jueves, 21 de abril de 2022

21 de abril de 1914 - Primeros minutos de la toma de Veracruz. José Azueta, Joseph Harner y la toma de la Aduana

 

    Federales y gendarmes en Independencia y Lerdo (21 de abril de 1914).

Luis Villanueva

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La siguiente narración ha sido hecha tratando de apegarse lo más posible a la realidad consultado fuentes digitales disponibles, tanto mexicanas como norteamericanas, actuales y antiguas. También me he permitido utilizar un poco de imaginación al narrar sentimientos o las acciones de alguno de los involucrados. Así, son de mi completa invención las reacciones del "pescador" acribillado (desconozco si ese fue realmente su oficio, aunque la muerte de esta persona por heridas de bala sí sucedió -hay imágenes-) o los sentimientos y pensamientos de del comodoro Azueta, de Harner, etc.
Atte;
El escribidor e historiadorcillo

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“Hombres viejos con condecoraciones nuevas en el pecho, 

medallas de oro y plata, prendidas en la raída zamarra,

que son héroes del ayuno de hoy, cuando apenas 

ayer fueron héroes de un episodio digno de mármol; 

héroes, en fin, que también,

como los demás héroes, comen”.

Palabras de Ismael Bello durante una ceremonia de condecoración a los porteños ya viejos, que participaron en la defensa de Veracruz en abril de 1914.

Bahía y muelles del puerto de Veracruz

Martes 21 de abril

        A las 11:00 am.,ciudadanos que se encontraban en el malecón notaron con sorpresa, nerviosismo y temor, algunos o con indignación e incluso cólera otros, como se desprendían del transporte Prairie alrededor de 11 lancha, remolcadas por un par de botecitos a vapor. En estas iban 502 marinos y 285 Bluejackets norteamericanos, todos ellos bajo el mando del Capitán William S. Rush del USS. Florida. Pronto atracaron en el lado Sur del muelle Porfirio Díaz (Muelle 4) en donde comenzaron a desembarcar y a organizarse con rapidez. Los curiosos que se encontraban en el malecón y en los alrededores del muelle, empezaron a huir y a correr la voz del desembarco por toda la ciudad.
        A las 11:30 de la mañana, los gringos se encontraban listos para cumplir con su misión: tomar el resto de los muelles y la aduana del puerto e impedir con ello que el vapor alemán Ipiranga entregara su cargamento de  200 ametralladoras y 15 millones de cartuchos al gobierno del usurpador del general Victoriano Huerta. Con rapidez, las tropas de desembarco empezaron a moverse en columnas de dos con dirección a la estación terminal.

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11:55 am.
        La ciudad estaba a la expectativa. Los marinos entran a la plaza de la Estación Terminal, en donde tomaron casi sin dificultad la estación de ferrocarril y su hotel anexo (lugar donde Rush estableció su cuartel general y colocó una unidad de semáforos para estar en comunicación con el Contraalmirante F.F. Fletcher). También se apoderan de los patios de ferrocarril, la casa redonda y la plana de energía. Al mismo tiempo, una doble columna que entraba por la calle de Montesinos se divide en dos: Un grupo (formado por alrededor de 60 Bluejackets) avanza sobre Marina Mercante con la intensión de capturar La Aduana y el Edificio de Correos y Telégrafo. El otro agrupamiento se subdivide a su vez en grupos de 50 marinos aproximadamente y avanzan también por Montesinos para asegurar el consulado norteamericano y la oficina del cable; también toman las bocacalles de La Pastora, Independencia, Cortés, Bravo e Hidalgo e igualmente avanzan sobre Morelos para asegurar las esquinas de ésta con Constitución, Emparan y Juárez.
            
