viernes, 15 de abril de 2022

El ataque filibustero-corsario a Veracruz de mayo de 1683 (*). Parte VIII

 

(*) Este texto es parte de un trabajo que originalmente fue expuesto por el autor en la charla ¡Filibusteros, al ataque! Llevada a cabo en la librería "Mar Adentro" del puerto de Veracruz el 17 de mayo de 2018.

Luis Villanueva

En los médanos frente a la Nueva Veracruz

Sábado 22 de mayo

Durante el día

    Aquella mañana, el alcalde mayor de la Veracruz Vieja, don José de Esquivel, observó atento desde un alto médano el febril movimiento de los filibusteros en la Nueva Veracruz. Aunque la ciudad lucía bella a la luz del amanecer, la gran cantidad de nopos volando en círculos le daban un aire melancólico. Estas aves de rapiña llegaron conforme la población fue creciendo, pues con ello aumentó la cantidad de animales muertos, basura y desperdicios, por lo que no era extraño verlas planeando grácilmente o posadas en grandes parvadas color negro sobre las casas y cúpulas a la espera de algún suculento bocado. También vio más al oriente, en medio de un mar en calma, a San Juan de Ulúa en una tensa espera, y fuera del alcance de sus cañones, a la flota pirata.

    Acompañado de un centenar[1] de soldados españoles y lanceros a caballo de la Compañía de negros libres de San Lorenzo de Cerralvo,[2] Esquivel notó desde su llegadaa a  que la sola imagen de los milicianos con sus coloridas banderas ondeando en sus lanzas, fue motivo suficiente para crear el desconcierto entre los franceses. Aprovechando la sorpresa y conocedor que era de la valentía y arrojo de las milicias negras, ordenó que la caballería atacara las posiciones filibusteras. Los vaqueros, negros y mulatos libres, se lanzaron entonces a la ciudad a todo galope, embistiendo a cierta cantidad de filibusteros que de momento no supieron cómo reaccionar, mientras que otros corrieron a refugiarse entre las calles. Algunos ofrecieron una tímida resistencia enfrentando a los jinetes en medio de insultos y empuñado su filoso alfanje a dos manos; pero solo para morir atravesados de un lanzazo o por una garrocha certeramente arrojada, misma que era hábilmente desclavada del cuerpo cuando el miliciano pasaba a todo galope a su lado. La cargada fue tan efectiva que una veintena de filibusteros quedaron regados en la arena o en las calles perimetrales. La cargada hubiera hecho aún más daño si no hubiera sido por un cañonazo de alarma que retumbó desde la plaza, haciendo que los herejes franceses corrieran en todas direcciones, como si de un hormiguero se tratara, para organizar una precaria defensa.

Ya había pasado bastante rato desde el ataque, por lo que a esta hora de la tarde y con la seguridad que brindaba el médano alto en donde se encontraban, el alcalde observaba cómo la gente y sus captores aprisa se trasladaban con la mercancía robada hacia los Hornos, en donde eran embarcados para ser enviados a los barcos o a la Isla de Sacrificios, quedando la ciudad poco a poco desalojada. A Esquivel le pareció que la isla, rodeada por una decena de naves filibusteras de diferentes portes, realzaba una belleza casi pictórica que la realidad no podía refrendar. Entonces, pensó en aprovechar la retirada de los filibusteros, animándose a bajar a la Nueva Veracruz junto con su infantería y caballería.

*****
Un carro llevado por mulatos que volvía a la Nueva Veracruz después de haber dejado su carga en los Hornos. En su camino de regreso iba recogiendo los cadáveres que hallaba cuando vieron que se aproximaba el grupo de milicianos. Creyendo que eran los filibusteros que retornaban, de inmediato dieron la voz de alerta, provocando que las mujeres que habían quedado en la parroquia salieran despavoridas hacia los médanos. Algunas lograrían huir, pero otras más perecerían entre los médanos y la caliente arena.[3]

*****
En el trayecto, las fuerzas de Esquivel vieron a un grupo de mujeres que, asustadas, corrían desde la ciudad hacia los médanos. El alcalde mayor intentó alcanzar a caballo a una de ellas, pero el miedo reflejado en su rostro aunado a los chillidos que lanzaba, lo hicieron desistir. Posteriormente encontrarían tirada en la arena a una mujer muerta, con una criatura aun mamando de su pecho.[4]

