"Pirata soñando con un hogar" por Norman Rockwell, 1924. Obsérvese el estereotipo del pirata, mismo que perdura hasta nuestros días.
Luis Villanueva
(*) Un resumen de este trabajo fue originalmente expuesto por quien esto escribe en la charla ¡Al abordaje!, llevada a cabo en la librería "Mar Adentro" del puerto de Veracruz, el 18 de abril de 2018.
Cuando se habla de piratas, a nuestra mente llegan las imágenes de algún pintoresco personaje vistiendo grandes botas de cuero a la rodilla; amplio cinturón o fajilla de tela en la cintura, en donde invariablemente porta una pistola de chispa y un sable o espada. Completan el cuadro una pata de palo y en su cabeza, un parche color negro cubriendo la cuenca vacía de un ojo y el clásico chambergo o tricornio adornado con coloridas y esponjadas plumas. En cuanto a personalidad se refiere, son representados como unos rebeldes al sistema, valientes, osados, románticos e incluso, graciosos hasta la rayar en la tontería.
Sin embargo, gran parte este estereotipo (promovido principalmente por películas, dibujos animados o libros infantiles), suele estar alejado de la realidad, pues la realidad es que era gente sucia, con el cabello y las barbas largas y enmarañadas; alcohólicos muchos de ellos y posiblemente padeciendo alguna enfermedad, venérea o de algún otro tipo. Eran prófugos de la justicia o violadores, asesinos y ladrones. Por otra parte, la osadía con la que suelen estar envueltos popularmente sólo era aplicable a los jefes y suboficiales, pues el resto generalmente no lo era tanto. Así, la valentía sólo llegaba cuando actuaban en conjunto, pero huían ante el menor signo de oposición, fuera real o imaginario. Por carecer de entrenamiento para la guerra, muchos de ellos murieron al filo de la espada, por el proyectil de una pistola o en medio de un intenso cañoneo. Y si acaso eran capturados, la muerte sobrevendría más tarde, en medio de torturas y sufrimiento en las húmedas y oscuras mazmorras de alguna fortaleza costera o ahorcados, por ser enemigos de alguna corona o de la Iglesia.
Hoy en día son confundidos los términos con los cuales son denominados, empleándose el término pirata como una generalidad para toda aquél que se dedicaba a saqueo de barcos mercantes y ciudades costeras. No obstante, en las antiguas Indias Occidentales y en el Golfo de México, sí tuvieron características propias, que a la luz de la información con la que se cuenta, permite marcar las diferencias entre los bucaneros, filibusteros, cosarios y por supuesto, los piratas. Así, en este trabajo y algunos posteriores, se buscará sintetizar las características que tiene cada grupo, su origen y desarrollo, ejemplificado también algún suceso histórico relacionado con cada uno de ellos.
Piratas
Según la Real Academia de la Lengua Española, pirata proviene del latín pirāta, y este del griego πειρατής peiratḗs, derivado de πειρᾶν peirân 'atacar, asaltar'. Si consideramos exclusivamente la raíz etimológica de la palabra, podemos deducir que esta actividad es tan antigua como el inicio del comercio y los viajes por mar. Y es correcto, pues se tienen referencias sobre ella que datan del año 1290 a. C. cuando el faraón Ramsés II tuvo que enfrentar un ataque pirata.[1]
En América, la piratería ha estado presente desde la primera década del siglo XVI. Las condiciones que dieron lugar a su proliferación estuvieron ligadas al descubrimiento, conquista y colonización de nuevos territorios; al surgimiento de las grandes potencias europeas como España, Francia e Inglaterra y a las reformas de Lutero, Calvino y el anglicanismo en el ámbito religioso. Esto último traería como resultado el reforzamiento de la alianza estratégica de España con el Vaticano, con la consiguiente enemistad hacia las naciones contrarias al credo católico. También, el incremento del comercio y el tráfico de negros, aunado a la disputa de las potencias por el monopolio comercial español en el Nuevo Mundo influirían, alcanzando su época de mayor auge durante los siglos XVII y XVIII.[6] [7]
