martes, 29 de marzo de 2022

El ataque filibustero-corsario a Veracruz de mayo de 1683 (*). Parte VI

 

(*) Este texto es parte de un trabajo que originalmente fue expuesto por el autor en la charla ¡Filibusteros, al ataque! Llevada a cabo en la librería "Mar Adentro" del puerto de Veracruz el 17 de mayo de 2018.

Luis Villanueva

Ciudad y puerto de la Nueva Veracruz

Jueves 20 de mayo

En la parroquia

    La estancia en el recinto religioso se tornaba cada vez más insoportable. El calor, la pestilencia, el hambre y la sed, aunado a lo atiborrado del lugar y a los sufrimientos de los heridos y enfermos, hizo que el capitán Fermín de Zazueta y el alcalde ordinario Miguel de Azcué, fueran con uno de los cabos filibusteros para pedirle hablar con Lorencillo y Van Hoorn, petición que le fue concedida solo al primero.[1]



*****
    Van Hoorn se encontraba sentado frente a una mesa en la planta alta de las casas reales, cuando uno de sus hombres se acercó para decirle que el español que deseaba hablarle se encontraba allí. El corsario observó por un instante al oficial antes de permitir su entrada; llamándolo un instante después con la mano, el holandés le preguntó irónicamente desde su asiento:

- Señor, ¿a qué debo el honor de vuestra visita?

- General.- Zazueta hizo lo posible por disimular el desprecio que sentía, yendo al grano desde el principio. -Todos en la iglesia están muriendo de hambre y enfermedades. ¿Cuáles son los motivos y delitos que aquella pobre gente, de las mujeres y los niños, para padecer tantos trabajos? ¿Por qué se nos han negado los alimentos, se escasea el agua y niegan todo consuelo?

    Van Hoorn solo escuchaba. No se tomaba la molestia de ver a su interlocutor. El antebrazo apoyado en la mesa, en donde algo de comida, una garrafa y un vaso con algún licor eran lo único visible. Zazueta, de pie y custodiado por un par de filibusteros, continuó:

 -¿No han cedido todos sus caudales? ¿No han dado hasta lo necesario para su decencia? ¿Pueden hacer más?

    El capitán guardó silencio por un momento esperando alguna reacción del corsario, pero este permaneció impasible, por lo que prosiguió:

-Las cabezas de familia han ofrecido ya para su rescate más de lo que pueden. La suma inmensa que se pide por el recate de la plaza, si la hay en ella, ya está en vuestras manos. Si no la hay, sería necesario recurrir a lugares setenta y ocho leguas distantes, donde tenemos nuestros corresponsales. El capitán tomó un poco de aire. -Esto no puede hacerse en poco tiempo como pretendéis, y sí tarda algunos días, ¿para qué es tratar de rescatarnos después de la muerte de nuestras mujeres y de nuestros hijos, después del saqueo de los templos y de cuanto tenemos más amable que la vida misma?-

    Van Hoorn continuó guardando silencio. Dio un sorbo del vaso mientras miraba hacia la plaza a través de los arcos del primer piso, en donde un grupo de negros recogía y transportaba, entre cintarazos y amenazas de varios franceses, alguna mercancía.

-Señor. Sus palabras han sido muy elocuentes y han movido a mi piedad.- Respondió tras finalmente voltear a verlo. -Aumentaré las porciones de agua y alimento y prometo que pronto os pondré en libertad.- En ese instante se puso de pie. Zazueta dio un paso atrás desconfiado. -Por favor, disculpe mi falta de cortesía. Acompáñeme usted en la mesa[2]. ¡Traigan una silla y un vaso para el señor…! Disculpe, ¿cómo se llama usted?

-De Zazueta. Capitán Fermín de Zazueta.- Van Hoorn se propuso no olvidar a ese hombre.

