Por Luis Villanueva
Aún no se han localizado escritos entre 1810 y 1820 en donde aparezca el término “jarocho” en la Tierra Caliente veracruzana. Así hasta 1821, cuando surgió inesperadamente en alguna nota de periódico, bitácoras o en los partes militares realistas de Veracruz. Esto durante la etapa de consumación de la Independencia de México, cuando las principales plazas de la entonces Intendencia de Veracruz estaban en poder del ejército Trigarante y la ciudad amurallada de igual nombre, sitiada por el insurgente y ex teniente del regimiento de infantería de línea fijo de Veracruz, Antonio López de Santa Anna. Nace entonces la duda: ¿Cómo fue que apareció esa palabra a partir de 1821, principalmente en los documentos militares relacionados con los llanos costeros del Golfo de México? Una posibilidad es que primero hubiera aparecido en el Altiplano Central y posteriormente fuera llevada a la Tierra Caliente con las inmigraciones poblacionales, comerciales y/o militares entre el interior del país y la costa, ocurridos durante la mencionada etapa o incluso antes. Otra es que el término, más que surgir, haya sido introducido en algún momento por los mismos españoles desde la península ibérica, entrando a la Nueva España por la costa del Golfo (incluso por el mismo puerto de Veracruz), y posteriormente llevada al centro del virreinato, en donde se divulgó y popularizó lo suficiente para ser incluida en los escritos con un significado muy diferente al que después adquiriría. También esta palabra pudo haberse conservado en el habla del área veracruzana de la costa, tras llegar a tierras mexicanas y ser “exportada” al altiplano, para luego ser usada tempranamente en los textos españoles de aquella zona y posteriormente, en los de Tierra Caliente. El hecho que el término haya aparecido tan “espontáneamente” en los documentos realistas de Veracruz en 1821, no necesariamente indica que fuera una palabra previamente desconocida y por ende muy nueva; pero es una realidad que ha llegado hasta nuestra época a través de los mencionados documentos, mismos que fueron escritos cuando los jarochos más resaltaban militarmente. Cabe mencionar que desde esos años, la palabra fue perdiendo lentamente su significado original, al mismo tiempo que comenzaba a ser relacionado con un grupo social específico de la costa del golfo.
Un documento en donde se menciona el término “jarocho”, ya en la década de los 20 del siglo XIX, fue en el diario español Miscelánea de comercio, política y literatura, del 10 de julio de 1821. En este, se reproducen diversas noticias de la América Española, incluida una de Veracruz con fecha del 26 de marzo de ese año:
“Anoche un sargento de patriotas de estramuros avisó al gobernador haber oído a dos jarochos, que toda la gente de la orilla venía á atacar el barrio de Santo Cristo, con cuyo motivo dispuso aquel jefe que saliesen 25 hombres del fijo y que los gefes y oficiales de los cuerpos se mantuviesen en los cuarteles.”1
Otro texto temprano en donde se menciona el término en los llanos costeros de Veracruz, es en el diario personal del oficial de infantería Modesto de la Torre, que acompañó al capitán general y jefe superior político Juan O'Donojú, desde España hasta tierras mexicanas. La narración, con fecha del 23 de agosto de 1821, describe la salida del oficial de la ciudad de Veracruz, cuando se encontraba convaleciente del vómito negro que había padecido días antes:
“El patrón del jacal era un hombre de color verde acobrado. Tenía rodeado a su cabeza un pañuelo blanco, y un gran camisón del mismo color, con un ponche azul celeste encima, era todo su vestuario. El carácter de este hombre singular parecía triste y reservado. No parecían lo mismo tres mujeres de color de cobre que le hacían compañía y quienes le consultaban en las preguntas que nosotros les hacíamos. Parecían alegres y en la desenvoltura con que se presentaban, se conocía no les era extraña la presencia de forasteros...El patrón se echó sobre un poyo y las mujeres a su lado. Nosotros en nuestras camas o hamacas y en el suelo un señor capitán de los jarochos insurgentes, que de orden del general venía acompañándonos, un negro, esclavo suyo, y los criados y soldados que pudieron acomodarse.” 2
Dentro de este texto, el autor explica que, “Jarocho, en Veracruz, es hombre del campo”, aclaración que coincide con uno de los significados de “payo” (pastor), como posible sinónimo de “jarocho”, como se señaló en la Parte I de este trabajo. Por otra, parte, es interesante resaltar que el jarocho contara con un “esclavo negro”, lo que lleva a la pensar que aquél no necesariamente pertenecía a esta última raza. A continuación, describe la vestimenta del capitán rebelde:
“Se presentó el jarocho que nos había de acompañar con un traje en su persona, y unos arreos en su caballo que llamó la atención de los que no habíamos visto las gentes de estos países. Se nos dijo no era singular; al contrario, que era el traje más común entre los criollos de Nueva España cuando van de camino, como iríamos viendo, y con estos antecedentes lo miré con mucho cuidado, y él, y el capitán Serón, vinieron en el camino explicándome la diferencia que hay en las piezas de un jarocho puesto de lujo, a las piezas del vestuario de un jarocho común. Nuestro guía iba con todos los ringos rangos; pero todos sencillos, he aquí su traje. Llevaba un pañuelo atado en la cabeza y encima un sombrero chairo, blanco por fuera y verde por dentro, galoneado de oro y rodeada a la copa una culebra bordada de lentejuela dorada. Parece que esta divisa la principiaron a usar en tiempo de la insurrección del cura Hidalgo. La chaqueta es una especie de