        La gente que se encontraba a esa hora de la mañana en las áreas aledañas a la terminal y a correos, al ver entrar las columnas invasoras comenzó a correr; algunos hacia a los tranvías, otros más hacia las calles aledañas, mientras que gritos de “¡Viva México!” surgían de muchas gargantas. El edificio de Correos y Telégrafos fue también fácil de tomar e inmediatamente los yanquis colocaron vigilancia tanto en el exterior como en su interior. Pero no sucedió igual con el edifico de la aduana, distante unos doscientos metros más al sur. Justo al mediodía y al momento de cruzar los infantes de marina la bocacalle de Montesinos con la ex plaza de La Aduana, un solitario disparo resonó en el aire: el gendarme Aurelio Monfort iniciaba el fuego contra las fuerzas norteamericanas con su pistola de cargo. Después de un momento de desconcierto, los Bluejackets respondieron a la agresión y el gendarme cayó acribillado por las balas de los fusiles Springfield. Estos disparos fueron la señal para que una lluvia de fuego y plomo partiera de todas direcciones.
        
        El español Cristóbal Martínez se encontraba a la expectativa y armado. Tenía las puertas de su balcón abiertas y miraba con mal disimulado enojo cómo las tropas yanquis habían tomado el edificio de correos y seguían avanzando. Su balcón mostraba una vista privilegiada, pues su casa, situada en la esquina de Emparan y Morelos, miraba directamente a la ex plaza de la aduana. Con la carabina lista, ya apuntaba cuando le sobresaltó el disparo hecho por Monfort. Había sonado muy cerca. Vio como la tropa norteamericana se desorganizaba momentáneamente, buscando refugio, mientras que otros se tiraban con el pecho a tierra y ubicaban de dónde había venido ese disparo.
            
            Con sorpresa observó que varios de esos marinos uniformados de azul, apuntaban y hacían una descarga con aparente dirección a la calle de Montesinos. Martínez no lo pensó más y comenzó a disparar. Vio como caían uno, dos, tres de aquellos azules, no teniendo la menor idea si era debido a sus disparos o por los de muchos otros que ya para ese momento hacían fuego a la zona de la aduana. Pronto los Bluejackets notaron sus fogonazos y comenzaron a hacer disapros hacia su balcón, haciendo que Cristóbal tuviera que replegarse al interior. Una vez fuera del alcance de los proyectiles tomó otra carabina junto con mucho parque y subió al techo de su casa. El sitio era idóneo, pues podía disparar sin que los norteamericanos pudieran hacerlo un blanco.

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        Muchos inocentes cayeron por el fuego cruzado. Un humilde pescador iba atravesando descalzo y a toda prisa el área frente a correos cuando fue alcanzado varias veces en piernas y vientre por el fuego amigo, enemigo o por ambos. No importaba. El dolor era intenso y se quejaba. Casi no se movía. No podía. Así permaneció largo tiempo, boca arriba y bajo el rayo inclemente del sol veracruzano de medio día. La sed era insoportable, pero lo era aún más el dolor. Sólo escuchaba los gritos y órdenes en ese idioma que no entendía; las mentadas en español, los disparos...Muchos disparos. Levantó el brazo izquierdo y se lo llevó a la cara en un rictus doloroso, su vida y recuerdos pasaron en un instante frente a sus ojos, derramó una sola lágrima y murió. Así lo alcanzó el rigor mortis, con el brazo levantado y la mano apoyada en el rostro. Al fondo, el Consulado Americano atestiguaba, silencioso, lo que ocurría.

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        El joven José Azueta no debería de estar allí; previamente había recibido la orden abandonar la plaza junto con la Batería Fija a la que pertenecía. Pero en lugar de eso, se dirigió a la Escuela Naval y se encontró con sus excompañeros que ya estaban preparados para enfrentar a los yanquis. Buscó a su padre, el Comodoro Manuel Azueta y tras encontrarlo le soltó a bocajarro:

-¡Padre, los americanos están desembarcando y hay órdenes de que todos nos retiremos hasta Los Cocos! El Comodoro lo miró por un instante y le respondió con voz suave pero enérgica. -Hijo, yo aquí me quedo con estos muchachos a cumplir con mi deber, tú ve a cumplir con el tuyo.

