domingo, 23 de noviembre de 2025

El jarocho. Una aproximación a la palabra y al personaje histórico - Parte III


Jarocho de Tierra Caliente (México, 1834) - Por Johann Moritz Rugendas


Por Luis Villanueva
El jarocho histórico en el barlovento y sotavento veracruzano
Características y grupo social

    ¿Quiénes eran los jarochos? Los escritos señalados anteriormente (para mayor referencias, leer la parte I y la parte II de esta misma serie), junto con otros posteriores, pueden dar una respuesta:

  • Bosquexo de la revolución de Nueva España” (19 de noviembre de 1810): “...14 mil hombres de a caballo de los jarochos de las haciendas,...”1

  • Nota en el periódico Miscelánea de comercio...(26 de marzo de 1821): “...haber oído a dos jarochos, que toda la gente de la orilla venía á atacar el barrio de Santo Cristo,...”2

  • Diario de Modesto de la Torre (23 de agosto de 1821):“...Jarocho, en Veracruz, es el hombre del campo.” 3

  • Mariscal José Dávila (14 de noviembre de 1821): “...más bien que las de las llamados jarochos de estas cercanías, milicia irregular, semibárbara y que no ansiando más que el robo hubiera desolado la ciudad.4

  • Brigadier Francisco Lemaur (28 de octubre de 1822): “...y recibiese las cargas de la infantería como de la caballería de los jarochos”.5

  • Ídem “...y el fuego vivo y concertado que seguidamente sostuvo cubrió la plazuela de cadáveres de los jarochos y sus caballos”.6

  • Ídem “...Cara le ha costado sin embargo al enemigo su perfidia, habiendo perdido en esta acción doce oficiales de los que van ya muertos cinco, y están los demás heridos, y ciento doce soldados, de los que se cuentan muertos treinta y nueve, y heridos los restantes, sin comprender en los de esta última especie gran número de jarochos que, según lo acostumbran, se retiran siempre a curarse a sus casas”.7

  • Brigadier José María Lobato (Ca. 7 de diciembre de 1822): “...mas que algunos jarochos tan despreciables por sus vicios, como inútiles en campaña.”8

  • Cnel. Ramón Soto (22 de diciembre de 1822): “...pero todos los caminos se hallan cubiertos de esa tropa que se llama jarochada de tierra caliente...9

  • Tte. Cnel. Antonio Aldao (16-17 de enero de 1823): “...pues de tres noches a esta parte han abandonado a Victoria [Guadalupe] cincuenta y tantos jarochos, no pasando en el día de cuarenta la fuerza de caballería, y estos desmontados haciendo el servicio de infantes;...”10

  • Brigadier Francisco Lemaur (29 de enero de 1823): “...consiguió a lo menos seducirle más de cien hombres de esta caballería de jarochos”.11

*****

    A fines de abril de 1825 llegó a Alvarado procedente de Burdeos, el entonces comerciante español Eugenio de Aviraneta. Este personaje escribió una relación muy detallada de su estancia en ese puerto, así como de los vecinos y sus costumbres. También menciona a los jarochos, dejando tras sí una visión muy temprana de sus características tanto físicas como sociales:

Se interesó mucho por el zambo el coronel Vázquez”..., relata Aviraneta ...“y deseó mucho entablar amistad con él. 'Ahí donde usted lo ve, es más caballista que ningún Jarocho y les lleva mucha ventaja en echar el lazo a un toro.' ” 12

    Posteriormente, el autor da una valiosa descripción del atuendo y el físico de la mujer jarocha:

Las amas de la casa y sus hijas estaban vestidas con la mayor sencillez, pero al mismo tiempo con trajes costosos para gente de campo. Las hijas, que eran cuatro, vestían camisas de holan batista, con las pecheras bordadas y ajustadas como la de los hombres; al cuello botones de pedrería falsa francesa; pero las camisas, algún tanto ajustadas, de manera que sus pechos abultaban y marcaban sus formas como las tetas de una cabra. Es de advertir que las Jarochas no tienen los pechos como las europeas, redondos y bien formados; las tienen exactamente como las cabras, largos, estrechos y las vírgenes duros y perpendiculares. No gastan corsé y así es que casadas, al poco tiempo no tienen los pechos sino una apariencia de piltrafas de carne que les cae á la barriga. Vestían unas enaguas ó faldas tan sutiles de gasa, de encaje, ó de batista de colores que de día debían aparecer sus formas y las carnes. Medias de seda de color de carne bordadas, con zapatos de raso, y una especie de banda, de crespón de china, amarillo ó encarnado que cruza por la espalda, como los generales las bandas de cualquiera de las órdenes: remataba el traje de una jarocha, con un sombrerito de paja, guarnecido de flores naturales.”13

    Continúa luego explicando el uso de los cocuyos, que con su luminiscencia verdosa servían de adorno nocturno a las mujeres. Esta costumbre se mantendría entre las jarochas décadas más tarde, como posteriormente se verá:

Tenían además un cinturón y pulseras de cocuyos, que son unos escarabajos, cucarachas o corredoras, que tienen una luz fosfórica, como los gusanos de luz en Europa, con la diferencia que los cocuyos tienen una luz tan resplandeciente y extensa, que parecen exactamente esmeraldas de noche. Estos cocuyos tienen por la parte de la cola unos anillos naturales por los que se van ensartando en seda torzal a manera de cuentas de rosario y forman los adornos más caprichosos para las mujeres...14

    En seguida, nos proporciona otros interesantes datos sobre los “hijos de la playa de Veracruz”, como alguna nota de periódico los calificaría años más tarde:

    Nos sentamos fuera del Jacal, en bancos y petates, á ver llegar los Jarochos y Jarochas; por instantes aparecían cabalgadas de ellos, en famosos caballos. Cada uno traía un ginete, con una dama á las ancas, que era su mujer, su hermana su querida, ó su novia. Otros caballos los montaban solo los ginetes y Jarochas...En menos de una hora estaba toda la plaza cuajada de Jarochos y Jarochas. Todas muy bien vestidas. Los hombres parecían picadores, por el sombrero blanco de fieltro de alas grandes y adornados de flores. Creía hallarme en España, en Jérez de la frontera, porque hablaban puro andaluz, con aquel ceceo que les es propio, y el andar jaque y fanfarrón. No podían negar que eran descendientes de aquellos andaluces que fueron á la conquista de Méjico con Hernán Cortés, y que luego se establecieron en las rancherías á la granjería de la cría de ganado, de donde deriban todas aquellas Caserías.” 15

    Que no se pierda de vista la actividad ganadera y el posible origen andaluz. En otra parte, Aviraneta da importante información sobre los antecedentes insurgentes de los jarochos (no sería de sorprender que varios de ellos hubieran participado en el asalto a Veracruz de julio de 1821, entre otros enfrentamientos), así como de sus costumbres:

    La mesa estaba dispuesta para catorce personas, que era la compañía de Vázquez; todos oficiales jarochos que habían servido en la guerra de la independencia contra los españoles, pero ninguno llevaba la menor insignia. Vestían sencillamente los jarochos y en mangas de camisa, como el coronel Vázquez...Todos los convidados guardaron mucho silencio, porque el jarocho en general es silencioso, grave y muy modesto en su compostura...En ella no hubo la menor descompostura, ni dichos ni palabras mal sonantes. Todos habían sido insurgentes y habían hecho la guerra de la insurrección... El Jarocho tiene á gloria descender de la sangre española y hace alarde de venir de los conquistadores. Miraban con desdén al indio, al mulato y hasta el criollo, que los llamaban sangre revuelta, y los consideraban inferiores en todo. El Jarocho es grave hasta en el andar; habla pausadamente y mide sus palabras. No blasfema ni echan juramentos como los demás paisanos. Con su mujer ni casi habla; mientras come, no se dedica á trabajos mecánicos. En su Jacal ó casa de paja, se figura y cree que está en un palacio, sin embargo de estar desnuda su habitación. No se ve en ella, mas que un arcón viejo de madera con su llave, donde guarda su ropa y la de su mujer y los cortos intereses que posee: una cama de paja con petates finos, como las esteras de los chinos, dos o tres bancos de madera, componen todo el ajuar de aquellos campesinos. En el cuarto principal de entrada tiene las sillas de sus caballos, las bridas y las mantas, y sus armas, que consisten en machetes, para su propia defensa ó para rozar las malezas en el monte, ó las Jaras, de donde deriba el nombre de Jarocho.16

