lunes, 26 de diciembre de 2022

La guerra de los Pasteles - Entrega No. 6 - Madrugada del 5 de diciembre de 1838, principia el ataque francés a la ciudad de Veracruz


Por Luis Villanueva
“Era la misma vieja historia. Unas tímidas demandas que son rechazadas, 
una fuerza insuficiente para la acción que solo sirve para aumentar la 
insolencia de nuestro adversario, y luego la necesidad de enviar una 
expedición más grande y cara para finiquitarlas”. 
-Francisco de Orleans, Príncipe de Joinville.

Madrugada del 5 de diciembre de 1838, inicial el ataque a la ciudad de Veracruz. El escape de Antonio López de Santa Anna y la captura de Mariano Arista
    Eran las ocho de la noche del 4 de diciembre y almirante Charles Baudin se sentía ansioso. Su caminar de ida y vuelta en el pequeño camarote era rápido. La noche era fresca, pero aun así en su calva habían surgido pequeñas perlas de sudor. En la mesa, una lámpara de aceite lanzaba tenues rayos de luz sobre el desorden de planos, hojas de papel, plumillas…Hacía un rato que se habían retirado los oficiales y el par de secretarios que lo auxiliaban, pues había concluido la estrategia para el ataque. Aparentemente todo estaba contemplado. Sin embargo, la ansiedad le carcomía y aunque había revisado varias veces el plan, no dejaba de sentirse inseguro. Volvió a tomar las hojas de la mesa y acercándose a la mortecina luz, las repasó nuevamente. Al final se convenció que estaba todo listo. Sólo faltaba llevarlo a cabo.
    A las nueve de la noche, Baudin despachó un correo a toda la escuadra francesa. En este mensaje podía leerse que las naves deberían colocarse entre los arrecifes de la isla Pájaros y de la isla Verde y además, les instaba a que estuvieran preparados para desembarcar a las cuatro de la mañana del día siguiente. Con el fin de coordinar lo mejor posible el ataque, cada uno de los comandantes recibió una copia del procedimiento a seguir durante el desembarco (Baudin, 1838).
 *****
    El día 5 de diciembre llegó frío y cubierto por una densa neblina, haciendo que la oscuridad de la madrugada se hiciera más intensa. No se podía ver más allá de algunos metros, dificultando con ello el abordaje de las compañías en los botes y chalupas. Este movimiento de las tropas tenía que hacerse en el más absoluto silencio, para después reunirse en un punto previamente acordado y cercano a los buques. La peculiar condición meteorológica vino a dar al traste con una parte de los planes de Baudin, pues impidió que algunos de los barcos pudieran reunirse y enviar a sus tropas. Entre estos se encontraba la fragata Nereida, que traía parte de las escaleras y petardos para romper las puertas, entre otros artículos necesarios para el ataque (Baudin, 1838).
    El almirante por momentos desesperaba. Aunque sabía que en esta época del año amanecía más tarde, no podía esperar a que la neblina se disipara, pues el factor sorpresa se perdería, poniendo en riesgo toda la operación. A las cinco treinta de la mañana, viendo que la espesa niebla lejos de decrecer parecía acentuarse, dio la orden de avanzar. Decenas de lanchas comenzaron entonces a moverse. Sólo se oía el ligero sonido de los remos especialmente cubiertos para amortiguar el ruido en el agua. Nadie hablaba. Nadie respiraba. Quince minutos después, los botes repletos de tropa, que ya se habían ordenado en tres columnas, arribaron a igual número de puntos a lo largo de la playa frontera a la “muralla de mar”.
El príncipe de Joinville a bordo de uno de los botes con tropas.
Gouache sobre papel por François d'Orléans, prince de Joinville.