*****

    Este mismo día los filibusteros sacaron de la iglesia a todos los negros y mulatos (alrededor de dos mil cuatrocientos). A los varones los usaron para llevar a los navíos, en hombros y en carros, la plata, ropa, grana, jamones, bizcochos, harina, aceite y vino de las tiendas y bodegas de la ciudad; mientras que a las mujeres las llevaron a los corrales de palacio. Entre tanto, a los jóvenes se les dio permiso de ir a buscar agua para saciar un poco la sed de los prisioneros.

    El infortunio hizo que un filibustero francés encontrara seis platos de argentífera hechura, escondidos debajo del altar a San Cayetano. Esto dio pie a que, a eso de las cuatro de la tarde tres franceses con un hacha, junto con un mulato nacido en la ciudad y conocido de los vecinos, revisaran todos los altares en búsqueda de más objetos de valor.

    El mulato, cargando una carabina, escoplo y martillo, se aproximó a la caja del Santo Sepulcro. Esta era de ébano, marfil y plata, la cual rompió para desclavar los pequeños tachones con forma de serafines, labrados en el blanco metal y quitarle la colcha a la imagen del cuerpo. Luego se aproximaron al Santo Cristo de la Espiración para quitarle los clavos de los pies, fabricados también en plata y forzaron la caja de las limosnas de las ánimas, de donde extrajeron el dinero.

    A la virgen de la consolación, el negro, sin dudarlo un instante, le quitó su corona, para en seguida correr la cortina de la capilla donde se encontraba el Santo Cristo de la Consolación (del socorro o del buen suceso)[3], que tenía los clavos, rótulo y potencias de plata maciza. El pequeño grupo se quedó viendo la imagen de tamaño natural por un momento, para luego seguir con su búsqueda sin llevarse nada. Entonces, el vicario Álvarez de Toledo, temeroso, los llamó y les dijo señalando el adoratorio:

-Su señoría. No me hagan cargo de que usurpo o escondo cosas de plata y después me quiten la vida; y sí les digo que el Santo Cristo de aquella capilla tiene las potencias, el rótulo y los clavos de plata.

    Los filibusteros, al escuchar “plata”, reaccionaron preguntando. “¿Dónde estar plata?” Entonces, Álvarez respondió mientras volvía a señalar el Cristo. -¡Allí, allí está la plata!- Los piratas regresaron a donde estaba la imagen y permanecieron frente a ella por un par de minutos más, observándola, para nuevamente retirarse sin haberle quitado nada. Desesperado, el vicario mandó al sacristán a que le quitara los objetos de plata para dárselos a ellos. Ya estaba el hombre arriba de la base, cuando el padre franciscano Juan de Ávila, que había estado observando todo, le sorrajó:

-¡Deje eso allí, que ni se usurpa ni se esconde nada, pues está a la vista con la cortina corrida y descubierta…! El sacristán lo miró desconcertado y luego al vicario. En uno de sus ojos, una nube se hacía patente. Ávila continuó: -¡…Y ya se le ha dicho al enemigo y esa no es decisión de un cristiano, cuanto más de un sacerdote!- Álvarez de Toledo, ignorando las palabras del franciscano, por segunda ocasión llamó a los saqueadores para señalarles la presencia del valioso metal. Estos retornaron y nuevamente observaron al Cristo detenidamente, para finalmente retirarse sin la plata. Este suceso fue calificado como un milagro, pues “no permitió la Divina Majestad que se los quitasen”.


Rótulo y potencias de plata

El pequeño grupo de filibusteros continuó entonces con la búsqueda de más objetos de valor. Así llegaron al sagrario de San Sebastián, de donde sacaron una urna de plata que era utilizada durante la semana santa. Luego, en la sacristía, el mulato abrió el sagrario de un carabinazo para inmediatamente tomar los ciriales y la cruz parroquial. Allí tomó el copón y tiró al suelo las formas consagradas mientras reía y expresaba burlonamente:  -¡Ah, este vaso está bueno para beber vino!- Estos sacrilegios provocaron que de algunos ojos surgieran lágrimas de impotencia y humillación.[4] [5] [6]

