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La columna encabezada por
Joinville encontró que la defensa montada en el baluarte de Santa Gertrudis,
situado frente al hospital militar de San Carlos, era fuerte. Aunque respondían
con todo, las fuerzas mexicanas en el baluarte le infringían bajas y retardaba
su avance.
–¡Su Alteza…!– El segundo al mando señaló hacia Santa Gertrudis. –¡…Debemos
aprovechar la ventaja numérica! ¡Ordene que cubran el avance de mi grupo, vamos
a desalojar ese baluarte!
Joinville asintió –¡Cubran
el avance!– Gritó. –¡Seleccionen sus blancos!
El grupo de marinos avanzó
hacia el baluarte haciendo una cargada a bayoneta, la cual permitió que el
fuerte fuera rápidamente desalojado y tomado, pues la guardia mexicana allí
situada, ante el ataque, tuvo que refugiarse en el interior del hospital
militar de San Carlos. En seguida, el resto de los marinos de Joinville se
movilizó haciendo fuego a los balcones y techos del hospital de Loreto, situado
a espaldas del militar, para enseguida introducirse en este último. Adentro, un
nuevo combate se desarrolló en los pabellones de la planta baja que estaban
repletos de enfermos de fiebre amarilla; los cuales, algunos de pie y otros de
rodillas sobre las camas y apenas cubiertos con mantas rojas, gritaban “¡Misericordia!”
entre los intercambios de fuego y los combates cuerpo a cuerpo (Joinville,
1895). Algunos de estos enfermos perecieron en medio del fuego cruzado (Cambas,
1871).
La columna de marinos
franceses, que habían entrado al hospital militar por la 2ª calle de Cruz Verde,
salieron por la 3ª de Loreto para doblar en la plazuela del mismo nombre hacia
la 2ª de Loreto y de allí, bajar por la 1ª de Mesón del Buzo hasta desembocar
en la calle de las Damas Al llegar los franceses a
esta última calle, fueron recibidos por una andanada de disparos que los hizo
retroceder momentáneamente. Al asomarse en la esquina, la imagen que tuvo el
príncipe entre la neblina aún presente fue la de un enorme y macizo edificio de
color gris al final de la calle, desde cuyas muchas ventas se hacía constante
fuego. Era el cuartel Hidalgo contiguo al de Landero. Desde aquél, los
estampidos eran tan continuos que parecían emanados de alguna fiesta con fuegos
artificiales. La fuerte estructura estaba tan bien guarecida, que Joinville comprendió
el cómo la fuerza mexicana allí apostada, había podido detener a la columna de
la izquierda de Parseval y estaba a punto de contener también la embestida
de la columna de la derecha de Lainé, que para esa hora se había unido
al primero iniciando un nuevo ataque desde la calle de la Merced. *****
El alférez Pérez sudaba
copiosamente cuando ingresó de nuevo a la ciudad en busca de Santa Anna. Venía
de los campos después de haber cumplido la encomienda del general. El frescor
de la mañana no había impedido que transpirara debido al esfuerzo de correr del
interior al exterior de la ciudad y nuevamente de vuelta. Jadeaba cuando llegó
a los cuarteles. Sin embargo, no pudo ingresar por encontrarse la puerta
cerrada. En eso, un intenso fuego de fusilería proveniente de la calle de las
Damas, así como la pronta respuesta de las armas mexicanas desde las ventanas
de los cuarteles, lo hizo desistir. Viendo el alférez que no iba a poder
ingresar, regresó sobre sus pasos hasta llegar a la Puerta Nueva, la cual
atravesó aprovechando la neblina y que la guardia francesa allí situada estaba
distraída y no abrió fuego. Durante su carrera fue informado que el general
Santa Anna se encontraba en el Matadero y allá se le fue a incorporar.
Inmediatamente Santa Anna le ordenó que regresara a la ciudad con órdenes para
un oficial que se encontraba en los cuarteles. Pérez, se desplazó primero hasta
los alrededores de la Puerta Nueva y queriendo burlar nuevamente a los francese,
intentó entrar en una rápida carrera, pero esta vez la guardia estaba atenta y
abriendo fuego, logró herirlo.