    El desembarco se realizó sin contratiempos, en perfecto orden y con rapidez, teniendo ahora a la neblina como aliado, pues los franceses quedaron completamente ocultos a la vista de los soldados mexicanos de guardia en los baluartes y muralla. Cada columna fue nombrada en acuerdo al flanco que atacaría, según la vista de a la ciudad desde el mar: columna del centro, columna de la izquierda y columna de la derecha. Y llevaban a la cabeza a un comandante de su propia tripulación, con sus respectivos objetivos de ataque bien definidos (Baudin, 1838).
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    Desde que se embarcó junto con las tropas, Francisco de Orleans príncipe de Joinville, iba temeroso y a la vez emocionado. A sus veinte años estaba en camino a participar en el asalto a una plaza fortificada y en pos de un objetivo de importancia. Para ello, se había vestido con su uniforme de teniente de corbeta, compuesto de impecables pantalones blancos ajustados, chaqueta negra con sus doradas charreteras en cada hombro y moño de listón negro al cuello. Complementó su uniforme con un sombrero de copa de tono claro que hacía juego con sus pantalones. Poco a poco el ímpetu de su juventud se fue imponiendo al miedo, por lo que lejos de amedrentarse, esperaba poder entrar en acción. La columna del centro a la que pertenecía, estaba conformada por dos y media compañías de artilleros de la marina, bajo el mando del comandante Collombel, quien anteriormente había sido nombrado por Baudin comandante de la fortaleza de Ulúa; también contaba con dos compañías de marineros y un escuadrón de veinte “mineros”, dirigidos por el teniente Tholer, más un grupo de vanguardia 90 marineros del Criolla, encabezando por el príncipe[1] (Baudin, 1838). La misión encomendada a Joinville era una de las más importantes: La captura de Antonio López de Santa Anna.
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    La espesa niebla hacía que los marinos tuvieran que forzar la vista para ver el muelle. Con todo, la columna del centro arribó a dicho sitio cuando las columnas de la derecha y de la izquierda estaban alistando el ataque a los baluartes de la Concepción y de Santiago, respectivamente. La fuerza francesa desembarcó rápidamente en el atracadero y se preparó para ingresar a la ciudad; sin embargo, aun con todas sus precauciones, un sargento de la guardia del muelle vio cuando las tropas francesas desembarcaban, por lo que inmediatamente salió en busca de Santa Anna para informarle. Al llegar este oficial a la plaza del mercado, se encontró con dos ayudantes del general, el teniente Manuel Bárcela y el alférez José M. Pérez, a quienes les informó de la situación (Editorial, 1870). Una vez enterados, ambos oficiales corrieron hacia la casa de Serrano, lugar donde pernoctaba el comandante general.
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    Las dos puertas del muelle se encontraban cerradas y sin centinelas por la parte exterior, pero ellos iban preparados. Un pequeño grupo de zapadores se desprendió sigilosamente del grueso de la tropa; llevaban cargando varios sacos con pólvora que colocaron apilados a los pies de la puerta izquierda “de salida” (Editorial, 1870). Con mucho cuidado un sargento prendió fuego a la mecha y se cubrió detrás de un saliente de la muralla de mar (Joinville, 1895). La explosión que sobrevino fue impresionante, iluminando los alrededores con una momentánea luz blanquecina y proyectando al aire humeantes pedazos de madera y piedra que pasaron zumbando sobre las cabezas de los atacantes. El estridente sonido pareció envolverlo todo y luego se perdió poco a poco en la lejanía. Al disiparse el humo, se pudo observar que un lado de la puerta estaba vencido en el suelo. Como si de una señal de arranque se tratase, en ese momento se empezó a escuchar el fuego de fusilería por el lado de la columna izquierda. El baluarte de Santiago estaba siendo atacado.
    Joinville se colocó al frente de su grupo y al grito de “Allez! Que Dieu sauve le Roi![2] Fue el primero en ingresar a la ciudad, alcanzando a ver como se perdía en la oscuridad el último hombre de la guardia mexicana de la puerta[3]. Inmediatamente atravesó la plaza del muelle y se dirigió, junto con sus marinos de uniforme blanco y sombreros de paja, hacia la calle de la Pastora (hoy Constitución).
El príncipe de Joinville conduciendo la columna del centro, misma que fue desembarcada con el fin de capturar a Santa Anna. En la imagen puede verse la voladura de la puerta de Mar durante la toma de Veracruz, noche del 5 de diciembre. (El ataque a la Aduana de Veracruz, 1838). Óleo sobre tela por Blanchard Henry Pierre Léon Pharamond.
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    Las tropas de la columna de la derecha, al mando del capitán Lainé del Gloria y con el respaldo del capitán Lardy del Medea, escalaron velozmente el baluarte de la Concepción, tomando por sorpresa a los soldados de guardia allí situados. Algunos disparos y ruidos de batalla cortaron la tranquilidad de la madrugada por unos minutos. El baluarte, que contaba con 13 cañones de 24 y dos morteros, fue rápidamente tomado por los franceses, quienes de inmediato continuaron su planeado recorrido a lo largo de la muralla, para atacar sucesivamente los baluartes de San Juan y San Mateo, haciendo que una parte de la guarnición mexicana huyera a toda prisa por la Puerta de México. Los cañones de ambos fuertes fueron clavados y arrojados sobre la muralla y las cureñas destruidas a golpe de hacha.
    Entre tanto, la columna de la izquierda, al mando del capitán Parseval del Ifigenia y con el apoyo del capitán Turpin del Nereida, se dividió en dos secciones: la primera, comandada por los capitanes de las naves Cíclope, San Jorge, y Vulcano, la cual entró en la ciudad por la puerta del Rastrillo; y la otra, al mando de Parseval, quien libró la húmeda y fría muralla de mar con escaleras colocadas en la pared, para así tomar sorpresivamente al baluarte de Santiago.
Parte de la columna de la izquierda, comandada por Parseval, escalando la muralla de mar para atacar el baluarte de Santiago. Óleo sobre tela por Blanchard Henry Pierre Léon Pharamond.

