viernes, 19 de marzo de 2021

San Juan de Ulúa. La historia de la fortaleza(*). Siglo XIX y XX (Parte V y última)

 

Por Luis Villanueva

(*)
Ensayo ganador del tercer lugar en el 2° concurso regional de ensayo 2015 del Centro INAH Veracruz.

La resistencia española en la fortaleza, 1821-1825

Aunque la independencia de México ya había sido proclamada, en el puerto de Veracruz aun había tropas españolas. Esta fuerza, compuesta por alrededor de 200 hombres, estaban al mando del brigadier José María Dávila, que a la sazón era gobernador del puerto de Veracruz y se negaba a reconocer la independencia. El 26 de octubre de 1821, Dávila decidió atrincherarse en la fortaleza de San Juan de Ulúa, izando allí la bandera española mientras esperaba instrucciones desde la Habana.

Ya en la fortaleza, Dávila recibió el apoyo de 2000 hombres y piezas de artillería procedentes de la Habana y de España. Por su parte, Agustín de Iturbide ordenó la compra de barcos para poder crear una armada, la cual quedó finalmente constituida por una escuadrilla con la que se bloqueó a Ulúa. Esta fuerza estuvo conformada con las goletas Iguala y Anáhuac, junto con nueve balandras cañoneras; sin embargo, la carencia de artillería para enfrentar a los barcos españoles impidió llevar a cabo el bloqueo con efectividad. El 10 de septiembre de 1822, el brigadier Antonio López de Santa Anna se hizo cargo del gobierno de la ciudad de Veracruz. El 24 de octubre de ese mismo año, José María Dávila fue sustituido por el brigadier Francisco Lemaur.

Una celada de Santa Anna hace creer a Lemaur que la ciudad le sería entregada sin resistencia, por lo que desembarca con una fuerte cantidad de soldados. Sin embargo, Santa Anna los ataca e intenta capturar al brigadier español, logrando este reembarcarse junto con sus tropas y llegar a la fortaleza. Una vez allí, lanzó un bombardeo sobre la ciudad la madrugada del 27 de octubre de 1822 como represalia.

Un segundo bombardeo desde Ulúa se dio el 2 de septiembre de 1823. Esto a raíz de que se impidió que la fortaleza recibiera auxilio médico, militar o de alimentos. La escuadrilla mexicana se mantuvo muy activa desde el segundo cañoneo al puerto hasta el mes de noviembre, en que el general Guadalupe Victoria les ordenó dirigirse a Alvarado para refugiarse de los nortes. Estos barcos emplearon la táctica de acercarse a la fortaleza, cañonearla y alejarse, con lo que constantemente hostigaban a las tropas españolas. Además, habían logrado interceptar a varios buques con auxilio para la fortaleza.

El 25 de octubre de 1823 se decretó en forma oficial el bloqueo a Ulúa. Este obligaba a los barcos españoles a abandonar los puertos mexicanos en 24 horas so pena de ser hostilizados por las naves mexicanas. El 18 de marzo de 1824, Lemaur intentó tomar la isla de Sacrificios, pero no pudo concretarlo debido a que sus fuerzas fueron cañoneadas desde la batería de Mocambo. Esto trajo como consecuencia que se diera el tercer bombardeo a la ciudad de Veracruz, misma que concluyó hasta el 30 marzo.

El bloqueo continuó y su persistencia empezó a rendir sus frutos, pues un desertor español que llegó a nado al puerto informó que en la fortaleza se encontraba una guarnición con 270 hombres enfermos de escorbuto y fiebre amarilla, entre ellos a Lemaur. Pero que todavía había 100 hombres sanos y listos para disparar los cañones. También informó que el brigadier español había solicitado ayuda a Cuba, y que si esta no llegaba en 20 días rendiría la plaza. El 28 de enero de 1825 Lemaur fue relevado por el brigadier José Coppinger.