    Cuando el Jarocho está solo en su casa, se le ve sentado en su banquillo de madera, cabizbajo y apoyada su barbilla entre sus dos manos, en ademan de reflexionar, y en esta actitud está horas enteras. Dos veces al día monta en su caballo á visitar sus milpas o maizales o visitar el sitio donde tiene sus ganados, caballar, boyal y cabrío, al cuidado de sus pastores, que generalmente son mulatos: sus mujeres é hijas cuidan de sus maizales, cultivándolos con jornaleros indios. En la recolección de sus frutos está presente, hasta que todo lo han limpiado de mazorcas, calabazas y judías que las hacen conducir con sus caballerías á los trojes, que están en la parte superior de su Jacal.17

    ...Por este orden tienen su origen todas las rancherías de tierra caliente, de soldados andaluces que se retiraban del ejército español y se dedicaban a la granjería de la crianza de Ganado, labraban su Jacal por el estilo de los indios, de postes de madera, cañas y paja; y un terreno bastante grande para sus ganados; con demarcaciones de sus mojoneras y rozaban parte de ellos para la siembra de sus maizales, frijoles, paja y calabaza. Esta es la razón, porque todo jarocho es propietario, de pequeña, mediano ó de gran terreno; y que se conserva en toda su fuerza la raza y habla andaluza. He observado que los jarochos tienen los brazos y las piernas bien formados, y grandes patillas negras; mientras que los criollos de tercera ó cuarta generación, tienen los brazos como palillos de tambor, piernas muy endebles y la barba poco poblada. Y la voz del Jarocho es bronca y fuerte, mientras la de los criollos de cuarta generación, es afeminada. El Jarocho, en general es alto y bien fornido. La arca del pecho y las espaldas altas. 18

    La raza de la mujer Jarocha, no corresponde á la del hombre. En general las mujeres son de corta talla, y de un moreno muy subido. En lo demás son bastante bien formadas. Cabeza bien erguida, con pelo abundante, negro como el ébano, pulido y algo zerdoso: ojos grandes, rasgados y negros, centellantes, y muchas de cejas cojijuntas, boca pequeña y dientes como piñones de blancos; nariz aguileña, orejas pequeñas y el talle de su cuerpo, como hechos de molde: el pie pequeño, buena pantorrilla y brazos torneados. En fin una mujer linda y airosa. Su mirar es lúbrico, y sus maneras desembueltas. Más tiran a mulatas, que á blancas, por el color. Esto debe consistir en que frecuentan mas el sol, que sus padres y maridos, que las dan un trato así como á esclavas, haciéndolas ir al campo á la caba de los milpares y en busca de leña al monte, mientras ellos se están mesiéndose en las hamacas y á la sombra, ó montados á caballo, paseándose á visitar los maizales ó los atos del ganado, hechos unos caballeros como dicen ellas. Son alegres y comunicativas, cuando están fuera de la presencia de sus padres ó maridos. Su hablar es un zezeo andaluz muy gracioso y son muy espirituales. Tienen mas despejo y talento natural que los hombres de su raza, y hablan con mas prontitud y desemboltura que ellos. No tienen mas diversión ó soslaz, que las incursiones que hacen á los mercados: fuera de este dia no salen de sus rancherías.19

    El texto anterior deja en claro que desde su propia perspectiva, los jarochos fueron un grupo social ajeno a los demás. No eran indios, negros, mulatos o criollos (a quienes incluso ellos “miraban con desdén”), si no descendientes de andaluces, delatándose por el seseo (o el ceceo), característico de aquella región y seguramente también por la reducción vocálica. Esto último es algo que todavía se puede notar (con todo y los doscientos años transcurridos con sus correspondientes cambios lingüísticos), en los jarochos de cepa de la zona costera y del Sotavento veracruzano, cuando se “comen” algunas letras (omisión de consonantes finales) o cambian la letra “s” por la “j” (aspiración de la “s”); con un acento, cadencia y modismos muy propios. Un ejemplo de esto en el siglo decimonónico se dará posteriormente. Esta parte del texto lo dejo como antecedente, pues se ha sugerido que los jarochos eran principalmente mulatos o negros de la costa y sus alrededores, cuando lo más probable es que fueran descendientes de mestizos o criollos. También es de mencionar que contaban con ganado y tierras, mismas que eran atendidas por negros e indios, respectivamente; así como que la mujer era quien desarrollaba las actividades más pesadas, mientras que el varón se tiraba a la laxitud, característica que sería resaltada constantemente. Por otra parte, la explicación de Aviraneta sobre el origen de la palabra “jarocho”, da pie a pensar que podría ser la fuente de donde surgió una de las definiciones que han perdurado hasta nuestros días.

*****

    Entre 1831 y 1837 vivió en nuestro país el francés Louis-Eugène-Gabriel de Ferry de Bellemare, quien bajo el pseudónimo de Gabriel Ferry escribió la obra Scènes de la vie mexicaine, en donde narra sus vivencias en el país. Esto incluye sus experiencias con los jarochos cuando entra en la zona de Tierra Caliente procedente de la capital por el camino de Xalapa. Sus aportaciones son también invaluables, pues añade, complementa o refuerza datos importantes mencionados por Aviraneta:

Al sentirlos cerca levanto la cabeza y me bastó una ojeada para reconocer en uno de ellos el tipo perfecto del Jarocho, ó habitante de Tierra Caliente. Llevaba un sombrero de paja de anchas alas, levantadas por detrás, un pañuelo de cuadros amarillos y encarnados, que asomaba por debajo del sombrero como una redecilla, y cuyas puntas quedaban flotantes para poner el cuello á cubierto de los rayos del sol; una camisa de tela fina con pechera de batista, un pantalón de pana azul abierta por arriba de la rodilla, y que le llegaba sólo hasta la mitad de la pierna. Debajo de una faja escarlata de crespón de China, que le ceñía la cintura, pendía un machete con puño de asta, sin guarda mano. Sus pies descalzos se apoyaban ligeramente en los estribos de madera con la punta del dedo pulgar. Con la cabeza negligentemente inclinada sobre su hombro, la sedosa y poblada barba ofrecía los rasgos y el aspecto caballeresco de los de su raza. Su cutis era de un moreno tan subido que resultaba en término medio entre el de negro y el de indio.20

    Posteriormente, el autor describe a una jarocha y a los jarochos en general, coincidiendo en mucho con las descripciones dadas por Aviraneta:

Era una joven graciosísima, cuyos pies se movían con ligereza sobre la yerba. Adornaba sus cabellos negrísimos una diadema de flores mezcladas de 'cucuyos´, cuyo brillante matiz ceñía su frente de una fantástica y misteriosa aureola. Vestida con un traje cuyos pliegues parecían platear los rayos de la luna, Sacramento con sus hombros desnudos semejaba á una de esas hadas que cuando todo duerme en los bosques bailan en medio de los rasos.” 21