    Las fuerzas del batallón Acayucan que defendían ese puesto, no ofrecieron mucha resistencia debido a lo intempestivo del ataque[4]. El fuerte estaba armado con 28 cañones de a 24 y dos morteros, que fueron inmediatamente clavados. Una vez capturado Santiago, Parseval dejó parte de su tropa allí y con el resto se dirigió a la batería de San Fernando, situada junto a la puerta Merced. Para el ataque a este punto, las fuerzas francesas se dividieron nuevamente en dos grupos: el primero se movió siguiendo el perímetro de la muralla (por el hoy callejón Melchor Ocampo), mientras que el segundo rodeó por la calle de Belén (Canal, frente al IVEC) y siguió hasta el callejón de Palo Gordo (Callejón Clavijero) para llegar de frente a San Fernando. Atacada por dos flancos, la batería fue capturada rápidamente. En este hecho de armas se dejaron inutilizadas ocho bocas de fuego, clavándolas también.
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    El general Santa Anna no había podido pegar un ojo. Se había recostado en mangas de camisa y con el chaleco puesto, sólo descalzándose para estar un poco más cómodo. Las diferencias con Arista lo habían puesto de mal humor, espantándole el sueño. Además, le molestaba y preocupaba que el general hubiera dejado a la fuerza volante en Santa Fe, cuando él le había ordenado que las situara en Pocitos[5], a un tiro de cañón de la ciudad. Ahora que se encontraba esa tropa alejada, temía no contar con hombres suficientes para proteger la plaza ante un eventual ataque francés. Trató de serenarse. Con todo, esperaba que la situación siguiera en relativa calma hasta que diera respuesta a la última carta de Baudin[6].

- ¡Giménez! ¿Qué ha sido eso?

- No lo sé, Señor. No es el cañonazo de diana, porque la detonación ha sido más fuerte que un cañonazo y más cerca que en la bahía. (Gimenez, 1911).