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        Después de hablar con su padre, el Teniente de Artillería salió corriendo del colegio y se colocó detrás de una ametralladora abandonada por las fuerzas federales en la esquina de Landero y Coss y Esteban Morales, justo en la parte posterior del edificio de la Escuela Naval, institución a la que él había pertenecido.

-¡Allí está mi padre!- Dijo mientras señalaba a la H. Escuela Naval. -¡Y aquí debo quedar yo!

        Se acomodó en el asiento del gatillero y empezó a hacer fuego con su Hotchkiss contra las fuerzas norteamericanas que ya se acercaban por la aduana y entre los hierros de un nuevo mercado a medio construir. ¡Traca-traca-traca! los 30 cartuchos del “peine” se consumía con rapidez, mientras sus excompañeros cadetes por igual le vitoreaban o decían que se protegiera desde las ventanas del edificio de la Escuela Naval.

        Cuando su padre tuvo noticias de lo que estaba haciendo, sólo alcanzó a decir proféticamente “¡Le van a quebrar todos los huesos!” y corrió a una de las ventanas que miraban a Landero y CossComo un poste se encontraba en la línea de tiro y estorbaba a la visibilidad, el joven jaló hasta la mitad de la calle a la ametralladora y siguió disparando. Esto lo dejó en una posición muy vulnerable. El ladrido de su arma continuó incesante: ¡Traca-traca-traca!

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        El alférez George M. Lowry lideraba a un grupo de Bluejackets que tenía como prioridad tomar el edificio de la aduana, cuando de pronto se vio envuelto en el nutrido fuego proveniente de los francotiradores apostados en el Hotel Oriente, en el techo del edificio de la aduana, en el antiguo faro Benito Juárez y en las casas aledañas.

        Mezclado con los disparos de los fusiles, se escuchaba también el incesante tableteo de un par de ametralladoras. Una estaba situada sobre la calle de Landero y Coss, atrás del andamiaje de lo que iba a ser un nuevo mercado y la otra, oculta en alguno de los cuartos superiores del ya mencionado hotel. Protegido él y sus hombres en la parte trasera de la bodega de la aduana que mira hacia la calle de Emparan, Lowry decidió no arriesgar a su compañía en un ataque frontal, por lo que pidió voluntarios para aproximarse al recinto aduanal desde uno de sus lados. Cinco hombres respondieron al llamado: los Contramaestres de Segunda Joseph G. Harner y George Cregan, el Timonel J. F. Schumaker y los marinos Harry C. Beasley y Lawrence C. Sinnett.

        Los disparos continuaban inclementes. Lowry pensó en colocarse junto a sus voluntarios en una estrecha callejuela formada entre las bodegas, justo en el lugar donde se cruzaban los disparos provenientes de la aduana y del hotel; sitio muy peligroso, pero a la vez el mejor para cazar a los francotiradores. Los seis se arrastraban cuando un par de balas impactaron a Lowry, una en el botón de su birrete sin causar más daño y otra en su pierna derecha, que le desgarró la piel y los músculos. En medio de esa lluvia ardiente, Beasley también fue ligeramente herido. Ambos alcanzaron a ver que Schumaker dejó de arrastrarse, sin hacer un solo movimiento más: Una certera bala le había atravesado la cabeza.

        Después de que el resto de los hombres pudieron acallar con el fuego de sus rifles a la ametralladora surta en el hotel, Lowry llamó a gritos al auxiliar médico para que ayudara a Schumaker. El Aprendiz de Hospital de Primera Clase William Zuiderveld, que se encontraba con el resto de los Bluejackets, corrió agachado hasta la callejuela entre los disparos provenientes de los edificios aledaños y del antiguo faro. Trató de detener, sin conseguirlo, la hemorragia en la cabeza del caído. Schumaker falleció instantes después.

        Una vez que Zuiderveld pudo llevar a  Schumaker a la parte trasera de la bodega, el resto de los hombres de Lowry pasaron por la callejuela y escalaron la pared trasera de la aduana. Enseguida se introdujeron en el edificio a través de sus ventanas y lo tomaron. El personal en el interior se rindió sin ofrecer más resistencia.