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La columna del príncipe de
Joinville trató de avanzar y atacar a los cuarteles desde la misma calle de las
Damas; pero el constante y certero fuego desde el edificio militar le
impidieron cumplir su objetivo. Viendo lo complicado de la situación, Joinville ordenó a algunos de sus hombres subir a los techos de las
casas cercanas y que desde allí hacer fuego sobre las defensas mexicanas.
Así, un piquete de marinos se desplazó por las calles aledañas y se introdujo
en una casa de la calle de la Merced, de donde intentaron realizar disparos
desde el techo. Igualmente, otro piquete subió a la cúpula del convento de la
Merced para hacer lo mismo. No obstante, ambos grupos fueron obligados a
abandonar precipitadamente sus posiciones cuando los disparos de los fusiles
mexicanos se concentraron en ellos (Editorial, 1870), (Joinville, 1895).
El príncipe de Joinville,
viendo que sus ataques no producían los resultados esperados, observó que la
gran puerta de entrada del cuartel Hidalgo miraba directamente a la calle de
las Damas, por lo que hizo colocar un pequeño obús de montaña que traía con
ellos para cañonearla hasta volarla. El primer disparo por un momento calló los
disparos desde los cuarteles; mientras que el obús, haciendo un ligero
movimiento parabólico, impactaba en la gruesa madera de la puerta, haciéndola
crujir al momento de estallar. El humo de la explosión, combinado con la
neblina, impidió ver el resultado del impacto, por lo que los franceses,
creyéndola derribada, iniciaron una cargada. ¡Crassus errare! La puerta
se mantuvo firme y sólo mostraba en su faz la cicatriz donde había impactado el
proyectil (Baudin, 1838), (Joinville, 1895).
Francisco de Orleans y sus
marinos fueron entonces bañados por una redoblada descarga de fusiles y
metralla desde el cuartel Hidalgo, que los obligó a ocultarse nuevamente en las
bocacalles aledañas: La cabeza de su columna había sido desecha, dejando sobre
la calle de las Damas una numerosa cantidad de marinos, artilleros y oficiales
heridos o muertos (Baudin, 1838), (Joinville, 1895). Viendo el resultado de su
acción, Joinville, desesperado mandó a sus hombres a levantar una barricada a
mitad de la calle. Para ello, abrieron a hachazos la puerta de una tienda y
sacaron el mostrador, sacos y otros enceres para poder construirla. Su
intención era montar en la barricada una batería de cañones para hacer caer la
puerta antes de iniciar una nueva cargada (Editorial, 1870), (Joinville, 1895).
En eso se encontraba cuando llegó el capitán Lainé para ponerse a sus órdenes,
quien al ser enterado por Joinville de lo ocurrido y de sus planes, mandó
inmediatamente a un oficial para poner al tanto al almirante Baudin.
Baudin, al enterarse de lo
que estaba pasando, ordenó bajar del baluarte San Javier una pieza de a 6
mexicana, la cual era la única que no había sido puesta fuera de servicio por
los franceses y tras hacerla montar en un carro, la llevó junto con otro grupo de zapadores hasta donde se encontraba Joinville. Tras colocarla en la
barricada, el almirante hizo disparar tres veces el cañón sin poder derribar la
puerta, por lo que concluyó que se encontraba reforzada por dentro
con costales de arena (Baudin, 1838).