    En eso hicieron su aparición el teniente Bárcela y el alférez Pérez. Uno de ellos se dirigió a Santa Anna sin mediar saludo alguno. -¡Señor, los franceses al amparo de la oscuridad han desembarcado en la plaza y han volado la puerta del muelle para entrar!- Sudoroso y jadeando por momentos, continuó. -¡Son muchos, pues han visto bastantes botes llenos de tropa! (Gimenez, 1911) (Editorial, 1870).
    Mientras escuchaba el parte, Santa Anna recibió de un criado su petit uniforme que enseguida se colocó. Sus charreteras de general y su bastón de mando, con las prisas, quedaron olvidados en una silla de su recámara. Entonces, el general mandó a que la guardia tocara generala[7] (Cambas, 1871, pág. 396). Rápidamente bajó las escaleras acompañado por Pérez, al mismo tiempo que Bárcela subía por alguna cosa y Giménez llegaba a su recámara para tomar una pequeña bolsa con monedas de oro que guardaba en su baúl. Tras esto último, desenvainó su espada y salió precipitadamente en busca de Santa Anna que se había adelantado (Editorial, 1870), (Gimenez, 1911).
*****
    Mariano Arista se encontraba durmiendo cuando lo despertó la explosión. Creyendo que había sido un cañonazo, se levantó y preguntó a su Ayudante, el coronel Manuel Iturria, qué pensaba de ese tiro.
- Quizá fue la diana de la escuadra francesa, general.- Fue la respuesta.
    No había pasado un minuto cuando empezó a oírse el inconfundible sonido de la fusilería. Instantes después se escuchó el toque de la generala. Ante el sonido de esta última, Arista se vistió lo más rápido que pudo y se preparó para salir (Arista, 1840).
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    Tras recorrer toda la calle de La Pastora y pasar frente a la iglesia del mismo nombre, Joinville y sus hombres se encontraron de frente con la puerta de México (Constitución y 5 de Mayo). Un francés residente de la ciudad los guiaba. En la puerta se encontraron con la guardia mexicana, la cual después de unos cuantos balazos y golpes de bayoneta, fue desalojada. De pronto, un quitrín jalado por seis mulas salió a toda velocidad de la ciudad, buscando ganar campo abierto por dicha puerta. Los postillones, con sombrero de ala ancha, se dibujaron momentáneamente contra la neblina en la luz mortecina del amanecer. Varios disparos hicieron rodar por el suelo a dos o tres de las mulas, pero el coche, que después se supo pertenecía a Santa Anna, no llevaba a nadie más.

En eso estaban cuando una sorpresiva descarga de fusilería hizo que los franceses buscaran donde cubrirse, dejando a varios de sus compañeros heridos; esto mientras que los autores de la descarga, la guardia de honor, conformada por 40 hombres del batallón Hidalgo, se replegaba dividido en dos grupos: uno que marchó llevando la bandera por la calle de las Damas (5 de Mayo) y el otro que se dirigió hacia la casa de Serrano. Los marinos franceses salieron en pos de ellos, pero solo alcanzaron a ver cuando el segundo grupo se introducía en dicha casona (Editorial, 1870).