El 16 de agosto de 1825, el capitán de fragata Pedro Sainz de Baranda, fue designado Comandante General del Departamento de Marina de Veracruz. El 11 de octubre de 1825, Sainz de Baranda y su flotilla naval enfrentaron a un convoy español compuesto por dos fragatas de guerra y dos bergantines cargados de víveres. Después de quedar frente a frente ambas fuerzas navales, la fuerza española dio media vuelta y regresó a la Habana.

Al quedar sin apoyo, Coppinger capituló el 17 de noviembre de 1825, siendo arriada la bandera española de Ulúa el 23 de ese mismo mes. El general Miguel Barragán izó entonces la bandera nacional, mientras que una salva triple de 21 cañonazos le rindió honores (SEMAR).

El bombardeo francés de 1838

En el marco de la llamada “Guerra de los Pasteles”, San Juan de Ulúa tuvo uno de los momentos más álgidos de su historia. A las 2:35 p.m. del 27 de noviembre de 1838, el almirante Charles Baudin ordenó hacer descender la señal de ataque a lo largo de la driza de la Nereida en la que se encontraba, al tiempo que la bandera francesa se izaba a tres mástiles en el bauprés de las fragatas que iniciaban el ataque a la fortaleza: la Nereida misma, el Gloria y la Ifigenia. Una nube de humo envolvió a las naves al rugir de la primera descarga cerrada, a la vez que un poderoso grito de ¡Viva el rey!, precedió a la segunda e imponente detonación de un centenar de cañones, recibiendo la fortaleza una lluvia de proyectiles.

El rugir del cañoneo francés se tornó incesante, contundente, quedando la fortaleza envuelta en una espesa humareda. Resaltando entre el humo los tres colores de la bandera mexicana colocada en el Caballero Alto (Blanchard, 1839). Tras la primera andanada francesa, la respuesta de la fortaleza no se hizo esperar; los artilleros dispararon a un mismo tiempo, aunque sólo contestaba con una cuarta parte de su potencial de fuego para hacerlo.

Las fragatas continuaron disparando sin piedad, siendo emuladas algunos instantes después por las bombarderas francesas Cíclope y Vulcano. En pocos minutos el incendio en la fortaleza fue general, haciendo que se perdieran de vista las fragatas entre el humo. La corbeta Criolla al mando del príncipe de Joinville (hijo del rey Luis Felipe de Orleans), tras colocarse al final entre el arrecife de la Lavandera, se unió al combate (Blanchard, íbid).

Un intenso cañoneo partió de la batería baja del baluarte San Miguel contra la recién alineada Criolla, la cual respondió con furia (Blanchard, íbid). Al final, de todos los barcos alineados para el ataque sólo participaron las fragatas Nereida, Ifigenia y Gloria; la corbeta Criolla y las bombarderas Cíclope y Vulcano. Juntas portaban un poder de fuego de 204 piezas, entrando en acción 108 de ellas. Por su parte, la fortaleza de Ulúa contaba con 153 piezas, de las cuales sólo pudieron ser disparadas unas 40 (Bravo, 1953). Las fuerzas francesas mantuvieron su posición durante la tarde, para así aprovechar la luz y alinearse para bombardear el baluarte San Crispín y a la batería baja de San Miguel, situadas al Este de la fortaleza (Graviere, 1888) (Blanchard, Íbid).

En la fortaleza la defensa fue bizarra. Las baterías se encontraban lanzando su incesante fuego, cuando cerca de las cuatro de la tarde, una gran explosión cimbró el aire y el repuesto de la línea de defensa de la batería baja del baluarte San Miguel: una bomba había penetrado en el polvorín, produciendo una estallido tan violento que ahogó al de los cañones, levantando un“¡Bien!” - Gritó con emoción el segundo al mando al príncipe de Joinville- “¡En el Caballero!”, al tiempo que ambos observaron una gran nube blanca en la base y negra en lo alto elevarse lentamente (Joinville, 1893).a gran columna de humo y lanzando por los aires a varios artilleros que cayeron al mar y en los alrededores heridos o muertos. Entre ellos se encontraba el Capitán de Fragata a cargo de esa batería, Blas Godínez Brito, el cual sufrió heridas de consideración que iban desde contusiones en la cabeza, hasta la fractura de la pierna derecha y de varias costillas, además de haber quedado destrozada su muñeca izquierda (Graviere, ïbid) (Blanchard, Íbid).

