sábado, 30 de abril de 2022

El ataque filibustero-corsario a Veracruz de mayo de 1683 (*). Parte IX y última

 

(*) Este texto es parte de un trabajo que originalmente fue expuesto por el autor en la charla ¡Filibusteros, al ataque! Llevada a cabo en la librería "Mar Adentro" del puerto de Veracruz el 17 de mayo de 2018.

Luis Villanueva

Isla de Sacrificios

Viernes 28 de mayo

Durante el día

En una isla cercana a la de Sacrificios,[1] los filibusteros estuvieron separando y repartiendo la ropa robada. La cantidad era enorme, tanta, que una vez clasificada, empezaron a embarcarla y no pararon hasta que levaron anclas. Había camisas tan finas, que uno de los filibusteros dio al barquero que llevaba el sustento para los cautivos, cuatro camisas muy caras a cambio de que le consiguiera en la ciudad una caja para guardar su parte. Ese día la cantidad de alimento que recibieron fue muy frugal, porque la mayoría fue llevada a las naves piratas y otra parte, repartida entre los negros.[2]

Inesperadamente, el sol de la tarde iluminó en el horizonte varias velas de la flota de la Nueva España que se aproximaba al puerto, haciendo surgir la alegría y el optimismo entre muchos. Pero unas horas más tarde, estos sentimientos se tornaron sombríos cuando la flota retornó mar adentro, pues desde Ulúa les avisaron de la presencia de los filibusteros. Estos, al notar le presencia de las naves, empezaron a fanfarronear: “¡Veni flota, eso querer!” No obstante, la vista de las naves provocó inquietud entre ellos pues empezaron a presionar con la entrega del rescate de 150 mil pesos, sin importar que no se hubiera cumplido el plazo. También se pusieron a escoger entre los negros esclavos y libres de ambos sexos a los más jóvenes y sanos, incluyendo a niños entre los ocho y nueve años. Entre tanto, otro grupo de filibusteros fue al lugar donde estaban los cautivos para quitarles, a base de golpes y amenazas, la poca agua que tenían almacenada en jícaras y frascos.[3] [4]

Durante la noche, una tortuga arribó a la isla, en donde fue capturada y volteada por uno de los cautivos, permaneciendo el quelonio en esta posición hasta que amaneció.[5]

Isla de Sacrificios

Sábado 29 de mayo

Durante el día y la noche

La tortuga, soasada, vino a aliviar un poco el hambre de las personas. Era de tan buen tamaño, que hubo ranchos a los cuales les tocó una porción considerable de carne. Durante la tarde, Lorencillo envió desde su navío dos petates de bizcocho que él mismo repartió entre los cautivos. Muchos lo veían de manera agradecida, pues pensaban que, si no hubiera sido por él y su contundente intervención, a esas horas el general Van Hoorn ya les habría pasado cuchillo[6].

Como al medio día por fin llegó el rescate y fue puesto frente a la isla en un sitio en camino a la boca del río. De inmediato salió de la isla una piragua con los 20  acaudalados[7] entre los que se encontraba el gobernador Luis Bartolomé de Córdova, además de un número igual de filibusteros para recoger, y luego  trasladar, los 150 mil pesos a una tartana. Hecho esto, liberaron a todos los cautivos menos al gobernador, que fue llevado de regreso a la isla. Es de hacer notar que los corsarios embarcaron la mercancía más valiosa en los barcos pequeños[8], pues siendo naves ligeras, podrían escapar rápidamente de una persecución o enfrentamiento, quedando las naves de mayor calado como escudo. Así, se minimizarían las pérdidas en el caso de que estas últimas fueran hundidas en un eventual combate.

Por la tarde, nuevamente se vieron las velas de la flota en el horizonte, pero lejos de dirigirse a Sacrificios, enfilaron a la Nueva Veracruz, por lo que los filibusteros decidieron partir duranta la madrugada para evitar ser perseguidos. Como a las cinco de la tarde desembarcaron en Sacrificios más de cien filibusteros, seguidos de otros cincuenta que llegaron posteriormente, permaneciendo de guardia esa tarde y gran parte de la noche.

