular otra proclama a los veracruzanos, en donde explicaba el motivo de la reunión con Iturbide, reconociendo también que esta idea había sido del desagrado de muchos. Por otra parte, encargó la confianza del pueblo al anciano mariscal José Dávila, pidiéndole en repetidas veces que como prueba de buena voluntad, reembarcara cuatrocientos negros de infantería que habían llegado de la Habana para auxiliar a Veracruz, ante el temor de que Santa Anna atacara nuevamente la ciudad. Desafortunadamente, Dávila estaba siendo influenciado por el recién llegado director de ingenieros, Francisco Lemaur y por Primo de Rivera, comandante del Asia, que desaprobaban todo trato con los insurgentes. Esta influencia se reflejó en las temerarias acciones de Dávila para no rendirse a los alzados y defender la ciudad y su fortaleza, tal y como lo muestra una exposición que hicieron llegar al ayuntamiento los vecinos de la ciudad, y que por su interés se reproduce íntegramente:

“Representación del vecindario de Veracruz 
al Escmo. Ayuntamiento constitucional”

     "Escmo. Sr.- Los que suscribimos el presente ocurso, á nombre, y prestando caución por el estado eclesiástico secular y regular, y por todas las demás gerarquías y clases de que se compone el benemérito vecindario de esta ciudad, y en uso de la acción popular que en derecho nos compete, imploramos respetuosamente la protección de este Escimo. ayuntamiento constitucional, en medio de la consternación y amargura en que nos han puesto las disposiciones que ha adaptado el señor gobernador intendente de esta plaza en orden de su defensa.”
         “Son de tal magnitud y tan perniciosas consecuencias, que si la común notoriedad y el testimonio de personas fidedignas, que han oído de su propia boca no lo afirmasen, las calificaríamos de una paradoja; con tanto mayor fundamento, cuanto que á primera vista son incompatibles con su natural humanidad, justificación y lenidad de su carácter. Sin embargo, los hechos lo confirman, y dan lugar a persuadirse, que desde luego han obrado en su recto ánimo las ideas de algunos espíritus inquietos é inflamados, que no han considerado los estragos que necesariamente seguirse de un plan sobremanera violenta y perjudicial.”
      "Este se reduce en sustancia á haber resuelto resistir cualquiera intimación ó ataque de las tropas independientes hasta el último estremo en que le falten los recursos para sostenerse; que en este caso hará volar los baluartes de Concepción y Santiago, para cuyo efecto ya se está minando, retirándose al castillo con el resto de la guarnición, y desde este punto demoler la ciudad con sus fuegos y los del navío Asia, mientras le duren los víveres que haya acopiado en dicha fortaleza; terminando esta catástrofe horrorosa con prevenir su explosión, incendiando los almacenes de pólvora que hay en ella, haciendo antes dar la veta á los buques que haya en el puerto, mandando echar a pique los menos útiles en el canal para que quede enteramente cerrada, y regresando á Europa después de ocasionar tanto cúmulo de desastres.”
     "No tratamos de inculpar las providencias del gobierno en los asuntos militares, agenos de nuestros conocimientos; pero se nos permitirá entrar en consideración de las que tienen un íntimo enlace y conecsion con los intereses públicos, bajo la solemne protesta de que no intentamos en manera alguna faltar al respeto y decoro que por tantos títulos merece tan digno gefe,  sino esclarecer los particulares de que se trata, en cuanto conduzca á comparar los daños con las ventajas que pueden resultar de llevar á efecto el citado plan.”
     “Asientan los políticos y jurisconsultos, que así como el celo impetuoso y ecsaltado se convierte en tiranía, la entereza y el valor degeneran en temeridad y arrojo si esceden los límites de la moderación y de la prudencia: que los pueblos no se hicieron para las autoridades, sino las autoridades para los pueblos; que éstos no deben ser tratados como una manada de corderos, llevándose á impulsos de cayado, de la honda y de la precipitación hasta el matadero, pues que son unas sociedades de hombres racionales y libres, amparados por las leyes; y que cada funcionario público tiene por ellas marcadas por sus facultades, dirigidas todas á la común tranquilidad, seguridad de las personas y bienes de sus subordinados, sin deber escederse de ellas en lo más mínimo , so pena de incurrir en una severa responsabilidad.”
       “De estos luminosos principios se sigue por ajustada ilación, que si el señor gobernador ha jurado y está a su cargo la defensa de esta plaza, hasta aquel punto que permiten la circunstancias y enseña el arte de la guerra, no está en su arbitrio ni depende de su voluntad ofenderla  arruinaría con el castillo de San Juan de Ulúa, entes de consentir en una honrosa y prudente capitulación que salvaría la vida é intereses de sus habitantes. ¿Qué se diría del general de un ejército que habiendo perdido la batalla, mandase degollar su tropa para que no fuese prisionera de sus enemigos? ¿Qué concepto hará el supremo gobierno de la monarquía, de unos hechos que degradarían altamente á la nación, y que atropellan al soberano congreso en la ocasión misma en que se está discutiendo en él la suerte de las Américas? ¿Qué ocasión no se daría a los independientes para graduar de bárbaro semejante atentado, haciendo renacer un odio implacable contra todo europeo, y exponiendo las vidas de los que se hallan bajo su dominio, si fuera capaz de que hollasen las bases de unión y de fraternidad que han proclamado? ¿Cuáles serían los beneficios que redundarían á la matriz en arrasar esta plaza con el castillo y cargar el puerto?  Y por último, ¿qué tremendos serían los cargos que se hiciesen á quien lo determinara, y á cuantos cooperasen á un intento propio Calígulas y Nerones?”