-Es la casa donde habita el general gobernador.-  Aclaró el guía a Joinville. (Joinville, 1895).
*****
    El general Santa Anna y el alférez José Pérez se asomaron a la esquina de las Damas y Nava (Emparan) justo en el momento en que la guardia de honor se batía con la columna de Joinville. Los gritos de: Vive le Roi! Vive la France! (Gimenez, 1911), se oían desde las sombras. El general observó con buen ojo que la guardia no resistiría por mucho tiempo la respuesta francesa, por lo que acompañado por Pérez y algunos soldados de la guardia, se escabulló por la calle de Nava hasta llegar a la Principal (Independencia), para luego dirigirse por esta última hacia la puerta Merced (Editorial, 1870). 
*****
    Muy cerca de la esquina de la calle de Nava con las Damas (Emparan casi esquina 5 de Mayo), se encontraba la casa de Serrano. La residencia de dos pisos y bella fachada estaba fuertemente custodiada por cerca de ciento cincuenta soldados[8] (Joinville, 1895). El encontronazo con la guardia mexicana fue incontenible. Disparos, así como gritos en español y francés se entremezclaron cuando los franceses atacaron al piquete de la entrada. Una vez replegada esta, Joinville y sus marinos irrumpieron en la construcción, encontrándose al entrar con un largo pasillo, limitado por una amplia arcada que servía de perímetro a un patio central cuadrado. Este pasillo se encontraba gratamente adornado con plantas trepadoras y flores que colgaban bellamente de las macetas situadas en paredes y balcones. La imagen asombró momentáneamente a los marinos, que no imaginaron encontrar un interior así. De pronto, una fuerte descarga de fusilería proveniente del piso superior los sacó de su ensimismamiento, haciéndolos correr de un lado a otro en busca de refugio. De sus gargantas surgieron vivas a Francia y al rey.
    La defensa mexicana en el interior se hizo sentir. Los soldados cubiertos detrás de los macetones y pilares continuaron haciendo descargas contra los invasores desde el piso superior; a su vez los franceses, una vez parapetados, respondieron al fuego desde abajo. El intercambio de disparos pareció por momentos incesante. Pedazos de múcar y barro cayeron de las macetas, paredes y balaustres a cada impacto mal dirigido, llenando el piso de pequeños fragmentos y enrareciendo el aire con el humo de la pólvora quemada. Las maldiciones y órdenes en ambos idiomas se embrollaban con los gritos de dolor de los heridos.
- Regardez le général Santa Anna! Je le veux vivant![9] Gritó Joinville, cuando vio que un par de marinos disparaban al mismo tiempo contra una puerta cerrada.

Ataque a la casa de Serrano por fuerzas de la columna del Centro dirigidas por Francisco de Orleans, mismo que se observa conduciendo la acción. Óleo sobre tela por Blanchard Henry Pierre Léon Pharamond..