 “De todas las razas de la familia mejicana no hay una que ofrezca un estudio tan como la de los jarochos. Su traje en nada se parece al de los demás habitantes de la campiña y tiene analogía con el del andaluz. Su dialecto es tan particular como su, traje: una mezcla de palabras escogidas del castellano puro y de las locuciones familiares más triviales desfiguradas por viciosa pronunciación: de modo que los mismos que saben el español han de estudiarlo especialmente para entenderlo. Muchos opinan que provienen de los jitanos andaluces, pero yo no lo creo porque los jarochos aborrecen el robo; debe ser más pura la sangre española que llevan en sus venas. Tienen instintos crueles; son vengativos pero sobrios, francos, leales y hospitalarios, sobre todo con los blancos. Es notoria su afición á los bosques y sitios desiertos y es tan vivo y predominante su espíritu de independencia, que les hace desdeñar la existencia, normal del labrador. Prefieren la vida errante del pastor y del chalán, y el machete representa un gran papel en su existencia. Antes se privaría el jarocho de las prendas más necesarias de su vestido que de ese sable recto, afilado y reluciente que pende de su cinturón, siempre sin vaina, y del cual cuida más que de su persona. Por una apuesta, por un puntillo de amor propio, por cualquier motivo empuñan el machete, y si alguno de los que riñen, en vez de contentarse con la primera sangre descarga á su adversario un golpe mortal, esto trae aparejados una serie de combates á muerte para satisfacer su insaciable espíritu de venganza. Pero ama con idolatría al suelo en que ha nacido, y ajeno á la avaricia, vive contento con poco en un país fértil en el cual tres ó cuatro cosechas anuales cubren los campos que ha sembrado sin cultivarlos. El juego, la música, el baile, la poesía, pues todos los jarochos improvisan poco ó mucho, comparten con el amor su singular existencia. Poseen el tipo delgado y nervudo de las razas privilegiadas, y la naturaleza les ha dotado de un aspecto airoso y elegante, en armonía con sus tres predilectas aficiones: la novia, el machete y el caballo.” 22

    El aparente origen andaluz de los jarochos resurge junto con en su forma de vestir y hablar, al igual que los “cucuyos” en el peinado de las jarochas. También es de mencionar el “espíritu de independencia” que posee, prefiriendo la vida del pastor sobre la del labrador, algo que se hace notar por el número de cosechas al año que obtiene y “que ha sembrado sin cultivarlos”.

    Conforme fueron pasando los años, el término “jarocho” muy lentamente se fue popularizando como un sinónimo del habitante de la costa de Veracruz, principalmente por las notas en los periódicos; pero sin perder, por lo menos en lo militarmente hablando, el menosprecio y burla de sus detractores, tal y como sucedió en el final del virreinato. Esto se lee en el siguiente texto publicado en julio de 1832, tras la derrota de Santa Anna en Tolome por fuerzas del presidente Bustamante. Es de resaltar en esta nota la adjudicación a los jarochos de una supuesta cobardía. Curiosa situación que se repetiría un cuarto de siglo más tarde bajo otras circunstancias y opositores:

 “¿De qué sirvieron en Tolome 600 jarochos? De meter el desórden, comprometer á la infantería y correr como unos gamos.23

    No obstante el texto anterior, en 1841 los jarochos aún no eran del todo gente exclusiva del barlovento y sotavento veracruzano, tal y como se hizo ver con los escritos de 1806 y 1810 (leer la Parte II de esta misma serie):

Los periódicos de Oriente publicaron que había salido de Matamoros el general Arista con una brigada de seiscientos hombres, para emprender la campaña contra los bárbaros luego que se le reunieron en Laredo trescientos jarochos del departamento de Tamaulipas, doscientos veinte de el de Nuevo León é igual número del de Coahuila...El señor Arista quiso que se reuniera en en la expresada Villa de Laredo una numerosa asamblea militar, que resolviese este problema dificilísimo y peliaguado. 'Si era tiempo de hacer la guerra a los bárbaros.' La resolución fue negativa, y en consecuencia los jarochos se han vuelto á sus casas, para no salir más de ellas si no los sacan a lazo...24

    ¿Es posible que en ese texto el término fuera usado como un sinónimo de “ranchero”? Por otra parte, “jarocho” se siguió manejando con la acepción de “ignorante”. Una noticia aparecida en el Diario de Gobierno en mayo de 1842, que reproduce a otra aparecida en El Censor (diario publicado en Veracruz), nos da una idea bastante clara del cómo se percibía, más allá de las armas, al jarocho. En esta nota se habla de un par de delincuentes (uno “más feroz y criminal” que el otro), que estaban haciendo de las suyas en la zona comprendida entre Jamapa y Medellín:

Antes de concluir excitan á las autoridades para que tomen en consideración los riesgos que corren los agricultores obligados a vivir entre esa raza inculta y feroz que llaman jarochos, y la necesidad de poner entre ellos jueces que los refrenen &c.25

    Unos días más tarde, el mismo diario comentó la editorial de el periódico El Censor, en donde se abundaba sobre el tema anterior, pero en términos aún más duros:

“...por varias causas independientes de la voluntad de los encargados de la administración pública, no ha sido posible poner escuelas en el centro de las habitaciones de los llamados jarochos, lo que habría contribuido desde luego a encadenarlos á la civilización mal de su grado; pero que esta contrariedad deplorable, dejándolos permanecer en su estado casi salvage, ha favorecido los robos, asesinatos y desórdenes á que han podido entregarse sin temor; por lo que los jueces de paz aislados en los centros de los montes que ellos habitan y sin medios de hacer ejecutar sus disposiciones, se han visto espuestos en el cumplimiento de su deber al rencor de los jarochos.26

    Otro ejemplo, pero este de 1843, redondea al párrafo previo:

 El Sr. Otro, mi compañero...comenzó por la definición de la industria. El amaño para hacer algo; así la llamó, y yo hubiera agregado: por ejemplo, tarabillas; pero en esto no se fijó, porque iba a parar en decir que en México, industria es hacer mantas; bien dicho: ¡vaya una cosa vergonzosa! ¿A quién se le ha ocurrido semejante bajeza, y luego atreverse a llamarla industria! ¡Mantas!!! Telas indignas de la gente, propias solo de jarochos, de burdos y de andrajosos.27

    Para mediados de la década de los cuarenta del siglo XIX, el jarocho empezó a ser conocido como un habitante de la costa central del Golfo de México, aunque romantizado de acuerdo con la corriente artística y cultural de semejante nombre, que junto con el costumbrismo, predominaron en esa época. Así, sus características, virtudes y vicios fueron difundidos por los escritos de los viajeros, que detallaron en cada página lo que observaron en su peregrinar por Veracruz. También contribuyeron las publicaciones en periódicos y semanarios culturales, que describían las diferentes zonas del país, su gente y costumbres. Estas obras son de gran valor, pues hoy en día nos permiten asomarnos a la vida y obra de los jarochos de la costa veracruzana de forma realista. A modo de ejemplo, comparto algunos fragmentos de un texto que muestra a los jarochos con la misma claridad que en las obras mencionados previamente. Apareció en el Museo Mexicano en 1844:

¿Qué es un jarocho? La costumbre nos ha hecho juzgar, ó llamarles tales, a las gentes del campo que viven así en las orillas de Veracruz, como en la costa; pero ecsaminando las cualidades de ellos, desde luego se advierte que si en el dialecto son semejantes todos, no lo son en las costumbres, y a veces ni en el trage. Los verdaderos jarochos no son inclinados a las labores del campo; es trabajosa y monótona la ocupación del agricultor para un alma ardiente y holgazana, para un espíritu pendenciero y amigo de la gloria; por eso es que el verdadero jarocho se dedica más bien á ganadero, matador de reses o chalán, y casi nunca por su gusto á marinero ni soldado, aunque tenga inclinación a la guerra y á la mar. Amigos de lucir en el ejercicio del machete, y dotados de una agilidad particular para evitar los golpes del contrario por los escapes del cuerpo, más que por conocimiento del arte de la esgrima;...porque antes que camisa, el jarocho tiene un machete en la cintura, afilado, listo y cuidado más que la persona, más que a la dama de sus pensamientos, con la cacha sin ramales ni taza, libre la empuñadura, y cuando más una cadenita de plata se le ve colgando, más bien por adorno ó lujo, que por utilidad...” 28

    Más adelante en este mismo escrito, aparece la interesante descripción física de un jarocho:

Robustos, bien formados, con barba poblada y de un color claro, generalmente parecen descendientes de gitanos, que conservan un remedo de las costumbres de aquellos (aunque no su industria ni su sagacidad), mezcladas con las del campesino de Andalucía, de quien se les observan algunos usos, y cuyo trage parodian.”29

    Luego, nos habla del fiel acompañante de todo jarocho: el caballo.