Tras sortear el viejo murete que en algún tiempo sirvió como basamento para una estacada, el alcalde y sus hombres comenzaron a recorrer las primeras calles. La imagen con la que se toparon los dejó sin palabras: la Nueva Veracruz se encontraba destruida, con las puertas y ventanas rotas, con olores nauseabundos surgiendo de todos los rincones. Toda lleno de suciedad e inmundicias, con cadáveres de seres humanos a medio enterrar y de mulas o caballos  muertos cubiertos de moscas y rodeados de decenas de nopos que, para permitirles el paso, solo se hacían ligeramente a un lado. Parecía que un huracán había entrado a la ciudad, dejando solo dolor y  tristeza a su paso. En su marcha, esta compañía de lanceros negros y mulatos, terminaron por robar de la ciudad lo que los filibusteros no se habían llevado.[5] [6] [7] Quién sabe por qué razones José de Esquivel no intervino para evitar este nuevo saqueo.

Isla de Sacrificios

Sábado 22 de mayo

Durante la tarde

    Poco a poco fueron llegando los cautivos a la isla. La sed y hambre que padecía la población era grande, pues debido a la intempestiva salida de la ciudad, no habían recibido una sola ración de agua o alimentos. En Sacrificiios ya se encontraban cerca de dos mil negros y mulatos de ambos sexos, apartados por los filibusteros para ellos. En medio de ella, una bandera blanca con flores de lis ondeaba al compás del viento rodeada por una vigilante guardia de entre cuarenta y cien soldados, refugiados algunos de ellos en  un horno de cal de ocho varas de largo por tres de ancho. Finalmente, a los cautivos les dieron un poco de agua, pero ni un pedazo de bizcocho y como el calor era insoportable, mucha de la gente se lanzó al mar, permaneciendo allí por varias horas refrescándose, hasta que cayó la noche. [8] [9] [10] [11]

Isla de Sacrificios

Domingo 23 de mayo

Durante el día

    A los ricos y a los prelados, entre los que se encontraban el vicario Benito Álvarez de Toledo, los padres de Santo Domingo y San Agustín, el padre guardián de San Francisco y los padres Bernabé de Soto y Juan del Castillo, jesuitas ambos, los tenían custodiados en una parte destechada y polvosa del horno de cal. De este sitio fueron sacados y llevados a la nave capitana[12] para presionarlos con el rescate de 150 mil pesos en reales, mismos que debían ser entregados en un plazo de diez días; además, les exigieron 24 zurrones de grana[13], tres mil botijas de vino, mil de aceite, lona, cecina y harina que se había quedado en las bodegas de la ciudad debido a la precipitada salida y que decían era suyo. También exigieron el bizcocho necesaria para su armada y el sustento de todos los cautivos, pues ellos ya no los iban a alimentar. Para ello, llevaron a tierra a cuatro hombres escogidos entre los 20[14] rehenes principales: al alcalde ordinario Miguel de Azcué y a don Juan Bertel[15] para que fueran, el primero, por el camino viejo y el otro por el nuevo, a buscar recuas de plata para juntar el dinero; al contador José de Murrieta y al capitán Francisco Arias[16] para que recuperaran la grana, aceite, lona y todo lo demás bastimentos que se les había exigido, amén del alimento y agua para la población. Lo anterior fue comprometido bajo firma y con amenazas de que, si a las 8 de la mañana del día siguiente no se cumplía con la entrega de los productos, empezarían a matar a la gente.

Isla de Sacrificios

Lunes 24 de mayo

Durante el día

    Esa mañana, Arias y Murrieta empezaron a enviar la grana y los demás productos exigidos, pero poco pudieron obtener para el sustento de la población, siendo don Francisco Carranza[17] alcalde ordinario, don Domingo de Urizar y el hermano Francisco de León, coadjuntor de la Compañía, los que finalmente pudieron enviar algo para las más de tres mil personas en la isla. Pero el abuso y maltrato seguían hasta en esto, pues este bizcocho y agua eran en su gran mayoría tomados por los filibusteros, repartiendo lo que quedaba entre la población junto con los consabidos palazos e improperios. [18] [19] [20]

