sábado, 26 de marzo de 2022

El ataque filibustero-corsario a Veracruz de mayo de 1683 (*). Parte V

 

(*) Este texto es parte de un trabajo que originalmente fue expuesto por el autor en la charla ¡Filibusteros, al ataque! Llevada a cabo en la librería "Mar Adentro" del puerto de Veracruz el 17 de mayo de 2018.

Luis Villanueva

El general Nicolaas Van Hoorn, acompañado por su menor hijo, caminaba por la plaza de Armas observando con satisfacción cómo iba aumentando la pila de plata labrada, reales, cálices, custodias, lámparas, vasos sagrados, joyas, grana cochinilla[1] entre otras mercancías. A su espalda, las casas reales y la parroquia, se veían grises a la luz mortecina del amanecer, al igual que el resto de las construcciones al otro lado de la calle. En la esquina junto a la parroquia, algunos de sus filibusteros pateaban en el suelo a un hombre de mediana edad, mientras que una mujer a gritos pedía que cesaran el maltrato. Los asaltantes, lejos de apaciguarse, lo golpeaban con más saña, haciendo surgir del hombre dolorosos lamentos. De pronto, un par de ellos levantaron al semi desmayado y sangrante hombre en vilo, mientras que un tercero acercaba su sucio y barbudo rostro para susurrarle algo. Los dientes amarillos, similares a grandes granos de maíz, se hicieron visibles a la gente que observaba la escena, misma que lanzó una exclamación de horror cuando el hombre clavó su alfanje en la humanidad del cautivo. Este apenas alcanzó a lanzar un suave gemido antes de ser soltado y quedar inerte en el suelo. Entonces, la mujer soltó un largo grito de dolor, a la vez que intentaba correr hacia el caído, pero la gente a su alrededor se lo impidió tomándola con fuerza de su cintura y brazos. Todos los que estaban en la plaza observaron la acción sin poder hacer nada, sintiendo el horror de ser alguno de ellos la siguiente víctima de esos desalmados.

Mientras tanto, el padre Juan Ávila observaba horrorizado como en la cárcel, a un costado de las casas reales, un francés era asesinado de un balazo por no haber querido unirse a los filibusteros. Van Hoorn, impávido, también observó lo ocurrido con el galo y luego continuó su andar por los contornos de la plaza. Los llantos, súplicas y quejidos de los heridos surgían de todas partes y se iba incrementando conforme más gente era llevada a ese lugar, pero él no los escuchaba.

Para el ex negrero holandés, la captura de la Nueva Veracruz había sido más fácil de lo que esperaba y las riquezas, más grandes de lo que había imaginado. En su andar, regaba la vista sobre la gente que, a su vez, lo miraban con recelo y temor. Él los observaba con desprecio y arrogancia; no así su hijo, quien al pasar frente a un grupo de franciscanos incluso se quitó cortésmente el sombrero a modo de saludo.

*****

El sargento Juan Chávez, herido en un brazo despuésde enfrentar a los asaltantes, se mantuvo en los portales del cuerpo de guardia observando como los filibusteros seguían llevando mercancía y más gente en medio de amenazas, insultos, garrotazos o cintarazos, para posteriormente sentarla en la arena. A eso de las siete de la mañana, la cantidad de personas en el sitio era tal, que fue necesario buscar un lugar para tenerla más controlada y vigilada.

Entonces los filibusteros recibieron la orden de romper los cerrojos y abrir la puerta de la parroquia que miraba hacia la plaza. Enseguida, hicieron filas a ambos lados de la entrada y comenzaron a introducir en el edificio a los primeros seiscientos vecinos de la ciudad, no importando raza, edad, género, credo o nivel económico.

