Luis Villanueva
Ciudad y
puerto de la Nueva Veracruz
Lunes 17 – martes 18 de mayo
Entre las 21:00 y las 00:00 horas
En las casas reales, el gobernador Luis Bartolomé de Córdoba estaba intranquilo: La repentina aparición de ese par de naves mercantes y el que no hubieran entrado al puerto, aunado a las advertencias que había estado recibiendo, finalmente le preocuparon. Si bien había dado la orden de que los centinelas se encontraran en alerta, decidió ir personalmente a verificar que las compañías estuvieran listas y en las casas de sus respectivos capitanes. Entonces, se embozó en su capote y sin pensarlo más se dirigió al cuartel más próximo a las casas reales, lugar donde despachaba. Llegó al domicilio donde estaba acuartelada una de las guarniciones a eso de las 10:00 de la noche, en donde fue recibido por el sargento Juan Carrillo, con quien tuvo un breve intercambio de palabras:
-¿Están reunidos todos su hombres, sargento?- Preguntó sin mediar saludo alguno.
-Solo cuento con 60 de ellos, señor. Hay varios enfermos y cinco están en Alvarado…
Entonces el gobernador, sin dejarlo terminar, lo apercibió con voz clara y fuerte:
-¡Ea,
pues carguen los mosquetes!
-Corregidor, pero no contamos con pólvora, balas, ni cuerda… fue la tímida respuesta del sargento.
Aunque la tropa no escuchaba lo que hablaban, sí veían el semblante rígido del corregidor de Córdoba a la luz mortecina de los candiles. Uno de los soldados que se encontraba en el zaguán, al escuchar la orden, no dudó en replicar alzando la voz, respaldando sin saberlo, lo dicho por Carrillo:
-Los mosquetes cargados están, pero no tenemos pólvora ni cuerda.-[1] Y era verdad, pues desde el sábado de Gloria no se les había proporcionado. De Córdoba, ignorando los señalamientos, salió del cuartel para perderse en la oscuridad de las calles.[2] [3]
*****
Después de haber hecho el reconocimiento del puerto, Laurent de Graff y Jan Willems Junque, navegaron en medio de la oscuridad hasta llegar a Vergara a eso de las 9 de la noche. Allí, en los alrededores del arroyo del mismo nombre, desembarcaron en piraguas y pequeñas barcas, 200 voluntarios en medio del mayor silencio, pues sabían que el factor sorpresa siempre jugaba a su favor en este tipo de empresas. Entre tanto, el resto de las naves, lideradas por Nicolaas Van Hoorn y su teniente, el filibustero francés Michel Grammont, continuaron hasta Punta Gorda, bajando a tierra otros 600 hombres con la misma celeridad que los primeros, dejando entre 200 y 300 más en sus naves.[4] [5] [6] [7] [8]
Inesperadamente, estas fuerzas tuvieron que enfrentase en la oscuridad a un cuerpo de jinetes irregulares, al mando del alcalde mayor de la antigua Veracruz, capitán José de Esquivel y Jasso, que les salió a su encuentro. Al ver a los atacantes, Grammont actuó con rapidez y astucia, organizando a sus hombres de tal forma que rodearon a los hombres del alcalde y las dispersaron sin mayores problemas. En una carta, el Virrey Paredes escribió sobre dicha escaramuza:
“…que aquella noche [el alcalde] provocó al enemigo con alguna gente de a caballo de su jurisdicción inquietándole con las correrías que le hizo, que ha tener mayor socorro se hubiera empeñado a mayor operación”.[9] [10]
*****
Una vez reunidos los grupos de Lorencillo y de Van Hoorn a las afueras de la ciudad, sumaron hasta 800 hombres para entrar en acción.[22] Los tres jefes, asesorados por los capitanes Pierre Godefroy; Jan Willems Jonqué (Junqué o Junquee), Michel (o Michiel) de Adriaanszoon, Nicolas Brigaut Braha, Jean Blot, Jacob Hall y posiblemente Jean Foccard, organizaron sus escuadras, nombraron sus cabos[23] y ultimaron detalles para el ataque.
Ciudad y
puerto de la Nueva Veracruz
Martes 18
de mayo
*****
Los jefes filibusteros, aprovechando el descuido de la plaza, fueron introduciendo poco a poco sus fuerzas en ella. De este modo, se distribuyeron en todas las bocacalles a lo largo del perímetro de la ciudad, en los médanos al poniente y hasta en los Hornos. Otro grupo se colocó a poca distancia del baluarte de la Caleta y uno más en la playa, por el lado del convento de San Francisco.[25] Entre tanto, el almirante[26] Lorencillo, su alférez Charles Roinet y sus Ennfans Perdus,[27] se aprestaron a tomar el baluarte del Sur, situado a sotavento de la ciudad y armado con 12 bocas de fuego[28] [29] mientras que el general[30] Nicolaas Van Hoorn, su teniente Michel de Grammont y 70 de sus hombres, se prepararon para asaltar el cuerpo de guardia en la casa real, en el entendido de que allí debía estar concentrada la mayor fuerza española.[31]
*****
Lorencillo observó con detenimiento al baluarte de la Pólvora desde la oscuridad. Aunque relativamente grande, este baluarte poligonal no era muy diferente a otros que había capturado. Por otra parte, estaba sorprendido de que hubieran llegado hasta ese sitio sin ser descubiertos, situación que le hacía suponer que la guardia del lugar estaría igualmente desprevenida. Además, confiaba en los informes de sus espías, en donde se indicaba que la guardia era poca, por lo que apostaba a que un rápido y sorpresivo ataque la rendiría fácilmente. Rápidamente organizó a sus Niños Perdidos, susurrando las últimas instrucciones a Roinet, quien inquieto apretaba con el brazo izquierdo y hacia su costado, un par de astas con sus banderas; mientras que, con la diestra, sostenía en su cabeza un sombrero de ala ancha adornado con níveas plumas, que la brisa marina amenazaba con volar. Con bigotillo a la D'Artagnan y vestido con una chaqueta descolorida, botas altas y un ancho cinturón de cuero de vaca donde colgaba una espada, Roinet era la viva imagen de los bucaneros que habitaban la isla de Santo Domingo (él era nativo de la isla de San Cristóbal), aunque sin el largo mosquete de caza.
Finalmente, a las 4:00 de la mañana y a una orden de su almirante, los filibusteros corrieron desde las sombras para iniciar el ataque. Gritos e improperios contra la corona española se dejaron escuchar, al tiempo que por el rumbo de la Caleta, a barlovento de la ciudad, empezó a oírse también ruido de combate. Los Niños Perdidos, guiados por Lorencillo, subieron a toda prisa por las escaleras de acceso al fuerte y al llegar a la parte superior, hicieron fuego cerrado contra los soldados en el cuerpo de guardia. Los ladridos de los mosquetes y arcabuces recorrieron entonces la ciudad, sacudiendo el aire y llenando de humo y olor a pólvora todo a su alrededor. Debido a lo contundente del ataque, los guardias españoles apenas tuvieron tiempo de ocultarse y hacer algún disparo, mientras que Laurent Baldran de Graff, con espada en mano, daba órdenes a gritos en medio de la escaramuza. Sus hombres respondían rápida y eficazmente, haciendo que el combate fuera corto y certero, quedando rápidamente capturado el baluarte y sus defensores.[32] Al hacer una exploración del sitio, los filibusteros descubrieron que los cañones estaban descargados y que no había pólvora, por lo que procedieron a limpiarlos y cargarlos. Entre tanto, Roinet subió al techo del cuerpo de guardia para desplegar las banderas que traía consigo. La brisa marina agitó entonces las telas, mostrando los colores rojo, blanco y azul distribuidos en tres franjas horizontales en una de ellas y en la otra, una enorme flor de lis estampada en el centro de un fondo blanco. El despliegue de la bandera holandesa no fue casual, pues el muy temido Lorencillo era oriundo de aquellas tierras. Algo semejante sucedió en el baluarte de la Caleta, en donde otra bandera con flores de lis fue también enarbolada.[33]
*****
*****
Madrugador como era su costumbre, el carpintero Diego Cano de Villegas se levantó a las tres de la mañana y salió al frente de su casa a tomar el fresco, sentado al pie de un moral. Observó la tranquilidad que reinaba en Vicario [Mario Molina], calle donde estaba su domicilio y que se prolongaba hasta entroncar con la de Santo Domingo [Independencia], una cuadra más hacia el oriente. Una ligera brisa con aroma a mar recorrió entonces el área, reconfortándolo. A su paso, movió las hojas del moral produciendo un curioso siseo, que junto con el estridular de los grillos y la calma de la calle, le invitaron a meditar mientras alzaba la vista al cielo. Así se mantuvo un rato, ensimismado en sus pensamientos, mientras en lo alto, las estrellas se veían infinitas y frías en su lejanía. Allá por los médanos, se escuchaba el ladrido insistente de un solitario perro, al cual no dio demasaiada importancia hasta que de pronto, el ladrido cesó abruptamente junto con un corto chillido de dolor, para luego quedar aquella zona sumida en un profundo silencio. Desconcertado, Cano trató de adivinar qué podría haberle ocurrido al animal, cuando de pronto, un inesperado estampido proveniente del baluarte de la pólvora lo sacó de sus cavilaciones. A ese disparo sobrevino otro por el corral de Beltrán, para enseguida oírse una descarga cerrada nuevamente en dirección del mencionado baluarte.[35]
*****
El sargento Juan de Chávez se encontraba en su cuartel, junto con el resto de la compañía, cuando empezaron a escuchar disparos continuos. La tropa rápido tomó sus armas, mientras que Chávez, junto con el soldado Juan Pérez, abandonaron el lugar y tras un breve recorrido, entraron encubiertos a la plaza por la calle de la Pesquería [hoy M. Lerdo]. Al llegar Chávez al cuerpo de guardia, se dio cuenta que estaba cerrado y sin ningún soldado en los portales. Creyendo que había alguien adentro, empezó a pegar en la puerta y a llamar a los soldados y oficiales, pero no obtuvo respuesta. En eso llegó su capitán, Jorge de Algara, armado con espada y rodela.
-¿Qué es esto, Chávez?– Le
soltó a bocajarro.
- ¡El enemigo, señor!
Entonces el capitán murmuró para sí: infame hombre, refiriéndose al gobernador Luis Bartolomé de Córdoba, para enseguida dirigirse al cuerpo de guardia y exclamar en dos o tres ocasiones: “¡Hijos, vamos!”, mientras pegaba e intentaba abrir la puerta. Viendo que estaba atrancada y que los filibusteros, por grupos, ya ocupaban la mitad de la plaza, dijo a Chávez:
-¡Vamos, Chávez!
-¡Vamos, señor!- Respondió con determinación el aludido.
Ambos corrieron hacia la puerta de la parroquia que da a la plaza, por donde ya se aproximaban varios filibusteros; el primero con la espada desenvainada y el segundo con pistola en mano.[36] Les siguió de cerca el sargento mayor Mateo Alonso de Huidobro, que venía llegando al sitio.
*****
De cara morena, baja estatura y del tipo que no parecía ni bueno ni malo,[37] Nicolaas Van Hoorn observaba encuclillado y en silencio desde los médanos, los contornos de la ciudad. Su quijada se endureció cuando por su mente pasaron los amargos recuerdos en el puerto de Santo Domingo, lugar había sido humillado y detenido por los españoles unos meses atrás y donde le habían hecho pagar por la mercancía robada a un par de barcos mercantes holandeses. Es verdad que la habían hurtado, pero los españoles no tenían el derecho de hacerle pagar por algo que no les había pertenecido. También recordaba, no con poco coraje, cómo los negros que llevaba para comerciar le fueron quitados en el mencionado puerto; esto como represalia por el robo de 122 mil pesos en plata peruana acuñada para los situados[38] de Santo Domingo y Puerto Rico. Los caudales eran transportados en la fragata La Princesa,[39] [40] un barco de guerra francés capturado en alguna batalla por los españoles, que a su vez fue tomado por los filibusteros tras un inusual duelo a cañonazos. En cuanto a La Princesa, después sería rebautizada como La Francesa por quien realmente había cometido ese asalto. Vaya ironía, pensó Van Hoorn, ese filibustero ahora era su socio en este negocio: Lorencillo.[41] [42]
*****
Tras los estampidos, Cano vio cómo salieron alrededor de 60 soldados del capitán Miguel Román de la casa del padre de este, el también capitán Martín Román de Nogales, situado en su misma calle. Estos hombres avanzaron por Vicario en dirección a la plaza, situación que aprovechó el carpintero para unírseles y con una parte de ellos, entrar en la explanada por la calle principal de la parroquia. Esto, mientras el resto del grupo lo hacía por el callejón posterior al templo. Así, ambas mangas llegaron sin encontrar resistencia al puesto de guardia, donde buscaron proveerse con urgencia pólvora y cuerda del almacén que allí había, las cuales fueron sacadas en un cajón. Sin embargo, no tuvieron el tiempo de avituallarse, pues de pronto, la oscuridad fue rasgada por los fogonazos y estampidos de un centenar de filibusteros surgidos de las calles aledañas. Ante los impactos, pedazos de múcara salieron volando de las paredes del edificio, a la vez que varios soldados caían heridos o muertos. La habilidad de uno de los atacantes en el uso de estas armas era tan grande, que tras tomar un alcartaz de un par de baulillos en su cintura y darle una mordida en la punta, vaciaba su contenido por el cañón de la pistola; entonces, sin baquetear, soltaba el disparo. Todo esto en unos cuantos segundos. Este hombre, vestido con lona, casaca de saya azul muy sucio y descolorido, zapatos de piel de vaca, calzones de terciopelo y en la cintura, dos pistolas y un arcabuz en sus manos, repitió el proceso un par de veces más antes de sacar su filoso alfanje y dirigirse, dando un profundo grito, contra los soldados.
*****
El capitán Jorge de Algara embistió con valentía al piquete de filibusteros, los cuales, momentáneamente sorprendidos, retrocedieron un par de pasos al mismo tiempo que el sargento Juan Chávez abría fuego con su pistola. El chispazo iluminó por un instante el entorno, tiempo suficiente para alumbrar como caía Algara herido de muerte, al igual que el sargento mayor Alonso de Huidobro. Entonces Chávez arrojó el arma hacia un lado e intentó desenvainar su espada, cosa que no pudo lograr porque de pronto, un par de escopetazos dieron de lleno en su brazo izquierdo, haciéndolo caer de rodillas en la tibia arena. Allí permaneció un rato, hasta que se recobró y pudo refugiarse en uno de los arcos de los portales del cuerpo de guardia, para entonces ya abierto y capturado por sus enemigos. Desde allí, el sargento pudo ver al alférez Diego de Medina, ayudante del sargento mayor, herido también de un brazo y al cabo de escuadra mulato José de Pro, sucumbiendo en desigual combate.
*****
El capitán y comerciante John Morphy (conocido como Juan Morsa por los españoles), se encontraba en su casa cuando escuchó disparos en dirección a la plaza y luego en toda la ciudad. Sorprendido, aun trataba de entender qué podría estar pasando, cuando inesperadamente alrededor de 14 hombres empezaron a golpear con fuerza la puerta de su casa. Entre estos se encontraba un prisionero que había estado en la ciudad, traído de la laguna de Términos, quien le llamó por su nombre:
-¡Morsa, abre la puerta!- La voz, imperativa, siguió mientras pegaba a la puerta. –¡Si la abres, te daremos buen cuartel! ¡Pero si no, te pasaremos a cuchillo!
El irlandés, para entonces armado con un alfanje, rápidamente llamó a catorce de sus negros esclavos, a los cuales dio lanzas y chuzos. Los atacantes, viendo que no abrían, derribaron a balazos una puertecilla por donde entraron tres filibusteros. De inmediato, los esclavos se abalanzaron sobre ellos, sorprendiéndolos y matándolos. Sus compañeros, al ver esto, huyeron. Morphy entonces ordenó que toda la plata labrada fuera echada al pozo y de inmediato subió a un cuarto en la segunda planta, donde pudo ver que se aproximaban a su casa hasta veintiséis hombres más.
-¡Abre, Juan Morsa o te pasamos a cuchillo!- Ordenó otra voz, esta, más grave que la primera. Finalmente, temeroso de lo que pudieran hacerle a su mujer e hijos, ordenó abrir la puerta, entrando como torbellino los asaltantes quienes, de inmediato se distribuyeron por toda la casa. En la planta alta destrozaron todo lo que veían y tomaron lo que consideraron de valor. Al poco rato, los asaltantes hicieron salir a la calle a Morphy y a su familia junto con los esclavos, para luego ser llevados a la plaza entre cintarazos, alfanjazos y amenazas.[49]
Ciudad y
puerto de la Nueva Veracruz
Martes 18 de mayo
Entre las 04:00 a.m. y el alba
Entre seiscientos y ochocientos filibusteros se desplazaron con rapidez por las calles de la Nueva Veracruz en grupos de tres o cuatro, al grito de: Vive le roi de France! Así en medio de disparos, retumbe de cajas de guerra y el ondear de banderas con flores de lis, la ciudad fue tomada. Varias personas, al oír el escándalo, pensaron que se estaba celebrando a algún santo o que se realizaba alguna serenata, por lo que permanecieron tranquilos en sus camas hasta que se levantaron y dieron cuenta que los ladrones habían tomado la ciudad. Aquellos infortunados que tuvieron la osadía de asomarse por sus balcones o ventanas murieron de sendos tiros de mosquete. Este fue el caso del octogenario sacerdote agustino, Fray Manuel del Rosario, quien al asomarse por la ventana de la celda donde había morado durante 40 años, fue asesinado de un disparo. A su paso por las calles, los filibusteros fueron abriendo las puertas a hachazos, tanto de las casas como de los conventos e iglesias. En algunos casos, un balazo en la chapa era la llave para poder ingresar, sacando a sus aterrados habitantes desnudos o a medio vestir, mientras los filibusteros tomaban las cosas de valor y hacían que sus propietarios las cargaran. El reverendo Juan de Ávila, al salir de su celda en el convento de San Francisco, se encontró con un grupo de filibusteros quienes, amenazándolo con sus espadas y pistolas, les ordenaron a gritos: Mori cornos, daca plata![50] De esta forma hombres; mujeres, niños y ancianos sin importar raza, nivel económico o que estuvieran enfermos, fueron llevados a palos a la plaza de Armas. Aquellos que intentaban huir morían a balazos. Atestigua de ello el reverendo Ávila, quien al ser conducido a la plaza fue tropezando con varios cuerpos, de los cuales algunos le fueron conocidos. Los prisioneros eran obligados a llevar sus captores a los conventos e iglesias y a las casas más ricas. Así llegaron al convento de la Compañía de Jesús, en donde los padres, alertados por los primeros tiros, tuvieron el cuidado de consumir la hostia y ocultar cuanto les fue posible de la plata de la iglesia, aunque estas precauciones serían finalmente de poca utilidad. En el convento de la Merced, robaron la plata y las preseas de la iglesia y la sacristía; y al igual que en otras iglesias, rompieron los ornamentos y los altares. Un par de criados de este convento, al darse cuenta del ataque, se escondieron en la torre del campanario, el único que tenía por entonces la ciudad y allí permanecieron sin ser descubiertos, aunque los filibusteros subieran y bajaran a cada rato por ella. Como los asaltantes habían hecho del convento de la Merced un cuartel, cada vez que estos salían a la ciudad los muchachos bajaban al pie de la torre y se llevaban lo que aquellos tenían para comer y beber.
La ciudad en general ofreció muy poca resistencia, cayendo en manos de los asaltantes en un cuarto de hora o "lo que dura el rezo de tres credos"[51]. Así, entre los primeros en morir estuvieron el capitán José de la Higuera, el sacerdote agustino fray Manuel del Rosario y un viejo español llamado Leandro López; los zapateros Juan de Vitola, mulato y Lázaro, mestizo. En la plaza de Armas sucumbieron el sargento mayor Mateo Alonso de Huidobro, el capitán Jorge de Algara, el alférez reformado Juan Francisco, el cabo de escuadra mulato José de Pro, el capitán Agustín de Torres y otros dos soldados cuyos nombres se ignoran. Heridos, el alférez Diego de Medina y el sargento Juan de Chávez, junto con el alférez del capitán de Algara, Diego Martin.[52]
Y aunque disparos aislados se oían por las calles, estos poco a poco fueron disminuyendo conforme los ciudadanos eran capturados y sus bienes saqueados. En los almacenes de la Nueva Veracruz sobraba pólvora y mosquetes, siendo destruidos más de cuatro mil de estas armas en la plaza por los filibusteros y en cuanto al número de gente, había de cuatro a cinco ciudadanos por cada asaltante. Sin embargo, el miedo a los invasores era tan grande, que incluso aquellos que estuvieron en la posibilidad de defenderse no lo hicieron. Como sucedió en una casa donde habiendo doce hombres armados, que fueron capturados sin ofrecer resistencia por tres ingleses, pues no tuvieron la fuerza para usar sus escopetas. Pronto el área frente a las casas reales se fue llenando de gente, a quienes se le ordenó sentarse en la arena aún cálida del día anterior. Conforme pasaban las horas, más gente fue conducida al lugar, mientras que, en el centro de esta, una pila de objetos de valor crecía en tamaño y extensión. El lamento de los heridos, el llorar de los niños y las súplicas de las mujeres daban a la escena un aspecto desgarrador, mismo que se tornó dramático cuando inesperadamente, las campanas de la parroquia comenzaron a tañer a rebato, anunciando el alba...[53] [54] [55] [56] [57] [58] [59] [60] [61]
(Continuará).