         “Los edificios que comprenden el circuito de esta ciudad con sus templos y obras de fortificación, están graduados por la parte más corta en veinte millones de pesos; se ignora el costo total que ha tenido el castillo; pero calculándolo, que es nada comparativamente, en otros diez millones, serían treinta los que sin mérito ni utilidad de la nación se sacrificarían en el presupuesto caso; dejando á perecer un número considerable de propietarios, cuyos alimentos y los de sus familias dependen de los arrendamientos. Si son los efectos comerciales, van de doce a quince millones los que hay almacenados. ¿Y sería posible embarcarlos é estraerlos en los instantes más críticos y apurados? ¿No quedarían sepultados entre los escombros y ruinas de las casas? ¿Y en quiénes refluiría este daño enorme? En los negociantes pacíficos de la Península.”
        “No es menos entendible que este pueblo se compone en la mayor parte de gente europea. ¿Y habría razón para que sus mismos compatriotas pongan su ecsistencia en tan inminente peligro, así como también la de los patricios, que son igualmente españoles y acreedores a la protección del gobierno? ¿Qué delito hemos cometido para que se nos sentencie á una muerte tan desastrada? No queremos, porque el derecho natural nos incita a conservar la vida, pues aunque la sacrifiquemos, si necesario fuera el bien de la Iglesia y del Estado, no nos conformaríamos en perderla únicamente por un error o capricho. Los atentados del día 25 de mayo del año pasado, que se atribuyeron al mismo pueblo, como otros diferentes, nadie ignora que no fue él quien los promovió sino unos cuantos sugetos, escitados de un celo acalorado e irreflecsivo, y no hay mérito para que paguen seis mil personas lo que hicieron cuatro o seis.”
     "¿No bastan los trabajos, las vigilias, los peligros y las privaciones que desde principios del anterior Junio han experimentado y sufrido con tanta resignación estos moradores, sino aun se trata de que apuren hasta las heces el cáliz de la tribulación y la amargura? ¡Ah, Sr. Escmo…! Las entrañas se conmueven, y si fueran de bronce, se romperían al contemplar las lágrimas, el espanto y el sobresalto en que yacen sumergidas todas las familias, ansiando cada cual por emigrar de esta ciudad, previendo los males que les amenazan, y escarmentados de los sucesos del 7 de Julio. Así que, los pudientes se van trasladando a Jalapa y otras partes, en que se consideran seguros de una escena infausta y desgraciada, y los campos se van llenando de los pobres que huyen del peligro en que se creen, caminando á pié, cargando con sus hijos tiernos, sin tener más albergue que una choza á la sombra de los árboles, ni más sustento que lo poco que hayan podido llevar consigo, expuestos á ser víctimas, como ya lo están siendo, de la intemperie, de las enfermedades y de la indigencia, y ninguno quedará en la plaza dentro de muy poco tiempo, máxime cuando se advierte cualquier aparato de sitio.”
        “Sean no fundados ó infundados estos temores, lo cierto es, se ha dado sobrada causa para ellos, y para que esté el pueblo sobre ascuas viendo tratar á sus vecinos como si fueran unos traidores; no es cordura abusar de su paciencia y tolerancia, y la humanidad y la justicia reclaman imperiosamente que se nos haga entrar en una segurísima confianza capaz de que se concilie el sosiego público, y de que se eviten los gravísimos perjuicios que solo en el amago de semejantes disposiciones están resintiendo estos habitantes, los cuales en tan afligida situación acuden a V. E.  como á su custodio y representante, suplicándole con los conatos de su corazón, que sin pérdida de momento se sirva interponer su mediación con el señor gobernador intendente, y si necesario fuere, elevar nuestros clamores al Escmo. Sr. Capitán general y gefe superior político D. Juan O-Donojú, á fin de que instruidos del lamentable peligroso estado en que se halla esta plaza y sus moradores, tenga a bien tomar una ejecutiva resolución, que nos ponga a salvo de la trágica suerte que nos espera, tan opuesta a las ideas pacíficas y liberales de S. E.; dando asimismo   cuenta al soberano congreso de la arbitrariedad con que se infringe el código constitucional, y de la violencia y ninguna consideración con que son tratados los ciudadanos españoles.”
    “Por tanto, a V. E. rogamos atentamente se digne acceder á nuestra presente solicitud, como corresponde en justicia.”
        “Veracruz 15 de septiembre de 1821.” [17]