*****
    En las estrechas escaleras, Giménez se puso en defensa con espada en mano junto a otros cuatro o cinco hombres. Al verlos, un grupo de marinos con machetes de abordaje y pistolas los atacó (Arista, 1840), (Gimenez, 1911). En medio de la trifulca, un francés apuntó a la humanidad de Giménez y jaló el gatillo de su pistola. El capitán vio la acción y sintió morir por un segundo. Afortunadamente no salió el disparo; sin embargo, instantes después resultó herido por varios machetazos que le propinaron los marinos a mansalva y sin darle opción de defensa[10].
    Caído el Ayudante de Santa Anna, el resto de los oficiales y soldados que le acompañaban se replegaron al piso superior, hasta alcanzar la estancia que ya ocupaba el general Mariano Arista, cerrando estrepitosamente la puerta tras de sí. Los soldados que se encontraban en ese nivel se distribuyeron en los demás cuartos, guareciéndose. Instantes después, por las ventanas y puertas que miraban a los corredores, se asomaron los largos cañones de los fusiles, esperando con impaciencia a que aparecieran los galos para escupir sus fuegos.
    Cuando el príncipe vio que tenía que subir sintió miedo, pues sabía que el que llegara primero a ese piso, recibiría la descarga de los defensores.
- ¡Voluntarios al frente!- Su propia orden le sonó extraña.
    La rápida respuesta de su oficial de intendencia consistió en subir corriendo la escalera sin mediar palabra alguna. Joiville, viendo la acción del oficial, recuperó la compostura y subió también a toda prisa. Atrás de ellos, el resto de la tropa los emuló (Joinville, 1895).
    Al llegar al piso superior, una desordenada descarga hirió a dos de los oficiales galos, haciendo que Francisco de Orleans y el resto de la tropa se moviera hacia una puerta. En su desesperación por cubrirse del fuego graneado, el príncipe y su contramaestre arremetieron contra esta con sus hombros, tumbándola. El impulso que llevaban, junto con la presión que realizaba el resto de la tropa detrás de ellos, los hizo entrar de golpe a un cuarto lleno de humo y de soldados mexicanos. Uno de estos, de rasgos indígenas, uniforme blanco y con charreteras rojas[11], miró a Joanville con furia cuando levantó su fusil y le apuntó a la cara.
-Estoy acabado.- Alcanzó a musitar el príncipe.
    En eso, vio como el amenazante fusil caía a sus pies y el soldado mexicano que le había apuntado, se desplomaba junto a un sofá con una espada clavada en sus costillas: El teniente Penaud, viendo las intenciones del soldado, había alcanzado a herirlo instantes antes que este jalara del gatillo. De pronto, se dio una desbandada general, lo que aprovecharon los franceses para penetrar en un cuarto contiguo que tenía la puerta cerrada.
Momento en que el príncipe de Joinville entra al cuarto en donde se encontraba el general Mariano Arista. Gouache sobre papel por François d'Orléans, prince de Joinville.
*****
    El general Arista, evaluando rápidamente la situación, tomó a Iturria y a dos hombres más todavía con capacidad de defenderse, pero en eso, un grueso grupo de galos entró como una oleada en el recinto, sin dar tiempo a entablar combate alguno. Viendo que el general y los oficiales mexicanos se mantenían serenos y con sus espadas envainadas, Joinville y un contramaestre se interpusieron a los marinos franceses, quienes exacerbados iban en pos de ellos.
    La batalla había terminado. El general Arista, viendo su desventaja numérica, resignadamente se dejó capturar por el contramaestre. El oficial francés inmediatamente lo condujo ante Joinville, quien apuntándole al pecho con su pistola le preguntó:

- Où est le général Santa Anna?

- No tengo la menor idea.- Respondió Arista. -Sólo sé que durmió aquí anoche.
- General.- Intervino un capitán francés en un buen español. - Usted va a ser fusilado en el acto si no dice dónde está Santa Anna.
    Mariano Arista mostró indiferencia ante la amenaza del francés, pues él había empleado la misma artimaña cuando deseaba averiguar algo de un cautivo.
- Les repito que ignoro donde está.
    A continuación, lentamente se quitó la espada y la entregó al príncipe. Un par de fornidos franceses lo tomaron bruscamente de los brazos y lo condujeron junto con el coronel Iturria hacia la también asegurada planta baja.
El capturado general Mariano Arista en la planta baja de la casa de Serrano. Le rodean Joinville, un par de marinos (de blanco) y dos capitanes de corbeta (a la izquierda). Grabado por Blanchard Henry Pierre Léon Pharamond.

    En el camino vio como unos zapadores observaban los cuerpos de un par de mujeres, una de ellas indígena y la otra, una corpulenta cocinera negra, asesinadas por sendos balazos lanzados a través de la puerta (Cambas, 1871). El verlas tendidas en medio de una gran cantidad de sangre le impresionó. También observó el rojo líquido, ya chicloso, derramado en piso y paredes. Sintió náuseas. Ya en el exterior, el frescor del amanecer lo reconfortó. Sin cortesía alguna, lo llevaron con otros oficiales y soldados capturados que estaban ya en la calle, entre ellos Giménez, quien después de haberle hecho los franceses las primeras curaciones, se encontraba de pie y tambaleante. Arista, junto con Iturria y otros oficiales, fueron inmediatamente entregados al comandante de artillería Collombel, quien los envió custodiados al muelle y de allí a San Juan de Ulúa[12] (Arista, 1840), (Joinville, 1895), (Cambas, 1871).
*****
    El príncipe de Joinville, acompañado de un piquete de marinos, inspeccionó el resto de los cuartos del piso superior En uno de estos encontró la cama aun tibia y revuelta donde Santa Anna había descansado. En una esquina, sobre una silla, estaban las charreteras con punta dorada del general y cerca de allí, recargado en la pared, el bastón de mando que le distinguía como Comandante General. Un contramaestre, a modo de burla, tomó una de las doradas charreteras y se la puso de sombrero mientras bailoteaba una tonada silbada por él.
- ¡Ah! Escapó de irse a educar a París.- Dijo Joinville molesto, al tiempo que tomaba el bastón y se pegaba con ella en la palma de la mano libre (Anna, 1905).
(Continuará).