Hacia las 9:00 de la mañana casi toda la población se encontraba en el interior de la iglesia; esto es, alrededor de cinco mil almas[2]. Entre tanto, en la puerta se apostó una compañía de filibusteros con banderas rojas[3] ondeando al compás que les marcaba la brisa matinal.[4] [5] [6] [7]

Ciudad y puerto de la Nueva Veracruz

Martes 18 de mayo

En la parroquia

A las 9 de la mañana, la gente en la iglesia empezó a sentirse los estragos del calor, la sed y el hambre; sobre todo los menores de edad, que sin entender lo que sucedía, clamaban por agua y comida. Para el medio día, el hacinamiento obligó a los cautivos a estar de pie pegados unos contra otros, pues salvo aquellos que habían alcanzado a huir hacia los médanos (muy pocos), el resto de la población estaba allí encerrada. Con el transcurrir de las horas y la llegada de más gente, fue aumentando la temperatura en el interior del recinto, provocando la sofocación de no pocos cautivos. Para colmo, los filibusteros llevaron algunos muertos de las cercanías para que fueran enterrados dentro de la iglesia por los vecinos que, a base de golpes e improperios de sus captores, eran obligados a apretarse aún más para poder abrir espacio, cavar y enterrar a los difuntos.

No corrieron la suerte de una mejor tumba aquellos que fallecieron en calles más alejadas, pues solo fueron cubiertos de arena en el mismo lugar donde murieron. Es de notar que todos estos muertos tenían balazos solo en la cabeza, lo que hacía ver el grado de crueldad de sus asesinos, quienes si dudarlo cegaban así la vida de todos los que trataban de oponerles resistencia o intentaban escapar.

El calor de mayo también hizo que el aire en la parroquia comenzara a tornarse fétido debido a los aromas fétidos que el sudor,[8] las excretas y los muertos enterrados muy superficialmente, producían, llegando al punto de hacerlo irrespirable. Con esto, otros más desfallecieron, principalmente niños. Poco a poco la desesperación de la gente fue tornándose tan grande que empezaron a clamar al cura vicario de la parroquia, Benito Álvarez de Toledo, por agua y alimentos.

El ver a la gente sufrir y aunado al constante y lastimero llanto de las criaturas, conmovieron al religioso que como pudo, se abrió paso entre la gente hasta llegar a la puerta. Allí pidió a los guardias permiso para hablar con el general, pero los filibusteros le dijeron que quién era él para buscar al señor Van Hoorn. Finalmente pudo conseguir, a base de muchos maltratos, que les fueran dados dos costales de bizcochos duros y algunas botijas de agua; los cuales más que repartidos, fueron arrebatadas por la gente, quienes en el intento por obtener un poco de aquella agua y comida se lastimaban o peleaban entre ellos.

A las cinco de la tarde se escucharon una serie de cañonazos, mismos que hicieron pensar a los más incrédulos que la flota española había llegado y enfrentaban a los ladrones. Pero pronto supieron que estaban arribando algunos de los barcos filibusteros al fondeadero de la isla de Sacrificios y que eran saludados desde los baluartes con salvas en medio de la algarabía de los franceses y demás compinches, que observaban la escena desde la playa de la ciudad o desde los Hornos.

Al caer la noche, cientos de velas de cera fueron encendidas dentro de la iglesia para tener vigilados a los prisioneros. Sus rostros reflejaban las penurias y la angustia del día, amén del cansancio, el hambre y la sed. Pero quienes sufrieron un suplicio extra fueron las mujeres, las cuales eran sacadas del sagrado recinto sin importar raza, riquezas y si eran solteras o casadas, para hacer de comer o satisfacer las bajezas de aquellos despiadados hombres. Una recién casada llamó la atención de uno de estos rufianes. Al intentar sacarla fue defendida por su marido, un doctor, que forcejeó con el filibustero. La gente, impávida, observó el enfrentamiento sin intervenir, hasta que el francés tomó su escopeta y sin pensarlo, jaló del gatillo. El estampido resonó como un trueno dentro de la iglesia, haciendo que la gente soltara por un instante gritos de terror. En el suelo y en medio de un charco de sangre quedaron los cuerpos de la pareja, muertos a un mismo tiempo.[9] [10] [11]

*****

Una de las primeras medidas que tomaron los filibusteros con la ciudad bajo su control, fue la de organizar una compañía de caballería con los caballos y mulas de la plaza. Con ella salían al amanecer y al atardecer a reconocer las playas y los médanos, alejándose tanto de la ciudad que en ocasiones regresaban con prisioneros tomados de las rancherías de los alrededores.