[1] Para la mecha del
mosquete.
[2] Portal de Archivos Españoles (PARES), “Autos
contra el corregidor y otros: invasión de Veracruz”, Gobierno de España.
Ministerio de Cultura y Deporte, http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/show/126552, (consultado el 13 de
marzo de 2022), f.483
[3] Autos contra el
corregidor y otros, op. cit., f. 242
[4] Francisco Javier Alegre, Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España, J. M. Lara, México, 1842, p. 81
[5] David Marley, Pirates of the Americas, volumen 1: 1650-1685, ABC-Clio, Santa Bárbara, California, p. 299
[6] Diego de Rivera, “Relación verdadera de la entrada que hizo el enemigo a la ciudad y puerto de la Nueva Veracruz con lo sucedido en7un aviso que entró en ella en abril de este año de 1683. Escrito por el bachiller D. Diego de Rivera presbítero”, en Papeles varios del reinado de Felipe IV. Tomo II, p. 236
[7] Juan Ávila, “Pillage de la ville de Veracruz par les pirates le 18 Mai 1683 (Expedición de Lorencillo), en Amoxcalli (sitio web), consultado el 1 de septiembre de 2018, http://amoxcalli.org.mx/paleografia.php?id=266, f. 1v
[8] Agustín de Vertancurt, Crónica de la provincia del Santo Evangelio de México. Tomo III, Imprenta de I. Escalante, 1871, p. 240
[9] Obras para fortificación y defensa del puerto de Veracruz (1683). AGI, PATRONATO,243,R.1, p. 236
[10] John Latimer, The buccaneers of the Caribbean: How piracy forged an empire (1607-1697), Orion House, London, 2009, s/p.
[11] Alexandre Olivier Exquemelin, Historie des avanturiers flibustiers, Chez Jacques Le Febvre, Paris, 1699, p.
[12] Autos contra el corregidor y otros, op. cit., f. 289
[13] Alegre, op. cit., p. 82
[14] Exquemelin, op. cit., p.
[15] Baqueano o baquiano es un término americano utilizado para designar a una persona conocedora de los caminos y atajos de un terreno, sus características físicas y el idioma y costumbres de su población, a la que habitualmente pertenece.
[16] Rivera, op. cit., ibídem
[17] Alegre, op. cit., ibídem
[18] Es interesante hacer mención que existe un registro inglés, con fecha 23 de marzo de 1687, que habla acerca de un mulato capturado que supuestamente había guiado a los piratas franceses en la toma de varios poblados españoles. Los ingleses buscaron intercambiarlo por algunos coterráneos suyos cautivos en Campeche o Veracruz. ¿Será acaso el mismo hombre que guio a Lorencillo en el saqueo a la Nueva Veracruz? Aquí el texto original: “March 23. Sailing orders from [Lieutenant Governor Molesworth] to Captain Spragg, H.M.S. "Drake." You will sail to the port of Campeachy and there ask for the restitution of certain English prisoners, and deliver over to the Spanish authority the mulatto who is supposed to have guided the French pirates to the capture of several towns. You will make diligent search for Coxon wherever you go, and do your best to take him. You will also ask for English prisoners from the Governor of Vera Cruz and the Viceroy of Mexico; but will go under no forts and castles unless you are assured of a safe passage out. Copy. 2 pp. Endorsed. [Col. Papers, Vol. LX., No. 13.] "America and West Indies: March 1687, 17-31," in Calendar of State Papers Colonial, America and West Indies: Volume 12 1685-1688 and Addenda 1653-1687, ed. J W Fortescue (London: Her Majesty's Stationery Office, 1899), 343-353. British History Online, accessed December 29, 2021, http://www.british-history.ac.uk/cal-state-papers/colonial/america-west-indies/vol12/pp343-353
[19] Ávila señaló que eran siete los hombres dormidos en el cuerpo de guardia del baluarte, número muy semejante al dado por el cabo Benito Rodríguez, que estaba asignado en ese sitio y quien afirmó en su declaración que eran seis los soldados allí acuartelado. Siendo así, el mulato corrió con mucha suerte al encontrar a todos los soldados durmiendo. Por otra parte, ¿dejó la guarnición la puerta del baluarte abierta? Si no, ¿cómo fue que el mulato pudo darse cuenta de que ese soldado dormía? El sargento Juan de Chávez dice al respecto: “…y que aunque era orden ordinaria cerrar en dichos baluartes, solían los cabos dejarlos abiertos…”. Autos contra el corregidor y otros: invasión de Veracruz, op., cit. f. 254. Por otra parte, quizá el soldado dormido era el centinela que le tocaba hacer “el cuarto de centinela”. Autos contra el corregidor, op., cit. f. 286
[23] Rivera, op. cit., ibídem
[26] Rivera, op. cit., ibídem
[27] Los Niños Perdidos (Ennfans Perdus) un grupo de infantería ligera que servía como exploradores.