Imagen de encabezado: Combat de la Vera-Cruz. Las tropas de desembarco saliendo de los navíos para dirigirse a tierra (noche del 5 de diciembre de 1838). Obsérvese la distribución de las mismas, Óleo por Blanchard Henry Pierre Léon Pharamond (1843).

Capítulos previos:
Primera entrega: Aquí
Segunda entregaAquí
Tercera entrega: Aquí
Cuarta entrega: Aquí
Quinta entrega: Aquí

[1] Joinville escribió que su grupo estaba conformado por 60 marinos (Joinville, 1895, pág. 121).

[2] ¡Vamos! ¡Dios Salve al Rey!

[3] Doce hombres del batallón Landero conformaban la guardia del muelle aquella madrugada (Editorial, 1870).

[4]  Esta es la segunda vez que el baluarte de Santiago cae por sorpresa, La primera en 1683, durante el ataque filibustero a Veracruz, la madrugada del 17 de mayo.

[5] Hoy Pocitos y Rivera.

[6] Ver el capítulo V de esta misma serie.

[7] Toque para que las fuerzas de una guarnición o campo se pongan sobre las armas. (Diccionario Enciclopédico Vox 1. © 2009 Larousse Editorial, S.L.)

[8]  Giménez escribió que al llegar Joinville a la casa de Serrano se encontraban allí más de cuarenta personas, entre los generales, oficiales y tropa (Gimenez, 1911).
[9] ¡Busquen a Santa Anna! ¡Lo quiero vivo!”
[10] El capitán Giménez recibió ocho heridas que lo desangraron hasta desmayar (Gimenez, 1911).
[11] Posiblemente un miembro del batallón Voluntarios de Veracruz. Esto se deduce por el uniforme descrito por Joinville.
[12] El general Arista, el coronel Iturria y otros oficiales, fueron llevados ante el almirante Charles Baudin que se encontraba en el muelle. Este sólo interrogó a Arista y ordenó que fueran llevado al bergantín Cuiraser, liberando a los otros oficiales posteriormente. (Arista, 1840), (Cambas, 1871, pág. 397). 

Fuentes:

  •    Anna, A. L. (1905). Mi historia militar y política. 1810-1874. Memorias inéditas. Memorias inéditas. México:Librería de la Vda. de Ch. Bouret.

  •    Arista, M. (27 de Abril de 1840). Manifiesto que hace a sus conciudadanos el general Mariano Arista. Diario de Gobierno de la República Mexicana, pág. 1.
  • Baudin, C. (1838). Expedition du Mexique - Rapport de M. L'amiral Baudin à M. Le ministre de la marine, du 9 de décembre 1838.
  • Bustamante, C. M. (1842). El gabinete mexicano durante el Segundo Periodo del Exmo. Señor Presidente D. Anastasio Bustamante. México: Imprenta de José M. Lara.
  • Editorial. (24 de Diciembre de 1870). El 5 de diciembre de 1838. El Ferrocarril, pág. 1-2.
  • Gimenez, M. M. (1911). Memorias del coronel Manuel Gimenez. Ayudante de campo del general Santa Anna. México: Librería de la Vda. de Ch. Bouret
  •    Joinville, F.-F.-P.-L.-M. d. (1895). Memoirs (Vieux Souvenirs) of the Prince de Joinville. London: William Heinemann.      

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