Un poco antes de las diez
de mañana y tras ver los resultados, todos los oficiales se reunieron en
consejo con Baudin y deliberaron por un momento. Así, llegaron a la conclusión
que la posición de los cuarteles era fuerte, y que para poder tomarla era
necesario someterla a sitio desde las murallas, las cuales Baudin no tenía
planeado ocupar. Además, estaba la situación de los prisioneros, a los cuales
tampoco quería tener y menos podría alimentar. El almirante finalmente
consideró que el objetivo de desarmar la ciudad había sido alcanzado
y que era un riesgo tener a la mitad de sus fuerzas en tierra, pues cualquier
ligero cambio en el clima, como amenazaba pasar, podría evitar el reembarque de
estas. Tras meditar en todo esto, Charles Baudin ordenó el reembarque por medio
de un cañonazo desde la nave capitana, la Nereida, haciendo ondear una
bandera blanca como petición de parlamento, para proteger la retirada de sus
tropas. El general Santa Anna, enterado de esta petición, lejos de concederla,
ordenó que se siguiera haciendo fuego como represalia por haber faltado los
franceses al parlamento abierto por él la tarde anterior. (Baudin, 1838),
(Bravo, 1953) (Joinville, 1895) (Gimenez, 1911), (Viva la Independencia, 1838). *****
Las tres columnas se
reunieron cerca de la iglesia de la Merced, de donde empezaron a marchar con
dirección al muelle. Avanzaron por las calles 1ª y 2ª de la Merced, ambas
calles de Santo Domingo y las dos de la Parroquia, hasta alcanzar la plaza de
armas, que atravesaron para llegar a la calle del Pescado, concentrarse en la
plaza de la aduana y finalmente, pasar por la dañada puerta de mar hacia el
largo y vetusto muelle,
en donde sus botes los esperaban para reembarcarse. Las columnas avanzaban en
perfecto orden, llevando cada una a sus muertos y heridos.
Baudin, en virtud de la gran defensa que los mexicanos habían hecho en los
cuarteles, temió que no los dejarían ir tan fácilmente, por lo que mandó que
cinco chalupas armadas con carronadas
y que pertenecían a la columna del centro, se situaran y permanecieran
al final de la playa que se formaba junto a la muralla y a ambos lados del
muelle, hasta que las otras barcas hubieran partido. También hizo colocar en el
extremo del muelle la pieza de a 6 mexicana, cargada con metralla y apuntando
amenazadoramente hacia la puerta del muelle (Baudin, 1838). *****
El general Santa Anna tuvo
noticias de la retirada francesa estando aun en el Matadero. “La ocasión
se presentaba propicia y no habría de ser el quien habría de esquivar un buen
servicio a la nación.” (Anna, 1905). Rápidamente organizó una columna
de 300 hombres, entró por la puerta Merced y marchó hacia el muelle siguiendo
el perímetro interior de la muralla de mar (Cambas, 1871). El general
aspiraba a “impedirles el reembarco y obligarlos a rendirse a discreción
para después apoderarse de la escuadra francesa.” (Anna, 1905).
*****
El capitán Giménez se
encontraba absorto en el balcón de la casa de Ángel Lascuráin mirando el
reembarque de los pelotones franceses en el muelle. Observó que algunos eran transportados
a San Juan de Ulúa y otros a las naves situadas cerca de la isla de
Sacrificios. También vio como llevaban a sus muertos y heridos, algunos de
estos en camastros y otros con vendas tintas en sangre. Varios de estos
llegaban por su propio pie y otros, auxiliándose en sus compañeros. Trató de
contarlos, pero perdió la cuenta cuando notó que uno de estos grupos empujaba
una pieza de artillería que fue colocada en el extremo del muelle, apuntando
hacia la puerta del muelle
A eso de las once de la
mañana, vio venir por el rumbo de la carnicería
al general Santa Anna conduciendo una columna de alrededor de 300 soldados con las armas bajas. Un
poco antes de llegar a la puerta del Muelle se formaron por cuartas de compañía,
echaron las armas al hombro y tocaron las cajas de guerra marcha redoblada,
cuando momentos antes venían a la sordina.
Santa Anna llegó entonces a todo galope a la cabeza de la primera columna con
la espada desenvainada y apenas había ordenado girar a la derecha a la primera
cuarta, obedeciendo esta y dando vista al muelle, cuando los franceses
prendieron fuego al cañón (Gimenez, 1911).*****
La metralla barrió a la
cabeza la columna, entre ellos a Santa Anna, quien cayó herido con todo y
cabalgadura; mató al ayudante de la plaza, el capitán Campomanes, al capitán
Soler del Batallón Hidalgo que mandaba la columna y a siete soldados más,
hiriendo de gravedad a otros nueve. También cayó el capitán Francisco P. Osta,
cuando el caballo que montaba fue muerto por la misma metralla cerca de la
plazuela del muelle. La columna se desordenó por completo por algunos
instantes, pero los franceses no avanzaron y continuaron reembarcándose, siendo
los últimos en hacerlo el príncipe de Joinville, el almirante Baudin y su
estado mayor (Anna, 1905), (Gimenez, 1911), (Editorial, 1870).