roquete que se meten por la cabeza, es muy corta y parecida a la anguarina que los extremeños usan en tiempo de trillas. Llevaba faja y un calzón, llamado antiparas, de la hechura de un calzón corto, pero que llega hasta muy cerca del tobillo, llevando sueltas y caídas por elegancia, las trabillas de las charrateras. Los calzones, o antiparas, están abiertos por los costados como los pantalones de los húsares, llevando unas pequeñas ondas y en cada una un botón de plata. Las botas son unas pieles de venado muy bien curtidas y adobadas, y llenas de labores grabadas; las lían a la pierna como un pañal de un niño, atándolas debajo de la rodilla con unas ligas de seda bordada y pendientes de sus extremos unos racimos de chucherías y monigotes. Los zapatos son unos borceguíes con punta y abrochados por el costado: como son más anchos de arriba que de abajo, y por esta parte las abrochan con solos dos ojales, resulta hacer la figura de un abanico. Me dijeron que la gente de lujo lleva la parte de bota que cae a los costados exteriores, después de estar a caballo, bordada de oro y plata, y algunos con piedras preciosas; y que la culebra, que nuestro jarocho lleva en el sombrero, de grana bordada de lentejuela, es de abalorio con el que imitan perfectamente los colores naturales de este animal, poniéndoles también la punta de la cola de oro y la cabeza del mismo metal, con dos pequeños brillantes por ojos. Usan los jarochos de un pequeño lienzo de la figura de pañuelo, a quien llaman paño de sol, y les sirve para cubrir la barba y los labios cuando pica mucho el sol o hace mucho polvo; cuando no lo necesitan, lo llevan terciado por el pecho como un objeto de lujo. Un ponche ancho y redondo por sus extremos, les sirve como de capa. Es de paño forrado de percal pintado; la gente de lujo lo lleva de paño exquisito rodeado con un galón de oro o plata, y en la abertura que tiene en su centro para meter la cabeza, ponen un círculo de terciopelo de color distinto al fondo, guarnecido de galones y franjas de oro o plata. Llaman, aquí, mangas a esta parte del vestuario que en Castilla llamamos ponches, y que apenas se usan ya. Para precaverse de las aguas usan dos pieles de cabra bien curtidas, pero con pelo y forradas de indiana; están unidas por la parte superior en unos de sus extremos, y sujetas al pezón delantero de la silla del caballo; las llevan colgando, y cuando llueve, o tienen que atravesar un terreno inculto, las lían a la cintura, y así conservan los calzones y evitan mojarse los jinetes. Esta invención me parece muy útil. Así como los negros, de esta tierra de Veracruz, usan de machetes, los jarochos llevan sables, y cuasi todos con guarnición de plata.3
En seguida, toca la descripción de la cabalgadura:
Visto ya el vestuario de un jarocho, parece justo decir algo de los arreos del caballo. Las sillas son generalmente parecidas a las españolas, pero asemejadas en algún modo a las de los húsares por su sencillez. De la parte trasera de la silla y por encima de la baticola sale una cosa que llaman zanquera y consiste en una media enagua de vaqueta que cubre los cuartos traseros del caballo hasta cerca de las corvas. Esta zanquera lleva una guarnición de hierritos colgando como pendientes de mujer, de manera que cuando anda el caballo, arma un fuerte soniquete. Esta costumbre de llevar zanqueras los caballos debe de ser muy antigua, porque en pinturas del siglo quince y diez y seis, las he visto en Europa; como también los borceguís que usan ahora los jarochos. Oculta una parte hermosa del caballo la zanquera, y no es nada elegante, pero acaso sería útil en la guerra y obligará al caballo a llevar un paso más cómodo. Lo que me chocó extraordinariamente porque no presentaban ni comodidad ni elegancia ni economía, fue los estribos que traía nuestro jarocho en su caballo. Le pregunté y me dijo que aquellos tremendos y pesados estribos de hierro se llamaban de mitra, y efectivamente parecían a una mitra episcopal puesta al revés; que se conservaban algunos en el obispado de Puebla de los Ángeles desde el tiempo que fue su obispo el venerable Palafox, a quien por depremirle los jesuitas, con quienes sostuvo pleitos, inventaron los de la Compañía de Jesús esta ridícula moda, tan escandalosa como significante. Los estribos que comúnmente se usan son de madera, pero parecidos en su hechura a los de hierro que usa la tropa.4
Más adelante, de la Torre describe someramente a una jarocha. Posiblemente el primer retrato de varios que vendrían con el pasar de los años:
“Era una hermosa moza que, montada de anqueta sobre un caballo, venía en dirección opuesta a la nuestra. El sombrero y los zapatos eran jarochos, su vestido un conjunto de sencillez y de gracia, y toda ella una cosa que conmovió a todos. No es extraño, porque desde que salimos de España no habíamos visto imagen más propia de nuestras buenas españolas. Ella nos contestó con una alegre timidez que la daba más mérito, pero un hombre blanco vestido a lo jarocho elegante, que venía haciéndola compañía en otro caballo, aceleró el paso, manifestando algún sobresalto.”5
Casi tres meses más tarde, surge nuevamente el término “jarocho”, pero ahora en uno de los partes militares realistas. En este, con fecha del 14 de noviembre de 1821, el mariscal español José Dávila informa y justifica su retirada de la plaza de Veracruz a la fortaleza de San Juan de Ulúa 6:
“Aguardábanse tropas algo regulares de hacia la capital, e importaba que estas se posesionaran de la ciudad [de Veracruz] más bien que las de los llamados jarochos de estas cercanías, milicia irregular, semibárbara y que no ansiaba más que el robo hubiera desolado la ciudad.”