[Continuará]


[1] Lucas Alamán, “Historia de Méjico: desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente. Tomo V”, México, Imprenta de J. M. Lara, 1852, pp. 192-193

[2] Una calle de Veracruz lleva su nombre aunque de manera errónea en el apellido: “J. B. Lobos”.

[3] Carlos María Bustamante, “Cuadro Histórico de la revolución mexicana. Tomo V”, México, Imprenta de la calle de los rebeldes número 2, 1840, p. 206

[4] Miguel Lerdo de Tejada, “Apuntes históricos de la heroica ciudad de Veracruz. Tomo II”, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1857, p. 172.

[5] Se piensa que la erudita proclama surgió de la pluma de Carlos María Bustamante.

[6] Ibid., p. 172-173

[7]Alamán, op. cit. p. 268

[8] La Constitución de Cádiz (1812) no permitía el título de Virrey (Título VI, capítulo II, art. 324).

[9] Alamán, op. cit. p. 266

[10] Andrés Cavo, “Los tres siglos de Méjico durante el gobierno español”, Méjico, Imprenta de J. R. Navarro. Editor, 1852, p. 402

[11]Juan Ortiz Escamilla, “Veracruz. La guerra por la Independencia de México. 1821-1825. Antología de documentos”, México, Universidad Veracruzana, 2008, p. 58

[12] Ibid., p. 59

[13]Alamán, op. cit., p. 267-268

[14] Bustamante, op. cit. pp. 222, 223, 224-225

[15] Bustamante, op. cit. p. 226-227

[16] Antonio López de Santa-Anna, “Mi historia militar y política, 1810-1874: Memorias inéditas, México, Librería de la Vda  de de Ch. Bouret, 1905, p. 7