Cada uno de los filibusteros estaban armados con carabina, escopeta y alfanje, dedicándose todo ese tiempo a  seguir golpeando y amenazando de muerte a la población, amén de destruir unas chocillas para guarecerse del sol que la gente había construido con ramas secas y palos.[9] [10]

Conforme los barcos filibusteros iban partiendo, fueron embarcaron hasta mil quinientos negros y mulatos, desdeñando a los viejos y enfermos.[11] Se embarcaban con tanta prisa que ya no recogieron la carne de res que tenían a la espera de ser recogida en la boca del río y que había sido robada de la hacienda de vacas Santa María Buenavista, perteneciente al ganadero y capitán don Martín Sarmiento.[12] [13]

Isla de Sacrificios

Domingo 30 de mayo

Durante la madrugada y el día

A los dos de la mañana, los filibusteros, a la voz de totili patres, totili patres,[14] empezaron a llamar a los sacerdotes. Estos se escondieron entre la demás gente, por lo que solo dieron con el padre Juan del Castillo, de la Compañía de Jesús y el padre Prior del convento de San Agustín de apellido Rivera, los cuales fueron embarcados en distintos navíos. También se llevaron al gobernador, quien a sabiendas que posiblemente lo iban a degollar, pidió que un sacerdote franciscano de las Canarias le acompañara.[15] [16]

Con el transcurrir de la mañana, la mayoría de las naves filibusteras avanzaron hasta una legua mar en fuera, pero aun así algunos filibusteros regresaron a Sacrificios en una piragua. En esta llevaban de vuelta al padre Castillo y al gobernador,[17] pero no así al prior de San Agustín, que se presume por descuido no lo regresaron.[18] En seguida, los piratas empezaron a buscar a los negros y negras que se hubieran escondido. Hallaron tres o cuatro de estos y se los llevaron.

Entretanto, desde tierra enviaron cuatro barcos[19] a la isla: dos con agua y bizcocho y las otras para que, en conjunto con las primeras, fueron usadas como transporte. Desafortunadamente, de una tartana y un barco de vela de gavia que venían de la boca del río y que eran las últimas embarcaciones enemigas que quedaban en los alrededores, salieron algunas piraguas que las interceptaron y llevaron consigo después de bajar en la isla a la tripulación, dejando a la gente sin comida y transporte.

Mientras, en el horizonte podía verse como la flota filibustera se alejaba lentamente debido a lo escaso del viento y a la mucha carga en las naves.[20] [21]

En la playa frente a la isla había mucha gente a caballo esperando a los prisioneros, pero que ignoraban de la captura de los transportes, por lo que se decidió enviar a la costa a un vecino que sabía nadar muy bien, en un tronco con dos botijas como flotadores.

Esta persona pudo llegar a la costa, en donde dio aviso que todos en la isla estaban sin comer ni beber y sin medios para regresar. Entre tanto, en la isla otras personas fabricaron un par de angarillas[22] con palos bien atados y algunas botijas. En estas se trasladaron ocho personas a tierra (entre ellos un padre jesuita), quienes finalmente lograron arribar no sin estar exentos de riesgo. A raíz del aviso, se enviaron al medio día otros dos barcos con agua y bizcocho, regresándose a tierra en ellos alrededor de 200 personas. Durante la noche, se mandó nuevamente al par de naves con auxilios extras, desalojando a su retorno a más personas. [23] [24]

Mientras, a cientos de kilómetros de allí, en Querétaro, la Cruz de los Milagros comenzó a moverse desde la media noche y continuó así durante las siguientes veinticuatro horas.[25] ¿Acaso auguraba la partida de los herejes filibusteros y el final de tanto sacrilegio?

Isla de Sacrificios

Lunes 31 de mayo

Durante el día

Los barcos estuvieron haciendo viajes de ida y vuelta a la isla para llevar a la gente a tierra. Pero debido al arribo de la armada, olvidaron en la Nueva Veracruz el envío de alimento. Entonces, en uno de los viajes a tierra, en lugar de llegar el transporte al punto de desembarco frente a la isla, se dirigió al muelle de la ciudad para avisar de la situación. De inmediato, el vicario de la fortaleza de Ulúa que se encontraba en ese momento en tierra, solicitó al gobernador interino que enviase con urgencia comida y agua, mismos que llegaron en dos barcos a Sacrificios pasadas las once de la noche.