Pintura que muestra el
momento en que la columna dirigida por el gral. Santa Anna (a caballo y de
sombrero color claro de ala), avanza hacia la puerta del muelle.
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Joinville se encontraba en
el muelle apoyando en el reembarque cuando escuchó vítores y música de guerra
proveniente de la ciudad. Fue entonces cuando vio al general Santa Anna a todo
galope al frente de una columna por la puerta del muelle, listo para echar a
los franceses al mar. En eso, el estampido del cañón en el muelle lo tomó
desprevenido y antes de embarcarse él, Baudin y otros oficiales, alcanzó a ver
a la metralla impactar en la cabeza de la columna, echando a todo mundo contra
el piso, incluyendo a Santa Anna y a su caballo (Joinville, 1895).
*****
Charles Baudin, presuroso,
hizo embarcar al pelotón de marinos que se había quedado a vigilar la puerta
del Muelle. Estaba a punto de embarcarse cuando vio salir por la puerta a una
columna a toda carrera, encabezada por el general Santa Anna. Presuroso, hizo
pender fuego al cañón y subió a su bote sin ver el resultado del cañonazo. La
metralla de la pieza de a 6 hizo estragos en la columna mexicana, haciendo que
una parte de los hombres que la componía se tirara por la derecha del muelle
hacia la playa y se ocultara al pie de la muralla, mientras que el resto, ya
guarecido y repuesto de la sorpresa, se tornaron en mortales tiradores. La
segunda y tercera cuarta avanzó audazmente hasta el extremo de muelle e inició
un animado fuego de fusilería, principalmente al bote donde iba Baudin, que en
un momento estuvo materialmente cubierto de balas. Dos de los oficiales que se
encontraban junto al almirante lo cubrieron con sus cuerpos, resultando
heridos de gravedad. Al final, las balas mexicanas hirieron gravemente a los
dos oficiales antes mencionados y mató a un cadete de primera clase.
Inesperadamente, se incorporó en el bote el secretario de Baudin, que llevaba
un rifle de doble cañón, con el cual hizo dos disparos que hicieron caer a igual número de
mexicanos. Fue entonces cuando el almirante mandó que las cinco chalupas con
carronadas abrieran fuego. La metralla combinada hizo una masacre entre la
fuerza mexicana que disparaba en el muelle. (Baudin, 1838), (Joinville, 1895).
*****
En medio del desorden que
generaron los cañonazos sobre la columna, surgió imperiosa la voz del entonces
teniente coronel Bartolomé Arzamendi, quien se encargó de restablecer la
disciplina y reorganizar la columna, alentándola, para enseguida encabezar el
avance de ésta al extremo del muelle donde se continuó haciendo fuego sobre las
lanchas francesas que se alejaban. Todavía respondieron al fuego los franceses,
cayendo heridos dos soldados mexicanos sobre la plancha del muelle (Perdomo,
1985).
*****
Se le brindaron los
primeros cuidados en el Salón del Banderas del cuartel principal, en donde
permaneció inconsciente por cerca de dos horas. Santa Anna, al recobrar el
conocimiento, pudo ver lo lamentable de su estado: aún se encontraba en el
mismo catre en que había sido transportado, con la pantorrilla izquierda
despedazada, un dedo de la mano derecha roto, y el resto del cuerpo con
contusiones. Las opiniones alrededor eran que no lograría sobrevivir; sin
embargo, tuvo la fuerza para ordenar que las tropas evacuaran la plaza y se
replegaran a Pocitos. También delegó el mando al coronel Ramón Hernández, que
era el oficial con mayor antigüedad en la plaza. (Anna, 1905), (Gimenez, 1911).
