sábado, 20 de febrero de 2021

San Juan de Ulúa. La historia de la fortaleza(*). De 1525 a 1600 (Parte II)

 

Por Luis Villanueva

(*) Ensayo ganador del tercer lugar en el 2° concurso regional de ensayo 2015 del Centro INAH
     Veracruz.

El 15 de octubre de 1535 llegó a tierras americanas don Antonio de Mendoza, primer virrey de la Nueva España. Dentro de las encomiendas que traía, estaba el informar sobre la cantidad de fortificaciones construidas, o por construir, en la Nueva España, por lo que muy al inicio de su cargo realizó una inspección del puerto de Ulúa. Como al rey le urgía la erección de una “fortaleza y reparo para las naos” en el islote, Mendoza mandó levantar una torre de vigilancia, la cual se fue construyendo sin mucha prisa (Quijano, 1984, pág. 6).

La lentitud en la obra fue confirmada por Hernán Cortés, quien pidió residencia contra Antonio de Mendoza (1543). Acusó que el virrey “puso cierta imposición en las mercaderías que van al puerto de San Juan, que pagasen de cada cosa ciertos derechos para hacer un muelle en el dicho puerto, e otros reparos […] y la obra no se hace sino muy despacio.” (Escritos sueltos de Hernán Cortés, 1871, pág. 332).

Casi diez años más tarde, el 12 de febrero de 1544 arribaron a Ulúa el visitador de Nueva España, Francisco Tello de Sandoval y el contador Gonzalo de Aranda. A su llegada inspeccionaron el muelle que el virrey tenía en construcción. Tras pasar la noche en el islote, examinaron la torre para la defensa del puerto, hecha de mampostería y tan alta como un hombre. También observaron el trabajo desarrollado en el muelle, el cual estaba a cargo de un clérigo y empleaba a un numeroso grupo de negros (Aiton, 1927, pág. 162).

Al ser desplazado de su cargo en 1550, Mendoza dejó a su sucesor, don Luis de Velasco, una relación de su gobierno. En ella escribió que dejaba comenzado “un turrion” en San Juan de Ulúa y que este serviría para “que la justicia sea señor de las naves y marineros del puerto”; también asentó que era necesario construir un revellín donde pudiera colocarse la artillería y levantarlo lo que conviniera para que en lo alto jueguen algunas piezas (Portilla, 1873, págs. 24-25).

Entre el 2 y el 4 de septiembre del año 1552, un huracán golpeó a Veracruz y a San Juan de Ulúa.[1] En Veracruz la crecida del río Huitzilapan inundó la ciudad, produciendo graves daños a la infraestructura urbana. En Ulúa se hundieron cinco naos, las barcas de descargo y unas carabelas de Tabasco; los vientos, lluvia y la fuerza del mar (que logró cubrir la isla con sus vaivenes), destruyeron la mayor parte de las casas.[2] en la isla, ahogando a muchas personas (Virginia García Acosta, 2003, págs. 178-179).

El testimonio del receptor de la imposición, Hernando de Vergara, da alguna luz acerca de las obras de fortificación existentes en Ulúa en la fecha en que impactó el huracán. Él hizo referencia a una torre que está empezada a hacer en dicha isla, que está un estado[3] sobre el agua”. También comentó de una “casa grande que está hecha en aquella parte donde los navíos echan las anclas” (Quijano, 1984, pág. 8).

El desastre puso la atención oficial en la reparación y ampliación del puerto y en la fortificación de San Juan de Ulúa. El alcalde mayor, García de Escalante Alvarado ya había propuesto, desde fines de marzo de 1552 y posteriormente a la presencia del huracán, la construcción, para la seguridad de los barcos y protección del puerto, de una muralla de sillería de cal y canto de 20 pies (6 m) de grosor y 2 brazas (1.82 m) de alto, en donde se empotrarían argollas de metal de trecho en trecho para que en ellas se amarren los barcos. Además, se harían puertas y escaleras para la descarga y troneras con su artillería (Viejo, 1978, pág. 452). Por su parte, el virrey decidió la compra de 100 negros para el afianzamiento y construcción de la torre y muro de las argollas. (íbid. pág. 453).