[28] Exquemelin, op. cit., p. 353
[29] Alegre, op. cit., ibídem
[30] Rivera, op. cit., ibídem
[38] Salario, sueldo o renta.
[39] En otras versiones, el nombre del barco es la Francesa. Nigel Cawhorne, A history of pirates: Blood and thunder on the high seas, Arcturus Publishing, London, 2003
[40] Autos contra el corregidor y otros: invasión de Veracruz, op. cit., f. 133
[41] “The nefarious exploits…”, op. cit.
[42] “Autos contra el corregidor y otros: invasión de Veracruz”, op. cit., f. 133
[43] Luis Villanueva, “Semblanza de Nicolaas van Hoorn: Negrero, pirata y corsario que ideó el ataque de mayo de 1683 a la Nueva Veracruz”, viernes 22 de junio de 2018, [actualización de estado en Facebook], recuperado de https://www.facebook.com/notes/historia-de-la-ciudad-y-puerto-de-veracruz/semblanza-de-nicolaas-van-hoorn-negrero-pirata-y-corsario-que-ide%C3%B3-el-ataque-de-/849245468593656/, [consultado 11 de noviembre de 2018]
[46] Ávila, op. cit., f. 3
[47] Senior, op. cit., ibídem
[48] Ávila, op. cit., f. 2v
[49] Autos contra el corregidor y otros, op. cit., f. 262-263, 265
[50] Desde que leí por vez primera hace muchos años esta frase, he tenido la curiosidad de saber su traducción. Daca plata no implica mayor problema, pues puede traducirse como “dame acá la plata” o “dame la plata”, No sucede igual con “mori”, aunque bien podría entenderse del italiano como “muere” o “moro”. “Corno” es otro problema, pues la palabra no existe en los idiomas francés, inglés o en el español. Sin embargo, en portugués significa “cuerno”. ¿Será que esta frase fue dicha en una mezcla de español, italiano y portugués? De ser así, “corno” sería un sinónimo de cornudo, haciendo alusión a los bovinos y entonces la frase, utilizada despectivamente, podría traducirse como “Mueran cornudos, denme acá la plata”, o en una forma más correcta, “denme la plata o se mueren, cornudos”. Nota: los bucaneros, en Santo Domingo, cazaban cerdos y reses salvajes para comerciar con su piel y carne, la cual guisaban en el boucan. De este último término proviene la palabra bucanero. ¿De ellos vendría la alusión?
[51] Montero, op. cit., p. 121
[52] De este último. Villaroel señala que salió vivo de la refriega, pero no aclara si herido o no.
[53] Ávila, op. cit., f. 2v
[54] Alegre, op. cit., p. 32-33
[55] Vertancurt, op. cit., p. 241
[56] Villaroel, op. cit., p. 399-400
[57] Francisco de Pareja, Crónica de nuestra señora de la Merced. Tomo segundo, México, Imprenta de J. R. Barbedillo y Cía., 1883, p. 466-467
[58] Rivera, op. cit., p. 236-237
[59] Andrés Cavo, Los tres siglos de México durante el gobierno español. Tomo II, México, Imprenta de Luis Abadiano y Valdés, 1836, p. 64
[60] Charlevoix, op. cit., p 135-136
[61] Exquemelin, op. cit., p.
No hay comentarios:
Publicar un comentario