*****
El capitán Giménez y su
amigo Lascuráin se encaminaron a los cuarteles, los cuales encontraron cerrados
y atrincherados. Sólo se podía entrar por una ventana a través de una escalera
de mano. Estando Giménez incapacitado para poder subir, mandó a llamar al
coronel Hernández.
El coronel se encontraba
cumpliendo las disposiciones de Santa Anna, cuando recibió el aviso que el
capitán se encontraba afuera. Al asomarse por la ventana vio a Giménez todo
cubierto de vendas tintas en sangre.
–¡Coronel, soy el capitán Giménez! ¿Cómo se encuentra el general
Santa Anna?
–Está mal herido. – Respondió
Hernández desde la ventana. –Tiene la pierna izquierda fracturada y su
estado general es muy lamentable.
– ¿Dónde está? ¿Está adentro?
– No. Estuvo aquí, pero se hizo conducir hasta el
punto de los Pocitos, pues él mismo mandó que todas las fuerzas se concentraran
allá. Yo me estoy encargando de que se cumpla lo ordenado. Giménez caviló un momento.
Pocitos se encontraba como a una legua
y su estado no era de lo mejor. Sin embargo, su lealtad era más grande que sus
dolencias y empujado por ella gritó al oficial: –Coronel, le suplico mande
abrir la puerta Merced para que pueda salir. Voy a Pocitos a alcanzar al
general.
Hernández, asintiendo se
retiró de la ventana y pocos instantes después el crujir de la pesada puerta de
madera indicó a Giménez y a Lascuráin que la puerta Merced estaba abierta. Una
vez afuera, la vista de la antigua Alameda con sus secas y polvosas “plantas de
ornato”, así como la aridez del terreno, lo hizo dudar de nuevo. En la lejanía,
los altos médanos se veían imponentes. “Por lo menos no hay sol”,
pensó mientras respiraba hondo e iniciaba su doloroso recorrido apoyado en
Lascuráin.
*****
Baudin estaba enojado.
Santa Anna había trastocado todas sus intenciones de salir impoluto de este
hecho de armas. “Todo iba muy bien hasta que ese cretino logró escapar”.
Pensó. “El príncipe se desempeñó bien en la misión, pero la providencia
estuvo del lado de Santa Anna.” Miraba a sus dos oficiales heridos, uno
de los cuales lanzaba dolorosos quejidos. Estos hicieron que su enojo creciera
más. “¡Ellos salvaron mi vida, pues más de una bala había sido para mí y
sus cuerpos las recibieron! La sangre por ellos demarrada debía ser cobrada.
¡Merecen ser vengados!”
El bote donde se
transportaba se bamboleaba con fuerza, haciendo que el oleaje salpicara en el
interior. “El norte está empezando a soplar. Al final fue buena la
decisión de salir de esa pestilente ciudad”. La embarcación se aproximó
al costado de la Nereida, la cual fue enseguida enganchada por los
marinos de abordo para ser subida. No bien había pisado Baudin la cubierta,
cuando dio la orden para que la nave de Joinville, la corveta Criolla,
lanzara una andanada a los cuarteles cada cinco minutos. Los nueve muertos y 56
heridos franceses lo merecían. También los merecían.
*****
El general Arista daba de
vueltas en su estrecha celda. Se sentía impotente. Si bien desde que llegó al
bergantín Cuirasier habían sido bien tratados tanto él como los demás
oficiales capturados, no había podido evitar la frustración cuando escuchó la
vívida defensa de los cuarteles y el posterior cañonazo en el muelle. También
fue testigo del cañoneo desde el mismo buque donde se encontraba contra lo que
él creía era la ciudad. Posteriormente, se le informó que él sería llevado a la
Francia y que entre los heridos durante el ataque se encontraba su incómodo ex
compañero de luchas, el general Santa Anna. Entre tanto, fue trasladado a la
corbeta Nayade, que tenía programado salir para Francia al día
siguiente. Sin embargo, no permaneció mucho tiempo en este buque, pues fue
trasladado a la fragata Gloria en donde permaneció hasta que fue
liberado el 27 de enero de 1839, previo empeño de su palabra de que no tomaría
las armas contra Francia en la actual guerra (Arista, 1840).
*****
Apenas el capitán Giménez y
su amigo Lascuráin se había alejado un poco de la puerta Merced, cuando la
corveta Criolla y el bergantín Cuirasier rompieron fuego sobre la
ciudad. Si bien los proyectiles debían impactar en los cuarteles, la falta de
precisión de los artilleros franceses hizo que éstos cayeran en los alrededores
del recinto militar, impactando varios de ellos en la cúpula de la iglesia de
la Merced y en la base de su torre, dañándola severamente; también cayeron en
las casas y calles aledañas y en el camino a Pocitos. Los proyectiles silbaban
en el aire antes de explotar, sin embargo, ya a casi nadie lastimaban o
mataban, pues la ciudad había sido abandonada. El capitán trató de
acelerar el paso para salir de la zona del bombardeo; pero la arena suelta lo
obligaron a esforzarse a cada paso, lo que, aunado a su propia debilidad,
terminaron por hacerlo sentar en el suelo. En ese momento pasó por el camino la
artillería, situación que aprovechó para ser montado en una de las piezas, pero
como aún tenía los brazos y manos vendadas al cuerpo, no tuvo forma de
sostenerse y pronto se fue de lado contra una de las ruedas. Lo bajaron y tuvo
que continuar su penosa marcha caminando. El dolor y el cansancio lo agobiaban.
En eso, ambos vieron que un aspirante de marina se dirigía a Veracruz montado a
caballo. Giménez y Lascuráin le hicieron señas y tras acercarse, le suplicaron
permitiera al capitán montar al equino para transportarse a Pocitos. El
aspirante, percatándose del estado en que se encontraba el oficial, accedió
gustoso y entre los dos subieron al capitán al caballo.
Llegaron a Pocitos después
de las dos de la tarde. El rancho de Pocitos, generalmente tranquilo, ahora se
encontraba invadido por una multitud que contrastaba por las distintas
vestimentas y uniformes, un maremágnum de oficiales, tropa y de civiles que
habían huido de la ciudad. Por doquier podía verse armamento de muy diversa
índole y a los heridos
siendo atendidos lo mejor que se podía considerando lo precario de la situación.
La fuerza volante de Arista iba también llegando poco a poco al sitio de
reunión, aumentando con ello el movimiento y la cantidad de gente. En el
extremo del campo, un grupo de soldados se encontraban reunidos alrededor de
una fogata. Encima de las llamas estaba colocado un humeante perol que era
constantemente removido por una mujer de marcados rasgos indígenas. La mujer,
de trenza y larga falda oscura, se tapó la cabeza con su rebozo cuando sintió
que un ligero y frío viento del norte acarició su piel. En eso, alguien gritó algo mientras señalaba hacia el
oriente, haciendo que varios voltearan en esa dirección: Una gruesa capa de
neblina empezó a aproximarse desde el mar, avanzaba cual si fuera una enorme
ola, tragándose a la escuadra francesa primero y después a la ciudad, hasta que
solo sobresalieron de esta última, las cúpulas y torres más altas. Tras preguntar en qué casa
se encontraba el general, el capitán Giménez se presentó ante Santa Anna, el
cual de momento no lo reconoció.
–General. Soy el capitán Giménez. Su Ayudante.
Santa Anna lo observó con más
detenimiento y de pronto su rostro se iluminó, a la vez que soltaba una sonora
y dolorosa carcajada.
–¡Hombre, si lo han puesto a usted que parece un Ecce
Homo!–. Giménez rió con él ante la ocurrencia. Sin más, el
general mandó a que pusieran un catre en un rincón de la misma pieza en donde
él estaba. Giménez se recostó y por fin pudo descansar un poco (Gimenez, 1911).*****
Algunas horas después y ya
con la totalidad de la fuerza volante en el campamento de Pocitos, Santa Anna
mandó a llamar al coronel José García Conde para dictarle el parte militar que
conmovería a toda la nación mexicana de esa época, siendo reproducida casi en
seguida en todos los periódicos de la época y posteriormente, en los libros de
historia del siglo XIX e inicios del XX. Aquí, parte de su contenido:
“[…] Yo no dudo del sagrado
fuego que anima a los defensores de la independencia nacional, quien sabrá
conservar ileso el honor de las armas que la nación ha puesto sus manos para su
defensa: no necesitan ciertamente del ejemplo que les dejo; y yo muero lleno de
placer por que la Providencia Divina me ha concedido consagrarle toda mi
sangre. […] Al concluir mi existencia no puedo dejar de manifestar la satisfacción
que también me acompaña de haber visto principios de reconciliación entre los
mexicanos. Di mi último abrazo al general Arista, con quien estaba
desgraciadamente desavenido, y desde aquí lo dirijo ahora a S. E., el
presidente de la república como muestra de mi reconocimiento por haberme
honrado en el momento de peligro; lo doy así mismo a todos mis compatriotas, y
les conjuro por la patria que se hallaba en tanto peligro, a que depongan sus
resentimientos, a que se unan todos formando un muro impenetrable donde se
estrellará la osadía francesa.”
“Pido también al gobierno
de mi patria, que en estos mismos médanos sea sepultado mi cuerpo, para que
sepan todos mis compañeros de armas, que esta es la línea de batalla que les
dejo marcada; que de hoy en adelante no osen pisar nuestro territorio con su
inmunda planta los más injustos enemigos de los mexicanos. […] Los mexicanos
todos, olvidando mis errores políticos, no me nieguen el único título que
quiero donar a mis hijos: el de un Buen Mexicano”.
“Dios y Libertad. Cuartel general sobre los médanos al
frente de Veracruz. Diciembre 5 de 1838.- Antonio López de Santa Anna.-
Excelentísimo Sr. Ministro de la guerra.”
*****
Le amputaron la pierna el
día 6 de diciembre a las 11:00 de la mañana con la asistencia de varias
personas, entre ellas doña Inés, su esposa, que les auxilió con mucha valentía.
Con las acciones militares del día anterior, Santa Anna recobró el prestigio
perdido en la batalla de San Jacinto y volvió a ocupar, aunque interinamente,
la primera magistratura del país en febrero de 1839. En cuanto a la pierna
amputada, esta fue inhumada por el párroco de Veracruz en la hacienda de Manga
de Clavo. En 1842 fue exhumada y trasladada al cementerio de Santa Paula en la
capital del país (Cambas, 1871) para ser nuevamente inhumada en “[…] Una
columna sobre alta gradería. Sobre el capitel dorado una urna o sarcófago donde
se colocó la pierna. Sobre dicha arca se ve un cañón de artillería, y
descansando sobre esta el águila mexicana que destroza una culebra. En la base
de la columna aparecen cuatro lápidas” sin inscripción (Bustamente,
1842).
La pierna permaneció allí
hasta el 6 de diciembre de 1844, cuando a causa de un pronunciamiento en contra
de Santa Anna, fue extraída por el populacho y destruida el arca. Con el pasar
de los años, el Héroe de Tampico perdió este epíteto, para ser cambiado
por el mote despectivo de “El Quince Uñas”
*****
Imagen de encabezado: "La gloriosa acción de Veracruz ganada por los mexicanos ante los franceses el 5 de Dibre. de 1838...". La pintura muestra el momento en que el general Santa Anna (a caballo y de sombrero), se dirige a la puerta de entrada del muelle. En esta, algunos franceses (posiblemente artilleros de marina) con bandera de parlamento, buscan salir también hacia el muelle. A la derecha, la columna mexicana dividida en cuartas de compañía. Fuente: WikiMéxico. "La guerra de los pasteles". http://www.wikimexico.com/articulo/guerra-de-los-pasteles?fbclid=IwAR0u2mESC3Sn-b_YosMiDW3Q6udGFCLXxiXvkOcDfs3UWX0FEqmG3NDidBU