    Los siguientes días llevaron a la isla doscientos zurrones de grana y en botes que iban directo a los navíos, otros doscientos según se dijo. Una parte de la lona era también llevada a la isla y el resto a los barcos, al igual que la harina y el aceite. Rodeaban a la isla las 13 embarcaciones, por lo que los prisioneros siempre estuvieron vigilados y a tiro de cañón. Viendo esta escena, al franciscano Juan de Ávila no dejaba de sorprenderle que a los filibusteros les hubiera sido tan fácil capturar la Nueva Veracruz con solo dos navíos y ochocientos hombres, pues las restantes 11 embarcaciones, con trescientos soldados más, entraron al puerto posteriormente. También le causó admiración ver la gran cantidad de lanchas y botecillos que traían. Tantas eran que no le parecía posible que cupiesen en sus barcos.[21]

sla de Sacrificios

Martes 25 de mayo

Durante el día

Aquella mañana, los filibusteros llevaron a la gente agua y bizcochos, pero como fue tanto el desorden y algunos no alcanzaron, organizaron con los rehenes ciento cincuenta y cinco grupos sin importar el color de piel. Cada grupo (llamados ranchos), estaba compuesto de 25 hombres, a los cuales se les repartían, por medio de cabo, un sombrero con bizcochos y una botija de agua cada 24 horas.[22] [23] [24]

Isla de Sacrificios

Miércoles 26 de mayo

Durante el día

Por la mañana los filibusteros llevaron a sus barcos muchas botijas de agua y hasta dos tercios del total del bizcocho que se enviaba como sustento para la población. Por tal motivo, ese día los cautivos solo recibieron la copa de un sombrero con mazamorra[25], migajas de bizcocho y una botija de agua por cada dos ranchos.[26]

Al mediodía, los piratas formaron en dos columnas dejando un estrecho pasillo entre ellos. Movieron a todos a ese lado de la isla y con los alfanjes en sus manos, hicieron pasar a todos por él. La gente obedeció con miedo, pues pensaron que era para pasarles cuchillo, pero los piratas solo observaban detenidamente a cada hombre que pasaba y les quitaban la ropa que aún estaba en regular estado, dejándoles solo aquella que no era de su agrado. También se la quitaron a los negros, negras y mulatas; ellas aun llevaban puesto los vestidos finos que les habían dado cuando estuvieron jugando y retozando con ellos en la ciudad; por lo que llorosas, fueron dejadas casi desnudas. Por la tarde llevaron a cerca de dos mil negros y mulatos a una parte de la isla para cuidarlos y sustentarlos para que así no enfermaran, pues sus intenciones eran llevárselos, como finalmente hicieron.[27]

Isla de Sacrificios

Jueves 27 de mayo

Durante el día

Cuando de tierra llegaron los bastimentos para los cautivos, los piratas llevaron muchas de las botijas de agua a los esclavos y otras tantas a sus barcos. Solo dejaron para la población veinte botijas y medio petate de bizcocho, tocándole una botija de agua y una jícara de bizcocho por cada cuatro ranchos. Pero las fechas siguientes se tornaría peor, pues hubo días en que no habría agua ni bizcocho, haciendo que mucha gente desfalleciera de hambre y sed. Sobre todo, si durante las horas de más calor, no les permitían guarecerse un poco del sol, pues les destruían algunas pequeñas sombrillas que habían fabricado de varillas, cornezucho y zacatillo del mar.[28]

Por la tarde, el general Van Hoorn, alcoholizado, se aproximó al polvero donde estaba el grueso de los cautivos y les dijo entre otras cosas:

-Para mí no hay Dios, que ni Dios me ha dado esto, sino mi valor y mis fuerzas se lo han ganado…- Con todo y que sabía que todavía no se había cumplido el plazo para la entrega del rescate, sacó a colación los 150 mil pesos, reprochando que aún no habían sido entregados, por lo que estaba decidido a tocar a degüello. Dicho esto, se dirigió, algo tambaleante, a la orilla de la isla.[29] [30]

*****

    Lorencillo se encontraba en la orilla de la playa donde el aire era más fresco. Las olas llegaban hasta sus botas, mojándolas ligeramente. A lo lejos, se adivinaba el perfil de la ciudad entre la calina, sobresaliendo sus cúpulas y el campanario de la Merced contra los médanos amarillos. Pero él no observaba esto, más bien cavilaba sobre el hambre y la sed que estaba padeciendo los cautivos a causa de las órdenes de Van Hoorn. También observaba que las penurias y malos tratos estaban ya haciendo mella en muchos de ellos, al grado que día a día desfallecían o morían. Le pesaba más porque a algunas de los conocía desde los tiempos en que llegaba a la Nueva Veracruz como artillero de la flota o por los “tratos”[31] [32] comerciales que habían tenido con varios de estos ya como filibustero. Pero por ahora no tenía conocidos y mucho menos socios a quien responder. Y era mejor así, pues si por su deferencia alguien llegara a sospechar que era conocido de alguno de los cautivos, este la podría pasar muy mal a mano de los jueces y sayones españoles. Por otra parte, la empresa contra esta ciudad había dejado muy buenos dividendos, tantos, que de momento no lo podía calcular del todo. Ya habría oportunidad para ello cuando llegaran los 150 mil pesos del recate y estuvieran en algún puerto amigo, quizá en Pitiguas (Lauren de Graff rio para sus adentros al recordar como pronunciaban en la Nueva España  Petit-Goâve). En estos pensamientos estaba cuando vio que uno de sus segundos, un inglés, se aproximaba corriendo hacia él.