Durante el día, la flota española, compuesta por dos navíos de escolta, la capitana Nuestra Señora de la Concepción y la Almiranta, Nuestra Señora de Guadalupe y 18 barcos mercantes más de diferentes calados, fue tomando poco a poco posición frente a la ciudad y en los alrededores de San Juan de Ulúa. En la capitana se trasladaba el general Diego Fernández de Saldívar y en la almiranta, el almirante Diego Carlos de Orozco[26], quienes, al desembarcar, se encontraron con una ciudad asolada y a una población lastimada, arruinada, humillada, triste…

Heroica ciudad de la Nueva Veracruz

Martes 1 de junio

Durante la mañana

Los últimos vecinos que quedaban en Sacrificios fueron llevados a tierra al amanecer de este día y luego trasladados a la ciudad a lomo de caballo por los mulatos. Durante el recorrido por la playa, pudieron ver cómo eran devorados por nopos y perros, los cadáveres de las mulas y caballos ensillados y enfrenados. Al llegar a la Nueva Veracruz, la gente se encontró con el ajetreo que producía la llegada de la flota: muchos mercaderes y marineros veían con curiosidad los daños en las construcciones y calles, soldados de a pie y a caballo realizando rondines en la plaza y sus alrededores. También vieron los llantos y gemidos de los conocidos y parientes que se abrazaban buscando consuelo, de las madres reencontrados con sus hijos y esposos, del dolor de centenas al saber de algún familiar muerto por las penurias, los golpes o acaso asesinado de un alfanjazo. También por ver sus casas destruidas y sus bienes saqueados o destrozados.

Las calles, además de haberlas convertido los saqueadores en letrinas, estaban cubiertas de pedazos de puertas, ventanas y mobiliario de las casas y edificios. Y es que todo aquello que los filibusteros no podían llevarse, lo destruyeron. En la iglesia mayor, los sagrarios se encontraban desbaratados, al igual que la vidriera de Ntra. Señora de la Soledad, los ornamentos y las cajas de las limosnas. Todo se encontraba lleno de las inmundicias y olores nauseabundos que surgían de cada rincón del edificio. Por otra parte, aunque no hubo iguales destrozos en las demás iglesias y conventos, el saqueo sí fue una constante.

El monto de lo robado varía de autor en autor, pero según el padre Juan Ávila fue

“…en reales millón y medio en joyas, perlas, plata labrada y de las iglesias…más otro millón en grana, aceite y vino...y los ciento cincuenta mil pesos del rescate otro millón. En ropa de las tiendas y almacenes, ropa de vestir y de arreo de casa otro millón. En más de dos mil esclavos que se llevó  murieron y en lo que destruyó en la ciudad de alhajas, caballos, mulas y ganados otro millón”.[27]

Por su parte, Francisco Xavier Alegre refirió al respecto:

El botín que sacaron de la ciudad, no pudo saberse individualmente. En plata labrada pasaron de mil arrobas: en reales, por la distribución que se supo después, cupieron á cada soldado raso, más de seiscientos pesos, y eran los de esta clase mil y cien hombres, fuera de lo que se partió á cada uno de los once barcos, y lo que tomaron para sí los oficiales y los gefes, cuyas cuotas verosímilmente debieron ser cuatro, seis y aun diez y doce ó veinte veces mayores. Añádense mil y quinientos esclavos, joyas, grana, añil, harina, caldos, lencería y otros muchos efectos de España y de América, de que es la garganta aquel puerto y se confirmará el juicio que se formó entonces de que la pérdida montaba á más de cuatro millones, en solo que ellos pudieron aprovechar.[28]

En cuanto a pérdidas humanas, Ávila y Alegre coinciden en datos: El primero  menciona que fueron hasta 400 vecinos de todas las edades los fallecidos; y entre los filibusteros, unas 40 por motivos que iban desde riñas entre borrachos hasta ahogados en la bahía. De estos últimos, consideró que solo tres murieron a manos de la gente.[29] Mientras que el segundo señala que fueron más de 400 los muertos durante la incursión y toma de la ciudad, y treinta y cinco entre las filas enemigas por “diversos accidentes”. [30] [31]