El andante (caballo) es el amigo íntimo del jarocho, es el objeto que más estima después del machete, y cuya adquisición procura con más ahínco: hecho de él lo cuida y adiestra á su modo, lo hace estrellero á fuerza de querer que recoja el largo pescuezo de la raza común en tierra caliente, y de obligarlo á dar saltos con las manos, que denotan que el animal es ardedor (brioso), y paregero (corredor), La silla del jarocho tampoco es como la de nuestra gente del campo: pesadas, largas las corazas, recargadas de adorno, con los estribos sin tapas, es más molesta que elegante; no usan de la reata para lazar reses, sino de un peal (tira bruta de pellejo de res secada al sol, y suavizada con sebo); que suele medir hasta catorce brazas30, ni la arroja al ganado con el tino y ligereza que el vaquero del interior, sino ayudado del caballo, á cuya cola está unido un extremo del peal, y con el otro forman una gaza particular, y arrojado no muy lejos, liga la res, que al tirar se halla sujeta, y la sostiene el caballo con la cola.” 31

    Por su parte, el poeta José María Esteva escribió y legó ese mismo año, unos versos titulados: Ñor Gorgoño, en donde refleja un diálogo entre el mencionado personaje y su compadre “Rabelo”, ambos jarochos, en su cabalgar por la calle de “Concha Perla” del poblado de Medellín. En este, se marca fuertemente la reducción vocálica mencionada con anterioridad. A continuación el fragmento de interés, aunque todo el poema es un retrato de las costumbres jarochas en el mencionado poblado, lugar de esparcimiento de muchos veracruzanos en la primera mitad del siglo XIX:

Gorg.- Pero antej que se miolbide,

no juallá ñor Secundino?

Rab.- Yo, por lo quej, no lo vide.

Gorg.- ¡Mire que hombre tan landino!

Le dije que mañaneara

Y que la lata volviera.

Rab.- Compadre! La cosa ej rara

y ensujté mal hiciera:

La lata yo la prejté,

por quiotra tengo rutiendo.

Gorg.- Pero, compadre

Rab.- Nu hay que:

conservelajté queriendo:

Yo soy hombre delicoso,

y no me creo desairable,

y si ujté mes amijtoso,

ya de lata no se hable.

Digamujte, el otro día

¿qué tal corrió ñor Julian?

Gorg..- Con su yegua?....¡Avemariia!

que pareciuun gavilan.

Esa yegua tan maldita

tan rumiosa y tan ansina,

parece bejtia poquita;

pero vale una ponina.

¡A que andante piej de plata!

nuay par ella parejero:

á cuanto caballo empata

lo deja siempre trasero.

Cuando corre se le vé

que parece una sirena:

dejpué de Dios, oigajté,

         nu hay una cosa maj güena.”32 33

    Pero no solo los jarochos empiezan a tomar relevancia dentro de los escritos costumbristas del siglo XIX, sino también sus parejas. Así, las jarochas irrumpen en el ideario nacional de la mano, en este caso, del Museo Mexicano, también en 1844:

¡Miradla! Sus ojos son negros y un tanto picarescos; su cintura delgada y esbelta como las palmeras de su país, á cuya escasa sombra suele descansar. Es negro su pelo como el azabache; sus formas torneadas, y rosado el color de su cútis...La jarochita es regularmente graciosa, amable con los estraños, y en extremo tierna y condescendiente con su marido. Hacendosa y trabajadora, se ocupa durante el día de los quehaceres de su casa, formando un contraste singular con los individuos de su clase del otro secso, que son generalmente flojos y apáticos. Ella barre y asea diariamente su casa, lava y cose la ropa de su marido, mientras este se resolanéa (como ellos dicen) tendido a la larga en la hamaca, ella tiene cuidado de encerrar las vacas en el corral, de ordeñarlas, de desatar á la yegua maniatada para que pueda pacer libremente en el campo, y de otras mil cosas impropias en las personas de su secso. Yo he presenciado lleno de indignación un pasaje que da á conocer el genio apático de los jarochos y la buena índole de sus mujeres. A la orilla de uno de los hermosos ríos que desaguan en el mar por la costa al sur de la ciudad, estaba tendido sobre la arena un jarocho. Atado tenía á uno de sus pies el estremo de un cordel de pescar, y sintiendo que el pez que había caido en el anzuelo, estiraba, gritó sin moverse de la posición en que estaba, á su esposa, que cosía bajo la enramada de una vecina choza: 'Mariüa, ya picó el peeje´. María se levantó de su butaca, fue al lugar en el que se hallaba el flojonazo de su marido, recogió el cordel, y desprendió del anzuelo un hermoso robalo que llevó en seguida á su casa a cocinarlo.”

La jarochita es viciosa por el baile;...Viste sus galas para concurrir á ellos y desde luego agrada mucho el estremado aseo que se nota en toda su persona. Sus enaguas de musolina blanca ó azul con anchos olanes del mismo género; una camisa de olan batista con grandes bordados en la manga y encajes que le llegan al codo; una pañoleta blanca y finísima con que cubren su turgente seno; unas medias de seda caladas y un gracioso calzado forman la parte principal de su vestido. Son profusas en adornarse, y algunas he visto yo, con dos o tres rosarios de oro y corales, pendientes de su cuello, aunque lo regular es que lleven uno que les cueste de cincuenta á cien pesos, con una hermosa cruz calada en oro. Su peinado es sencillo...dejando á la vista, por atrás, el hermoso cachirulo que parece una corona de oro macizo; y por delante y cada uno de los lados, tres o cuatro peinecillas adornadas también de oro macizo, las cuales cubre casi enteramente el pelo de la hermosa. Algunas prenden también hermosos cocuyos en su seno y en su cabeza, lo,cual les agracia mucho haciéndolas distinguir de muy lejos por la apacible y constante luz que despiden esos preciosos animalitos. Los sones que se bailan entre los jarochos, son unos compuestos por ellos mismos, y otros españoles ó del interior de la república, descompuestos á su antojo y arreglados para sí; de manera que bailan el canelo, la tusa, la guanábana, etc., lo mismo que la manola, el agualulco, y el tapatío. Las jarochitas bailan casi todo del mismo modo, pero con mucha gracia, y algunas veces que en ciertos sones como la 'bamba', admira la agilidad con que taconean y hacen mil movimientos, llevando un vaso lleno de agua en la cabeza sin que se derrame una sola gota, ó formando de una banda que tienden en el suelo, unos grillos que ajustan a sus pies y que desatan luego sin hacer uso ninguno de sus manos.34 35

    Durante la guerra México - EE. UU (1846-1848), el jarocho participó activamente en la defensa del territorio nacional, fusionándose con la guerrilla veracruzana. Esta forma de resistencia fue liderada por los antiguos insurgentes Juan Clímaco Rebolledo y Mariano Cenobio; por Juan Aburto, Francisco Mendoza, P. Escoto, Leonardo Licona, Vicente Quirasco, Manuel y José M. García, Vicente Salcedo, N. Alvarado, Jacinto Robledo, J. M. Vázquez y por el también poco reconocido padre José Celedonio Domeco de Jarauta, que junto con su segundo, el padre J. A. Martínez, dieron constantes dolores de cabeza a los invasores. 36 37 38

    Ejemplos de sus acciones existen desde 1846, cuando entre el 13 y el 16 de julio de ese año, los yanquis desembarcaron en la barra de La Antigua para recoger algunas reses que habían matado a tiros desde sus botes, mientras que otros hacían la aguada en el río, lo que llevó a varios enfrentamientos en donde participaron los jarochos de esa zona. Otro enfrentamiento sucedió la madrugada del 16 de mayo de 1847, cuando la guerrilla tuvo un par de encuentros con los soldados norteamericanos en el Boquerón y en Río Medio, en donde perdieron la vida siete jarochos y “el triplicado número” de enemigos.39 40

    Todavía en 1849 las descripciones que se daban de los jarochos eran semejantes a las dadas en años previos. Algo entendible, considerando que en el cuarto de siglo transcurrido desde la primera descripción de Aviraneta, es difícil que cambien los hábitos y costumbres. También es posible que, amén de lo anterior, el autor de la siguiente misiva parafraseara a Esteva y a Vélez, cuyos textos eran de lectura obligada por la clase culta de aquellos años:

“[Los jarochos] Disfrutan á su placer las tierras que ocupan: siembran el maíz á que no dan labor ninguna; como esta planta crece á mucha altura en los lugares calientes, cosechan su fruto á caballo, para no cansarse: se ocupan alguna vez en la caza , ó en la pesca si viven cerca del algún río; la mujer muele el maíz, prepara el alimento, parte la leña, acarrea el agua, y ensilla y desensilla el caballo del marido. Estos hombres, acostumbrados á la libertad indómita, y familiarizados con las fieras, que ven frecuentemente en los bosques, con los caimanes ó lagartos en los ríos, y con las culebras que se abrigan en sus chozas, no son los más obedientes á la voz de los recaudadores, ni los más dóciles á sus insinuaciones.” 41

    En algún momento se comentó que los realistas nombraron a las fuerzas insurgentes veracruzanas como “partidas cortas de los rancheros de las orillas”. ¿Sería el vocablo “jarocho” también un sinónimo de ranchero? El semanario La Ilustración mexicana (1851), da una respuesta:

“El ranchero trabaja desde sus tiernos años; y más bien por rutina que por instrucción, llega á ser práctico consumado en todas las siembras y en el cultivo de muchísimas plantas...Menos abyecto que el indígena, y menos oprimido por el rico propietario, tiene sin embargo una idea ecsagerada de su superioridad sobre los indios; pero casi nunca se convierte en su opresor. El ranchero es devoto, respeta al cura del pueblo, y no tiene espíritu de rebelión, ni de desórden. Suele haber en el ranchero un marcado desdén hacia los habitantes de las ciudades, pues no comprende que pueda ser útil para algo quien no sabe domar caballos, ni es inteligente en trigales...El ranchero propiamente dicho, es el del interior...En Veracruz, en lugar de rancheros hay jarochos, y en la tierra caliente el tipo es enteramente distinto. La facilidad extraordinaria de la subsistencia, y la extremada riqueza del suelo, hace al habitante del campo enteramente indolente y abandonado. Pasa los días meciéndose en una hamaca mientras mientras las mugeres trabajan en las faenas que ecsige la familia.42

    Los jarochos son nuevamente descritos, pero ahora a través de la pluma del viajero francés Lucien Biert quien visitó el Sotavento veracruzano; específicamente Alvarado, Tlacotalpan, Cosamaloapan y sus alrededores a mitad del siglo XIX. Este autor da también interesantes datos, como que el término jarocho es el

...nombre que dan los habitantes de las Tierras templadas á sus compatriotas de las Tierras calientes. 43

    Igualmente, refuerza la idea del menosprecio que tienen los jarochos hacia el resto de los grupos sociales y da la pauta para conocer el por qué se conservaban sus rasgos y costumbres:

El aislamiento de los jarochos hace de ellos un pueblo aparte, con sus leyes, usos y costumbres, y consideran á sus compatriotas de otros puntos de la República como extranjeros que solamente merecen desprecio. Por los demas, no obstante su rudeza primitiva, son moralmente superiores á los mestizos semi-civilizados de las ciudades, y el viajero jamás ha tenido por qué quejarse de ellos.” 44

    También nos lega una explicación del origen de la palabra jarocho, muy semejante a la dada por Aviraneta un cuarto de siglo antes:

En estas expediciones, los conductores van armados con unas lanzas muy largas llamadas jarochas; de aquí el nombre familiar de jarochos que se les da en la meseta, y que desconocen la mayor parte de mis compatriotas.45

    Por otra parte, su descripción de las mujeres de Alvarado, su temperamento y vestimenta son invaluables, resaltando el hecho que aun estando en la zona del sotavento veracruzano, siguen siendo mujeres de Tierra Caliente y por ende, jarochas:

Puertas y ventanas estaban llenas de espectadoras con faldas de indiana de vivos colores, adornadas con volantes y sujetas á la cintura con fajas de seda de china. Sus camisas, sumamente escotadas y de resplandeciente blancura, dejaban ver morenos hombros, carnosos, brillantes y a la mitad de sus senos. Todas llevaban los dedos cubiertos de sortijas con brillantes de trabajo antiguo; sus cachirulos (1), enriquecidos con perlas o incrustaciones de oro, retenían abundantes cabelleras negras con azulados reflejos. Sus grandes ojos rasgados, dulces, húmedos, lanzaban verdaderos relámpagos, y los pendientes, que les caían hasta los hombros, seguían graciosamente los movimientos de aquellas cabezas más expresivas que bellas. Veíanse con profusión collares de perlas, coral y abalorios, y aquí o allá, una cadena de oro. En los movimientos algo bruscos, las camisas, sujetas con ligeras hombreras de encaje, se deslizaban, dejando descubierto el pecho, sin que la joven soltera o casada se cuidase para nada de ello. Las más coquetas llevaban zapatos de saten negro, sin medias; pero la mayor parte caminaban bravamente con el pie desnudo. Coloquemos un grueso cigarro entre aquellos blancos dientes, y el retrato será completo. (1) Grandes peinetas semicirculares, únicas que usan las mujeres de Tierras calientes.”46

    En otra parte, el viajero francés narra como es el baile interpretado por estas mujeres.

