Luis Villanueva
(*) Un resumen de este trabajo fue originalmente expuesto por quien esto escribe en la charla ¡Al abordaje!, llevada a cabo en la librería "Mar Adentro" del puerto de Veracruz, el 18 de abril de 2018.
Corsario proviene del francés corsaire, y este a su vez de lettre de course (carta de carrera), mientras que la palabra francesa course, deriva del latín cursus (carrera).
La RAE define al término “corsario” como “campaña que hacían por el mar los buques mercantes con patente de su Gobierno para perseguir a los piratas o a las embarcaciones enemigas”. Una definición más completa sobre el tema dice:
“Los corsarios eran personajes sujetos a reglas internacionales, atacaban y saqueaban por cuenta de un rey o gobierno a los enemigos de éste, y les era concedida la llamada “patente de corso”, mediante la cual se les autorizaba a apresar embarcaciones enemigas y a saquear zonas pertenecientes a países con los que se encontraban en guerra.”[1]
Por otra parte, la guerra entre Francisco I de Francia y Carlos I de España (sucesor de Fernando II de Aragón “el Católico”), acentuada por la inclinación del rey francés y su corte hacia la iglesia reformada, hizo que pronto zarparan súbditos de aquel reino en barcos tripulados por “aventureros, desertores, gente arruinada y maleantes, llevando consigo patentes de corso”[4] con el respaldo del rey galo. Otra razón que estimuló estas empresas fueron los informes sobre la enorme riqueza que transportaban los mercantes españoles procedentes de las Indias Occidentales.
La patente de corso, también conocida como “carta patente”, era un documento oficial que el beneficiario podía representar (hacer patente) para mostrar que estaba autorizado a emprender un corso, es decir, a perseguir a las naves enemigas. Había dos clases de patente de corso: las cartas o letras de marca que se expedían en caso de guerra y autorizaban a utilizarlas contra el enemigo y las cartas de represalia, que eran el permiso que se daba a un particular por su gobierno para actuar contra otra nación en represalia de daños (reales o irreales) que ella o algún súbdito habían cometido.[5]
Bernal Díaz del Castillo al respecto escribió:
“Y volvamos a decir que como Cortés tenía al Alonso de Ávila por hombre atrevido, y no estaba muy bien con él, siempre le quería tener lejos de sí. Porque verdaderamente si cuando vino el Cristóbal de Tapia con las provisiones, y el Alonso de Ávila se hallara en México (porque entonces estaba en la Isla de Santo Domingo, y como era el Alonso de Ávila servidor del obispo de Burgos e había sido su criado y le traía cartas para él), fuera gran contradictor de Cortés y de sus cosas, y a esta causa siempre procuraba Cortés de tenelle apartado de su persona. Y desque vino deste viaje que dicho tengo, por le contestar y agradar le encomendó en aquella sazón el pueblo de Gualtitlán y le dio ciertos pesos de oro, y con palabras y ofrecimientos y con el depósito del pueblo por mí nombrado, que es muy bueno y de mucha renta, le hizo tan su amigo y servidor, que le envió a Castilla, y justamente con él a su capitán de guardia, que se decía Antonio de Quiñones. Los cuales fueron por procuradores de la Nueva España y de Cortés, y llevaron dos navíos y en ellos cincuenta y ocho mil castellanos en barras de oro, y llevaron la recámara que llamábamos del gran Montezuma, que tenía en su poder Guatémuz.”