Pero ¿por qué no atacó la flota española a la filibustera? Pienso que una de las razones podría haber sido su poca capacidad de fuego. La escolta estaba conformada solo por la capitana y la almiranta, las mejor armadas (cada una con ocho cañones de bronce, cuatro de hierro y 24 piezas menores), los otros 18 eran barcos mercantes con dos piezas de bronce cada uno.[32] Pero el motivo principal podría haber sido otro: la mercancía que transportaban. Elías de Babilonia, testigo del ataque filibustero, da testimonio de ello:

“Mientras los piratas estaban en esta isla, llegaron barcos de España y, al entrar al puerto de Veracruz, el virrey informó al general la situación real para que luchara y destruyera a los piratas antes de que llegaran. El general izó la bandera para reunir alrededor de él a los capitanes de todos los barcos y hacer un consejo y compartir la responsabilidad entre ellos, pues el general no quería ser el único culpable porque los barcos estaban cargados con mercaderías. Temía que le hundieran un barco o lo incendiaran en la batalla. Cuando el general se alejó del puerto se reunieron y celebraron su consejo, Lorenci­llo los observó, levanto sus velas y zarpó.”[33]

*****
Este terrible hecho no puede caer en el olvido. El sufrimiento y desdicha que padeció la población de la Nueva Veracruz a causa del descuido, indiferencia o incluso, una posible contubernio de las autoridades de la ciudad con los filibusteros, debe permanecer en la memoria de la ciudad y sus habitantes. El sorpresivo ataque sería el primero de varios que tendrá que padecer la plaza en sus más de cuatro siglos de existencia; de las cuales, cuatro han sido reconocidas como Heroicas en el México independiente.

Sea entonces la narración (incompleta e imperfecto) que les he compartido, un pequeño homenaje de este escribidor e historiadorcillo para todos aquellas mujeres, hombres, niños y ancianos, que vivieron este lamentable hecho hace 339 años.

*****

Lorencillo

(Fragmento)

Como llegó la escuadra, así se aleja,

y así se pierde entre la obscura sombra;

Impune queda tan horrendo crimen,

y solo se levanta vengadora,

de Lorencillo al repetir el nombre,

la maldición eterna de la historia.

                                    General Vicente Riva Palacio[34]

Imagen de encabezado: Barco en el Mar Tormentoso, 1887, por el pintor ruso Iván Aivazovski (1817-1900)

[1] Posiblemente en la isla Verde.

[2] Juan Ávila, “Pillage de la ville de Veracruz par les pirates le 18 Mai 1683 (Expedición de Lorencillo), en Amoxcalli (sitio web), consultado el 1 de enero de 2021, http://amoxcalli.org.mx/paleografia.php?id=266,, f..8v

[3] Agustín Villaroel, “Primera invasión de Veracruz por Lorenzo Jácome y Nicolás Banoren ocurrida en el año de 1683”, en Ignacio Cumplido, El Mosaico Mexicano o colección de amenidades curiosas. Tomo I, México, imprenta de Ignacio Cumplido, 1840, p. 405

[4] Ávila, op. cit., f. 9

[5] Ávila, op. cit., ibídem

[6] Ávila, op. cit., ibídem

[7] Villaroel, op. cit., ibídem

[8] Ávila, op. cit., ibídem

[9] Ávila, op. cit., ibídem

[10] Villaroel, op. cit., ibídem

[11] Ávila, op. cit., ibídem

[12] Villaroel, op. cit., ibídem

[13] En Archivos Notariales de la Universidad Veracruzana (sitio web), consultado el 8 de febrero de 2022, https://eval.uv.mx/bnotarial/detalles.aspx?idA=220_1668_22491&indice=Te&letra=A

[14] En latín, todos los padres.

[15] Ávila, op. cit., ibídem

[16] Villaroel, p. 406

[17] Uluapa Senior, “1683: Carta del rector del colegio jesuita de la Nueva Veracruz”, Veracruz Antiguo, https://aguapasada.wordpress.com/2016/05/31/1683-carta-del-rector-del-colegio-jesuita-de-la-nueva-veracruz/ (consultado el 1 de enero de 2021)

[18] Portal de Archivos Españoles (PARES), “Autos contra el corregidor y otros: invasión de Veracruz”, Gobierno de España. Ministerio de Cultura y Deporte, f.146

[19]  Ávila, indica que fueron tres los barcos. Villaroel, que fueron cuatro.