[17] Bustamante, op. cit. p. 238-241

Bibliografía:

  • Alamán, Lucas, “Historia de Méjico: desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente. Tomo V”, México, Imprenta de J. M. Lara, 1852, pp. 192-193
  • Bustamante, Carlos María, “Cuadro Histórico de la revolución mexicana. Tomo V”, México, Imprenta de la calle de los rebeldes número 2, 1840, p. 206
  • Cavo, Andrés, “Los tres siglos de Méjico durante el gobierno español”, Méjico, Imprenta de J. R. Navarro. Editor, 1852, p. 402
  • Lerdo de Tejada, Miguel, “Apuntes históricos de la heroica ciudad de Veracruz. Tomo II”, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1857, p. 172
  • Antonio López de Santa-Anna, “Mi historia militar y política, 1810-1874: Memorias inéditas, México, Librería de la Vda  de de Ch. Bouret, 1905, p. 7
  • Ortiz Escamilla, Juan, “Veracruz. La guerra por la Independencia de México. 1821-1825. Antología de documentos”, México, Universidad Veracruzana, 2008, p. 58


domingo, 21 de abril de 2024

¿Falleció Aurelio Monfort en la esquina de Morelos y Lerdo?

 


Por Luis Villanueva

    "Alrededor de las  11:20 am del 21 de abril de 1914, cerca de 700 hombres entre marinos y bluejackets norteamericanos están próximos a avanzar, desde el muelle 4, con dirección a la Estación y Hotel Terminal. A las 11:30 am los yanquis han iniciado su avance. Lo hacen en columnas de dos. Al entrar en Montesinos, se dividen en dos mangas: Unos toman la Estación y Hotel Terminal sin encontrar resistencia. La otra sección, formada por un grupo de aproximadamente 60 bluejackets, tiene como primer objetivo el edificio de Correos y Telégrafo situado sobre la calle de Marina Mercante. A las 11:50 am, los marinos han asegurado el Hotel y Estación Terminal, los patios de ferrocarril, la casa redonda, la planta de poder, el consulado americano y la casa de cable. Sobre la calle de Marina Mercante, el grupo de bluejackets capturan el edifico de correo y telégrafo, en donde ponen guardia afuera y adentro del edificio y se preparan para recorrer los 200 m que los separa de su siguiente objetivo: el edificio de la aduana. 11:55 am. Los bluejackets han iniciado su avance hacia este último punto. Un gendarme, Aurelio Monfort, los observa desde la esquina de Morelos y Emparan. Saca su pistola de cargo y suelta un único tiro en contra de ellos. El disparo de Monfort marca el inicio de uno de los momentos más álgidos para los yanquis: La toma de la aduana. La Defensa del Puerto de Veracruz ha iniciado. ¡Una lluvia de fuego y plomo se deja caer sobre los jackies que van avanzando! Después de hacer una descarga cerrada sobre Monfort ciudadanos, gendarmes y soldados disparan desde el Faro Juárez sobre los invasores. Igualmente se ven fogonazos desde los techos, balcones, cuartos superiores del Hotel Oriente y calles que desembocan a la plaza de la aduana…"

*****
    El anterior texto lo publiqué el 21 de abril de 2014, considerando mi hipótesis que el gendarme Aurelio Monfort no falleció en la esquina de Lerdo y Zaragoza, como la tradición lo indica (hay allí una placa recordando el hecho), sino en Morelos y Emparan o acaso, en Morelos y Montesinos (idea mencionada por Paco Píldora, según ha comentado Ricardo Cañas Montalvo). Pero ¿de dónde surge la versión de que el gendarme murió en el primer punto? La idea podría haber nacido de la pluma del entonces teniente coronel Manuel Contreras, uno de los principales defensores de la ciudad de Veracruz, quien en sus “Apuntes” sobre el 21 de abril escribió con respecto a Monfort:

    “Aurelio Monfort.- Gendarme municipal, Murió heroicamente en la esquina de Lerdo y Morelos donde se encontraba de servicio en los momentos en que vió salir de los patios de la aduana a las primeras columnas de soldados norteamericanos. Monfort inmediatamente empuñó su pistola y comenzó a disparar sobre los invasores, quienes al verse atacados por el policía, le hicieron una descarga cerrada y lo acribillaron materialmente a balazos.”
    “A no dudarlo, este heroico gendarme fue el primero que disparó contra el enemigo y el primero en morir por la Patria a mano de los invasores. El cuerpo de este patriota quedó tirado con la cabeza sobre la banqueta correspondiente a “La Flor de Lis”, siendo recogido hasta el día 22 a las tres de la tarde en compañía de otros buenos mexicanos que murieron el día 21 y que fueron enterrados en número de dieciocho en una zanja que se abrió en playa Norte.”[1]

     Sin embargo, no es el único documento en donde el coronel plasma sus impresiones con respecto al gendarme, pues en otro expuso lo siguiente:

    “MANUEL CONTRERAS, Coronel del extinto Ejército Federal CERTIFICA: Que siendo Teniente Coronel de Infantería, y Jefe de la Prisión Militar de esta Plaza y de la de Ulúa, el día 21, de abril de 1914, al desembarcar las fuerzas americanas en este puerto con un grupo de paisanos voluntarios y otros presos rayados, concurrió a combatirlos ocupando el portal de la Parroquia y bóvedas de la misma y pudo ver personalmente que el Gendarme Municipal AURELIO MONFORT salió de su cuartel del Palacio Municipal armado de una carabina Mausser y poco después del medio día le dieron cuenta que acababa de ser muerto por los americanos, y cuyo cadáver se encontraba tirado en la esquina de Zaragoza frente a la cantina “La Flor de Lis” y como este lugar estaba ya ocupado por tropas americanas, fue imposible recogerlo; sabiendo más tarde que fue enterrado con otros compañeros muertos el día 22, del mismo mes en la Playa Norte, a donde hoy existe un monumento a los Héroes Anónimos.”

    “Que a pedimento de su señora esposa Soledad Medina viuda, extiende el presente, como un acto de justicia para lo que a bien convenga a la interesada, en Veracruz, a veintiocho de febrero de mil novecientos veintidós.”
    “El Coronel retirado.- Manuel Contreras. Rúbrica.”
    “Es copia fiel de su original”.[2]

  En este certificado, escrito casi ocho años más tarde, Contreras es más personal en sus observaciones, a diferencia del primero en donde pudo haber tomado alguna versión o parte militar que le dieron inicialmente. Así, por ejemplo, él da fe que vio salir a Monfort de su cuartel con una máuser, cuando en sus “Apuntes” indica que “empuñó su pistola y comenzó a disparar sobre los invasores”. Lo coincidente en ambos documentos es que el gendarme murió en “La Flor de Lis”. Pero independientemente de lo mencionado, es importante señalar que no se debe juzgar al coronel por haber dado dos versiones de una misma historia. Finalmente, él solo se basó en los informes, muchos de ellos erróneos o confusos, que recibía en medio de la trifulca o conoció posteriormente. Además, hay evidencia documental de que varios gendarmes hicieron fuego desde la mencionada negociación, como lo indica el siguiente fragmento de una nota de periódico:

    “Los gendarmes que se hallaban en la Jefatura Política y en la Inspección de Policía[3] se habían aprestado a la defensa ¿de orden de quién? No lo sabemos, pero es un hecho que varios de ellos rompieron el fuego en la esquina de Lerdo y Zaragoza contra los americanos que venían de la plaza de la Terminal para posesionarse de los cobertizos de la Aduana. Estos gendarmes, al hacer la descarga que les fue contestada por los yanquis se replegaron a la Inspección de policía y tomaron las azoteas del Palacio Municipal para continuar desde allí la defensa.”[4]

    Con respecto a esto, dos años después de los enfrentamientos, aún se tenía cierta certeza de que fueron estos policías los primeros en enfrentar a los invasores:

“LOS PRIMEROS TIROS”

      “Por indagaciones que se han hecho hasta hoy, todo hace creer que un grupo de gendarmes fueron  los primeros en enfrentarse con los norteamericanos, habiendo tenido ligera refriega en la calle de Lerdo, esquina a Zaragoza, que fue el lugar donde primero corrió sangre ese día. Los gendarmes mencionados cambiaron varios tiros con una patrulla de americanos que estaban frente a la Aduana y ambas fuerzas se retiraron del lugar de los acontecimientos, después de haber tenido algunas bajas.” [5]

    En otra nota periodística se resalta que un gendarme fue el primero en abrir fuego con su pistola, coincidiendo casi por completo con lo narrado por el coronel en sus memorias.

       “Un gendarme, de punto en una de las calles próximas al muelle, dio la señal de alarma. Indignado ante la vista de los marinos armados, disparó su pistola sobre un grupo de ellos, que avanzaba a paso veloz, y con la bayoneta calada. El heroico guardián cayó acribillado a tiros. Y esta fue la señal de zafarrancho.” [6]

    ¿Fue Monfort el que disparó desde alguna “calle próxima al muelle” y “cayó acribillado a tiros”? ¿Estuvo Aurelio Monfort entre aquel grupo de gendarmes que disparó desde Morelos y Lerdo? ¿Habrá sido la primera nota de periódico la que dio lugar a la versión de que el gendarme murió en la esquina de “La Flor de Lis”?  ¿Por qué Contreras no narró en su “Apuntes” que lo vio salir armado con una máuser del palacio municipal? Finalmente, el revoltijo de hechos en medio de la sangrienta defensa de la ciudad, junto con los rumores y la desinformación, posiblemente permearon hasta los escritos de Contreras, dando lugar al mito que perdura hasta nuestros días. Mito que ha sido, incluso, reproducido como una verdad por grandes plumas versadas en historia, tanto nacionales como extranjeras:

“…cada grupo de tiradores y cada tirador individual, fueron dejados actuar a su propia iniciativa. El misterio fue que el fuego no lo iniciaron inmediatamente; los tiradores se mostraron activos una vez que las tropas americanas habían pasado. Tal parece como si todos hubieran estado esperando a alguien más. Entonces, cuando la Primera Compañía del Florida comenzó a cruzar la calle de Emparan, resonó un solo disparo. Este fue hecho por el policía municipal Aurelio Monfort quien se encontraba de servicio en las calles de Morelos y Lerdo…Las tropas de marinería de Lowry se cubrieron en los quicios de las puertas y pegándose a los lados de los edificios en la calle de Morelos, después de la conmoción inicial, contestaron el fuego de los mexicanos, el policía Monfort cayó bajo una lluvia de proyectiles en la esquina de la cantina y miscelánea La Flor de Liz. Fue el primer mexicano muerto en la defensa de Veracruz…”  [7]

¿Murió Monfort en “La Flor de Lis”?

    En realidad no fue así. Hay varias fotos de esa esquina en donde pueden observarse a un bluejacket posando junto a tres paisanos muertos, pero ninguno de ellos es Monfort. De hecho, las fotos en donde se muestra el cadáver del gendarme difieren notoriamente en la posición en como cayó, ropa e incluso el entorno, con respecto a las fotografías en la esquina de Morelos y Lerdo:
Bluejacket posando en la esquina de Morelos y Lerdo, al pie de la negociación “La Flor de Lis”. En el suelo, los cadáveres de tres paisanos.

El par de muertos en la calle de Lerdo visten ropa de manta y huaraches. Obsérvese el sombrero de uno de ellos tirado a la izquierda.

Este otro sobre Morelos calza botines. En el círculo, su sombrero.

    
Médico de la Navy con un Aurelio Monfort acribillado y cubierto de moscas, indicativo de que tenía varias horas, incluso un día, de haber fallecido. El finado calza zapatos y mantiene su kepí puesto.