Nótese lo peyorativo de una parte de la frase (“semibárbara”, “que ansiaba el robo”), junto con el temor implícito en ella (“hubiera desolado la ciudad”). Detalles que no eran infundados, pues los españoles avecindados en el recinto vivieron en carne propia el saqueo de casas y comercios por aquella caterva, durante el asalto a la plaza de Veracruz del 7 de julio de ese año.
La siguiente ocasión en que apareció el vocablo “jarocho” en los partes militares, fue el 26 de octubre de 1822 en las “Instrucciones de Francisco Lemaur para apoderarse de la plaza de Veracruz”, ocupada entonces por Santa Anna:
“Logrado hasta aquí el intento, solo faltará para cerrarlo con el más completo éxito recorrer inmediatamente la muralla, apoderarse de las guardias de los jarochos en el recinto y estorbar la salida por las puertas.”7
Así, antes de 1821 no hay (o no se ha encontrado aún), referencia escrita del término “jarocho” en el barlovento y sotavento veracruzano. Por otra parte, es interesante señalar que Santa Anna en ningún momento se refiere a su gente con ese nombre en sus partes o cartas, empleando en su lugar el de “división”, “fuerzas” o “tropas”. El apelativo “jarocho” lo usaron los realistas en los informes militares que tengo identificados, una vez en 1821 y hasta en 11 ocasiones en 1822 (incluye la carta que escribió Francisco Lemaur a José Antonio de Echavarri: “Diálogo Sexto. Entre el jarocho y el comerciante”) y durante 1823 en dos ocasiones más. Por su parte, el participio jarochada, aparece solo dos veces a finales de 1822.
Recalco entonces que si bien el término “jarocho” apareció por escrito desde el primer cuarto de 1821, esto no quiere decir que no se utilizara con cierta regularidad en el habla diaria desde tiempo atrás. Y posiblemente, como ya se señaló, fuera usada por gente o tropas proveniente del centro del virreinato o que estuvieron conviviendo con la palabra en la zona costera por algún tiempo, como fue el caso de los vecinos y los paisanos alistados en la milicia nacional de la ciudad de Veracruz. Incluso, que fuera una palabra tan usual (“...los llamados jarochos”), que el mariscal Dávila finalmente la ocupó en sus documentos. Antes de esto, en los partes militares se empleaban otros términos, despectivos o de la jerga militar, para señalar a los Insurgentes veracruzanos: disidentes, enemigos, caballería e infantería, partida enemiga, chusma de paisanos desarmados, infantes, soldados, división, partida de a caballo de estas orillas, partidas cortas de los rancheros de las orillas, guerrillas, etc., procedentes de los alrededores de la plaza de Veracruz (Santa Fe, Vergara, Boca del Río, Medellín, Jamapa, Tlalixcoyan, Paso de Ovejas, Alvarado, La Antigua, Tlacotalpan, Cosamaloapan; además de un sin número de haciendas y ranchos).
(Continuará)
1 “Veracruz, 26 de marzo”, en Miscelánea de comercio, política y literatura, 10 de julio de 1821, p. 2
2 Claudia Guarisco, Un militar realista en la independencia de México, Madrid, Casa de Velázquez, 2021, pp. 109-110
3 Guarisco, op. cit., pp. 117-121
4 Ibíd., pp. 121-123
5 Ibíd., pp. 136-137
6 Juan Ortiz Escamilla, Veracruz. La guerra por la Independencia de México. 1821-1825. Antología de documentos, México, Universidad Veracruzana, 2008, p. 104
7 Ibíd., p. 181
Fuentes:

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