“La piratería representó un medio de rebelión contra el monopolio español que no necesitaba de justificación legal alguna pues, aunque España estuviera oficialmente en paz en Europa, en las Indias Occidentales siempre estuvo en guerra contra los piratas franceses e ingleses.”[8]
Por otra parte, y contrario a lo que pudiera creerse, no fueron estas dos últimas potencias las que iniciaron la piratería en las Indias Occidentales, pues sería un español en quien recaería el nombramiento de ser el primer pirata del Caribe. Su nombre: Bernardino de Talavera. El historiador decimonónico Cesáreo Fernández Duro, escribió sobre él:
“(…) es de decir que un tal Bernardino de Talavera, hombre vividor, amigo de regalo, acosado por los acreedores que tenía en la Isabela, se apoderó de una de las naves surtas en el puerto, en compañía de 70 compañeros de su especie, y se arrojó a probar fortuna. Tuvo el contratiempo de que le echaran mano en Jamaica (1511) y le condujeran a La Española, donde por sus delitos fue justiciado”[9]
De origen humilde, Bernardino de Talavera posiblemente nació en Talavera de la Reina, Toledo durante la segunda mitad del siglo XV. Estando en su tierra, seguramente se sintió esperanzado con las noticias de grandes riquezas que llegaron con el descubrimiento del Nuevo Mundo, por lo que decidió unirse a las mil quinientas personas que acompañaron a Cristóbal Colón en su segundo viaje, mismo que inició en Cádiz el 25 de septiembre de 1493.
El 3 de noviembre arribó la flota al archipiélago de las Antillas Menores, en donde descubrieron varias islas. Después de recorrer algunas de ellas, fondearon en una que Colón bautizó como Guadalupe, sitio en donde tuvieron su primer contacto con una costumbre muy extendida entre los nativos de aquella zona: el canibalismo. Posteriormente desembarcaron en la isla de La Española (hoy repartida entre Haití y la República Dominicana), en donde Colón había dejado desde su primer viaje a 39 colonos en la parte norte de la isla, en un fuerte llamado “Navidad”.
Al llegar al citado punto, descubrió que el asentamiento había sido destruido y sus moradores muertos. Al entrevistarse Colón con el jefe taíno Guacanaharí, este argumentó que su gente no había tenido que ver con la destrucción del fuerte, pues él era amigo de los españoles, sino que después de una fuerte tormenta, arribaron al lugar los guerreros caribes del cacique Canoabó, quienes acabaron con el fuerte y mataron a los españoles que lo defendían.
Después de explorar la zona, Colón fundó la primera ciudad del Nuevo Mundo en la costa nor-occidental de la actual República Dominicana, a la que puso por nombre “La Isabela”. Bernardino de Talavera, junto con el resto de los colonos, trabajó entonces soportando calores abrazadores y nubes de mosquitos, amén de la amenaza de ser atacados por los guerreros del cacique Canaobó, en la construcción de este nuevo emplazamiento. Una vez concluida La Isabela, Colón partió en búsqueda de la ruta hacia China, dejando como gobernante a un tirano llamado Pedro Marguerit quien, en ausencia del Almirante, abusó de su cargo para enriquecerse. De las explotaciones y latrocinios del gobernante fue testigo Bernardino, quien lejos de verse enriquecido en el Nuevo Mundo, se encontraba igual de pobre o acaso peor que antes.
Colón Regresó cinco meses después a La Isabela muy enfermo, situación que aprovechó Marguerit para sobornar al capitán de una de las naves y escapar de un merecido castigo con los bolsillos repletos de oro quitado a los nativos. Entre tanto, el cacique Canaobó consiguió que otros jefes se unieran a su causa, dándose el 25 de marzo de 1495 la primera gran batalla en el Nuevo Mundo, la de Jáquimo.
Por referencias escritas del futuro gobernador de Andalucía y Urabá, Alonso de Ojeda, se sabe que Bernardino de Talavera luchó bajo sus órdenes en esa batalla. Fue por esos años cuando Talavera se aficionó a una nueva bebida, la cual era obtenida de la fermentación de la caña de azúcar: el ron.