*****

-Por venganza.- Fue la respuesta que dio Van Hoorn a Zazueta a su pregunta de por qué habían atacado Veracruz. El licor y el sopor de la comida le soltaban al holandés la lengua. -Hace algunos meses llegué a Santo Domingo con un armazón de negros sin despacho de España.- Se estiró entonces, poniendo sus manos en la nuca mientras hablaba. -Allí, el presidente me dejó desembarcarlos para vendérselos; pero el muy maldito, cuando le pedí la paga, se burló de mí diciéndome que me daría libranza en Lorencillo, pues este acababa de robar el situado de aquella plaza.[7]- De pronto, Van Hoorn se incorporó y poniendo ambas manos en la mesa, acercó su moreno rostro a Zazueta, quien permaneció estoico ante la reacción. El fétido aliento alcohólico lo envolvió por unos instantes, mientras escuchaba su voz casi en susurro.

-Por eso fue lo organicé todo, capitán; y las consecuencias de sus burlas y robo están siendo pagadas con creces.


 Ciudad y puerto de la Nueva Veracruz

Jueves 20 de mayo

En la plaza de Armas

Después del saqueo a la iglesia mayor, surgió la idea de que muchos tenían valores escondidos en sus casas, por lo que fueron sacados de la parroquia varios negros y mulatos, esclavos de los vecinos más acaudalado, para llevarlos a la plaza de Armas. Allí, los filibusteros comenzaron a torturarlos para hacerles confesar en donde tenían ocultos sus amos los tesoros.
    A un negro del capitán Gaspar de Herrera (contrabandista que había hecho su fortuna con el comercio de esclavos, sal y chocolate, entre otros bienes), lo colgaron en medio de la plaza. Como no confesó nada, lo mataron a cuchilladas y golpes. Viendo lo anterior, una negra, también del mismo capitán, confesó que su amo sí tenía escondida cierta cantidad, por lo que fueron por él a la parroquia. Sacado en vilo y llevado también a la plaza, Herrera negó insistentemente que fuera verdad, entonces fue colgado de los testículos[8], haciéndolo confesar en medio del intenso sufrimiento. Luego lo llevaron casi arrastrando junto con la negra hasta su casa, en donde entregó 1600 pesos que tenía escondidos.
    Otro que recibió un trato semejante fue Zazueta, que también era uno de los vecinos más acaudaladas de la ciudad. El haber comido y bebido con Van Hoorn no fue impedimento para que fuera sacado de la iglesia en medio de ofensas y amenazas, para que confesara en donde tenía escondidos sus valores. Él contestó que todo lo que poseía se había quedado en su casa y que era tanto, que nadie podría afirmar que hubiera ocultado algo. La respuesta no fue del agrado de sus agresores, que comenzaron a darle de cintarazos para luego colocarle en el cuello un filoso alfanje, haciéndole prometer bajo amenaza, cierta cantidad de dinero por su rescate. Así se continuó con todos los vecinos de distinción y caudales, para luego seguir con los prelados.
    Al primero que llevaron a la plaza fue al rector del colegio de la Compañía de Jesús, el padre Bernabé de Soto. Hombre maduro (tenía 53 años en ese momento[9]), resentido físicamente por trece años como misionero, llegó debilitado por la falta de alimento y agua ante la presencia de Lorencillo, que había estado viendo todo. Este le ordenó ponerse de rodillas en una estera y a juntar las manos en el pecho en un ademán humilde y respetuoso.
    El alto y adusto holandés lo observó desde su cómoda y mullida silla, sacada seguramente de alguna rica casa de la ciudad. Sus risos largos y rubios escurrían por la parte baja del sombrero chambergo adornado con plumas que portaba, mismo que hacía juego con su ropilla, el jubón, la capa larga y las botas altas de mosquetero. La ropilla, ceñida al cuerpo por un apretado cinturón de cuero, sostenía una pistola de chispa con remate de bola y una espada ropera. 
    Varios filibusteros rodeaban rector, mientras que en las cercanías y como si de un circo se tratara, muchos más esperaban expectantes el espectáculo en medio de gritos y risotadas alcoholizadas. Uno de ellos le espetó al prelado:
-¡Eres el ser más indigno del mundo!  Tu y todos los tuyos van a morir…pero podemos darte una oportunidad: El gobernador ha ofrecido por su rescate setenta mil pesos. ¿Cuánto ofreces por tu colegio y tus compañeros?- De Soto apenas alcanzó a balbucear, más que responder, debido al estado de endeblez en que se encontraba.
-Todo cuanto teníamos se ha quedado en el colegio…- No pudo terminar la frase. Un fuerte empujón lo hizo caer de frente, pero alcanzó apenas a meter los antebrazos antes de chocar con el suelo. En su rostro, un rictus de dolor se hizo patente.