El piloto Diego Gomedel coincidió con García de Escalante en poner el islote en un estado de que evitara la repetición de los sucesos como los ocurridos durante el temporal recién pasado:

“…Que desde el torrioncillo todo lo que duraba el albarrada que estaba hecha de piedra desde la punta hasta la torre por delante de la casa grande que está hecha al canto del arrecife, se haga una pared de cal y canto de catorce  o quince pies de grueso con sus puertas a trechos y escalera a do lleguen los bajeles a descargar y entre las puertas de una a otra, abiertas sus troneras para alguna artillería y defensa del puerto y en la misma pared por de fuera puestos unos argollones gruesos de metal a donde se amarren las naos y ansi mismo le paresce que desde el turrión a la mar dejando abierto una caleta que allí hay donde se meten las barcas se siga la dicha pared adelante conforme a lo que se tiene atrás […] por lo que haciendo esta pared el puerto queda para poder surgir en él muchas más naos de las que al presente pueden surgir y ansi mismo queda abrigado de allí porque con el huracán pasado todo el daño que las naos recibieron fue por allí, porque estaba la mar con gran ímpetu y venía a reventar la mar en las popas de las naos…” (Quijano, 1984, pág. 8)

En 1560, se puso en consideración la petición de trasladar la ciudad de Veracruz al puerto en la isla de San Juan de Ulúa debido a los inconvenientes (entre ellos los climáticos), que se habían estado presentando. “[…] Hacer la carga y descarga en la ciudad y Puerto de Veracruz y las ventajas que resultaría de ejecutarlo por el puerto a la Isla de San Juan de Lúa (Montero, 1997, pág. 52).

En agosto de 1563, el visitador Jerónimo de Valderrama[4] recorrió las obras en el islote e hizo protesta por la lentitud en que se llevaban a cabo. El avance estaba constituido por una muralla de 1000 pasos de longitud, con altura de 25 pies y grosor de 10 pies. Esta llevaría a trechos unos torreones de 60 pies en cuadro con una altura de 34 pies (9 pies por encima del muro). Sin embargo, para junio de 1564 la obra seguía sin concluirse, por lo que el virrey Velasco, junto con el nuevo alcalde mayor Juan Bautista de Avendaño, propusieron hacer el muro de mampostería para acabarla antes. (Ibid., Pág. 453).

Después del fallecimiento del virrey Antonio de Mendoza, es nombrado tercer virrey de la Nueva España Gastón de Peralta, quien arribó a Veracruz a principios de septiembre de 1566. Dentro de las instrucciones que el Rey Felipe II le había dado, estaba el de construir un muelle en San Juan de Ulúa e informarse del estado en que encontraban las obras en dicho lugar y que diera prisa por concluirlas (Hanke, 1976, págs. 164-168).

El 23 de marzo de 1567, Gastón de Peralta informó al Rey que la obra del muelle estaría concluida en cuatro años y que era menester “correr la muralla para la defensa del norte, o si la fuerza del mar es la que hace el daño para que hagamos en los arrecifes algunos reparos donde las olas quiebren” (Ibid., Pág. 169-185). De Peralta no vio cumplida su promesa, pues en 1567 se le ordenó que regresase a España para defenderse de varias acusaciones hechas en su contra.

El 2 de octubre de 1567 se hicieron a la mar en Plymouth, seis navíos bajo el mando de los corsarios ingleses John Hawkins y Francis Drake. Tras un año de “lucrativo negocio” en las Indias Occidentales (las Antillas), una fuerte tormenta de ocho días de duración provocó severos daños en las naves corsarias, por lo que se vieron obligados a buscar refugio para hacer reparaciones y cargar los bastimentos necesarios para su viaje de regreso a Inglaterra.

Tras toparse y capturar a una nave mercante española, inquirieron si había algún puerto cercano. La respuesta de los españoles fue “San Juan de Ulúa”, en la Nueva España y hacia allá se dirigieron los ingleses tras sopesar Hawkins y Drake los riesgos, pues sabían de la llegada a fines de septiembre de la poderosa flota anual española a ese sitio, y no estaban muy deseosos de encontrarse con ella en el lamentable estado en que se encontraban (Sugden, 2006, pág. 32).