Otra vista del gendarme fallecido. (Crédito de la imagen: Uluapa Senior).

Entonces, ¿en dónde falleció Aurelio Monfort?
    Esta fue una pregunta a la que estuve buscando respuesta desde que empecé a estudiar este capítulo de la historia. Hacía conjeturas, comparaba imágenes, etc. Pero la pieza del rompecabezas histórico no terminaba de encajar. Hace poco más de un año, Uluapa Senior, creador del blog “Veracruz Antiguo”, tuvo a bien compartirme una imagen que, por segunda ocasión desde que tengo el gusto de tratarle, me hizo volar la cabeza: una fotografía tomada desde algún balcón o techo, en donde puede verse con toda claridad el cuerpo del gendarme en la esquina en donde realmente falleció: ¡Independencia y Juárez!

El cuerpo del gendarme caído por las balas norteamericanas frente a la cantina "Arco Iris", esquina de Independencia y Juárez. Al extremo izquierdo, la cantina "Colón". (Crédito de la imagen: Uluapa Senior)

La esquina de Independencia y Juárez hoy en día. La zona luce completamente cambiada a como se encontraba hace poco más de un siglo. (Imagen: Google Street View - 2023).

    Si bien Uluapa (que es un “rudo” al momento de aceptar como verdadero un hecho histórico si no hay un documento fehaciente que lo confirme), alberga dudas de que el gendarme mostrado en las fotos sea Aurelio Monfort, es una realidad que el personaje ha sido reconocido en diferentes ocasiones y medios, como su bisabuelo, por el recientemente fallecido José Manuel Buitrón Belmont.
    Con esta fotografía se hace añicos una de las creencias más arraigadas entre la población de Veracruz. Y junto con ello, se da justicia histórica a uno de los héroes de 1914. Por ende, la placa que recuerda este hecho en Lerdo y Morelos, deberá ser reubicada en Independencia y Juárez. Él así lo merece.

*Agradezco a Uluapa Senior el que me haya permitido compartir y documentar tan importante fotografía por él descubierta.


[1] Palomares, Justino N.,  La invasión yanqui en 1914, México, 1940, p. 97

[2] Buitrón B. J., “Se tenía que aparecer...”, 25 de abril de 2020, [actualización de estado en Facebook], recuperado de https://www.facebook.com/photo/?fbid=10158355575906303&set=gm.3303377333028105, [consultado 21 de abril de 2024]

[3] La inspección de policía se encontraba en el palacio municipal, en la esquina con Lerdo (en donde hoy en día está el pebetero olímpico). Por algún tiempo se le conoció como el vivac.

[4] “La patria recuerda, amorosamente…”, en El Demócrata, 21 de abril de 1915, p. 4

[5] “Cómo el patriotismo de un pueblo...", en El Pueblo, 21 de abril de 1916, p. 1

[6] “Siete mil marinos americanos cubren, como una red, la zona comprendida entre Veracruz y Los Cocos”, en El Imparcial, 26 de abril del 1914, p. 2

[7] Sweetman, J., The Landing at Veracruz: 1914, Annapolis, Maryland United States Naval Institute, 1968, pp. 69-71

Fuentes:
  • “Como el patriotismo de un pueblo…” en El Pueblo, 21 de abril de 1916, p. 1
  • Jack Sweetman, The Landing at Veracruz: 1914, Annapolis, Maryland United States Naval Institute, 1968, pp. 69-71
  • José Manuel Buitrón Belmont, “Se tenía que aparecer...”, 25 de abril de 2020, [actualización de estado en Facebook], recuperado de https://www.facebook.com/photo/?fbid=10158355575906303&set=gm.3303377333028105, [consultado 21 de abril de 2024]
  • Justino N. Palomares, La invasión yanqui en 1914, México, 1940, p. 97
  • “La patria recuerda, amorosamente…”, en El Demócrata, 21 de abril de 1915, p. 4