Con la explosión se perdió la artillería y una gran cantidad de pólvora encartuchada. De los 17 defensores que se encontraban en esa batería baja, 13 perdieron la vida. La línea exterior de este baluarte quedó desecha y abandonada y la línea interior severamente dañada, reduciendo considerablemente la respuesta de la fortaleza.

A las cuatro y media de la tarde, tras una andanada de cuatro tiros de mortero de la Criolla, voló por los aires el Caballero Alto, cayendo parte de su estructura en medio de un torbellino de fuego, humo y piedras en medio de un ruido ensordecedor. Su voladura cubrió con escombros y cenizas a soldados, naves y estructuras circundantes. También salieron por el aire cañones y municiones, junto con otra parte de los defensores de la fortaleza.

“¡Bien!” - Gritó con emoción el segundo al mando al príncipe de Joinville- “¡En el Caballero!”, al tiempo que ambos observaron una gran nube blanca en la base y negra en lo alto elevarse lentamente (Joinville, 1893).

Desde las naves, los franceses pronto vieron que el mirador y parte de la torre del Caballero habían desaparecido; no ocurriendo lo mismo con la bandera mexicana que allí se encontraba, la cual fue respetada por la explosión y aun ondeaba, desafiante, en la sección de pared sobre la que estaba puesta. Dos explosiones más se dieron en los polvorines, una en la zanja exterior del reducto de la media luna y otro en la batería baja hacia el Este. Una cuarta explosión se agregó alrededor de las cinco de la tarde, reduciéndose con ello todavía más el cañoneo defensivo en la fortaleza (Graviere, op. Cit).

Hacia las cinco treinta de la tarde ya casi no había parque en la fortaleza, la mitad de las piezas que apuntaban al enemigo estaban desmontadas, y puestos fuera de combate una gran cantidad de artilleros, sin que hubiera manera de reponer ni a los unos ni a los otros. Mientras tanto, sólo una pequeña parte de los cañones seguía disparando. Hacia las seis de la tarde, viendo el contraalmirante Baudin los estragos causados por su artillería, decidió moverse a la isla Verde a esperar la noche y preparar un posible ataque al día siguiente (Blanchard, op. Cit.). Pero ya no fue necesario, pues la fortaleza capituló la mañana del 28 de noviembre de 1838.

El bombardeo norteamericano durante el sitio norteamericano de 1847

Durante el sitio norteamericano a la ciudad y puerto de Veracruz, la fortaleza de Ulúa estuvo guarnecida por 1030 hombres y 135 cañones. Su imponente estructura fue un formidable obstáculo para las fuerzas de Scott; por lo que el 9 de marzo, la fuerza naval norteamericana se acercó a la fortaleza para bombardearla; sin embargo, infligieron muy poco daño a la plaza. El 23 de marzo fue nuevamente bombardeada por dicha flotilla, pero con el mismo pobre resultado. Por su parte y durante todo el sitio, la fortaleza realizó un efectivo, aunque intermitentemente fuego sobre las baterías norteamericanas situadas al sur de la ciudad. Afortunadamente para las fuerzas de Scott, no fue necesario realizar un ataque formal a San Juan de Ulúa, pues esta capituló junto con la plaza de Veracruz el 27 de marzo de 1847 (Moseley, 2009, pág. 242).