Los corsarios llegaron a Ulúa el 15 de septiembre de 1568. La imagen que tuvieron a su arribo fue la de una rada de aproximadamente 250 yardas (228 m) de longitud, situada entre tierra firme y un bajo de coral en donde se encontraba levantada una torre con troneras para la artillería y una cortina para cañones en su parte alta. Esta cortina, parte fortificación y parte muelle, de 300 pies de longitud (91.44 m), se extendía a todo lo largo de la línea de playa (Rare book & special collections reading room, 2010). Esta última ya tenía empotrados varias argollas de metal de buen tamaño en donde las naves podían ser amarradas.

Miles Philips, uno de los corsarios ingleses que desembarcaron junto con John Hawkins en Ulúa, escuetamente coincidió con la descripción hecha líneas arriba, al narrar lo siguiente: “Cuando desembarcamos nosotros, era este puerto una isleta de piedra que en lo más alto no tenía arriba de tres pies (menos de un metro) fuera del agua, y cuya extensión por cualquier parte no pasaba de un tiro de ballesta, cuando más” (Boletín del Archivo General de la Nación, 1950, pág. 295).

Es posible que las construcciones previamente descritas no fueran mejores que las existentes antes del huracán de 1567 y que fueron arrasadas por ese temporal. Incluso, esa torre[5] debió ser la misma que mandó levantar el virrey Mendoza y para esa fecha, al igual que la cortina, aún seguían sin poder concluirse.

En 1568, fue nombrado virrey de la Nueva España, don Martín Enríquez de Almansa. La flota española en la que venía estaba conformada por 13 navíos bajo el mando de Francisco de Luján, llevando como segundo al mando al almirante Juan de Ubilla. A su llegada a San Juan de Ulúa, el 26 de septiembre de 1568, tuvo la sorpresa de encontrar a los corsarios ingleses posesionados del islote y de la fortaleza. Al final, después de un cruento combate naval, la victoria se inclinó al lado español. La participación de Ulúa en este hecho, aunque mínima en lo referente a la batalla, bien podría ser considerado como el bautizo de fuego para la incipiente fortificación.

La batalla de San Juan de Ulúa mostró sus deficiencias, por lo que Ubilla envía una carta al rey en donde da la idea de “mandar a hacer otra torre a la parte del este.[6] Sin embargo, sería el ingeniero militar Cristóbal de Eraso el que concretaría la idea de unir ambas torres (la nueva y la vieja), con una cortina (el muro de las argollas). (Quijano, 1984, pág. 11).

  Cristóbal de Erazo arribó a Ulúa a inicios de 1570, en donde esperó la orden del virrey para iniciar las obras en San Juan de Ulúa según un proyecto realizado por él mismo. Pero tampoco pudo comenzar los trabajos por la carencia de piedra de cantera, la cual tuvo que pedir a Campeche. En lo que llegaba la cantería se dedicó a concluir la llamada Torre Vieja y el lienzo de la muralla, escribiendo en una carta al rey que, si encontraba cantería para otro baluarte, hacerlo he con toda brevedad a mi posible”. (Ibid., pág. 13).

  El 8 de junio de 1570, el virrey Enríquez mandó publicar una serie de condiciones referentes a la obra de fortificación de Ulúa. Entre aquellas estaba que la muralla debía de medir 138 pies (42 m) de largo, 27 (8 m) de alto y 15 (4.5 m) de ancho. Al final de esta, en el extremo sur, se levantaría un baluarte y caballero de igual alto que la muralla. Este baluarte sería construido con paredes de cantería en el exterior de 18 pies (5.4 m) de grosor, 3 (0.9 m) en las interiores que serían construidas de mampostería y las que servirían de base al caballero de 13 (4 m). La altura del baluarte sería de 27 pies, igual que la muralla y contaría con un aljibe en lo alto. Sobre los 27 pies llevaría piezas para las municiones, dotándolo de una solería resistente para colocar piezas de artillería a barbeta. A partir de aquí se elevarían las paredes del caballero a una altura de 18 pies (5.4 m) y con paredes de 13 pies de grosor. Tres de las cuatro paredes llevarían cuatro troneras. En lo más alto del caballero se colocaría un solado resistente para colocar artillería sobre barba por sus cuatro lados. (Ibid., pág. 14). 