A las nueve de la noche marchamos al baile. La orquesta, compuesta de dos 'jaranas' (bandolines), toca la monótona y lúgubre sonata que tararean todas las bocas de Tierra caliente. Sobre un tablado de pocos piés de extensión, levantado delante de la casa designada, dos o tres bailarinas ejecutaban la danza nacional que se conoce con el nombre de 'jarabe'. Sin cambiar de sitio, recto el cuerpo, giraban sin ondulaciones de un lado para otro, mientras marcaban el compás á golpes precipitados con los pies. Aquella danza, que nada tenía de expresiva ni agradable, duró lo menos un cuarto de hora. En el interior de la casa corría con profusión el aguardiente de caña, único refresco que se ofrecía a los convidados. Por lo demás, actrices y espectadores conservaban extraña seriedad. A no saberlo, era fácil tomar por ceremonia fúnebre la diversión favorita de las Tierras calientes. Aquél baile en medio de la calle, iluminado por un farol de papel colgado en un poste; aquellos rostros negros o curtidos; aquellos abigarrados trajes; aquellas mujeres de torso inmóvil, agitando los desnudos pies de modo que resonasen en el tablado; todo esto formaba un cuadro extraño, cuyos fanáticos efectos no puede reproducir la pluma.47

Al fin se levantó gravemente uno de los espectadores, colocó su ancho sombrero en la cabeza de una bailarina y volvió a sentarse; otro y enseguida otro, hicieron lo mismo. A los pocos momentos, la elegida se encontró con cinco o seis sombreros que sostenía en equilibrio sin moderar el movimiento de los pies. Pronto le colocaron otros sombreros debajo de los brazos, en las manos, entre los dientes, en todas partes donde podía sostenerlos; y durante esta pantomima, todo el mundo conservó imperturbable seriedad. Cargada así la bailarina, ejecutó un paso difícil que coronó su triunfo, y los músicos callaron. Cada cual recogió entonces su sombrero, dando a la joven una moneda, no como paga, sino como muestra de aprobación: como se ve, en Tierra caliente los aplausos tienen más valor intrínseco que entre nosotros. Exceptuando la animación gradual producida por el aguardiente, aquellas escenas debían repetirse sin variar hasta la mañana.48

    Más delante, el autor retoma la forma de bailar de las mujeres, pero ahora en un rancho algo retirado de Alvarado, llamado “San Julián”, propiedad del tío Díaz. En este resurge el uso de los cocuyos para adornar el pelo de las mujeres, así como la elaboración del moño con los pies durante el fandango.

El tío Díaz iba y venía, gruñendo, riendo y hablando. Había levantado un tablado bajo el alero, porque toda reunión de jarochos implica fandango. En el interior se oía reír a las jóvenes; algunas veces aparecía alguna de ellas, peinando en trenzas sus largos cabellos negros...La noche era oscura; insectos fosforescentes ('pyrophorus angustipennis'), llamados en Tierra caliente 'cucullos', sembraban el aire de brillantes estrellas o se agrupaban en los árboles inmediatos, pareciendo flores de fuego agitadas por la brisa. Después de algunos acordes preliminares, la guitarra dejó oir al final el Jarabe; en seguida salieron las jóvenes vestidas con el traje de Alvarado, falda con volantes, peineta 'cachirulo' y camisa de lienzo fino escotada; los insectos fosforescentes, diamantes animados con que habían adornado su cabellera, despedían extrañas luces sobre sus expresivos y cobrizos ojos. El tío Díaz fijó en el tabique de bambú dos velas, cuya vacilante luz era toda la iluminación de aquel baile en las sabanas. Las gentes de la granja, una docena de personas próximamente, se agrupaban alrededor del tablado, envueltas hasta la barba en sus mantas de lana, cubiertas con sus anchos sombreros y el machete al costado. La lumbre de sus cigarros ilumina por momentos sus rudas fisonomías con grandes ojos brillantes y semi-salvajes; enseguida queda todo en sombra.49

Pepa,...se presentó a su vez, adornada con una corona de flores rojas, esmaltada de cucullos; jamás adorno más espléndido ciñó frente más graciosa. Su corta falda dejaba ver su pie de niña, así como la parte inferior de la pierna, desnuda, fina, nerviosa. Retíreme un poco para ver mejor desde la oscuridad aquel rostro sonriente con su aureola de fuego; es difícil imaginar nada tan encantador. 50

Pidieron a la joven la danza del nudo. Mucho había oído hablar de este prodigio coreográfico, pero nunca lo había visto ejecutar; insistí como los otros, y Pepa inclinó la cabeza en señal de asentamiento. Una hoguera de leña resinosa, encendida a corta distancia, iluminó vivamente la escena; casi deploré esa invocación que destruía el efecto fantástico producido por los insectos luminosos. Una joven desarrolló la faja de crespón de la china que reemplaza en aquellas gallardas cinturas los lazos y cordones, la extendió sobre el tablado y preludió la guitarra. Ya he dicho que el Jarabe es un baile poco expresivo, en el que ni el movimiento, ni la apostura, ni las miradas recuerdan la provocación de las bailarinas españolas. En vez de repicar las castañuelas, desconocidas en Tierra caliente, quedan pegados al cuerpo los inmóviles brazos; apenas si se digna sonreír la bailarina. Pepa, siguiendo el compás, parecía que se limitaba a pisar la faja, y de pronto, sin bajarse, sin mirarla, repentinamente la empujó. La faja pasó de mano en mano. Los ágiles pies de la bailarina habían hecho un nudo en el centro. Los espectadores manifestaron su aprobación golpeando sobre el primer objeto que encontraron a su alcance, y enseguida volvieron a colocar la faja sobre el tablado. Tratábase de deshacer el nudo tan hábilmente tejido. El sudor corría por la frente de la joven, cuya fina camisa, pegada al cuerpo, dibujaba sus bellas formas; pero realizó con igual éxito la segunda parte de su trabajo. Volvieron a sonar los aplausos y se presentaron otras bailarinas.51

*****

    Durante la Guerra de los Tres Años (1858-1861), los jarochos participaron activamente apoyando al bando constitucionalista, mismo que se encontraba refugiado en el amurallado Veracruz con Benito Juárez a la cabeza. Un ejemplo de sus acciones militares se dio el 17 de agosto de 1858. Ese día, la guerrilla liberal se encontraba posesionada del puente de Dos Ríos, frente al Encero, cuando fue embestida por una vanguardia conservadora del general Echeagaray proveniente de Xalapa, lo que los obligó a replegarse hasta la ranchería de Dos Ríos. Allí la infantería liberal se sostuvo “por más de tres horas”, apoyada por una treintena de hombres de caballería (los jarochos). Finalmente, al quedarse sin parque, estas fuerzas se retiraron hasta Paso de Ovejas para remudar los corceles, pues estaban “despeados”.

    La derrota y posterior retirada de los jarochos a este último poblado dio pie a que fueran objeto de escarnio por los periódicos partidarios de la reacción, como La Sociedad, lo que dio lugar a un ácido intercambio de notas con el Progreso, periódico liberal editado en la ciudad de Veracruz. Esta situación dio la oportunidad a La Sociedad para mofarse de la cobardía de los jarochos...y también del mencionado periódico constitucionalista. Aquí algunas notas aparecidas en aquél diario:

Para alentar un tanto cuánto a los hijos de la costa, azorándose con la felpa que les aplicó el general Echeagaray en el Encero, el Progreso les victorea y adula á su modo. Si las esperanzas del liberalismo veracruzano estriban en los esfuerzos de los jarochos, es cosa de que se entristezcan Juárez y comparsa. Los jarochos son indolentes por naturaleza y prefieren pasar la vida acostados boca arriba á montar el manco [1], empuñar la lata[2] y salir á romperse la crisma por cosas de que no entienden una palabra. Respecto de los pocos jarochos que han tomado ahora las armas en defensa de la constitución de 1857, oportuno es recordar las prevenciones militares que, según la tradición costeña, dirigía un gefe de jarochos á sus subordinados:

Valientes hombres de mi banda,

Cuando se trabe le contienda,

Si son muchos, á la juyenda;

Si son pocos, á la gazapanda.

La juyenda en esta vez no paró hasta San Juan y Paso de Ovejas. Si hubiera habido embarcaciones dispuestas, los jarochos hubieran atravesado el Atlántico. 52 [1], caballo. [2], machete.

...Lo que mas ha podido al Progreso es nuestra observación relativa á que los jarochos no pararon en su carrera hasta Paso de Ovejas. Iban sin duda cantando aquellos versos de la costa:”

Madre, oí un atroz maullido,

y vide un gato montés;

Pude habérmelo comido,

y lástima le he tenido,

Y en tu presencia me ves;

Lo que te digo entiéndelo al revés.53

Parece que los valerosos constitucionalistas de Misantla se retiraron de aquel pueblo con tal apresuramiento al aproximarse las fuerzas del general Echeagaray, que no tuvieron tiempo ni de destruir los parapetos que habían formado. El ejemplo dado por los jarochos en su carrera hasta Paso de Ovejas va siendo contagioso. 54

El campo de la 'liberta y de los balientes' parece que ha vuelto á establecerse en el Encero, pues se asegura que hay una reunión de jarochos por ese rumbo. Es, por consiguiente, seguro que llegando el convoy de Puebla habrá carrera hasta Paso de Ovejas”. 55

Por diversas cartas particulares sabemos que cuantos esfuerzos se han hecho en Veracruz para congregar de nuevo á los jarochos, han sido infructuosos. Apenas hay reunidos unos 50 hombres que no se aventuran á moverse de Paso de Ovejas.56

*****

    Con los fragmentos anteriores puedo dar una idea de quién fue el jarocho histórico; así como también de sus características sociales, culturales y económicas:

Fueron rancheros, en su mayoría a caballo, oriunda del área conocida como “Tierra Caliente” (región de temperatura cálida durante la mayor parte del año, localizada por debajo de los 500 msnm), que comprende caseríos, rancherías y pequeños poblados del Barlovento y Sotavento veracruzano. Durante la consumación de la Guerra de Independencia de México (1820-1821), participaron activamente como milicia irregular de caballería e infantería del Ejército Trigarante, principalmente bajo el mando de Antonio López de Santa Anna. Igualmente lo hizo en todas las etapas históricas del país, como en la guerra México - EE.UU., la Guerra de los Tres Años y la Intervención francesa y el Segundo Imperio Mexicano, entre otras. Aunque de origen criollo y mestizo no se consideraba como tal, sino descendiente de andaluces, menospreciando a los negros, mulatos, criollos y mestizos. El aislamiento en el que se encontraban les permitió conservar sus propios usos y costumbres; tradiciones, música, baile, vestimenta y su modo de hablar tan característico, mismos que han perdurado hasta la actualidad, aunque ya muy alterado. De temperamento agreste, aguerrido y de pocas palabras, preferían el relajamiento a realizar algún tipo de labor, aprovechando las bondades de la tierra veracruzana, de donde obtenía su sustento prácticamente sin su intervención. Propietario de pequeñas o grandes extensiones de terreno, herencia de sus antepasados, le permitió desarrollar su principal actividad: la ganadera. Todo lo contrario a la jarocha, mujer muy hacendosa y trabajadora, que era la encargada de realizar las actividades más pesadas, propias más de hombres. De temperamento alegre y dicharachero cuando no estaba en presencia de su padre o pareja, ella era el alma de los nocturnos fandangos, con sus bailes como la Bamba, el Ahualulco, la Bruja y la hechura del moño con los pies. Coqueta, solía usar peinetas de oro, collares, cinturones y diademas adornadas con flores y cocuyos.

*****

    No quiero cerrar esta parte sin reproducir el siguiente fragmento de texto. Surgido de la pluma de Bellemare, refleja el alma ardiente, como la Tierra Caliente que lo vio nacer, de un jarocho enamorado, Carlos. Así como el juego que le hace su pretendida, Sacramento, que mil veces lo ilusiona para luego contrariarlo y hacerle dudar de su amor. Situación no exclusiva de los jarochos y que ha perdurado sin importar lugar y tiempo. Dos siglos han pasado desde que se escribió este relato y la mujer sigue igual de inescrutable y misteriosa...seguimos, los varones, sin poder leer su corazón:

-¡Aquí está Cárlos!"

Algunos de los hombres que no tomaban parte en el baile se acercaron amistosamente al jarocho, que los acogió de una manera distraída. Sus fruncidas cejas indicaban una emoción penosamente reprimida. La dirección de sus miradas me hizo conocer enseguida el objeto de su preocupación. Era una joven graciosísima, cuyos pies se movían con ligereza sobre la yerba. Adornaba sus cabellos negrísimos una diadema de flores mezcladas de cucuyos, cuyo brillante matiz ceñía su frente de una fantástica y misteriosa aureola. Vestida con un traje cuyos pliegues parecían platear los rayos de la luna, Sacramento con sus hombros desnudos semejaba á una de esas hadas que cuando todo duerme en los bosques bailan en medio de los rasos.”

“La mirada casi desdeñosa y de soslayo que dirigió, al jarocho, y la expresión de éste, de enojo y de celos me revelaron uno de esos dramas penosos, de esas luchas de la coquetería y del amor que se ven en todos los países del mundo.”

“Pero Carlos no parecía acostumbrado al desdén á sus obsequios, pues á la varonil belleza de sus facciones unía un aire notable de distinción. Aguardó que el baile hubiese terminado, y abriéndose paso por entre los grupos que había delante de nosotros se acercó á la joven, echando pie á tierra. Me hallaba demasiado lejos para oir sus palabras; sin embargo, gracias al fulgor que salía de una casa vecina y que les iluminaba completamente á los dos, pude observar una pantomima muy significativa.”

“Me convencí de que Carlos se excusaba respecto á la cinta encarnada que no pudo hallar y que defendía su causa sin éxito. Por los labios de la joven vagaba una sonrisa burlona, mientras sus rasgados ojos negros revelaban una ironía tan cruel que el jarocho parecía completamente desalentado: éste, nublada la frente escuchó acariciando el puño de su machete; luego dio dos pasos atrás y puso el pie en el estribo para alejarse; dirigió una última mirada á la joven antes de montar, pero mirada de ira, á la que respondió Sacramento con un movimiento de cabeza provocativo: desprendiéndose una flor de su cabellos, cayendo al suelo y el jarocho la miró con indecisión. Al principio ella no parecía observar esa indecisión; después, mientras sus manos afirmaban nuevamente su diadema de flores, con un gesto de coquetería que la hubiese envidiado una mujer de salón, señaló con la punta de su piesecito, calzado con zapato de raso azul, la que había caído sobre la yerba.”

“Viva alegría iluminó el semblante del jarocho; saltó del caballo, y después de recojer esa débil prenda de esperanza, volvió á montar, retirándose por la oscuridad.”

Entonces Carlos comprendió "...que amaba a Sacramento más que a su vida, tal vez más que a su honor... Hay indicios seguros para adivinar el huracán, puede seguirse paso a paso la pista invisible de un jaguar, la huella del hombre que se oculta, pero nadie puede leer en el corazón de la mujer. Veinte veces ha creído ser amado de Sacramento y otras tantas sus desdenes han filtrado la duda en su corazón, y no se atrevía a separarse de ella sin saber si se alegraría de su ausencia o haría votos por su regreso..."57

(Continuará).

1 Bosquexo de la revolución de Nueva España. Escrito en México, en 19 de Noviembre 1810”, en El Español, 30 de abril de 1811, p. 23

2 Veracruz, 26 de marzo”, en Miscelánea de comercio, política y literatura, 10 de julio de 1821, p. 2 (Agradezco a Uluapa Senior, creador del blog "Veracruz Antiguo", la gentileza de haberme comentado de la existencia esta referencia; sin el cual, este trabajo hubiera quedado incompleto).

3 Claudia Guarisco, Un militar realista en la independencia de México, Madrid, Casa de Velázquez, 2021, pp. 109-110 (Agradezco a Uluapa Senior, creador del blog "Veracruz Antiguo", la gentileza de haberme comentado de la existencia esta referencia; sin el cual, este trabajo hubiera quedado incompleto).