-¡Señor, el general acaba de amenazar tocar a degüellar porque no se ha recibido el dinero del rescate! -Lorenzo de Jácome escuchó algo incrédulo.

-¿Cuándo dijo eso?

-Hace un momento, con los cautivos.

-¡Eso aun no lo puede exigir, faltan días para que se cumpla el plazo! -Dijo contrariado. Enseguida, mirando la inglés, le soltó: --¿Sostendrás tus palabras?

-.- Respondió el aludido con firmeza. -Pues escuché al general decirlo.- En eso, ambos vieron que Van Hoorn se acercaba.[33]

*****

Van Hoorn vio a Lorencillo hablando con alguien más en la playa. Por momentos tambaleante, llegó hasta donde se encontraban. Entonces, De Graff, sin más, le reclamó el trato que estaba teniendo con los cautivos, además, de que había amenazado con hacerles pasar cuchillo.

-Yo no dije eso.- Se defendió el ex negrero.

-Si lo dijo, general. -Terció el inglés.

-Si piensas hacer eso, sería mucho mejor que los eches en tierra a todos, Nicholas.

Van Hoorn, encolerizado y alcoholizado como estaba, dio una respuesta que no fue del gusto de almirante, quien también enojado, le arrebató el bastón de mando[34] que llevaba y lo arrojó al mar para enseguida desenvainar su espada.

-¡No hay nada más que escuchar!- Exclamó. -¡Aquí desquitaré el insulto que me hiciste!

Van Hoorn, sorprendido por la acción de Lorecillo y viendo que este sacaba a relucir la espada, apenas alcanzó a empuñar su alfanje cuando recibió dos estocadas, una en el brazo y otra en la oreja, mismos que lo hicieron retroceder y caer de espaldas en la blanca y caliente arena. Para ese momento ya se encontraban rodeados por varios de sus hombres, quienes de inmediato separaron a De Graff y auxiliaron a Van Hoorn. Su mano apretaba la cortada en el brazo, buscando contener el borbotón rojo que escurría entre sus dedos. -¡Llevadlo a La Francesa[35]!- Ordenó el almirante a sus soldados. -Queda preso.- Desde ese día, no se volvió a ver en tierra a Nicolas Van Hoorn.[36] [37] [38] [39] [40] [41]

*****
    Durante la noche, los captores no permitieron que alguien durmiese en la orilla de la isla, sino solo en su centro, en donde todo estaba lleno de guijarros y hormigueros. Según Ávila, aquí se dio el milagro de que, habiendo tantas hormigas, no hubo una que picase a alguien..[42] Así permanecieron los cautivos, cubiertos por el negro manto estrellado y arrullados por el sonido de las olas, en espera del amanecer.

[1] Juan Antonio Rivera, Diario curioso del capellán del hospital de Jesús Nazareno de México. Diario I, Biblioteca de Historiadores Mexicanos, México, 1953, p. 28

[2] Juan Ávila, “Pillage de la ville de Veracruz par les pirates le 18 Mai 1683 (Expedición de Lorencillo), en Amoxcalli (sitio web), consultado el 1 de enero de 2021, http://amoxcalli.org.mx/paleografia.php?id=266,, f..6

[3] Ávila, op. cit., f. 7

[4] Agustín de Vertancurt, Crónica de la provincia del Santo Evangelio de México. Tomo III, Imprenta de I. Escalante, 1871, p. 245

[5] Vertancurt, op. cit., ibídem

[6] Uluapa Senior, “1683: Carta del rector del colegio jesuita de la Nueva Veracruz”, Veracruz Antiguo, https://aguapasada.wordpress.com/2016/05/31/1683-carta-del-rector-del-colegio-jesuita-de-la-nueva-veracruz/ (consultado el 1 de enero de 2021)

[7] Es posible que estos saqueadores hayan sido gente ajena a las milicias de San Lorenzo de Cerralvo, pero tampoco se puede descartar que hubieran sido ellos mismos. Así lo narra Agustín de Vetancurt: “A toda prisa en barcos fueron sacando la gente para la ciudad, que la hallaron con puertas y ventanas destrozadas, perros, mulas y caballos muertos, y por segunda vez por los propios robada, porque el sábado entró una escuadra de mulatos a caballo, echaron voz que el enemigo volvía y salieron a los médanos las mujeres, con que tuvieron ocasión de robar lo que el enemigo había dejado de llevar.