  En 1584 desembarcó en San Juan de Ulúa el comisario franciscano fray Alonso Ponce. Él dejó una descripción de Ulúa, el cual parece demostrar que las condiciones dictadas por el virrey 14 años antes habían sido acatadas, si no completamente, por lo menos en parte:

  “La fortaleza tiene dos torres, una á Oriente y otra á Poniente, y entre torre y torre un lienzo ó adárabe muy largo, labrado todo de cal y canto con mucha fortaleza, por el cual se pasa de una torre á otra; la que está á Poniente es pequeña y de no muy buena piedra, que el salitre del agua de la mar la va comiendo poco á poco, aunque con todo esto es fuerte: la de Oriente es mayor y más capaz, tiene una sala de armas muy grande, un caballero y un grande alxibe, una mazmorra y otras piezas, y en las torres y caballero y otras partes hay muchas y muy gruesas piezas de artillería para la defensa del puerto, con un alcaide y soldados y artilleros que tienen de todo cuidado”.

  El franciscano Antonio de Ciudad Real, a su paso por el islote entre los años 1587 y 1588, escribió una muy detallada visión sobre San Juan de Ulúa: 

 “Cinco leguas de Veracruz de mal camino está el puerto e isla de San Juan de Ulúa […] en esta isla está hay una plaza cuadrada, los lienzos de estos cuadros son casas hechas de tablas, en los tres moran los oficiales de la isla y los soldados y muchos negros y negras que tiene el rey allí para el servicio de la fortaleza que allí está edificada y oficiales y soldados de ella, el otro lienzo ocupa la iglesia, en que reside un cura que administra los sacramentos a los de la isla. Sin estos cuatro lienzos hay otras casas, asimismo de tablas, fundadas sobre la misma mar en aquellos arrecifes, que el agua anda debajo de ellas y algunas veces sube arriba; entre estas hay un hospital hecho de la misma manera, en que se curan los enfermos de las flotas y se les hace mucha caridad; este hospital está a cargo de los hermanos de San Hipólito de México […] La fortaleza tiene dos torres, una a oriente y otra a poniente, y entre torre y torre un lienzo o adárabe muy largo, labrado todo de cal y canto con mucha fortaleza, por el cual se pasa de una torre a otra;  la que está a poniente es pequeña y de no muy buena piedra, que el salitre de la mar la va comiendo poco a poco, aunque con todo esto es fuerte; la de oriente es mayor y más capaz, tiene una sala de armas muy grande, un caballero y un grande aljibe, una mazmorra y otras piezas, y en las torres y caballero y otras partes hay muchas y muy gruesas piezas de artillería para la defensa del puerto, con un alcalde y soldados y artilleros que tienen de todo cuidado. Tiene aquel puerto dos entradas o canales muy angostas y peligrosas, y a cada una de ellas mira una de las dichas torres con sus tiros y piezas de artillería, para que sin licencia del castellano no pueda entrar ninguna nao enemiga, ni aun de las amigas si no hiciere su salva. Con estas torres y murallas está el puerto guardado y las naos de él defendidas algún tanto del norte, porque las amarran a unos gruesos aldabones que están muy fijos en ella… cuando se enoja el norte abienta el agua de la resaca sobre ella y pasa por encima de la otra banda. Hay alrededor de esta isla muchos arrecifes y bajos que casi cada día quedan en seco, unas veces más otras menos” (Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España, 1992, págs. 81-130).