“Y fue un gran presente, en fin, para nuestro gran César, porque fueron muchas joyas y muy ricas y perlas tamañas algunas dellas como avellanas, y muchos chalchiuis, que son piedras finas como esmeraldas, y aun una dellas era tan ancha como la palma de la mano, y otras muchas que, por ser tantas y no me detener en escribirlas, lo dejaré de decir y traer a la memoria. Y también enviamos unos pedazos de huesos de gigantes que se hallaron en un cue adoratorio en Cuyuacán, segund y de la manera que eran otros grandes zancarrones que nos dieron en Tascala, los cuales habíamos enviado la primera vez, y eran muy grandes en demasía; y llevaron tres tigres y otras cosas que ya no me acuerdo. […]”
“[…] y digamos de su buen viaje que llevaron nuestros procuradores después que partieron del puerto de la Veracruz, que fue en veinte días del mes de diziembre de mill e quinientos y veinte y dos años; y con buen viaje desenbocaron por la canal de Bahama, y en el camino se soltaron dos tigres de los tres que llevaban, e hirieron a unos marineros, y acordaron de matar el que quedaba porque era muy bravo y no se podían valer con él, y fueron su viaje hasta la isla de la Terçera; y como el Antonio de Quiñones era capitán y se preçiava de muy valiente y enamorado, paresçe ser rebolvióse en aquella isla con una muger, e ovo sobr’ella çierta quistión, y diéronle una cuchillada de que murió y quedó solo Alonso de Ávila por capitán. E ya que iva con los dos navíos camino d’España no muy lexos de aquella isla topa con ellos Juan Florín, francés, corsario, y toma el oro y los navíos, y prende a Alonso de Ávila y llébole preso a Françia; y también en aquella sazón robó el Juan Florín otro navío que venía de la isla de Santo Domingo, y le tomó sobre veinte mil pesos de oro y gran cantidad de perlas y açúcar, y cueros de baca, y con todo se volvió a Françia muy rico e hizo grandes presentes a su rey e al almirante de Francia de las cosas y pieças de oro que llevava de la Nueva España, que todo Françia estaba maravillada de las riquezas que enbiávamos a nuestro gran enperador. Y aun el mismo rey de Françia le tomava cobdiçia, más que otras vezes, de tener parte en las islas y en esta Nueva España.”[8]
“Real
vasallo que sus muy reales pies y manos besa.”
Entonces, el corsario que era visto con orgullo por la nación que le concedió la patente de corso, era a su vez clasificado como un pirata por la nación afectada. Tras el éxito de Fleury, Francisco I encontró una veta en las naves españolas de donde pudo sacar un amplio provecho. Con la siguiente cita el monarca francés reclamó el haber sido marginado del tratado de Tordesillas y justificó su actuar:
“El sol brilla tanto para mí como para los demás. Me gustaría mucho ver la cláusula del testamento de Adán por la que se me excluyó de mi parte al dividirse el mundo”[10]
Díaz del Castillo confirma los dichos del rey francés:
“Y entonçes es cuando dixo que solamente con el oro que le iva a Nuestro Sésar destas tierras le podía dar guerra a su Françia; y aun en aquella sazón no era ganada ni había nueva del Perú, sino, como dicho tengo, lo de la Nueva España y las islas de Santo Domingo y San Juan y Cuba y Xamaica; y entonçes diz que dijo el rey de Françia o se lo enbió a dezir a nuestro enperador, que cómo avían partido entr’él y al rey de Portugal el mundo sin dalle parte a él; que mostrasen el testamento de nuestro padre Adán si les dexó solamente a ellos por erederos y señores de aquellas tierras, que abían tomado entr’ellos dos sin dalle a él ninguna dellas, e que por esta causa era líçito robar y tomar todo lo que pudiese por la mar.”[11]
Pero Florín no sería el único[12], pues en los siguientes años tanto los sea dogs isabelinos (entre los que se encontraban Sir Francis Drake, Sir John Hawkins, Sir Walter Raleigh y Sir Richard Hawking), como los contrabandistas y los corsarios holandeses (los mendigos del mar, que recibieron las patentes de corso del príncipe de Orange, Guillermo el taciturno), tomaron también parte en este lucrativo negocio.
[1] David Fernández García,
“Bernardino de Talavera y el Nuevo Mundo”, en Cuaderna, núm. 18-19, 2010-2011, p. 78.
[2] “Breve Inter caetera de 1493”, en Wikipedia. La enciclopedia libre (sitio web), 15 de septiembre de 2017, consultado el 1 de junio de 2018, https://es.wikipedia.org/wiki/Breve_Inter_caetera_de_1493
[3] “Tratado de Tordesillas”, en en Wikipedia. La enciclopedia libre (sitio web), 17 de mayo de 2018, consultado el 1 de junio de 2018, https://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Tordesillas#cite_ref-12
[4] Ruiz, Herlinda, 2010, La expedición del corsario, Pierre Chuetot al circuncaribe y su desembarco en la península de Yucatán, 1570-1574, Zamora, Michoacán: El Colegio de Michoacán. P. 15.
[5] Fernando Martínez Laínez, “Piratas, el terror del Caribe” en Historia y vida, 437, Barcelona, 2005, p. 41.
[6] En parte procedente del tesoro de Axayácatl.
[7] Un castellano es la sexta parte de una onza común de oro (28.7 g), por lo que esta pieza contendría aprox. 4.6 g de oro. Esto lleva a la conclusión que SOLO el “quinto real” enviado por Cortés al emperador español, sería de 266.8 kg del dorado metal.
[8] Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España: Manuscrito “Guatemala”, capítulo CLIX, México, El Colegio de México, 2005, p. 651-654.
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