[20] Ávila, op. cit., f. 9v

[21] Villaroel, op. cit., ibídem

[22] Tablero o plataforma sostenida por dos barras o listones horizontales y paralelos que sirve para transportar una carga entre varias persona. Villaroel escribe que era una jangada (balsa formada por unos seis troncos de madera ligera, con una vela triangular y cuyo timón se maneja calándolo más o menos en el agua) la construida por losvecinos.

[23] Ávila, op. cit., ibídem

[24] Villaroel, p. 407

[25] Sin autor, “La Cruz de los milagros y los milagros de la cruz”, El apostolado de la Cruz, 5 de junio de 1898, p. 157

[26] “Flota de Nueva España 1683”, en Historia Naval de España (sitio web), 8 de abril de 2021, consultado el 12 de febrero de 2022, https://todoavante.es/index.php?title=Flota_de_Nueva_Espa%C3%B1a_1683

[27] Ávila, op. cit., f. 10.

[28] Francisco Javier Alegre, Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España, J. M. Lara, México, 1842, p. 39

[29] Ávila, op. cit. ibídem

[30] Alegre, op. cit. ibídem

[31] Ni Alegre ni Ávila  tomaron en cuenta a los 20 filibusteros que murieron durante la incursión de los lanceros de San Lorenzo a la ciudad. Esto quizá a que no tuvieron noticia de ello (algo poco probable) o simplemente porque este hecho no sucedió. 

[32] Julián Córdoba Toro, “Sistema de monopolio comercial de España en América”, en Iberoamérica Social, 6 de junio de 2019, consultada 17 de abril de 2022, https://iberoamericasocial.com/flota-de-indias/

[33] Arturo Ponce Guadian, “El viaje de Ilyas ibn al-quissis Hanna l-Mawsili (Elías de Babilonia o de San Juan) a Europa y Nueva España en el siglo XVII”, en Estudios de Asia y África, Vol. 53, num. 3 (167), 2018, p. 654.

[34] J. Lázaro, La España Moderna (Revista Iberoamericana), Impr. De Antonio Pérez Dubrull, 1889, año 1, No. 7,99 p. 126

jueves, 21 de abril de 2022

21 de abril de 1914 - Primeros minutos de la toma de Veracruz. José Azueta, Joseph Harner y la toma de la Aduana

 

    Federales y gendarmes en Independencia y Lerdo (21 de abril de 1914).

Luis Villanueva

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La siguiente narración ha sido hecha tratando de apegarse lo más posible a la realidad consultado fuentes digitales disponibles, tanto mexicanas como norteamericanas, actuales y antiguas. También me he permitido utilizar un poco de imaginación al narrar sentimientos o las acciones de alguno de los involucrados. Así, son de mi completa invención las reacciones del "pescador" acribillado (desconozco si ese fue realmente su oficio, aunque la muerte de esta persona por heridas de bala sí sucedió -hay imágenes-) o los sentimientos y pensamientos de del comodoro Azueta, de Harner, etc.
Atte;
El escribidor e historiadorcillo

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“Hombres viejos con condecoraciones nuevas en el pecho, 

medallas de oro y plata, prendidas en la raída zamarra,

que son héroes del ayuno de hoy, cuando apenas 

ayer fueron héroes de un episodio digno de mármol; 

héroes, en fin, que también,

como los demás héroes, comen”.

Palabras de Ismael Bello durante una ceremonia de condecoración a los porteños ya viejos, que participaron en la defensa de Veracruz en abril de 1914.