En sus recorridos, llevaban el clarín y la bandera del palacio, además de ir los animales “jaerzeados[12]” con colchas de seda tomados de las casas ricas. Este día, la patrulla dio con Félix Daza[13] quien, al tratar de escapar, fue prácticamente cazado y muerto en un sitio conocido como “La Ciénega” por un grupo de 25 hombres montados.[14] [15]

Ciudad y puerto de la Nueva Veracruz

Miércoles 19 de mayo

En la parroquia

El nuevo día llegó tan caluroso y soleado como el anterior. A eso de las diez de la mañana, en la plaza de Armas, Lorencillo observaba el botín acumulado durante el día anterior. Si bien los filibusteros seguían llevando mercancías de la más diversa índole, a su modo de ver le pareció que no era toda la que había en aquella rica ciudad. Sobre todo, en lo referente a la joyería y a las acuñaciones de oro y plata, pues sabía que había muchos comerciantes ricos. Y si bien miles de reales fueron obtenidos durante el saqueo, seguramente había varios más escondidos en las casas o incluso, entre la misma gente. Pero ¿cómo obligar a que toda esa riqueza saliera a la luz? Por experiencia sabía que las personas eran porfiadas en soltar sus riquezas, aun a riesgo de su propia vida o la de los demás. La avaricia humana era así... Fue entonces cuando una idea surgió en su mente  Caminó un poco más por la plaza hasta que se topó con Van Hoorn, quien en ese momento se encontraba supervisando el traslado de unas mercancías a los barcos. Tras saludarlo en holandés (ambos eran oriundos de aquellas tierras), le contó su proyecto. Al ex negrero se le iluminaba el rostro conforme escuchaba el plan, aprobando con la cabeza cada frase de Lorencillo. Tras acabar de afinar la idea, Laurence de Graff ordenó a sus hombres a hacer una senda con pólvora desde la plaza hasta el interior de la iglesia. Luego entraron al recinto religioso y pusieron en el suelo tres barriles y algunos cajones con el mismo explosivo junto con una bandera roja, todo ello en medio de ofensas y amenazas de que todos iban a morir. Afuera, varias piezas de artillería apuntaban hacia la iglesia.

La gente, espantada, trató de alejarse de los peligrosos cajones pidiendo a Dios misericordia, mientras que otros gritaban sus culpas abrazándose a los santos en los altares o a otras personas. De pronto, un largo silencio se hizo cuando apareció Lorencillo en la puerta, caminando lentamente hacia la apretujada y expectante gente. Se movía con firmeza, con la espada desenvainada en la diestra y un aire de altivez que se reforzó cuando empezó a hablar.  Afuera, algunas piezas de artillería apuntaban, amenazadoras, hacia la entrada.

- ¡Deben descubrir sus tesoros ocultos! - Su ronca voz rebotaba en las paredes, haciéndose oír con claridad en todo el recinto. Alto como era, sobresalía entre sus acompañantes y la gente cercana él - ¡De no hacerlo, todos morirán cuando sea volada la iglesia y sean aplastados bajo sus ruinas!

Entonces mandó a encender el camino de pólvora, que si bien se encontraba distante, dio motivo para que surgieran gritos de hombres, mujeres y niños, dando lugar a que el pánico se apoderara de la muchedumbre. El instinto de huir hizo que algunas personas murieran ahogadas, mientras que otros resultaron lastimados o con los huesos rotos cuando fueron aplastados contra los pilares, piso o paredes. Algunos intentaron subirse al campanario o escapar a través de las claraboyas, muriendo a balazos dos de ellos en su intento por escapar. Igual suerte corrieron otros dos al bajar por las paredes que daban al cementerio, por la parte posterior de la iglesia, aunque uno de ellos logró matar a un francés con una daga. La presión de la gente fue tal que quebró la puerta de la sacristía, dándose así la oportunidad de escapar, pero solo para ser herida o encontrar la muerte en la calle. Los filibusteros buscaron controlar la situación por más de una hora a base de golpes, palos y cintarazos hasta que Lorencillo, viendo que la situación no se calmaba, enarboló una bandera blanca y pidiendo silencio dijo:

- ¡Os perdono! Estéis seguros de que no llevaré a cabo tan inhumana sentencia.

Acto seguido mandó a que la pólvora fuera retirada de la parroquia. También sacó a varios negros y mulatos y a algunos muchachos, quienes regresaron al mediodía con tres petates de bizcochos, cincuenta botijas de agua y algunos manojos de tabaco, que fueron arrebatadas y peleadas por la espantada, pero también hambrienta y sedienta muchedumbre. Algunas horas después, aquellos mismos hombres y jóvenes llevaron más agua, además de unos manojos de tabaco. Así transcurrió lo que restaba de la tarde, pasando susto tras susto; sobre todo cuando entraba un verdugo con cuchillo en mano, mirando de un lado a otro, amenazante.[16] [17] [18] [19] [20]

Y como colofón, este mismo día el gobernador Luis Bartolomé de Córdoba, aquél que no prestó mucha atención a las constantes advertencias de un posible ataque enemigo, fue encontrado los filibusteros escondido en un establo...

(Continuará).

[1] Los filibusteros le robaron una caja de grana cochinilla con valor de 1000 pesos al viajero árabe Elías de Babilonia, testigo del saqueo a Veracruz cuando se encontraba en esta ciudad descansando.

[2] Las cifras no varían mucho de narrador en narrador: Juan Ávila señala “más de cinco mil almas…”, mientras que Agustín de Vetancurt indica “Encerradas en la iglesia más de seis mil personas…”, misma cantidad que menciona Agustín de Villaroel. En el documento Obras para la fortificación y defensa del puerto de Veracruz, se da la cifra de cuatro mil personas.

[3] “La bandera ‘sin cuartel’ era usualmente roja. Como su nombre lo indica, significa que el último que lo ostenta, si gana, ejecutará a los prisioneros. En aplicación de su concepción del Tratado de Tordesillas, los españoles utilizaron con más frecuencia esta bandera porque consideraban que los bucaneros eran piratas.” (Fuente: Patrick Villiers, La violence flibustière, violence terrienne ou violence maritime?, Renees, Presses universitaires de Rennes, 2004, p. 251-267) https://books.openedition.org/pur/19556#bodyftn30 Dentro del contexto del ataque filibustero a Veracruz, estas banderas pudieron haber servido con fines de disuasión, pues la población, acostumbrada a la vida marina y militar, bien sabría su significado.

[4] Juan Ávila, “Pillage de la ville de Veracruz par les pirates le 18 Mai 1683 (Expedición de Lorencillo), en Amoxcalli (sitio web), consultado el 1 de septiembre de 2018, http://amoxcalli.org.mx/paleografia.php?id=266,, f. 3

[5] Francisco Javier Alegre, Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España, J. M. Lara, México, 1842, p. 34

[6] Uluapa Senior, “Combate en la plaza de Armas de la Nueva Veracruz”, Veracruz Antiguo, https://aguapasada.wordpress.com/2013/05/18/1683-combate-en-la-plaza-de-armas-de-la-nueva-veracruz/ (consultado el 2 de enero de 2021)

[7] Agustín Villaroel, “Primera invasión de Veracruz por Lorenzo Jácome y Nicolás Banoren ocurrida en el año de 1683”, en Ignacio Cumplido, El Mosaico Mexicano o colección de amenidades curiosas. Tomo I, México, imprenta de Ignacio Cumplido, 1840, p. 400

[8] Carlos Ma. Bustamante, como editor de la obra de Fco. Xavier Alegre Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España, hizo la siguiente anotación: “Debe añadirse el fetor [hedor] asquerosísimo que despiden los cuerpos en Veracruz, como en toda tierra caliente, principalmente los negros. Yo creí morirme una noche en Veracruz asistiendo a la parroquia llena de ellos en un acto piadoso”.

[9] Ávila, op. cit., ibídem

[10] Agustín de Vertancurt, Crónica de la provincia del Santo Evangelio de México. Tomo III, Imprenta de I. Escalante, 1871, p. 242

[11] Villaroel, op. cit., p. 400

[12] Jarceadio, posiblemente "amarrado". 

[13] Ver el capítulo anterior.

[14] Ávila, op. cit., f. 6

[15] Pablo Montero, Ulúa, puente intercontinental en el siglo XVII. Volumen II, Talleres de Diseño Gráfico, México, 1999, p. 117

[16] Ávila, op. cit., ibídem

[17] Agustín de Vertancurt, Crónica de la provincia del Santo Evangelio de México. Tomo III, Imprenta de I. Escalante, 1871, p. 242

[18] Alegre, op. cit., p. 34-35

[19] Exquemelin, op. cit., p.

[20] Villaroel, op. cit., p. 401


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