        Mientras esto ocurría, el fuego proveniente de la segunda ametralladora situaba a espaldas de la Escuela Naval, un poco más allá del mercado en construcción, continuaba sin respiro. El contramaestre Harner se arrastró hasta la esquina de La Aduana con Landero y Coss. Ubicando a lo lejos el fuego de la ametralladora, alineó rápidamente la mira del Springfield con sus ojos, entornó la mirada y sin pensar en nada más hizo un primer disparo.

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        José Azueta sintió un dolor quemante cuando la bala calibre 7.62 penetró en su pierna izquierda, fracturándole el fémur. Sin embargo, aguantó el dolor y siguió disparando mientras se apoyaba en la  otra pierna e incitaba a gritos a sus excompañeros a seguir combatiendo.

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        Al ver el bluejacket  que aquel gatillero seguía haciendo fuego, afinó la puntería y volvió a jalar del gatillo. El ¡crack! Del fusil retumbó de nuevo en sus oídos.

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        La segunda bala lo golpeó ahora en su rodilla derecha, haciéndolo gemir. Sus piernas ya no fueron capaces de sostenerlo y cayó de lado en el empedrado de la calle, quejándose. El Corneta Juan Castañón, que atestiguaba la escena desde la escuela, no lo pensó y corrió en su auxilio. Lo tomó a rastre e intentó llevarlo a un lugar seguro.

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        Mientras era arrastrado de la zona de peligro, la tercera bala penetró en el codo del brazo derecho del Teniente de Artillería, destrozándolo y dejándolo sostenido del antebrazo sólo por los tendones. El dolor ya era muy intenso y al final Azueta perdió el conocimiento. La Hotchkiss quedó allí, humeante.

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        Desde el balcón del dormitorio de la Segunda Brigada, el Comodoro Manuel Azueta contempló, inmóvil, los hechos. Allí permaneció por un largo, muy largo rato sin decir palabra alguna. La palidez cubría su rostro de padre herido. Ese dolor que sentía era grande, mucho más grande que el dolor provocado por las balas dum-dum yanquis al perforar las carnes de su hijo...Los pensamientos se acumulaban en su mente... Su patriotismo y valentía era digna del soldado que era, pero ¿valía la pena su sacrificio? ¿valía la pena perder a un hijo? Hiso el intento de correr para auxiliarlo cuando vio que el corneta se le había adelantado, Una imagen llegó de pronto a su mente: ¿Cómo se lo diría a la madre de su amado José?

(Continuará).




   

3 comentarios:

  1. Excelente relato, profesor, quisiera añadir que a título personal Jose Azueta es el personaje más heroico de nuestra ciudad aunque el no era Veracruzano. Lamento que nadie haya tomado siquiera una fotografía del héroe en acción siendo que existen numerosas fotos de ese día en el puerto. Será que exista alguna aún por descubrir?

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  2. Muchas gracias. Es un gusto saber que le ha gustado el texto. Con respecto a su pregunta, veo difícil que exista una fotografía de José Azueta en acción. Esto debido a que no había más que unos cuántos fotógrafos en la ciudad en esos momentos: Maigne, Hadsell (corresponsal de guerra el primero, civil con un negocio de fotografía en los portales el segundo. Norteamericanos ambos), Miret y Ponciano Flores Pérez. De hecho, hay contadísimas fotos de los combates y sí muchas de los días posteriores. Hubiera sido mucha suerte que algún mexicano con cámara (instrumento de por sí caro en aquella época), hubiera estado en el lugar y momento adecuado para, en medio de la balacera, haber hecho una toma de Azueta disparando.

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  3. Excelente relato histórico, Azueta ha sido desde mi infancia un referente de heroísmo y virtud patriótica. Espero la segudna parte. No sé porqué pero yo tenía la idea de que José Azueta habia quedado tendido durante varias horas inclusive ya entrada la noche en la misma calle empedrada en la que había caído, me parece que hay relatos que dicen que un cunado de él o amigo cercano de la familia fue quien salió a buscarlo y lo encontró moribundo.

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