El 19 de julio de 1589 es nombrado virrey de la Nueva España Luis de Velasco y Castilla y Mendoza “el mozo”. Algunos meses más tarde, por órdenes del rey Felipe II arribó a San Juan de Ulúa (18 de febrero de 1590), el ingeniero militar italiano Bautista Antonelli para hacer una inspección y levantamiento de la fortificación y también para realizar una traza para mejorar sus defensas.

Tras llevar a cabo la inspección, Antonelli tomó el parecer del virrey Luis de Velasco, llegando ambos a la idea de que lo mejor era levantar un par de reparos (baluartes), por ser Ulúa una plaza abierta y mientras el Rey decidía fortificar. Antonelli también justificó que los reparos serían de poco costo, porque sólo tendrían que construirse “dos traversillos” que defiendan las dos torres y el lienzo donde se amarran los barcos, además de que sólo se tendría que adquirir la cal, pues la piedra que se utilizaría para la construcción la tenemos en la isla, pues no hay sino recogerla”. Tampoco tendría que pagarse por los peones, pues con los negros que había allí podría hacerse el trabajo. El reparo tendría una altura de 20 a 22 pies (entre 6 y 7 m), en donde se podría colocar alguna artillería. Sus muros serían en talud con un grosor de ocho pies (2.4 m). Los baluartes llevarían por nombre Santiago (junto a la Torre Vieja) y delante de la Torre Nueva, el de San Felipe (Amirola, 1829, págs. 251-254). El proyecto de Antonelli no fue llevado a cabo debido a diferencias y objeciones sobre la inutilidad de ambos baluartes con el capitán Pedro Ochoa de Leguizamón, quien poco antes de la llegada de Antonelli había realizado un proyecto de fortificación de Ulúa.

Tras llevar a cabo la inspección, Antonelli tomó el parecer del virrey Luis de Velasco, llegando ambos a la idea de que lo mejor era levantar un par de reparos (baluartes) por ser Ulúa una plaza abierta y en lo que el Rey decidía fortificar. Antonelli también justificó que los reparos serían de poco costo, porque sólo tendrían que construirse dos traversillos” que defiendan las dos torres y el lienzo donde se amarran los barcos, además de que sólo se tendría que adquirir la cal, pues la piedra que se utilizaría para la construcción la tenemos en la isla, pues no hay sino recogerla”. Tampoco tendría que pagarse por los peones, pues con los negros que había allí podría hacerse el trabajo. El reparo tendría una altura de 20 a 22 pies (entre 6 y 7 m), en donde se podría colocar alguna artillería. Sus muros serían en talud con un grosor de ocho pies (2.4 m). Los baluartes llevarían por nombre Santiago (junto a la Torre Vieja) y delante de la Torre Nueva, el de San Felipe (Amirola, 1829, págs. 251-254). El proyecto de Antonelli no fue llevado a cabo debido a diferencias y objeciones sobre la inutilidad de ambos baluartes con el capitán Pedro Ochoa de Leguizamón, quien poco antes de la llegada de Antonelli a Ulúa había realizado un proyecto de fortificación para la Ulúa.

En 1595, Gaspar Zúñiga y Acevedo conde de Monterrey es nombrado el noveno Virrey de la Nueva España. Llegó a Veracruz en la flota de Luis Fajardo a mediados de septiembre de ese mismo año. Con Zúñiga también se harían algunos cambios en la fortaleza, de los cuales se hablará en la siguiente entrega.


[1] Carta enviada por el escribano mayor de la real audiencia Antonio de Turcios el 5 de noviembre de 1552 con las declaraciones hechas por García de Escalante sobre la tormenta y el huracán del 2 de septiembre.

[2] Hernado de Vergara declaró que de 10 casas que había en Ulúa, el mar se llevó a ocho, derribando la novena y dejando muy maltrecha la última.

[3] Un “estado” es una unidad de medida de altura que equivale a 6 pies, la altura de un hombre. (Gordillo, 2014, pág. 164)

[4] Desembarcó en San Juan de Ulúa a fines de julio de 1563.

[5] Después sería conocida como la “Torre Vieja” y posteriormente constituiría la base del baluarte San Pedro.

[6]  Esta nueva torre con el tiempo constituiría el baluarte San Crispín.

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