La prisión militar

La fortaleza de Ulúa fue en su momento el único presidio federal, pues en ella fueron admitidos para purgar sus penas los reos condenados de toda la república, siempre y cuando la sentencia así lo hubiera dispuesto. Lo anterior debido a lo colosal de su estructura, que dio mayor seguridad para la custodia de los sentenciados. Si a eso se le une las condiciones de alta temperatura, excesiva humedad y la total carencia salubridad en que se encontraban sus tinajas, se puede tener un perfecto cuadro del nivel de castigo que podía encontrarse dentro de sus muros. Así, esas celdas recibieron nombres, algunos de ellos en forma sarcástica, que denotaron el nivel de sufrimiento que podían vivirse dentro de ellas: “El Infierno, El Purgatorio, La Gloria, El Limbo, El Potro, La Leona, La Cadena, etc.”.

Dentro de sus tinajas también estuvieron presos políticos del gobierno en turno. Allí fueron recluidos Francisco Xavier Clavijero (1767), Melchor de Talamantes (1809), Mariano Michelena (1813), Benito Juárez (1853), Antonio López de Santa Anna (1867), Félix Díaz (1912), entre muchos más.

San Juan de Ulúa dejó de ser prisión militar el 2 de julio de 1915, cuando se expidió el decreto que a la letra dice:

“1.- El castillo conocido con el nombre de “San Juan de Ulúa” deja desde esta fecha de tener carácter de presidio”. Lo anterior debido a “que durante largos años esta fortaleza sirvió para alojar en lóbregas e insalubres galerías a los reos del orden militar y no pocas veces a los procesados políticos acusados de rebeldía y sedición, exponiéndolos a adquirir, como en efecto sucedía, graves enfermedades y dolencias incurables que con frecuencia ocasionaron la muerte de muchos de ellos”.

*****

La fortaleza de San Juan de Ulúa se ha convertido en un sitio emblemático para los mexicanos, debido a que en ella se ha fraguado mucho de la historia del país. Así, desde el descubrimiento del islote por las huestes españolas hasta su utilización como basamento de una fortaleza, pasando por los hechos, heroicos y de armas que en ella se han dado, Ulúa se ha transformado en punto de apoyo y referencia de hitos históricos que, en conjunto, son utilizados por los estudiosos para entender mejor la historia de México. ¡Y como no ha de ser así, si mucho de la historia de esta nación ha iniciado y/o terminado en Ulúa!

Sus húmedos muros han sido testigo de hechos sin precedente desde el México independiente. Así, la capitulación española de la fortaleza en noviembre de 1825 dio paso a la consolidación de la independencia de México; en 1838 a los cañones de a Ulúa les tocó responder con estoicismo a la fuerza naval francesa durante la Guerra de los Pasteles. En 1847, igualmente respondió con dignidad al ataque norteamericanos durante el sitio a Veracruz de marzo de aquel año. También fungió como protector de la República con Juárez al frente del gobierno liberal en Veracruz. Luego, fue testigo de la llegada de la fuerza Tripartita (Inglaterra, Francia y España) en 1862, que inició la etapa de la intervención francesa, para posteriormente saludar la llegada de los emperadores Maximiliano y Carlota en el Segundo Imperio Mexicano. Finalmente, ya en las últimas décadas del siglo decimonónico sería un presido, el más temible de la época porfirista. Muchas conciencias y voces críticas fueron acalladas allí durante la dictadura. No era algo nuevo: en diferentes etapas de la historia de México otros presos políticos conocieron sus tinajas, como fue el caso de personajes como Fray Servando Teresa de Mier o Benito Juárez García.

También sucesos acaecidos entre sus calcáreos muros han dado paso, en variadas ocasiones, a las leyendas. Así, desde la mulata Soledad que escapó de las mazmorras a bordo de un magnífico barco dibujado por ella, hasta el bandido Jesús Arriaga, “Chucho el Roto”, que se evadió del entonces más temible penal porfirista, el imaginario nacional se ha enriquecido en las letras con la presencia de la múcara fortaleza.

Por todo lo anterior, es que su semblanza debe de ser dada a conocer al ciudadano y a las nuevas generaciones, pues representa no solo parte de la historia de Veracruz, sino también de la historia de México. 

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario