Ciudad y puerto de la Nueva Veracruz
Jueves 20 de mayo
- Señor,
¿a qué debo el honor de vuestra visita?
- General.- Zazueta hizo lo posible por disimular el desprecio que sentía, yendo al grano desde el principio. -Todos en la iglesia están muriendo de hambre y enfermedades. ¿Cuáles son los motivos y delitos que aquella pobre gente, de las mujeres y los niños, para padecer tantos trabajos? ¿Por qué se nos han negado los alimentos, se escasea el agua y niegan todo consuelo?
Van Hoorn solo escuchaba. No se tomaba la molestia de ver a su interlocutor. El antebrazo apoyado en la mesa, en donde algo de comida, una garrafa y un vaso con algún licor eran lo único visible. Zazueta, de pie y custodiado por un par de filibusteros, continuó:
-¿No han cedido todos sus caudales? ¿No han dado hasta lo necesario para su decencia? ¿Pueden hacer más?
El capitán guardó silencio por un momento esperando alguna reacción del corsario, pero este permaneció impasible, por lo que prosiguió:
-Las cabezas de familia han ofrecido ya para su rescate más de lo que pueden. La suma inmensa que se pide por el recate de la plaza, si la hay en ella, ya está en vuestras manos. Si no la hay, sería necesario recurrir a lugares setenta y ocho leguas distantes, donde tenemos nuestros corresponsales. El capitán tomó un poco de aire. -Esto no puede hacerse en poco tiempo como pretendéis, y sí tarda algunos días, ¿para qué es tratar de rescatarnos después de la muerte de nuestras mujeres y de nuestros hijos, después del saqueo de los templos y de cuanto tenemos más amable que la vida misma?-
Van Hoorn continuó guardando silencio. Dio un sorbo del vaso mientras miraba hacia la plaza a través de los arcos del primer piso, en donde un grupo de negros recogía y transportaba, entre cintarazos y amenazas de varios franceses, alguna mercancía.
-Señor. Sus palabras han sido muy elocuentes y han movido a mi piedad.- Respondió tras finalmente voltear a verlo. -Aumentaré las porciones de agua y alimento y prometo que pronto os pondré en libertad.- En ese instante se puso de pie. Zazueta dio un paso atrás desconfiado. -Por favor, disculpe mi falta de cortesía. Acompáñeme usted en la mesa[2]. ¡Traigan una silla y un vaso para el señor…! Disculpe, ¿cómo se llama usted?
-De Zazueta. Capitán Fermín de Zazueta.- Van Hoorn se propuso no olvidar a ese hombre.
*****
Este mismo día los filibusteros sacaron de la iglesia a todos los negros y mulatos (alrededor de dos mil cuatrocientos). A los varones los usaron para llevar a los navíos, en hombros y en carros, la plata, ropa, grana, jamones, bizcochos, harina, aceite y vino de las tiendas y bodegas de la ciudad; mientras que a las mujeres las llevaron a los corrales de palacio. Entre tanto, a los jóvenes se les dio permiso de ir a buscar agua para saciar un poco la sed de los prisioneros.
El infortunio hizo que un filibustero francés encontrara seis platos de argentífera hechura, escondidos debajo del altar a San Cayetano. Esto dio pie a que, a eso de las cuatro de la tarde tres franceses con un hacha, junto con un mulato nacido en la ciudad y conocido de los vecinos, revisaran todos los altares en búsqueda de más objetos de valor.
El mulato, cargando una carabina, escoplo y martillo, se aproximó a la caja del Santo Sepulcro. Esta era de ébano, marfil y plata, la cual rompió para desclavar los pequeños tachones con forma de serafines, labrados en el blanco metal y quitarle la colcha a la imagen del cuerpo. Luego se aproximaron al Santo Cristo de la Espiración para quitarle los clavos de los pies, fabricados también en plata y forzaron la caja de las limosnas de las ánimas, de donde extrajeron el dinero.
A la virgen de la consolación, el negro, sin dudarlo un instante, le quitó su corona, para en seguida correr la cortina de la capilla donde se encontraba el Santo Cristo de la Consolación (del socorro o del buen suceso)[3], que tenía los clavos, rótulo y potencias de plata maciza. El pequeño grupo se quedó viendo la imagen de tamaño natural por un momento, para luego seguir con su búsqueda sin llevarse nada. Entonces, el vicario Álvarez de Toledo, temeroso, los llamó y les dijo señalando el adoratorio:
-Su señoría. No me hagan cargo de que usurpo o escondo cosas de plata y después me quiten la vida; y sí les digo que el Santo Cristo de aquella capilla tiene las potencias, el rótulo y los clavos de plata.
Los filibusteros, al escuchar “plata”, reaccionaron preguntando. “¿Dónde estar plata?” Entonces, Álvarez respondió mientras volvía a señalar el Cristo. -¡Allí, allí está la plata!- Los piratas regresaron a donde estaba la imagen y permanecieron frente a ella por un par de minutos más, observándola, para nuevamente retirarse sin haberle quitado nada. Desesperado, el vicario mandó al sacristán a que le quitara los objetos de plata para dárselos a ellos. Ya estaba el hombre arriba de la base, cuando el padre franciscano Juan de Ávila, que había estado observando todo, le sorrajó:
-¡Deje eso allí, que ni se usurpa ni se esconde nada, pues está a la vista con la cortina corrida y descubierta…! El sacristán lo miró desconcertado y luego al vicario. En uno de sus ojos, una nube se hacía patente. Ávila continuó: -¡…Y ya se le ha dicho al enemigo y esa no es decisión de un cristiano, cuanto más de un sacerdote!- Álvarez de Toledo, ignorando las palabras del franciscano, por segunda ocasión llamó a los saqueadores para señalarles la presencia del valioso metal. Estos retornaron y nuevamente observaron al Cristo detenidamente, para finalmente retirarse sin la plata. Este suceso fue calificado como un milagro, pues “no permitió la Divina Majestad que se los quitasen”.
El pequeño grupo de filibusteros continuó entonces con la búsqueda de más objetos de valor. Así llegaron al sagrario de San Sebastián, de donde sacaron una urna de plata que era utilizada durante la semana santa. Luego, en la sacristía, el mulato abrió el sagrario de un carabinazo para inmediatamente tomar los ciriales y la cruz parroquial. Allí tomó el copón y tiró al suelo las formas consagradas mientras reía y expresaba burlonamente: -¡Ah, este vaso está bueno para beber vino!- Estos sacrilegios provocaron que de algunos ojos surgieran lágrimas de impotencia y humillación.[4] [5] [6]
*****
-Por
venganza.- Fue la respuesta que dio
Van Hoorn a Zazueta a su pregunta de por qué habían atacado Veracruz. El licor
y el sopor de la comida le soltaban al holandés la lengua. -Hace algunos meses llegué a Santo Domingo con un armazón
de negros sin despacho de España.- Se estiró entonces, poniendo sus manos en la nuca mientras hablaba. -Allí, el
presidente me dejó desembarcarlos para vendérselos; pero el muy maldito, cuando
le pedí la paga, se burló de mí diciéndome que me daría libranza en Lorencillo,
pues este acababa de robar el situado de aquella plaza.[7]- De pronto, Van Hoorn se
incorporó y poniendo ambas manos en la mesa, acercó su moreno rostro a Zazueta,
quien permaneció estoico ante la reacción. El fétido aliento alcohólico lo
envolvió por unos instantes, mientras escuchaba su voz casi en susurro.
-Por eso fue lo organicé todo, capitán; y las consecuencias de sus burlas y robo están siendo pagadas con creces.
Ciudad y puerto de la Nueva Veracruz
Jueves 20 de mayo
- ¡Tienes
que dar 50 mil pesos!
- ¡Pero
no tengo siquiera un maravedí!
*****
El general Nicolas Van Hoorn observaba todo desde una corta distancia. Viendo que aun con este circo era poco lo que se estaba obteniendo, ordenó colérico a su gente: -¡Lleven de inmediato a toda la gente importante a las casas reales!
Al palacio fueron llevados el gobernador Luis Bartolomé de Córdoba, muy lastimado por los golpes y cintarazos que había recibido; todos los prelados y hasta veinte hombres de los más ricos. Allí fueron hincados en el suelo, custodiados por un grupo de filibusteros fuertemente armados.
De estatura más baja y con la piel cobriza por el sol, Van Hoorn, el ex negrero y corsario holandés. era la viva imagen de la impaciencia e impulsividad.
-Señores, ustedes no están cooperando.- Dijo mientras caminaba de un lado a otro con una de las manos en la espalda, el alfanje en su cintura moviéndose rítmicamente al compás de sus pasos, le daba un aire marcial. Su semblante serio era resaltado por el cabello castaño oscuro que se dejaba ver bajo el sombrero; la boca era solo una línea contraída por una mandíbula cuadrada y fuertemente apretada. -Si continúan sin cooperar, quemaré la ciudad y haré pasar cuchillo a todos ustedes junto con los prisioneros de la iglesia.- Un rumor cargado de temor se escuchó entre los detenidos, Van Hoorn prosiguió: -Pero si ustedes me dan 20 mil pesos en reales, no cumpliré con esta sentencia.- La voz, dura en principio, mostraba en este momento algo de cordialidad.
-Señor.- Uno de los vecinos se atrevió a hablar nerviosamente. -No veo cómo podríamos cumplir con su exigencia. Todo lo han tomado ustedes…- Van Hoorn, sin voltear a ver a su interlocutor, estalló repentinamente con un violento ademán que sorprendió a todos, filibusteros y prisioneros.
-¡Traigan
toda la leña que encuentren en las casas y tiendas, vamos a abrazar la iglesia
con todos adentro!
[1] Diego de Rivera,
“Relación verdadera de la entrada que hizo el enemigo a la ciudad y puerto de
la Nueva Veracruz con lo sucedido en un aviso que entró en ella en abril de
este año de 1683. Escrito por el bachiller D. Diego de Rivera presbítero”, en Papeles varios del reinado de Felipe IV.
Tomo II, p. 237
[2] Francisco Javier Alegre, Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España, J. M. Lara, México, 1842, p. 36
[3] Por una errónea interpretación, se ha creído que la capilla a la que se hacer referencia y que se encontraba dentro de la parroquia, era la actual capilla del Cristo del Buen Viaje.
[4] Juan Ávila, “Pillage de la ville de Veracruz par les pirates le 18 Mai 1683 (Expedición de Lorencillo), en Amoxcalli (sitio web), consultado el 1 de septiembre de 2018, http://amoxcalli.org.mx/paleografia.php?id=266,, f. 5v
[5] Agustín de Vertancurt, Crónica de la provincia del Santo Evangelio de México. Tomo III, Imprenta de I. Escalante, 1871, p. 243
[6] Agustín Villaroel, “Primera invasión de Veracruz por Lorenzo Jácome y Nicolás Banoren ocurrida en el año de 1683”, en Ignacio Cumplido, El Mosaico Mexicano o colección de amenidades curiosas. Tomo I, México, imprenta de Ignacio Cumplido, 1840, p. 401
[7] Portal de Archivos Españoles (PARES), “Autos contra el corregidor y otros”, Gobierno de España. Ministerio de Cultura y Deporte, (consultado el 27 de febrero de 2022), f.135
[8] Esta es la versión que da Agustín de Villarroel, Sacristán Mayor de la parroquia y testigo del ataque filibustero. Misma que contrasta con la dada por Agustín de Vetancourt, quien dice que a de Herrera “le echaron una soga al cuello con amenaza de ahorcarle porque descubriese si tenía algún dinero oculto”.
[9] Francisco Zambrano, Diccionario bio-bibliográfico de la Compañía de Jesús en México, México, Edit. Tradición, 1975, p. 82
[10] Ávila, op. cit., f. 4
[|11] Alegre, op. cit., p. 35-36
[12] Villaroel, op. cit., p. 401
[13] Vertancurt, op. cit., p. 243
[14] Uluapa Senior, “1683: Carta del rector del colegio jesuita de la Nueva Veracruz”, Veracruz Antiguo, https://aguapasada.wordpress.com/2016/05/31/1683-carta-del-rector-del-colegio-jesuita-de-la-nueva-veracruz/ (consultado el 1 de enero de 2021)
[15] Esta era una de las formas en que entendían muchos de los españoles el apellido Van Hoorn. En diferentes documentos he encontrado otras interpretaciones: Nicolás Banoren o Banorén, Nicolás Bonoor o Bonor, Nicolás Bronon y Nicolás Agramont. Este último, posiblemente como resultado de la unión de su nombre del ex negrero con el apellido de Michel Grammont, su teniente en esta empresa.