Bahía y muelles del puerto de Veracruz

Martes 21 de abril

        A las 11:00 am.,ciudadanos que se encontraban en el malecón notaron con sorpresa, nerviosismo y temor, algunos o con indignación e incluso cólera otros, como se desprendían del transporte Prairie alrededor de 11 lancha, remolcadas por un par de botecitos a vapor. En estas iban 502 marinos y 285 Bluejackets norteamericanos, todos ellos bajo el mando del Capitán William S. Rush del USS. Florida. Pronto atracaron en el lado Sur del muelle Porfirio Díaz (Muelle 4) en donde comenzaron a desembarcar y a organizarse con rapidez. Los curiosos que se encontraban en el malecón y en los alrededores del muelle, empezaron a huir y a correr la voz del desembarco por toda la ciudad.
        A las 11:30 de la mañana, los gringos se encontraban listos para cumplir con su misión: tomar el resto de los muelles y la aduana del puerto e impedir con ello que el vapor alemán Ipiranga entregara su cargamento de  200 ametralladoras y 15 millones de cartuchos al gobierno del usurpador del general Victoriano Huerta. Con rapidez, las tropas de desembarco empezaron a moverse en columnas de dos con dirección a la estación terminal.

*****
11:55 am.
        La ciudad estaba a la expectativa. Los marinos entran a la plaza de la Estación Terminal, en donde tomaron casi sin dificultad la estación de ferrocarril y su hotel anexo (lugar donde Rush estableció su cuartel general y colocó una unidad de semáforos para estar en comunicación con el Contraalmirante F.F. Fletcher). También se apoderan de los patios de ferrocarril, la casa redonda y la plana de energía. Al mismo tiempo, una doble columna que entraba por la calle de Montesinos se divide en dos: Un grupo (formado por alrededor de 60 Bluejackets) avanza sobre Marina Mercante con la intensión de capturar La Aduana y el Edificio de Correos y Telégrafo. El otro agrupamiento se subdivide a su vez en grupos de 50 marinos aproximadamente y avanzan también por Montesinos para asegurar el consulado norteamericano y la oficina del cable; también toman las bocacalles de La Pastora, Independencia, Cortés, Bravo e Hidalgo e igualmente avanzan sobre Morelos para asegurar las esquinas de ésta con Constitución, Emparan y Juárez.
            
        La gente que se encontraba a esa hora de la mañana en las áreas aledañas a la terminal y a correos, al ver entrar las columnas invasoras comenzó a correr; algunos hacia a los tranvías, otros más hacia las calles aledañas, mientras que gritos de “¡Viva México!” surgían de muchas gargantas. El edificio de Correos y Telégrafos fue también fácil de tomar e inmediatamente los yanquis colocaron vigilancia tanto en el exterior como en su interior. Pero no sucedió igual con el edifico de la aduana, distante unos doscientos metros más al sur. Justo al mediodía y al momento de cruzar los infantes de marina la bocacalle de Montesinos con la ex plaza de La Aduana, un solitario disparo resonó en el aire: el gendarme Aurelio Monfort iniciaba el fuego contra las fuerzas norteamericanas con su pistola de cargo. Después de un momento de desconcierto, los Bluejackets respondieron a la agresión y el gendarme cayó acribillado por las balas de los fusiles Springfield. Estos disparos fueron la señal para que una lluvia de fuego y plomo partiera de todas direcciones.
        
        El español Cristóbal Martínez se encontraba a la expectativa y armado. Tenía las puertas de su balcón abiertas y miraba con mal disimulado enojo cómo las tropas yanquis habían tomado el edificio de correos y seguían avanzando. Su balcón mostraba una vista privilegiada, pues su casa, situada en la esquina de Emparan y Morelos, miraba directamente a la ex plaza de la aduana. Con la carabina lista, ya apuntaba cuando le sobresaltó el disparo hecho por Monfort. Había sonado muy cerca. Vio como la tropa norteamericana se desorganizaba momentáneamente, buscando refugio, mientras que otros se tiraban con el pecho a tierra y ubicaban de dónde había venido ese disparo.
            
            Con sorpresa observó que varios de esos marinos uniformados de azul, apuntaban y hacían una descarga con aparente dirección a la calle de Montesinos. Martínez no lo pensó más y comenzó a disparar. Vio como caían uno, dos, tres de aquellos azules, no teniendo la menor idea si era debido a sus disparos o por los de muchos otros que ya para ese momento hacían fuego a la zona de la aduana. Pronto los Bluejackets notaron sus fogonazos y comenzaron a hacer disapros hacia su balcón, haciendo que Cristóbal tuviera que replegarse al interior. Una vez fuera del alcance de los proyectiles tomó otra carabina junto con mucho parque y subió al techo de su casa. El sitio era idóneo, pues podía disparar sin que los norteamericanos pudieran hacerlo un blanco.