4 Juan Ortiz Escamilla, Veracruz. La guerra por la Independencia de México. 1821-1825. Antología de documentos, México, Universidad Veracruzana, 2008, p. 104

5 Ibíd., p. 181

6 Ibídem

7 ibídem

8 Ibíd., p. 217

9 Ibíd., p. 236

10 Ibíd., p. 254

11 Ibíd., p. 260

12 Eugenio de Aviraneta é Ibargoyen, Mis memorias íntimas. 1825-1829, Méjico, Moderna Librería Religiosa de José L. Vallejo, 1906, p. 14

13 Ibíd p. 15

14 Ibídem

15 Íbíd p. 16

16 Íbíd p. 20-21

17 Ibíd p. 21

18 Ibíd p. 22

19 Ibíd p. 23

20 Luis de Bellemare, Escenas de la vida mexicana, Barcelona, Administración Nueva de San Francisco, p. 179-180

21 Ibíd, p. 187

22 Ibíd, p. 196

23 “República Mexicana. Estado de Veracruz” en El Sol, 25 de julio de 1832, p. 4330

24 “Victoria de Durango” en El Cosmopolita, 2 de junio de 1841, p. 3

25 Sin título, en Diario de Gobierno de la República Mexicana, 21 de mayo de 1842, p. 83

26 “Veracruz”, en Diario de Gobierno de la República Mexicana, 24 de mayo de 1842, p. 95

27 Sin título, en El Siglo Diez y nueve, 29 de mayo de 1843, p. 3

28 Ángel Vélez, “Trages y costumbres nacionales. El jarocho (Departamento de Veracruz)”, en El Museo Mexicano, 1 de enero de 1844, p.60

29 Vélez, op. Cit..p. 62

30 El “peal” en América es un lazo que se lanza para derribar un animal. Por otra parte, la braza mexicana medía aproximadamente 1.67 m., por lo que el peal descrito debió medir un poco más de 23 m.

31 Vélez, op. Cit..p. 62

32 La “lata” es el machete y el “manco” es el caballo.

33 José María Esteva, Poesías de José María Esteva, Veracruz, Imprenta del Comercio, p. 183-184

34 José María Esteva, “Costumbres y trages nacionales. La jarochita”, en El Museo Mexicano tomo tercero, enero, 1844, p. 234-235

35 Es interesante esta parte del escrito, pues Esteva muestra antecedentes de más de 180 años de algunos sones jarochos que hoy en día se siguen bailando, tales como el Ahualulco y la Bamba; además de la elaboración del moño con los pies (vinculado actualmente al segundo son mencionado). Y de un baile que lleva a recordar a la Bruja, por el vaso de agua en la cabeza.

36 Miguel Lerdo de Tejada, Apuntes históricos de la ciudad de Veracruz. Tomo II, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1857, p. 539-540

37 El Monitor Republicano, 7 de octubre de 1847, p. 4

38 Escribe Lerdo de Tejada con respecto a los clérigos Jarauta y Martínez: “El padre Martínez pereció en Zacualtipán, donde fue atacado por un a partida de norteamericanos, en febrero de 1848; y el padre Jarauta fue fusilado en Guanajuato el mes de julio del mismo año, por las tropas del gobierno que derrotaron allí al general Paredes, con quien se había pronunciado.”

39 En El Registro Oficial. Periódico Oficial del Estado de Durango, 6 de junio de 1847, p. 3

40 “Movimientos del enemigo”, en El Monitor Republicano, 15 de julio de 1847, p. 3-4

41 “Remitido”, en El Siglo Diez y Nueve, 8 de septiembre de 1849, p. 2

42 “Rancheros”, en La Ilustración mexicana, 1 de enero de 1851;, p. 133

43 Lucien Biart, La Terre Chaude. Scènes de meurs mexicaines, Paris, G. Charpentier, Éditeur, 1879, p. 8

44 Ibíd p. 9

45 Ibíd p. 219

46 Ibíd p. 13

47 Ibíd p. 24

48 Ibíd pp. 16-17

49 Ibíd pp. 44-45

50 Ibíd p. 45

51 Ibíd p. 45-46

52 “Vivan los jarochos”, La Sociedad, 1 de septiembre de 1858, p. 3

53 “El Encero”, La Sociedad, 9 de septiembre de 1858, p. 3

54 “Naolinco”, en La Sociedad, 11 de septiembre de 1858, p. 4

55 “Los Jarochos”, en La Sociedad, 14 de septiembre de 1858; p. 3

56 “Los Jarochos”, en La Sociedad, 28 de septiembre de 1858; p. 3

57de Bellemare, op. Cit.p. 187-188, 191

Fuentes:

  1. Biart, Lucien, La Terre Chaude. Scènes de meurs mexicaines, Paris, G. Charpentier,                   Éditeur, 1879, p. 8
  2. Bosquexo de la revolución de Nueva España. Escrito en México, en 19 de Noviembre                 1810”, en El Español, 30 de abril de 1811, p. 23
  3. De Aviraneta é Ibargoyen, Eugenio, Mis memorias íntimas. 1825-1829, Méjico,                              Moderna Librería Religiosa de José L. Vallejo, 1906, p. 14
  4. De Bellemare, Luis, Escenas de la vida mexicana, Barcelona, Administración Nueva de                San Francisco, p. 179-180
  5. “El Encero”, La Sociedad, 9 de septiembre de 1858, p. 3
  6. En El Registro Oficial. Periódico Oficial del Estado de Durango, 6 de junio de 1847, p. 3
  7. Esteva, José María, Poesías de José María Esteva, Veracruz, Imprenta del Comercio,                    p. 183-184
  8.             , José María, “Costumbres y trages nacionales. La jarochita”, en El Museo                            Mexicano tomo tercero, enero, 1844, p. 234-235
  9. Guarisco, Claudia, Un militar realista en la independencia de México, Madrid, Casa de                    Velázquez, 2021, pp. 109-110
  10. Lerdo de Tejada, Miguel ,Apuntes históricos de la ciudad de Veracruz. Tomo II, México,                  Imprenta de Vicente García Torres, 1857, p. 539-540
  11. “Los Jarochos”, en La Sociedad, 14 de septiembre de 1858; p. 3
  12. “Los Jarochos”, en La Sociedad, 28 de septiembre de 1858; p. 3
  13. “Movimientos del enemigo”, en El Monitor Republicano, 15 de julio de 1847, p. 3-4
  14. “Naolinco”, en La Sociedad, 11 de septiembre de 1858, p. 4
  15. Ortiz Escamilla, Juan, Veracruz. La guerra por la Independencia de México. 1821-1825.                    Antología de documentos, México, Universidad Veracruzana, 2008, p. 104
  16. “Rancheros”, en La Ilustración mexicana, 1 de enero de 1851, p. 133
  17. “Remitido”, en El Siglo Diez y Nueve, 8 de septiembre de 1849, p. 2
  18. “República Mexicana. Estado de Veracruz” en El Sol, 25 de julio de 1832, p. 2
  19. Sin título, en Diario de Gobierno de la República Mexicana, 21 de mayo de 1842, p. 83
  20. Sin título, en El Siglo Diez y nueve, 29 de mayo de 1843, p. 3
  21. Vélez, Ángel, “Trages y costumbres nacionales. El jarocho (Departamento de                                     Veracruz)”, en El Museo Mexicano, 1 de enero de 1844, p.60
  22. Veracruz, 26 de marzo”, en Miscelánea de comercio, política y literatura, 10 de julio de                      1821, p. 2
  23. “Veracruz”, en Diario de Gobierno de la República Mexicana, 24 de mayo de 1842, p. 95
  24. “Victoria de Durango” en El Cosmopolita, 2 de junio de 1841, p. 3
  25. “Vivan los jarochos”, La Sociedad, 1 de septiembre de 1858, p. 3

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