- ¡Tienes que dar 50 mil pesos!

- ¡Pero no tengo siquiera un maravedí!

-¿Cuánto ofreces?

El jesuita caviló por un momento. La resignación era visible entre las arrugas de su rostro. -Puedo escribir al padre provincial para que nos mande quinientos pesos…- Un duro golpe con el grueso alfanje cayó sobre su espalda, haciéndolo morder, ahora sí, el polvo. A este siguieron varios más sobre la humanidad del pobre hombre, que solo acertaba a quejarse mientras se revolcaba en la arena. Entonces, el francés alzó la cabeza del prisionero y colocó su alfanje en el cuello. Los rayos del sol en el ocaso se reflejaron, anaranjados, en la pulida hoja. El padre cerró entonces los ojos ante lo que creía inminente, cuando un segundo filibustero retiró el arma de su compañero mientras le decía:
- ¡Te perdono la vida, pero deberás conseguir tres mil pesos!- De inmediato, el padre fue levantado y arrastrado al Palacio, en donde lo aventaron a un cuarto fuertemente custodiado.

    Al segundo que llevaron fue al padre fray Fernando Ricardo, guardián del convento de San Francisco. A este le pidieron mil pesos por el convento y sus frailes. Al responder que no los tenía, le dieron de palazos y le hirieron en un brazo. Enseguida, le pusieron una soga en el cuello y lo alzaron. El pobre hombre se mecía de un lado a otro, mientras cambiaba de color; sus manos en la cuerda buscaban con desesperación aflojarla. Finalmente, le dejaron con vida y lo llevaron también al palacio, pero no sin antes obligarlo a escribir una carta a su provincial para que enviase mil pesos. Pasarían días antes de que desapareciera de su cuello la rojiza marca dejada por la soga. Sabido de todas las vejaciones pasadas por los otros clérigos, el padre prior de Santo Domingo, una vez en la plaza, prometió sin chistar dos mil pesos, mismos que también pidió a sus superiores por carta.[10] [11] [12] [13] [14]

*****

    El general Nicolas Van Hoorn observaba todo desde una corta distancia. Viendo que aun con este circo era poco lo que se estaba obteniendo, ordenó colérico a su gente: -¡Lleven de inmediato a toda la gente importante a las casas reales!

    Al palacio fueron llevados el gobernador Luis Bartolomé de Córdoba, muy lastimado por los golpes y cintarazos que había recibido; todos los prelados y hasta veinte hombres de los más ricos. Allí fueron hincados en el suelo, custodiados por un grupo de filibusteros fuertemente armados.

    De estatura más baja y con la piel cobriza por el sol, Van Hoorn, el ex negrero y corsario holandés. era la viva imagen de la impaciencia e impulsividad.

-Señores, ustedes no están cooperando.- Dijo mientras caminaba de un lado a otro con una de las manos en la espalda, el alfanje en su cintura moviéndose rítmicamente al compás de sus pasos, le daba un aire marcial. Su semblante serio era resaltado por el cabello castaño oscuro que se dejaba ver bajo el sombrero; la boca era solo una línea contraída por una mandíbula cuadrada y fuertemente apretada.  -Si continúan sin cooperar, quemaré la ciudad y haré pasar cuchillo a todos ustedes junto con los prisioneros de la iglesia.- Un rumor cargado de temor se escuchó entre los detenidos, Van Hoorn prosiguió: -Pero si ustedes me dan 20 mil pesos en reales, no cumpliré con esta sentencia.- La voz, dura en principio, mostraba en este momento algo de cordialidad.

    -Señor.- Uno de los vecinos se atrevió a hablar nerviosamente. -No veo cómo podríamos cumplir con su exigencia. Todo lo han tomado ustedes…- Van Hoorn, sin voltear a ver a su interlocutor, estalló repentinamente con un violento ademán que sorprendió a todos, filibusteros y prisioneros.

-¡Traigan toda la leña que encuentren en las casas y tiendas, vamos a abrazar la iglesia con todos adentro!

-Su señoría.- El vicario Álvarez de Toledo, oyendo lo terrible de la amenaza, intervino de inmediato. -Si usted lo permite, Intimaré desde el púlpito a que todos entreguen sus joyas y dinero oculto, pero a cambio, os ruego nos perdone la vida.- Al escuchar esto, Van Hoorn se calmó. Su torva mirada brilló por un momento debajo del sombrero de cuero y ala ancha que le cubría…

*****
La repentina llegada a la parroquia de todos los que habían sido llevados ante el general, provocó un alud de preguntas entre la gente, pues querían saber los acuerdos que habían logrado con sus captores. El ruido de las voces continuó por unos minutos más, hasta que el vicario pudo abrirse paso entre la compacta masa humana para subir al púlpito. Entonces se hizo el silencio.

-El señor general, don Nicolás Bruñón[15], de quienes somos hoy humildes prisioneros, es tan piadoso que nos concede la vida con tal de que declaremos lo que hubiésemos escondido entre nosotros o en nuestras casas, en los pozos o en los médanos.- Algunos murmullos surgieron entre la gente. El cura prosiguió: -Y amenaza también, con pena de vida, al que usurpare algo en este punto. Para lo cual, dará tormento a los esclavos y sabrá por sus confesiones lo que se ha ocultado, ejecutando sin remedio el castigo a aquél que no hubiese manifestado todo lo escondido. Así, señores, ¡por amor de Dios salvemos las vidas y que se pierda lo demás!- La voz se empezó a escuchar entrecortada, algunas lágrimas empezaron a recorrer sus mejillas. -¿Qué tanto podría haberse ocultado sino muy poco comparado con todo lo que se han hurtado? ¡Acabemos con este padecer antes de que muramos de hambre y sed!

Sus palabras y lágrimas fueron lo suficientemente elocuentes para mover a mucha de la gente a declarar. Un poco más tarde, en el coro de la parroquia y en presencia del contador Illorueta, del capitán Arias, del capitán Carranza, del vicario y cuatro filibusteros, la gente empezó a entregar sus joyas y dinero. Así, comenzaron a reunirse anillos, sarcillos, perlas, relicarios, gargantillas, pulseras y cajuelas, entre otras piezas de oro y plata, mismas que dieron un valor total de 1 400 pesos.

Es de mencionar el temor tan grande que sentían las mujeres, que una de ellas reportó tener ocultas en su casa alhajas por un valor de 7 mil pesos y otras más, ni la tumbaga conservaron. A estas joyas se añadió que varias personas declararon tener escondidas cantidades en reales que variaban entre los dos y cuatro mil pesos. Así, esa tarde, solo lo recolectado en la iglesia sumó más de cinco mil pesos. Sin embargo, los filibusteros no quedaron satisfechos, volviendo a decir que todos habrían de morir por no querer entregar la plata y que, además, quemarían la ciudad. Pero Van Hoorn, haciendo alarde de magnanimidad, finalmente dijo que “por esa poquedad les daba la vida”.[16] [17]

Esa noche, la guardia fue doblada en la parroquia y con los alfanjes en la mano, obligaron a que los cautivos tuvieran la cabeza agachada y guardaran silencio. Fue increíble que, habiendo tantos hombres, mujeres y criaturas, nadie chistaba ni se moviera. Pero no hubo tranquilidad, pues los mismos captores corrieron la voz de que los habían hecho callar para degollarlos, ¡Corni, corni, ya poco vivir ahora lo mirar! Repetían a gritos, por lo que esa noche nadie durmió esperando la hora en que los asesinarían. Además, súplicas y gritos salían de la sacristía, en donde los inhumanos asesinos y ladrones entraban para violar a varias mujeres que habían metido allí. En medio de todo y dando el toque surrealista, un francés borracho que estaba de guardia, se la pasó diciendo incoherencias toda la noche.