*****
        Muchos inocentes cayeron por el fuego cruzado. Un humilde pescador iba atravesando descalzo y a toda prisa el área frente a correos cuando fue alcanzado varias veces en piernas y vientre por el fuego amigo, enemigo o por ambos. No importaba. El dolor era intenso y se quejaba. Casi no se movía. No podía. Así permaneció largo tiempo, boca arriba y bajo el rayo inclemente del sol veracruzano de medio día. La sed era insoportable, pero lo era aún más el dolor. Sólo escuchaba los gritos y órdenes en ese idioma que no entendía; las mentadas en español, los disparos...Muchos disparos. Levantó el brazo izquierdo y se lo llevó a la cara en un rictus doloroso, su vida y recuerdos pasaron en un instante frente a sus ojos, derramó una sola lágrima y murió. Así lo alcanzó el rigor mortis, con el brazo levantado y la mano apoyada en el rostro. Al fondo, el Consulado Americano atestiguaba, silencioso, lo que ocurría.

*****
        
        El joven José Azueta no debería de estar allí; previamente había recibido la orden abandonar la plaza junto con la Batería Fija a la que pertenecía. Pero en lugar de eso, se dirigió a la Escuela Naval y se encontró con sus excompañeros que ya estaban preparados para enfrentar a los yanquis. Buscó a su padre, el Comodoro Manuel Azueta y tras encontrarlo le soltó a bocajarro:

-¡Padre, los americanos están desembarcando y hay órdenes de que todos nos retiremos hasta Los Cocos! El Comodoro lo miró por un instante y le respondió con voz suave pero enérgica. -Hijo, yo aquí me quedo con estos muchachos a cumplir con mi deber, tú ve a cumplir con el tuyo.

*****
        Después de hablar con su padre, el Teniente de Artillería salió corriendo del colegio y se colocó detrás de una ametralladora abandonada por las fuerzas federales en la esquina de Landero y Coss y Esteban Morales, justo en la parte posterior del edificio de la Escuela Naval, institución a la que él había pertenecido.

-¡Allí está mi padre!- Dijo mientras señalaba a la H. Escuela Naval. -¡Y aquí debo quedar yo!

        Se acomodó en el asiento del gatillero y empezó a hacer fuego con su Hotchkiss contra las fuerzas norteamericanas que ya se acercaban por la aduana y entre los hierros de un nuevo mercado a medio construir. ¡Traca-traca-traca! los 30 cartuchos del “peine” se consumía con rapidez, mientras sus excompañeros cadetes por igual le vitoreaban o decían que se protegiera desde las ventanas del edificio de la Escuela Naval.

        Cuando su padre tuvo noticias de lo que estaba haciendo, sólo alcanzó a decir proféticamente “¡Le van a quebrar todos los huesos!” y corrió a una de las ventanas que miraban a Landero y CossComo un poste se encontraba en la línea de tiro y estorbaba a la visibilidad, el joven jaló hasta la mitad de la calle a la ametralladora y siguió disparando. Esto lo dejó en una posición muy vulnerable. El ladrido de su arma continuó incesante: ¡Traca-traca-traca!

*****
        El alférez George M. Lowry lideraba a un grupo de Bluejackets que tenía como prioridad tomar el edificio de la aduana, cuando de pronto se vio envuelto en el nutrido fuego proveniente de los francotiradores apostados en el Hotel Oriente, en el techo del edificio de la aduana, en el antiguo faro Benito Juárez y en las casas aledañas.

        Mezclado con los disparos de los fusiles, se escuchaba también el incesante tableteo de un par de ametralladoras. Una estaba situada sobre la calle de Landero y Coss, atrás del andamiaje de lo que iba a ser un nuevo mercado y la otra, oculta en alguno de los cuartos superiores del ya mencionado hotel. Protegido él y sus hombres en la parte trasera de la bodega de la aduana que mira hacia la calle de Emparan, Lowry decidió no arriesgar a su compañía en un ataque frontal, por lo que pidió voluntarios para aproximarse al recinto aduanal desde uno de sus lados. Cinco hombres respondieron al llamado: los Contramaestres de Segunda Joseph G. Harner y George Cregan, el Timonel J. F. Schumaker y los marinos Harry C. Beasley y Lawrence C. Sinnett.