En 1506 fallece Cristóbal Colón mientras esperaba ser recibido por el monarca Fernando de Aragón, situación que fue lamentada por los colonos de La Española pues, aunque Colón no había mostrado ser un buen gobernante, Nicolás de Ovando, gobernador de la isla en ese momento, había resultado ser mucho peor. Ovando mal gobernó hasta 1509, cuando fue sustituido por Digo Colón, hijo del Almirante. Para entonces, muchos de los colonos estaban arruinados, entre ellos Bernardino, que se encontraba asediado por sus acreedores.
Ante su precaria y desesperada situación, marchó al puerto junto con otros sesenta colonos y robó un barco, siendo nombrado Talavera capitán e iniciando así su etapa de pirata. Poca información se tiene durante esta etapa, pero se sabe que asaltó a unos comerciantes genoveses, lo que sirvió para que se diera una orden de captura y muerte para él y sus secuaces pues Génova era entonces aliada de los españoles.
Durante sus correrías, los piratas llegaron a Darién, lugar donde Alonso de Ojeda había levantado el fuerte San Sebastián y que en ese momento se encontraba en una situación crítica ante las constantes ofensivas de los nativos. El mismo Ojeda había sido herido, teniendo que cauterizarse la herida él mismo con un hierro candente.
Cuando los navíos de Talavera llegaron, los 39 sitiados creyeron que eran naves del Bachiller Martín Fernández de Enciso, socio de Ojeda, que llegaba para recogerlos. Bernardino, como buen pirata, comerció con los colonos las provisiones robadas de otras naves y aceptó llevar al convaleciente Ojeda para que pidiera ayuda. Sin embargo, el apoyo del pirata no sería por buen samaritano, pues pensó en pedir rescate por el gobernador. Así, Ojeda fue encadenado dentro de una bodega, no sin antes dejar a Francisco Pizarro a cargo del fuerte con la consigna de que, si en 50 días no tenían noticias de él, embarcaran en las naves que quedaban.
Sin embargo, los piratas no contaron con la volubilidad del clima, que pronto envolvió a las naves en una tormenta, haciendo que algunas se perdieran. Desesperados, los piratas liberaron a Ojeda, a quien consideraron un experto en las artes marinas[10] pues había navegado con marinos de la talla de Colón y Juan de la Cosa. Pronto, el gobernador los sacó del apuro, llegando sanos y salvos a las costas de Cuba, en donde naufragaron sin pérdidas humanas en un sitio llamado Jagua (actualmente Cienfuegos), al sur de la isla.
Ante el temor de un ataque de los nativos, los piratas nombraron entonces a Ojeda capitán, lo que fue un acierto, pues este supo luchar y negociar con los caciques locales. Tras atravesar la isla en medio de selvas, bosques y pantanos repletos de mosquitos, caimanes y animales ponzoñosos (que produjeron la muerte de la mitad de los piratas), llegaron a la comarca de Cueybá, donde fueron bien recibidos por el cacique Cacicaná, que los cuidó y alimentó. Poco tiempo después, llegó al sitio Pánfilo de Narváez, quien tras rescatar a Ojeda y capturar a Talavera, los condujo a Jamaica, de donde fueron embarcados a La Española.
El 5 de octubre de 1511 inició en esa isla el juicio contra Bernardino y sus cómplices, quienes finalmente fueron sentenciados a morir en la horca.[11]
[3] Almirante Sir Henry Keppel (1809-1904). Fue un oficial de la Royal Navy que en 1837 realizó operaciones contra los piratas de Borneoa a bordo de la corveta Dido.
[5] Gosse, op. cit., p. 5
[6] Benigno Casas, “Piratas y corsarios en el Golfo de México (siglo XVI)”, en Boletín Oficial del INAH. Antropología, núm. 66, abril-junio, 2002, p. 53-54
[7] Débora Y. Ontiveros, “Historia de la piratería: consideraciones de sus aportes en la búsqueda de los ladrones del mar”, en Fuentes Humanísticas, núm., Dossier 37, p. 15-16
[8] Ibíd., p. 17