[8] Ávila, op. cit., ibídem

[9] Francisco Javier Alegre, Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España, J. M. Lara, México, 1842, p. 39

[10] Agustín Villaroel, “Primera invasión de Veracruz por Lorenzo Jácome y Nicolás Banoren ocurrida en el año de 1683”, en Ignacio Cumplido, El Mosaico Mexicano o colección de amenidades curiosas. Tomo I, México, imprenta de Ignacio Cumplido, 1840, p. 404

[11] Vertancurt, op. cit., p. 244

[12] “La capitana” era el barco en que viajaba el general, en este caso, Van Hoorn.

[13] Cada zurrón equivalía a ocho arrobas y cada arroba a 11.5 kg.

[14] Senior, op. cit., ibídem

[15] O Bertil, según Villaroel.

[16] Diego de Rivera coincide cos dos de los enviados: Miguel de Azcué y José de Murrieta. Y da otros nombres para los dos restantes: el oficial real Francisco Díaz (quizá Francisco Arias) y el capitán Fermín de Zazueta.

[17] ¿Sería el mismo que con el grado de capitán ayudó a valuar y recoger las joyas en la parroquia?

[18] Ávila, op. cit., f. 7 - f. 7v

[19] Villaroel, op. cit., ibídem

[20] Vertancurt, op. cit., ibídem

[21] Ávila, op. cit., f. 7v

[22] Vertancurt, op. cit., ibídem

[23] Ávila, op. cit., f. 7v – f. 8

[24] De este modo se puede calcular, en base a lo dicho por Ávila y Vetancurt, que en la isla había tres mil 875 hombres. Ávila indica que en total eran 4 355 personas. La diferencia quizá fuera debida a que no estaban agregadas en los grupos las mujeres negras y mulatas. No se considera a las mujeres españolas, pues estas fueron liberadas en la parroquia antes de que fuera llevado el resto de la población a la isla.

[25] Galleta partida que queda en el fondo de los sacos de provisiones de los barcos.

[26] Ávila, op. cit., f. 8

[27] Ávila, op. cit., ibídem

[28] Ávila, op. cit., f. 8v

[29] Vertancurt, op. cit., ibídem

[30] Alexandre Olivier Exquemelin, Historie des avanturiers flibustiers, Chez Jacques Le Febvre, Paris, 1699, p.  

[31] Antonio García de León, Vientos bucaneros, Publicaciones Era, México, p. 99

[32] Antonio García de León, Tierra adentro, mar en fuera. El puerto de Veracruz y su litoral a Sotavento1519-1821, F.C.E., 2011, p. 614

[33] Exquemelin, op. cit., p.

[34] “Bastoncillo” en el original.

[35] Esta nave era “la almiranta” por ser el barco en donde pernoctaba el almirante, en este caso, Lorencillo.

[36] Ávila, op. cit., f. 10

[37] Exquemelin, op. cit., p.

[38] Vertancurt, op. cit., p. 244-245

[39] Villaroel, op. cit., p. 405

[40] Nicolas Van Hoorn moriría quince días más tarde, a mediados de junio de 1683, a causa de las heridas mal tratadas que terminaron por infectarse. Fue inhumado en un pequeño cayo llamado “Logrette” por Exquemelin (posiblemente el cayo Loggerhead, situado a 14 km de Cabo Catoche y a 25 km de Isla Mujeres).

[41] Fue testigo del duelo el padre prior de San Agustín, quien se lo contó a Diego de Ávila (f. 10). Al prior (de apellido Rivera), se lo llevaron los filibusteros el día que partieron y ya no lo regresaron, como sucedió con el padre Juan del Castillo y el gobernador de  Córdova. No he encontrado aún alguna referencia que diga qué pasó o hicieron los filibusteros con él. 

[42] Ávila, op. cit., f. 8v

No hay comentarios:

Publicar un comentario