        Los disparos continuaban inclementes. Lowry pensó en colocarse junto a sus voluntarios en una estrecha callejuela formada entre las bodegas, justo en el lugar donde se cruzaban los disparos provenientes de la aduana y del hotel; sitio muy peligroso, pero a la vez el mejor para cazar a los francotiradores. Los seis se arrastraban cuando un par de balas impactaron a Lowry, una en el botón de su birrete sin causar más daño y otra en su pierna derecha, que le desgarró la piel y los músculos. En medio de esa lluvia ardiente, Beasley también fue ligeramente herido. Ambos alcanzaron a ver que Schumaker dejó de arrastrarse, sin hacer un solo movimiento más: Una certera bala le había atravesado la cabeza.

        Después de que el resto de los hombres pudieron acallar con el fuego de sus rifles a la ametralladora surta en el hotel, Lowry llamó a gritos al auxiliar médico para que ayudara a Schumaker. El Aprendiz de Hospital de Primera Clase William Zuiderveld, que se encontraba con el resto de los Bluejackets, corrió agachado hasta la callejuela entre los disparos provenientes de los edificios aledaños y del antiguo faro. Trató de detener, sin conseguirlo, la hemorragia en la cabeza del caído. Schumaker falleció instantes después.

        Una vez que Zuiderveld pudo llevar a  Schumaker a la parte trasera de la bodega, el resto de los hombres de Lowry pasaron por la callejuela y escalaron la pared trasera de la aduana. Enseguida se introdujeron en el edificio a través de sus ventanas y lo tomaron. El personal en el interior se rindió sin ofrecer más resistencia.

        Mientras esto ocurría, el fuego proveniente de la segunda ametralladora situaba a espaldas de la Escuela Naval, un poco más allá del mercado en construcción, continuaba sin respiro. El contramaestre Harner se arrastró hasta la esquina de La Aduana con Landero y Coss. Ubicando a lo lejos el fuego de la ametralladora, alineó rápidamente la mira del Springfield con sus ojos, entornó la mirada y sin pensar en nada más hizo un primer disparo.

*****

        José Azueta sintió un dolor quemante cuando la bala calibre 7.62 penetró en su pierna izquierda, fracturándole el fémur. Sin embargo, aguantó el dolor y siguió disparando mientras se apoyaba en la  otra pierna e incitaba a gritos a sus excompañeros a seguir combatiendo.

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        Al ver el bluejacket  que aquel gatillero seguía haciendo fuego, afinó la puntería y volvió a jalar del gatillo. El ¡crack! Del fusil retumbó de nuevo en sus oídos.

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        La segunda bala lo golpeó ahora en su rodilla derecha, haciéndolo gemir. Sus piernas ya no fueron capaces de sostenerlo y cayó de lado en el empedrado de la calle, quejándose. El Corneta Juan Castañón, que atestiguaba la escena desde la escuela, no lo pensó y corrió en su auxilio. Lo tomó a rastre e intentó llevarlo a un lugar seguro.

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        Mientras era arrastrado de la zona de peligro, la tercera bala penetró en el codo del brazo derecho del Teniente de Artillería, destrozándolo y dejándolo sostenido del antebrazo sólo por los tendones. El dolor ya era muy intenso y al final Azueta perdió el conocimiento. La Hotchkiss quedó allí, humeante.

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        Desde el balcón del dormitorio de la Segunda Brigada, el Comodoro Manuel Azueta contempló, inmóvil, los hechos. Allí permaneció por un largo, muy largo rato sin decir palabra alguna. La palidez cubría su rostro de padre herido. Ese dolor que sentía era grande, mucho más grande que el dolor provocado por las balas dum-dum yanquis al perforar las carnes de su hijo...Los pensamientos se acumulaban en su mente... Su patriotismo y valentía era digna del soldado que era, pero ¿valía la pena su sacrificio? ¿valía la pena perder a un hijo? Hiso el intento de correr para auxiliarlo cuando vio que el corneta se le había adelantado, Una imagen llegó de pronto a su mente: ¿Cómo se lo diría a la madre de su amado José?

(Continuará).