Semejante situación se daba en las casas reales, donde los tres prelados recluidos permanecieron por horas esperando la muerte, pues cada vez que llegaba alguien, los amenazaba con quitarles la vida. Esto se intensificó aún más pasada la medianoche, cuando los filibusteros, ya borrachos, se tornaron más audaces y agresivos en contra ellos.[18]

(Continuará)

[1] Diego de Rivera, “Relación verdadera de la entrada que hizo el enemigo a la ciudad y puerto de la Nueva Veracruz con lo sucedido en un aviso que entró en ella en abril de este año de 1683. Escrito por el bachiller D. Diego de Rivera presbítero”, en Papeles varios del reinado de Felipe IV. Tomo II, p. 237

[2] Francisco Javier Alegre, Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España, J. M. Lara, México, 1842, p. 36

[3] Por una errónea interpretación, se ha creído que la capilla a la que se hacer referencia y que se encontraba dentro de la parroquia, era la actual capilla del Cristo del Buen Viaje. 

[4] Juan Ávila, “Pillage de la ville de Veracruz par les pirates le 18 Mai 1683 (Expedición de Lorencillo), en Amoxcalli (sitio web), consultado el 1 de septiembre de 2018, http://amoxcalli.org.mx/paleografia.php?id=266,, f. 5v

[5] Agustín de Vertancurt, Crónica de la provincia del Santo Evangelio de México. Tomo III, Imprenta de I. Escalante, 1871, p. 243

[6] Agustín Villaroel, “Primera invasión de Veracruz por Lorenzo Jácome y Nicolás Banoren ocurrida en el año de 1683”, en Ignacio Cumplido, El Mosaico Mexicano o colección de amenidades curiosas. Tomo I, México, imprenta de Ignacio Cumplido, 1840, p. 401

[7] Portal de Archivos Españoles (PARES), “Autos contra el corregidor y otros”, Gobierno de España. Ministerio de Cultura y Deporte, (consultado el 27 de febrero de 2022), f.135

[8] Esta es la versión que da Agustín de Villarroel, Sacristán Mayor de la parroquia y testigo del ataque filibustero. Misma que contrasta con la dada por Agustín de Vetancourt, quien dice que a de Herrera “le echaron una soga al cuello con amenaza de ahorcarle porque descubriese si tenía algún dinero oculto”.

[9] Francisco Zambrano, Diccionario bio-bibliográfico de la Compañía de Jesús en México, México, Edit. Tradición, 1975, p. 82

[10] Ávila, op. cit., f. 4

[|11] Alegre, op. cit., p. 35-36

[12] Villaroel, op. cit., p. 401

[13] Vertancurt, op. cit., p. 243

[14] Uluapa Senior, “1683: Carta del rector del colegio jesuita de la Nueva Veracruz”, Veracruz Antiguo, https://aguapasada.wordpress.com/2016/05/31/1683-carta-del-rector-del-colegio-jesuita-de-la-nueva-veracruz/ (consultado el 1 de enero de 2021)

[15] Esta era una de las formas en que entendían muchos de los españoles el apellido Van Hoorn. En diferentes documentos he encontrado otras interpretaciones: Nicolás Banoren o Banorén, Nicolás Bonoor o Bonor, Nicolás Bronon y Nicolás Agramont. Este último, posiblemente como resultado de la unión de su nombre del ex negrero con el apellido de Michel Grammont, su teniente en esta empresa.

[16] Ávila, op. cit., ibídem

[17] Alegre, op. cit., p. 37-38

[18] Senior, op. cit., ibídem

No hay comentarios:

Publicar un comentario